Ecuador: centro del mundo

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

El Padre llega a Ecuador convaleciente de una bronquitis gripal. Pesan sobre él semanas de intenso trabajo, y ahora se añade la eventualidad que suele atacar a los que vienen de otras latitudes: el mal de altura, el «soroche», como lo llaman en Quito.

Desde su llegada hasta el 10 de agosto no podrá ver a nadie ni llevar a cabo plan alguno. Miles de personas esperan todavía la posibilidad de conocerle. En la Residencia Illinízas se ha instalado un gran toldo que cubre toda la cancha deportiva. Por si el Padre puede hablar a los hijos suyos de Ecuador.

Acepta esta limitación que le impide llegar a donde había proyectado. Pero lo asume con el humor y la humildad de quien se sabe llevado y traído por el aire de Dios y no de los planes humanos.

«Bueno, el hombre propone y Dios dispone. Yo estaba tan ilusionado -y sigo estándolo- por haber venido aquí, por encontrarme con vosotros y con todos los demás... Pensaba: hemos de pasar cuarenta y ocho horas descansando un poco -porque parecía necesario-, y después... Después han pasado diez días, y aquí estamos. Ya me podíais haber dicho que teníais estas bromas con la altura y con el tiempo... »(55)

Alguien se lamenta de que los tres mil metros de altitud le hayan tratado tan mal:

-«¡Si lo estoy pasando colosalmente en Quito!

-La altura, Padre, la altura...

-Es que no soy un hombre de altura. De manera que Quito no me ha gastado ninguna broma. Ha sido Nuestro Señor, que sabe cuándo las hace, y juega con nosotros. Mira, lo dice el Espíritu Santo: ludens coram eo omni tempore, ludens in orbe terrarum , en toda la tierra está jugando con nosotros, los hombres, como un padre con su niño pequeño. Ha dicho: éste, que está tan enamorado de la vida de infancia, de una vida de infancia especial, ahora se la voy a hacer sentir yo. Y me ha convertido en un infante. ¡No deja de tener gracia!»(56)

En otro momento, dice en voz alta:

«Jesús, acepto vivir condicionado estos días y toda la vida, y siempre que quieras. Tú me darás la gracia, la alegría y el buen humor para divertirme mucho, para servirte, y para que la aceptación de estas pequeñeces sea oración llena de amor» (57).

Aquí en Ecuador, el Padre imparte la lección de su abandono en manos de Dios y la alegría del Omnia in bonum que tantas veces les ha inculcado. Se siente urgido por tantas almas que le esperan, que desean conocerle y escucharle. Pero no tiene planes personales: su voluntad y sus proyectos se pliegan y coinciden con la Voluntad de Dios.

Había escrito en «Camino»: (58)

«Niño, cuando lo seas de verdad, serás omnipotente».

Y da este ejemplo de confianza y docilidad para cambiar sus planes. Sabe que Dios hará confluir todas las cosas, incluidas sus limitaciones físicas, en una mayor eficacia de su estancia en Ecuador.

Así, echándole alegría, y con la expectación de tantas personas que esperan su recuperación, llega el domingo 11 de agosto. EL Consiliario del Opus Dei en Ecuador anuncia que el Padre asistirá a dos tertulias: una con sus hijos de la Obra, y otra con Cooperadores y amigos.

El primer grupo llegará el día 13. En un lugar sombreado del jardín, el Padre quiere hacerles olvidar su aspecto de enfermo. Habla con ellos animadamente, les hace reír, les impulsa a una lealtad constante y generosa, les da las gracias por su cariño y paciencia, por el amor que han de volcar en Dios, que les mantendrá siempre unidos:

«Por cariño estamos tan a gusto juntos. A mí me parece que os conozco de siempre. A algunos os acabo de conocer; pero estoy tan contento como si os tratara desde que erais pequeños, y os volviera a ver a la vuelta de los años. Y esto lo hace posible el Amor de Dios, el Amor de Jesucristo, la entrega suya. Como El llena toda nuestra vida, se ocupa de que el amor divino se convierta delicadamente en amor humano, limpio, noble, bueno» (59)

Para el día 14 se ha previsto la única reunión algo más numerosa. Monseñor Escrivá de Balaguer ha de realizar un esfuerzo considerable para mantenerse en pie, caminar con naturalidad y encontrar respuesta ágil a todo tipo de preguntas. Una energía que no tiene raíces físicas tira de todo su cuerpo y no le deja resbalar hasta el agotamiento.

