Puente de Vallecas

Recorrido histórico de los lugares fundamentales relacionados con la fundación del Opus Dei.

Siguiendo por la Avenida Menéndez Pelayo se llega a la Plaza del Conde de Casal. Bajando por la calle de Carlos y Guillermo Fernández Shaw se llega hasta el Puente de Vallecas, en una zona donde está el Colegio Público San Ramón y la salida de metro Puente de Vallecas, en el comienzo de la Avenida de la Albufera.

Está zona fue escenario de una agresión a Alvaro del Portillo, cuando daba clases de catecismo y hacía obras de misericordia en este barrio.

Salvador Bernal lo cuenta así:

Alvaro conocería al Fundador del Opus Dei no a través de sus tías, sino de Manuel Pérez Sánchez, compañero en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid. Manolo, que estudiaba unos cursos por delante, había facilitado la colaboración de Alvaro en las actividades asistenciales que protagonizaban estudiantes de esa Escuela y de la de Arquitectura en las Conferencias de San Vicente de Paúl.Cuando Alvaro se interesó por esa iniciativa apostólica, Manolo le expuso el planteamiento general y, en concreto, que en la parroquia de San Ramón (Puente de Vallecas) había una Conferencia en la que participaban algunas personas mayores y cinco o seis estudiantes, en un edificio llamado "La Acacia".

Para imprimir nuevo ritmo al trabajo, se había creado otra Conferencia, compuesta sólo por jóvenes. Según Guillermo Gesta de Piquer, que formaba parte de ese grupo, la parroquia de San Ramón estaba en una zona casi de chabolas, construidas a base de chapa y cartón. Desde la Conferencia de San Vicente prestaban ayudas diversas: limosnas en metálico, bonos de alimentación canjeables en tiendas, medicinas, asistencia médica.

Beato Jesús Gesta de Piquer

Después de su conversación con Manolo, Alvaro comenzó a asistir a las reuniones de los sábados por la tarde en la Casa Central de las Conferencias, en la calle de la Verónica. Hacían un rato de lectura espiritual y, a continuación, se exponían los resultados conseguidos y las necesidades advertidas durante las visitas realizadas a lo largo de la semana anterior; ponderaban luego con detalle los medios necesarios para atender a las personas o familias que visitarían en los próximos días. Iban siempre dos.

Con mucha frecuencia, acudían juntos Alvaro y Manolo, pues les resultaba muy fácil ponerse de acuerdo en la Escuela de Caminos:"-Desde el primer momento -evoca Manuel Pérez Sánchez- comprobé la dedicación de Alvaro por aquellas tareas, en las que destacaba por su amor y compasión por los niños". En ese grupo estaban Angel Vegas, Alfredo Piquer, Guillermo Gesta de Piquer y su hermano, el Beato Jesús Gesta de Piquer, mártir en 1936.

Participaban también -los datos proceden de Angel Vegas Pérez- Carlos Valdés Ruiz, César Granda, Florencio Caballero, José María y Alfonso Chico de Guzmán, marqués de Campillo, y su primo Rafael Moreno. Se trataba de estudiantes universitarios de diversas carreras. Desarrollaban su labor en las barriadas más apartadas de Madrid, entre gente que vivía en condiciones infrahumanas, y en un clima frecuentemente hostil hacia la Iglesia. Angel Vegas Pérez, que fue Catedrático en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Central (Madrid), recuerda entrañablemente aquel grupo lleno de inquietudes espirituales y humanas.

Y señala que le sorprendía Alvaro del Portillo:"-Tenía mucho prestigio humano e intelectual. Era verdaderamente ejemplar en aquella tarea que realizábamos con las gentes necesitadas. Digo que me sorprendía porque era uno de los alumnos más brillantes de la Escuela y, al mismo tiempo, una persona muy tratable y sencilla; muy inteligente, alegre, culto, simpático, amable, y sobre todo -esto es lo que me llamaba la atención- profundamente humilde, de una humildad extraordinaria, que dejaba huella (...), una huella de cariño, de bondad, de Amor de Dios".

Desde luego, las condiciones externas no eran precisamente idílicas. Lo supe, al final de los años cincuenta, a través de Mercedes Santamaría, que estuvo empleada muchos años en el hogar de los Del Portillo en Madrid. La conocí en su casa de La Granja de San Ildefonso (Segovia), con el pelo completamente blanco y un porte señorial. Era madre de Carmen Fernández, que había sido alumna de mi propia madre, maestra en La Granja, y trabajó en la casa de mis padres en Madrid hasta su boda. Años después, al saber la señora Mercedes que yo era miembro del Opus Dei, me habló con inmenso cariño de don Alvaro, "que ahora trabaja en Roma, junto al Papa" -repetía, señalando orgullosa una foto en la que aparecía al lado de Juan XXIII y Mons. Escrivá de Balaguer.

Mercedes conservaba recuerdos nítidos de don Alvaro en los años treinta. Uno de los más agudos era de un domingo en que llegó a casa con una aparatosa herida en la cabeza, y la chaqueta empapada de sangre. El percance sucedió -lo he comprobado en diversas fuentes- el 4 de febrero de 1934. Sus padres habían salido y, para no alarmar a los pequeños, dijo simplemente que se había caído. A ella le pareció normal, pues ese día nevaba en Madrid. Pero, al advertir la extensión de la brecha, le acompañó a una Casa de Socorro en la calle de Claudio Coello.

