Hospital de Carlos III, antiguo Hospital del Rey

Recorrido histórico de los lugares fundamentales relacionados con la fundación del Opus Dei.

San Josemaría en el Hospital del Rey

San Josemaría acudió a este Hospital con mucha frecuencia para atender a los enfermos, tuberculosos en su mayoría. Les pedía que ofrecieran sus dolores al Señor, por una intención concreta: el Opus Dei. Esos dolores y sufrimientos, decía el Fundador, fueron los cimientos de la Obra de Dios.

Escribió en sus Apuntes el 2 de octubre de 1930, en el segundo aniversario de la Fundación del Opus Dei:

Vengo considerando -y lo pongo aquí, porque luego, leyéndolo, se graba más en mí y me hace bien- que los edificios materiales, en su construcción, tienen gran semejanza con los espirituales.

Y así como aquella veleta dorada del gran edificio, por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra, mientras, por el contrario, un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie lo ve, es de importancia capital para que no se derrumbe la casa..., aunque no brille como el pobre latón dorado allá arriba...

Así, en ese gran edificio, que se llama “la Obra de Dios” y que llenará todo el mundo, no hay que dar importancia a la veleta brillante. ¡Eso ya vendrá! Los cimientos: de ellos depende la solidez toda del conjunto.

Cimientos hondos, muy hondos y fuertes: los sillares de ese cimiento son la oración; la argamasa que unirá estos sillares tiene un nombre solamente: expiación. Orar y sufrir, con alegría. Ahondar mucho; pues, para un edificio gigante, se precisa una base gigante también.

D. Jose María Somoano

El 2 de enero de 1932 el Fundador conoció aquí a José María Somoano, Capellán de la Enfermería de este Hospital. Escribía pocos días después:

El sábado, día dos de enero, fui al Hospital del Rey con Lino. Hablé con D. José Mª Somoano. No fue inútil la oración y la expiación. Yo, a consecuencia de la charla con D. Norberto en la mañana de ese día, andaba caído de fuerzas y estuve, por la tarde al charlar con Somoano, más premioso que de costumbre.

Ya pertenece este amigo a la Obra.

Le recomendé que se dirija por mi P. Sánchez. Me gustó mi tocayo: es un alma de Apóstol. Con D. Norberto rezamos el Te Deum.

San Josemaría ejerció su ministerio sacerdotal más intensamente en este lugar a partir de julio de 1932, tras la muerte santa de José María Somoano —probablemente envenenado por odio a la fe— en la Enfermería de este Hospital. Desde el exterior del Hospital puede contemplarse el Edificio de Enfermería, y los pabellones de Enfermos.

María Ignacia, enferma en el Hospital del rey

María Ignacia García Escobar

María Ignacia García Escobar, enferma de tuberculosis, una de las primeras mujeres del Opus Dei, ingresó en este Hospital el 22 de julio de 1930 y se alojó en el primer cuarto del segundo piso del tercer pabellón.

Pidió la admisión en el Opus Dei el 9 de abril de 1932 y murió santamente en este hospital el 13 de septiembre de 1933. La tumba donde fue enterrada, en el cementerio de Chamartín de la Rosa, desapareció durante la guerra civil española.

San Josemaría tras la muerte de José María Somoano

Escribe Váquez de Prada: "Murió Somoano la noche del sábado 16 de julio, después de dos días de agonía, envenenado. El lunes se le enterró; y don Josemaría, que tantas esperanzas había puesto en esta vocación, la ofreció al Señor. Había muerto mártir, envenenado por odio al sacerdocio. Al regreso del entierro anotó en sus Apuntes:

Día 18 de julio de 1932: El Señor se ha llevado a uno de los nuestros:

José María Somoano, sacerdote admirable

Murió, víctima de la caridad, en el Hospital del Rey (de donde ha sido Capellán hasta el fin, a pesar de todas las furias laicas) en la noche de la fiesta de N. Sra. del Carmen —de quien era devotísimo, vistiendo su santo escapulario—, y, como esta fiesta se celebró en sábado, es seguro que esa misma noche gozaría de Dios. Hermosa alma [...].

