Villa Tevere

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Durante más de once años, en Viale Bruno Buozzi sonarán las piquetas de los albañiles, el ruido de las excavadoras, las voces que los capataces hacen llegar de uno a otro andamio. El Fundador no ha querido bendecir la pimera piedra. Reseva la prisa y la paciencia de su corazón para la última: aquella que ha de coronar el edificio.

El antiguo inmueble recibirá el nombre definitivo de Villa Vecchia, y su estilo se mantendrá aunque los arquitectos construyen dos pisos sobre la primitiva estructura. A un lado irán dos casas con fachada a la calle lateral: una de ellas para alojar, de modo independiente, a la administración doméstica. La otra, llamada Montagnola, para la Asesoría Central, organismo de gobierno de la Sección de mujeres de la Obra. El conjunto entero de la finca responderá al romano nombre de Villa Tevere.

La estructura no puede desentonar del estilo de la zona y de la ciudad. Ha de ser, además, un hogar que dé calor a la vida cotidiana del Opus Dei.

Y como tal hoga se proyecta. Cada rincón, cada pasillo, salita o lugar de reunión, debe hacer patente un modo de ser que aparece en el alma y el cuerpo de Villa Tevere.

Resulta increíble pensar que semejante proyecto ha dado comienzo sin medios económicos para financiarse. Sin embargo, así es. A medida que la Obra se extiende, se solicita ayuda a muchas personas de todo el mundo para construir la Sede Central. Al mismo tiempo, el Padre no se permite una pausa en el camino de amor por las almas. No espera a que se acabe la dificultad de estas obras para impulsar otras actividades. Atiende un abundante apostolado en Italia. Prepara la llegada del Opus Dei a otros países. Programa la formación intelectual y ascética de sus hijas e hijos. Se entrega a un estudio constante. Muchas veces, una contrariedad echa por tierra un trabajo que parecía terminado y hay que volver a empezar. Pero hace honor al Somontano que le vio nacer. Hay en su carácter una gran fortaleza y una capacidad de superar contrariedades por insalvables que parezcan. El lo llama tozudez aragonesa; todos saben que es, en primer lugar, una gigantesca fe en Dios.

"Villa Tevere" se levantará firme, sobre cimiento sólido. En los oratorios se suple con más esfuerzo la escasez de medios, para ofrecer a Dios lo mejor de que se dispone: el más bellamente construido será el de la Santísima Trinidad; el mayor, el de Santa María de la Paz, hoy iglesia Prelaticia.

Arriba, en lo alto de un torreón, se puede leer una gran cartela con las palabras Omnia in bonum!, que el Padre explica así:

«Doctrina paulina (...), que yo he repetido tanto en mis treinta años de vocación al Opus Dei. No hay nunca motivo para perderla paz» (23).

"Omnia in bonum", en lo alto, bien a la vista. Para que se grabe en los ojos y en la mente, y cale hasta el corazón, y se extienda por el mundo entero en siembra de paz y de alegría.

Alegría que inunda la doctrina del Apóstol y que el Fundador apoya en el sentido de filiación divina. Todo cuanto sucede concurre en el bien de los que aman a Dios. Saberse hijos del Padre que está en los Cielos es la certeza de que toda situación, aun aquellas de difícil comprensión humana, tiene su clave en el universal Amor de Dios por sus hijos.

El primer edificio que se termina es el destinado a la Administración, para las mujeres de la Obra que se ocupan de la atención doméstica. El Padre ha dirigido muchos de los detalles, incluso en la decoración interna de la casa. Y les invita, desde entonces, a cuidar especialmente aquello que Dios y la entrega de las gentes de todo el mundo van a poner en sus manos, porque estos muros y estas paredes, les dice, «parecen de piedra y son de amor»(24).

Es decir, cada piedra, cada metro cuadrado, se ha construido sobre el trabajo, el sacrificio y la oración de tantos que ya participan de los apostolados del Opus Dei.

Les rogará, de nuevo, que encomienden al Cielo los pasos de don Alvaro para conseguir créditos con los que sostener y avanzar las tareas comenzadas. A veces los días parecen acelerarse a velocidad increíble. Muchas semanas no hay dinero con qué pagar. Se hacen todas las gestiones posibles. Y de un modo a veces inesperado, siempre se sale a flote. Llega un envío, responden a una llamada, un Banco concede un nuevo crédito. Y todo sigue adelante. Repetidas veces el Padre comenta refiriéndose a don Alvaro:

«Al lado de este hombre es imposible no tener fe»(25).

En los momentos más críticos mantiene el señorío de la generosidad con las personas que prestan algún servicio en la casa. Les invita a participar de algún refrigerio; es espléndido en los salarios, aunque sean las últimas liras que quedan en la casa.

El cuarto del Padre, en los futuros edificios, será una habitación pequeña y austera. El enlosado del suelo, azul y blanco, de forma romboidal. Una cama muy sencilla. Una mesa con tablero que se abre por medio de bisagras. Un sillón de madera y una lámpara de pie, con pantalla.

En la pared un óleo de escuela italiana, ovalado, que representa la Sagrada Familia. A la derecha el Crucifijo. Una inscripción sobre la puerta: «Aparta, Señor, de mí lo que me aparte de Ti » (26).

En la cabecera de la cama, unos mosaicos dibujan un corazón escoltado por esta frase: "Iesus Christus Deus" Homo.

Una mesita de noche y una pequeña banqueta de madera completan la habitación.

En su cuarto de trabajo hay una librería; sobre la pared, las fotografías de los tres primeros hijos suyos que se ordenaron sacerdotes y un rosario de gruesas cuentas. Un tríptico que adorna lo alto de un mueble-cajonera. Un sillón y una mesa de estilo castellano.

Colgada de una pared, una cuerda con la placa metálica numerada que llevan los soldados en tiempo de campaña para su identificación. Está colocada bajo una sencilla acuarela que representa un borriquillo. En la cuerda hay diez nudos. Los hizo un hijo suyo, durante la guerra española, para rezar el Rosario en las trincheras de los campos de batalla.

La ventana, de medianas proporciones, da al llamado "Cortile vecchio". Igual que las puertas y librerías, está pintada en color verde.

En este pequeño despacho, así como en el destinado a don Alvaro, el Fundador rezará, soñará y conducirá la Obra por los caminos de Dios. Esta va a ser época de maduración bajo su impulso. La etapa de la gran expansión por los cinco Continentes.

A través de la ventana mirará con frecuencia el "Cortile vecchio": ese pequeño patio de empaque romano, que tiene tonos ocre y mosaicos de colores. Se puede ver la representación de Santa María, que cabalga en borrico blanco y lleva al Niño entre los brazos. A un lado, tres argollas de hierro viejo dan al conjunto sabor de casa antigua, con invitación de hidalga hospitalidad. Es un lugar para monturas que esperan el comienzo de viaje o que retornan del campo una vez cumplida su misión. Y en el suelo, grabadas en la piedra, las huellas de unos pies descalzos: el estilo romano de indicar la dirección correcta.

Por este cortile silencioso cruzarán sus hijos -un día que hoy queda lejano en el tiempo- con el cuerpo exánime del Fundador; se les habrá ido en plena juventud del alma, en el umbral de su trabajo cotidiano, junto a estos muros levantados con el impulso de su amor a Dios y a los hombres.