Chile: ¡mar adentro!

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

El Padre ha cruzado la cordillera de los Andes, el gran coloso nevado, y sobrevuela ya territorio chileno. Una tromba de agua ha caído sobre las calles de Santiago; en siete días ha llovido más que en todo un año. Pero el Boeing de la British Caledonian ha embestido las nubes que ocultan las montañas y toma tierra, suavemente, en esta mañana del 28 de junio.

Hace casi veinticinco años que don Adolfo Rodríguez Vidal llegó, completamente solo, a este confin de la tierra. Hoy se adelanta hacia el avión, para dar el primer abrazo al Fundador de la Obra. El Padre bromea con él:

-«¿Dónde están los Andes?; me estáis engañando. Yo tengo que tener fe, una fe tremenda para tragarme que hay Andes, toda una montaña inmensa ahí. ¡Si no la he visto! »(34)

El coche que ha recogido a Monseñor Escrivá de Balaguer toma la ruta de un Centro de la Obra en Santiago, donde tiene su sede la Comisión Regional.

Desde que llega a la casa tiene deseos de hablar con los chicos de Alameda , una Residencia universitaria cercana. Quiere impulsarles a ser mejores, a emplearse a fondo en la bella y ardua tarea de formarse como hombres cristianos. Recuerda muy bien aquellos comienzos de la Obra, con las Residencias de Ferraz, Jenner, Samaniego ... Y su dedicación permanente a la juventud. Podrá verles al día siguiente de su llegada, el 29 de junio.

-«Padre: yo no soy miembro del Opus Dei, pero ¿cómo podría llegar a serlo?

-¡Oye...!, ¿cuántos años tienes? -Quince, Padre.

-A tu edad, tampoco yo era miembro del Opus Dei, ni sabía lo que era el Opus Dei... ¡ni existía el Opus Dei!» Y le sigue explicando:

«Yo tenía las mismas inquietudes tuyas. A tu edad, más o menos, cuando las pasiones empiezan a removerse y le tiran a uno de la ropa, por aquí, por allá y por el otro lado, y la vista se va, ¡barrunté el Amor! No me pongo colorado para decírtelo: éstos no se enteran. Estamos tú y yo solos. Yo tenía tu edad, cuando barrunté el Amor; y di un cambiazo, con la gracia del Señor. No es que antes fuera malo. ¿Quién sabe si no estás barruntando tú el Amor?

El Opus Dei es un camino de amor. En el Opus Dei se puede andar por todos los caminos de la tierra haciéndolos divinos, sin dejar de ser muy humanos, porque Dios Nuestro Señor no nos pide cosas deshumanas. Si te estoy hablando con este cariño de hermano mayor y de Padre, es porque soy hombre lo mismo que tú. Y cuando hablo con mi Señor -con Dios- (...), le digo que le quiero, porque es verdad. Con este corazón, que hubiera podido poner en el cariño de una mujer; con este corazón, con el que he querido a mi madre y a mi padre, te estoy respondiendo a ti y trato con Dios.

Yo creo que barruntas algo. ¡Déjate llevar por la gracia! ¡Deja a tu corazón que vuele! (...). Hazte tu pequeña novela: una novela de sacrificios y de heroísmos. Con la gracia de Dios, te quedarás corto» (35).

Allá atrás se oye un nuevo interrogante:

-«¿Cómo hacer más viva y apasionante nuestra vida espiritual, y cómo contagiar a los demás, a los que nos rodean?».

-«Si tú eres piadoso, no seas beato: sé normal, corriente, agradable, simpático... No te vas a poner a hacer piruetas por ahí; pero si eres deportista, sé buen deportista; si eres estudiante, pórtate con gracia; si alguna vez organizas una barrabasada, que tenga también un poco de salero... » (36).

En la mañana del 30 de junio, se reúne, en el cuarto de estar de la casa de la Comisión Regional, con un grupo. Frente a la puerta de entrada, a la izquierda de la chimenea, está la vitrina llena de objetos entrañables: unos han sido regalo del Padre enviados desde Roma; otros van unidos a la historia de los primeros años de trabajo en Chile.