Su vida de celo le hizo ganarse las simpatías de cuantos convivieron con él. Se le enterró esta mañana [...]. Hoy, de buena gana, le he dado a Jesús ese socio.

—Está con El y será una gran ayuda. Tenía puestas muchas esperanzas en su carácter, recto y enérgico: Dios lo ha querido para El: bendito sea.

San Josemaría se sintió impulsado a cubrir la baja que la muerte del capellán había ocasionado. «Por esa época —refiere sor Engracia— nos quedamos sin capellán y en esas circunstancias, se presentó ante mí D. Josemaría Escrivá de Balaguer, por entonces era un joven sacerdote que apenas contaría con treinta años de edad, y me dijo que no me apurase por no tener ya Capellán oficial. Que de noche y de día, y a cualquier hora que fuese, y bajo mi responsabilidad, debía llamarle según fuera la gravedad del enfermo que pedía los Santos Sacramentos».

El capellán de Santa Isabel tuvo que hacer un hueco en su horario, que ya era bastante más que apretado. Cruzaba todo Madrid, de sur a norte, de Atocha a Fuencarral, y se llegaba a campo través hasta el Hospital. Aparecía allí todos los martes, para confesar enfermos. Pero, al aumentar los penitentes y alargarse las visitas, se vio obligado a ir a confesar también los sábados.

Los enfermos aguardaban con verdadera ansia la aparición del joven sacerdote. Esperaban de él una palabra de aliento, un gesto, una simple sonrisa que encendiera por dentro. «Cuando venía a confesar y ayudar, con su palabra y su orientación, a nuestros enfermos —cuenta sor María Jesús— les he visto esperarle con alegría y esperanza. Les he visto aceptar el dolor y la muerte con un fervor y una entrega, que daban devoción a quienes les rodeábamos».

Pabellón de Enfermos del Hospital

«Los enfermos que morían en el Hospital no tenían miedo a la muerte —asegura sor Isabel—. La miraban cara a cara y hasta la recibían con alegría». Y recuerda la monja el caso de una chica enferma, cuya única consolación era mirar y remirar el retrato de su novio, que tenía encima de la mesilla de noche. Le habló don Josemaría, y le infundió tal consuelo, que no se preocupó más del retrato y «murió muy santamente».

Casi todos los domingos y días festivos celebraba misa para todo el hospital; y predicaba la homilía. Si hacía buen tiempo, se decía la misa en el jardín, al aire libre, aunque la situación política no estaba como para hacer manifestaciones de carácter litúrgico.

Sala de enfermos del Hospital

El joven sacerdote no se encogía ante el peligro. «Cuando yo le conocí —aclara sobre este punto la Superiora, sor Engracia—, era joven, pero era ya muy sensato, muy serio y muy valiente». Por su aspecto e indumentaria daba testimonio de su condición, vistiendo siempre de sotana.

Existía, sin embargo, en el ambiente un desafío continuo al sacerdote, como se desprende del modo en que sobrevino la muerte de Somoano y de las palabras, claras y lacónicas, de sor Engracia: «Nuestro Hospital estaba entonces distante de la ciudad. Había oposición al clero por parte de la mayoría de las personas que trabajaban allí. Y D. Josemaría tuvo siempre una actitud serena pero enérgica. Se veía, desde entonces, que valía para gobernar. Era un hombre con gran serenidad para todo».

El llegar hasta el Hospital del Rey, por entre descampados, en hábito religioso o clerical, era exponerse a insultos y pedradas. («A nosotras —dice de pasada sor María Jesús— nos apedreaban frecuentemente». No tratarían a don Josemaría con más afecto). Y luego, dentro del hospital, el sacerdote estaba expuesto al contagio de los enfermos infecciosos.

Para confesar en aquellas salas comunes era preciso estar con el oído pegado cerca de la almohada, sufriendo el estertor cargado de los moribundos, y los esputos y las toses de los tuberculosos."