La Puerta del Sol

Recorrido histórico de los lugares fundamentales relacionados con la fundación del Opus Dei.

Desde la Plaza del Angel, donde terminaba el recorrido anterior, caminando por la Plaza de Jacinto Benavente y subiendo por la calle Carretas se llega hasta el centro vital de Madrid, la Puerta del Sol.

Hasta diez calles desembocan en la Puerta del Sol, que ha sido escenario de sucesos decisivos de la historia de España, como el asesinato de Canalejas o la proclamación de la II República.

En ella lució en 1830 la primera farola de gas, con motivo del nacimiento de la reina Isabel II; y fue la primera plaza de España que contó con un alumbrado eléctrico, que se inauguró el día de la boda de Alfonso XII.

Preside la Plaza una estatura ecuestre de Carlos III, considerado por algunos como el mejor alcalde de Madrid.

En la acera de la Puerta del Sol, cerca de la actual Sede de la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid, está el llamado kilómetro cero del que parten todas las carreteras radiales del país.

Esta Plaza sigue teniendo, a comienzos del siglo XXI, la misma animación y congestión de tráfico de siglos pasados, cuando el poeta Quiñones de Benavente cantaba aquello de:

Yo soy la Puerta del Sol,

que a pesar de los paseos,

me vuelven puerta cerrada

la multitud de cocheros.

Cuando san Josemaría vio esta plaza por primera vez, en 1927, estaba atestada de tranvías y carros, y tenía en el centro una entrada de Metro con marquesina de cristal. Había cafés muy conocidos, como el Oriental, el Universal, el del Comercio, el Puerto Rico...

Se sucedían los pregones de los vendedores callejeros, los voceadores de periódicos, los limpiabotas y las loteras, entre el ir y venir de los paseantes que acudían a los famosos cafés: el Oriental, el Universal, el del Comercio... Como se ve en las fotografías, los peatones todavía no se habían acostumbrado a cruzar por los pasos indicados por el Ayuntamiento, y circulaba abiertamente por la Plaza.

El Fundador del Opus Dei subrayó siempre la necesidad de guardar la presencia de Dios entre el ajetreo de la vida cotidiana, como la que tiene lugar en esta plaza.

Escribió, refiriéndose a sí mismo, sin citar ningún lugar concreto, el 26 de marzo de 1932: Es incomprensible: sé de quien está frío (a pesar de su fe, que no admite límites) junto al fuego divinísimo del Sagrario, y luego, en plena calle, entre el ruido de automóviles y tranvías y gentes, ¡leyendo un periódico! vibra con arrebatos de locura de Amor de Dios.

Un olvido en Sol

Cuenta Bonifacia González, teresiana, que san Josemaría "tenía muy arraigada la virtud de la fortaleza. No dejó nunca de asistirnos, aunque ello supusiera para él serios peligros (...).

"Fue en el año 1935. Se nos puso muy grave una enferma joven, tan grave que el médico nos indicó que podía morir en cualquier momento. Acudimos al párroco, el cual nos dijo que corría un serio peligro si salía a la calle. Yo entonces llamé a la casa Central para exponer esta nueva dificultad y allí me dijeron que llamara a D. Josemaría, que él no se negaría.

Y efectivamente, le llamé y se puso en camino.

Tomó el metro y tenía que hacer trasbordo en Sol para tomar el Metro a Ventas y desde allí tomar un tranvía para llegar a nuestra Casa de la Ciudad Lineal.

Pues bien, el hecho es que se pasó sin darse cuenta de la estación de Sol y expresó en voz alta su preocupación por no haberse bajado en Sol...

Esto lo oyó un señor que se acercó y le dijo que volviera rápidamente a su casa, que menos mal que no se había bajado para hacer el trasbordo, pues dos sacerdotes que lo hicieron habían sido objeto de las peores vejaciones...

Siempre he tenido este suceso como milagroso y lo relaciono con los Ángeles Custodios, a los que él tenía tanta devoción, pues ese día era el de octubre".