El remedio pudo ser peor que la enfermedad: Mercedes lo sospechó enseguida, porque el sanitario que le atendió aplicó sobre la herida, sin más precauciones, un tubo que llevaba abierto en el bolsillo. De hecho, se le infectó, y Alvaro pasó una temporada con fiebre alta. Acudía a diario un médico, para hacerle las curas, que debían de ser dolorosas, aunque no se quejase. Alvaro seguía sin ser muy explícito respecto de lo sucedido. Hasta que, al fin, la familia se enteró de que en el origen de todo estaba la agresión que había sufrido, junto con otros amigos, al acudir a la catequesis en la parroquia de San Ramón.

Aquel domingo, un grupo de unas quince personas les aguardaba para darles una paliza. Lo habían preparado con antelación, porque había gente asomada a los balcones, dispuesta a presenciar el espectáculo. Alvaro recibió un golpe fortísimo en la nuca, producido por una llave inglesa. A otro le arrancaron prácticamente una oreja. "-Menos mal que había cerca una entrada del Metro -contó incidentalmente don Alvaro en Manila, en 1987. Nos refugiamos allí en el momento en que llegaba un convoy; subimos al tren, cerró las puertas y nos fuimos".

Dios se sirvió de la generosidad de Alvaro en favor de los pobres, en aquellas barriadas extremas de Madrid, para encaminarle hacia el Opus Dei. Un día de 1935, se fijó en que tres o cuatro de sus compañeros iban charlando entre ellos. Le entró curiosidad y les preguntó de qué trataban. Le explicaron que de don Josemaría Escrivá y de la labor apostólica que realizaba. Les pidió entonces que se lo presentaran. Al cabo de los años, Manuel Pérez Sánchez sitúa con precisión la escena en el Madrid de la época: se dirigían hacia el Arroyo del Abroñigal a visitar a una familia desvalida, y pasaban por unos cultivos de trigo y cebada, donde se asienta hoy el Barrio de la Estrella; en ese campo habló a Alvaro del Fundador del Opus Dei - el Padre , como le llamaban con sencillez-, y le invitó a ir a verle.

Hasta entonces, Alvaro llevaba una sólida vida cristiana, pero no mantenía un trato habitual con sacerdotes, ni había advertido ninguna señal de una posible llamada de Dios. La primera entrevista con el Beato Josemaría le impresionó profundamente, como evocaba en Roma en 1975:"-Me preguntó enseguida: ¿cómo te llamas?, ¿tú eres sobrino de Carmen del Portillo? Era mi madrina, hermana de mi padre, que murió muy viejecita y había ayudado mucho al Padre visitando enfermos por los barrios más pobres de Madrid. Y como era mi madrina, además de mi tía, le había dicho al Padre que tenía un sobrino muy listo. Por esto el Padre se acordaba de mí, y de un detalle que mi madrina contaba. Decía que, de pequeño, me gustaban mucho los plátanos, pero por lo visto no sabía pronunciar bien esa palabra y decía palátanos . Por eso el Padre añadió: ¿entonces tú eres aquél al que le gustan mucho los palátanos ?"Al margen de este detalle anecdótico, en aquella brevísima conversación de apenas cinco minutos, sintió que el Fundador del Opus Dei le tomaba en serio, y traslucía gran afecto. Le manifestó cordialmente su deseo de hablar más despacio, largo y tendido. Sacó su agenda, y quedaron citados para cuatro o cinco días después.

Pero no estaba cuando acudió Alvaro:"-Me dio plantón -relataba divertido años más tarde. Se ve que le habían llamado para atender a algún moribundo, y no me pudo avisar, porque no le había dejado mi teléfono".Sin embargo, la imagen de aquel joven sacerdote se había grabado en el alma de Alvaro. Y, tiempo después, cuando ya terminaba el curso académico 1934-35, decidió verle de nuevo, con la idea de saludarle antes de irse ya de vacaciones:"-Me recibió y charlamos con calma de muchas cosas. Después me dijo: mañana tenemos un día de retiro espiritual -era sábado-, ¿por qué no te quedas a hacerlo, antes de ir de veraneo? No me atreví a negarme, aunque mucha gracia no me hacía, porque no sabía de qué se trataba".

Durante ese retiro en la Residencia de Ferraz, vio con claridad una llamada divina que no esperaba, y decidió comprometer su vida en el Opus Dei. El Fundador le explicó que debía ponerle unas letras. Seguramente fue la primera vez que se dirigió al Beato Josemaría con un querido Padre :"-Escribí cuatro líneas -evocaba tanto tiempo después-, redactadas con estilo de ingeniero. Venía a decir: he conocido el espíritu de la Obra, y deseo pedir la admisión; algo así". Tres meses antes, el 11 de marzo, Alvaro había cumplido 21 años. A pesar de lo agotado que estaba el Fundador en aquellas fechas de 1935, le dedicó bastantes horas para formarle en aspectos fundamentales del espíritu del Opus Dei.

Cerca de la boca de Metro del Puente de Vallecas está la calle José Camins. Es una pequeña calle, paralela ala calle Sierra de Javalambre, que es la primera calle que el paseante encuentra a su izquierda, en el comienzo de la Avenida de la Albufera.

San Josemaría recorrió esta zona en diversas ocasiones para atender enfemos y moribundos.