Hoy se oye su voz en el jardín, en tono muy bajo y suave:

«Yo pensaba haber danzado de una parte a otra de vuestra hermosa ciudad y de esta tierra encantadora; pensaba haber visto tantas, tantas personas... El Señor no ha querido. Pero os he visto a todos».

En los días que permanece enfermo no ha podido celebrar la Santa Misa, y recibe la Comunión diariamente, de manos de don Alvaro.

«Aquí me encuentro alegre, contento. ¡Cien veces vendría con el mismo empeño y la misma ilusión -aun cuando tuviera también que quedarme sin celebrar la Santa Misa- para estar más cerca de vosotros! Pero le pediría a mí Señor que no me exigiera este sacrificio: cada día tengo más hambre de acercarme al altar, para renovar in persona Christi el sacrificio del Calvario. Os aseguro que para mí, y para cualquier católico coherente, la Misa es el alimento del alma y del cuerpo, porque de ahí arranca la razón

de mi vida»(60)

Por encima del tiempo, los recuerdos se agolpan sobre estas frases del Padre: aquella primera reunión en el asilo de Porta Coeli, cuando tres universitarios asistían al amor y a la fe de un joven sacerdote ante el Santísimo; los años de trabajo junto a los pobres y enfermos, llevando el alimento material y espiritual para su soledad; aquellos estudiantes que veían el alma con que don Josemaría celebraba el Sacrificio de la Misa... Este amor ha ido creciendo hasta inundar su ser.

«Estos días que llevo aquí han sido para mí de mucha enseñanza. He aprendido tanto de la piedad ecuatoriana, que es una piedad enraizada de verdad en el Evangelio. Me ha conmovido sobre todo (...) el amor que manifestáis a San José. Yo vengo predicando ese amor desde hace años; no lo puedo separar de Jesús y de María. Si el Señor escogió a su Madre desde la eternidad, si nos ha escogido a nosotros también, es justo pensar que eligió al que había de servirle de padre en la tierra: a José (...).

Casi sin moverme en esta casa, me he encontrado con dos o tres imágenes, que aquí son muy corrientes por lo visto, de San José con el Niño Jesús en brazos, y Jesús coronando a su padre adoptivo. ¡Qué bonito!»(61)

A un grupo de sacerdotes que asiste, les dice:

«Rezad por mí, para que sea bueno y fiel. No penséis, por esta voz desmayada, que soy un abuelo. No lo soy; soy joven y me siento joven, puedo tirar todavía en el servicio del Señor, si es su voluntad. Y El me ha dado un espíritu de no desear morir, de mirar la vida con alegría, con optimismo»(62).

El 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Virgen, el Padre vuela rumbo a Venezuela. Ese mismo día, la prensa publica un artículo dando cuenta de la estancia del Fundador del Opus Dei en Ecuador:

«Llegó sin ruido, como suelen llegar los caminantes. Ni un flash para la prensa, ni unas declaraciones televisadas, ni nada de verdadero ruido (...). Como caminante, como apóstol a quien sólo interesa la gloria de Dios y mostrar con su palabra familiar y cálida la manera de santificar la vida por el trabajo y hacer ver la realidad del destino sobrenatural del hombre (...).

Me decían que con un hablar reposado y claro, de un inconfundible matiz aragonés, había elogiado a nuestra ciudad y a nuestras gentes, manifestando ser para él una prueba de Dios no haber podido recorrer la ciudad y tratado al mayor número de personas posibles. Se había referido a las cosas pequeñas, al amor de Dios y de los hombres, a la santidad de la vida, a la participación de los padres en la educación de los hijos y a la libertad del hombre... »(63).

Mientras el avión toma altura, parece oírse en el aire el eco de la última letrilla que cantaron para él los muchachos:

«Oye, te digo en secreto

que te amo de veras,

que sigo de cerca tus pasos

aunque tú no quieras».

«No tengáis nunca miedo -les dirá el Padre- de emplear canciones que hablan de amor humano limpio, para tratar del amor divino. Porque se ama con un solo corazón (...). El nos ama de esa manera, con locura, a cada uno, como si no hubiera más que una criatura en la tierra»(64)