Iglesia de Santa Isabel

Recorrido histórico de los lugares relacionados con la fundación del Opus Dei en Madrid.

Contigua al Convento, está la iglesia de Santa Isabel, construida en 1565. Este templo albergó numerosas obras de arte. Muchas fueron destruidas en 1936. Sobre la puerta de la iglesia hay un escudo en piedra que recuerda el Patronazgo real de estos edificios.

San Josemaría celebró Misa por primera vez en esta iglesia el 21 de septiembre de 1931. Escribió en sus Apuntes:

Día de San Mateo— 1931: He celebrado por vez primera la Santa Misa en Santa Isabel. Para toda la gloria de Dios.

El 16 de febrero de 1932 san Josemaría anotó un hecho que tuvo particular resonancia en su vida espiritual: “Después de dar la sagrada Comunión a las monjas, antes de la Santa Misa, le dije a Jesús [...] “te amo más que éstas”. Inmediatamente entendí sin palabras: “obras son amores y no buenas razones”.

Escribe Vázquez de Prada:

"Y una mañana, después de decir misa, al terminar la acción de gracias, escribió de una sentada, junto al presbiterio, en la sacristía de Santa Isabel, el Santo Rosario . No sabemos con certeza qué día de la novena; pero sí que la víspera de la fiesta de la Inmaculada, 7 de diciembre, estaba leyendo en Santa Isabel a dos jóvenes el modo de rezar el rosario, pues esa fue la intención con que lo escribió: ayudar a otros a rezarlo.

Más tarde, cuando hizo el prólogo, cuenta al lector el secreto de ese camino de infancia espiritual:

Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño.

Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños.

[...] Hazte pequeño. Ven conmigo y —éste es el nervio de mi confidencia— viviremos la vida de Jesús, María y José

Así, suavemente, se introduce al lector en escena:

No olvides, amigo mío, que somos niños. La Señora del dulce nombre, María, está recogida en oración.

Tú eres, en aquella casa, lo que quieras ser: un amigo, un criado, un curioso, un vecino... —Yo ahora no me atrevo a ser nada. Me escondo detrás de ti y, pasmado, contemplo la escena:

El Arcángel dice su embajada.

De la presentación de "Santo Rosario" son también estas líneas:

El principio del camino , que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima."

Juan, el lechero

En las gradas de esta iglesia de Santa Isabel solía saludar, llevando en la mano las últimas cántaras de leche que había vendido (como las de la fotografía) todas las mañanas un hombre joven, coherente en su vida cristiana. Era “Juan, el lechero”, al que san Josemaría evocó en algunos de sus escritos.

Este repartidor de leche era un hombre despierto, de gran piedad eucarística, muy querido en el barrio, muy simpático, con una pequeña trabazón a la hora de hablar, que venía desde el Puente de Vallecas y saludaba todos los días al Señor desde este lugar diciéndole : “Jesús, aquí está Juan el lechero ”.

En 1932 este hombre -del que se desconocen más datos, salvo que falleció hacia 1941- estaba soltero y rondaba los treinta años. La gente del barrio le recordaba como un hombre de buen carácter, que piropeaba a las chicas y aguantaba con paciencia las bromas de la chiquillería. A veces les regalaba a los niños unos huevos pequeños, que llamaban de "gallina enana",

Juan v enía todos los días desde el Puente de Vallecas, con su mulo cargado con dos cántaras de leche y una manta para la lluvia. Recorría, vendiendo leche a las parroquianas -como recuerda una de ellas, Francisca Amelia- las calles de El Salitre, La Fe, Esperanza, Tres Peces, Torrecilla del Leal y la Magdalena. Allí dejaba su mulo, en el pasaje Doré, y en la Plazuela de Antón Martín entraba a rezar a la Virgen de la Milagrosa en la iglesia de El Salvador y San Nicolás.

Terminaba su recorrido bajando por la calle de Santa Isabel. Se acercaba al convento y dejaba en el torno del convento una cantarilla pequeña de leche de tres o cuatro litros. Le devolvían la cantarilla del día anterior, vacía. De vuelta, saludaba al Señor en el Sagrario, desde la puerta, con sus cántaras vacias, con el estruendo consiguiente, que escuchaba san Josemaría desde el confesonario, que estaba muy cercano a la puerta.

Escalinatas de la iglesia de Santa Isabel.

Aunque el interior de la iglesia se haya reconstruido,

esta imagen muestra la proximidad

del confesonario a la puerta de entrada

Cuenta Ana Sastre:

"Durante varios días, y mientras ocupa el confesonario de Santa Isabel, oye la puerta de la iglesia que se abre con estrépito y un ruido como de cántaros metálicos.

Por fin, decide averiguar la causa. Se sitúa junto a la puerta, por dentro de la iglesia. Al oír el primer golpe sale y encuentra un lechero que viene con sus cántaros.

-«Pero, tú, ¿qué haces?»

-«Yo, Padre..., vengo cada mañana, abro -no entro con más delicadeza porque no sé; por eso meto este ruido-, y le saludo: Jesús, aquí está Juan el lechero».

Y le parece una oración tan formidable que pasa el día repitiéndola como una jaculatoria: «Señor, aquí está este desgraciado, que no te sabe amar como Juan el lechero».

Santa Isabel en los años de la preguerra y de la contienda

Esta iglesia de Santa Isabel sufrió mucho con los avatares de la preguerra y de la guerra civil española.

“Siguen los incendios —escribió el Fundador el 11 de marzo de 1936— Esta mañana, mientras celebraba la Santa Misa en Santa Isabel, de orden superior les recogieron las carabinas a los guardias...Yo, de acuerdo con las religiosas, consumí un copón casi lleno de formas. –No sé si pasará algo. Señor: basta de sacrilegios”. (Vázquez de Prada, 579)

Seguía anotando, días después, el 25 de marzo de 1936 en sus Apuntes íntimos :

El día 13 intentaron asaltar Santa Isabel. Destrozaron unas puertas. De modo providencial, se quedó la chusma sin gasolina, y no pudieron incendiar más que un poco la puerta exterior de la iglesia, porque huyeron ante una pareja de guardias. (Vázquez de Prada, 579)

A comienzos de la guerra civil, en julio de 1936, el templo de Santa Isabel fue incendiado. El día anteriro Francisca Amelia presenció como saqueaban los objetos litúrgicos y los cuadros. El clima que se respiraba era muy anticristiano. De hecho, algunas chicas del barrio le decían a Juan el Lechero: "cuidado Juanito, que te ven entrar y salir de las iglesias y te van a matar". "No me importa" -respondía. "No tenía miedo -comenta Francisca Amelia-. Tenía fe".