Venezuela: en el trópico

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Aquí, en Venezuela, y en otros lugares del trópico, sólo hay dos grandes estaciones: la de las lluvias, a la que se llama invierno, y la de sequía, que -aunque sea más fresca- recibe el nombre de verano.

El Padre llega al aeropuerto de Maiquetía, en Caracas, a las cinco de la tarde del día 15 de agosto; el huracán Alma ha mantenido en estado de alerta los aeropuertos nacionales, pero los vientos han pasado rumbo a occidente y la serenidad impera. Monseñor Escrivá de Balaguer viene todavía enfermo, sin recuperar. Un coche le recoge en la misma pista y sale camino de Altoclaro, una casa a varias decenas de kilómetros del aeropuerto (65).

Hacia la mitad del trayecto, los cerros que rodean la ciudad se ven inundados de «ranchitos» -casas muy pobres hechas con materiales diversos: cartón, planchas de zinc donde viven muchas personas que llegan a la capital, desde el interior del país, a buscar trabajo y mejores condiciones de vida. Aunque este fenómeno se da en muchas de las grandes ciudades de Venezuela, en Caracas es muy acusado, por el número de «ranchitos» y las peculiaridades topográficas de la ciudad (66)

Al verlos desde el coche, el Padre habla a los que le acompañan de la necesidad de no olvidar a estas gentes, facilitándoles formación para adquirir mejores condiciones de vida. Les subraya la urgencia de que muchas personas, con mentalidad cristiana, se ocupen de distribuir bien las inmensas riquezas naturales que Dios ha concedido al país venezolano.

Nada más llegar a Altoclaro se reúne con un pequeño grupo de hijos suyos. Es una hora de emoción. Algunos ven hoy por primera vez al Fundador, aunque lleven años en el Opus Dei. Para cada uno tiene una palabra de afecto, un saludo cercano y familiar. Como si los hubiese conocido desde siempre.

La tarde cae. Hoy, fiesta de la Asunción, el Opus Dei renueva su Consagración al Corazón Dulcísimo de María. El recuerdo vuela hacia aquel otro «ferragosto», cuando el Fundador acudió a la Virgen de Loreto en busca de protección y fortaleza.

En el oratorio, este grupo de hombres, de muy lejana latitud, reza hoy en voz alta la misma confianza, idéntica fe y apoyo en la Madre de Cristo.

A partir del día siguiente empiezan a llegar cartas de sus hijos. De los amigos de la Obra en Venezuela. Todos desean su recuperación: universalmente expresan su cariño. Y tienen la esperanza de poder escucharle.

Durante dos semanas el Padre permanecerá en Altoclaro, sin hacer ninguna salida en público. Son días de intimidad familiar. Pasea por el jardín o por la casa. Toma del brazo al primero que se hace el encontradizo y se lo lleva con él. Le pregunta por su trabajo, por su vida; quizá le cuenta alguna anécdota o le habla de sus hermanos repartidos por todo el mundo; recuerda los detalles chispeantes de cada uno: el oriental que cuida un árbol enano en Brasil con la esperanza de que no crezca; las peripecias de los que se han ido al otro lado de la tierra, Japón, Filipinas, África, para sembrar allí el Opus Dei. Frecuentemente les pide que pongan unas letras a Roma, porque estarán deseando recibirlas.

Tiene deseos de encontrarse con muchos venezolanos. Pero su estado físico no mejora, y les promete que volverá en otra ocasión para pasar horas junto a ellos.

«En Ecuador, toda mi catequesis ha consistido en no hablar, porque el Señor no me lo ha permitido. He sufrido mucho por vuestros hermanos de allí, que me esperaban con tanto cariño. Aquí, en Venezuela, haremos también lo que Dios quiera. Perdonad que no me encuentre del todo bien, y o»alá el Señor permita que podamos tener esas tertulias que decís» .

Los días 29 y 30 de agosto se reúne con dos grupos numerosos en el jardín de Altoclaro. Pero no puede repetirlo más veces.

Cuando se marcha, bromea:

«Me voy como don Quijote de la Mancha: desmantelado el caballo».

Y rápidamente añade:

«Estoy muy contento».

Ya en el aeropuerto, se despide:

«He estado muy a gusto con vosotros, pero no me encontrababien de salud. ¡Qué le vamos a hacer! A vuestro lado he estado muy a gusto, con la pena de no poder hacer nada»(68).

Todo su cariño se afirma en el deseo de volver cuanto antes.