A lo largo de la calle Fúcar

Recorrido histórico de los lugares fundamentales relacionados con la fundación del Opus Dei.

El paseante cruza la calle de Atocha, tuerce a la izquierda y comienza a caminar hacia arriba. Se encuentra primero con el arranque de la calle de San Pedro, y subiendo por la acera de la calle Atocha encuentra el arranque de la calle del Fúcar La calle del Fúcar (hispanización fonética de Fugger apellido de unos famosos banqueros alemanes) es un ejemplo de lo que se denomina el “Madrid galdosiano”: edificios modestos, de cuatro y cinco pisos, con fachadas de ladrillo y balcones sencillos. Fueron construidos en su mayoría durante el siglo XVIII y XIX.

El caminante recorre esta calle del Fúcar, y va dejando, a la derecha de esta calle, la calle Almadén primero y la calle del Gobernador después, hasta encontrase con la esquina de la calle de la Verónica.

Álvaro del Portillo en sus años de juventud Recuerda Manuel Pérez Sánchez- que en su juventud Álvaro del Portillo participaba en unas reuniones de carácter caritativo con otros estudiantes los sábados por la tarde en la Casa Central de las Conferencias de San Vicente, en esta calle de la Verónica.

“En esas reuniones —cuenta Pérez Sánchez— hacíamos un rato de lectura espiritual y, a continuación, exponíamos los resultados y necesidades de las que habíamos sido testigos la semana anterior, y proponíamos las ayudas que teníamos que llevar la semana siguiente”.

Alvaro del Portillo, que estudiaba ingeniería, dedicaba varias horas de los fines de semana a realizar obras de misericordia con los pobres y necesitados de Madrid.

Recordaba Angel Vegas, que participaba en esas reuniones de la calle de la Verónica la figura de Álvaro del Portillo: “me sorprendía porque era uno de los alumnos más brillantes de la Escuela y, al mismo tiempo, una persona muy tratable y sencilla; muy inteligente, alegre, culto, simpático, amable, y sobre todo -esto es lo que me llamaba la atención- profundamente humilde, de una humildad extraordinaria, que dejaba huella. (...) Una huella de cariño, de bondad, de Amor de Dios”.