Les habla de vocación fiel, de amor, de alegría... De todo cuanto debe inundar la vida de quienes Dios ha llamado por su nombre en medio de las tareas del mundo... Como hizo con los primeros discípulos; como hará siempre, a lo largo del tiempo, porque la Iglesia no tiene fin.

«El Señor nos hará felices. Nos quiere felices en la tierra, a sus hijos en el Opus Dei. La alegría nos corresponde como un tesoro inherente a nuestra vocación»(37).

Cuando termina este rato de charla, mira despacio a los que le rodean y les quiere llenar de ánimo apostólico para abrazar Chile desde la primera estribación de los Andes, hasta la Tierra de Fuego.

«¡Que no estemos conformes con ser tan pocos! ¡Que echéis las redes en nombre de Dios! Duc in altum! Mar adentro. Os mandaré un cáliz en el cual voy a poner: duc in altum! Y las redes deben llenarse de almas de Chile, de chilenos bien formados, fuertes como los Andes»(38).

En otro momento habla del gozo en que se torna toda contrariedad si está apoyado en un sentido permanente de filiación divina:

«A Dios lo encontramos en nuestra vida diaria, en nuestros momentos de cada día aparentemente iguales, de hoy, de mañana y de ayer, de anteayer y de pasado mañana. Está en nuestra comida y en nuestra cena, en nuestra conversación y en nuestro llanto y en nuestra sonrisa. Está en todo. Dios es Padre»(39)

El día 5 de julio llega a manos del Consiliario una carta. Es de la Priora de un convento de Carmelitas descalzas:

«Hemos sabido que Monseñor Escrivá se encuentra actualmente en Santiago. Sé que a su paso por España visitó varios conventos de Carmelitas, por el entrañable amor que tiene a nuestra Madre Teresa. Por lo mismo esperamos que, entre sus muchos compromisos, pueda hacerse un ratito para llegar hasta aquí. Pues tanto alcanzas cuanto esperas, esperamos conseguir esta gran bondad del Padre; pero si no le fuese posible, siempre lo tendríamos presente en nuestras oraciones como si hubiésemos recibido su visita».

Y como en la mañana no queda otro hueco, una hora más tarde ya está en el locutorio, dirigiéndose a todas las religiosas.

«La Madre Teresa tenía mucho amor al sacerdocio; quería que los sacerdotes fuéramos muy santos y muy doctos: rezad vosotras para que sea así. Con la oración conseguiréis más que con nada. Necesitamos esa ayuda; no abandonéis a los sacerdotes, no nos abandonéis».

El silencio del otro lado de la reja se hace profundo, el Padre sigue hablando de vida contemplativa:

-«Vosotras seréis dichosas si cumplís vuestras Reglas, si no os apartáis del buen espíritu de la Madre Teresa, que tan mal lo pasó en esta tierra, aun cuando tenía buen humor. Era simpática y agradable. Pero ¡cómo la trataron!, ¿os acordáis? No se pueden decir cosas peores de una mujer. Ahora la veis en los altares, y sabéis que es vuestra Madre, y es doctora y santa».

El Padre parece no tener prisa. Habla con entusiasmo a estas religiosas. Les hace responsables de este inmenso caudal dentro de la Iglesia, de la rectificación de tantas sendas, de la luz necesaria para los que se desvían... Les hace responsables del mundo entero:

«Tengo yo más fe en vosotras que en un ejército».

Han pasado veinte minutos. Le esperan en otra reunión:

«Rezad por el Opus Dei, para que no dejemos de ser esas almas contemplativas que llevan su celda en el corazón, y que recorren los caminos todos de la tierra para hacerlos divinos, santificando el trabajo... ».

Y después de bendecirlas, el Padre se marcha. Pero antes les entrega una gran caja de dulces, que ha hecho comprar para ellas. Camino de la calle sale a su encuentro un fraile capuchino: es el Obispo de Osorno, una diócesis del sur de Chile. Ha escuchado las palabras de Monseñor Escrivá de Balaguer a las Carmelitas. Está asombrado y contento.

-«Ahora no se usa hablar así de santidad».

Unos días más tarde, la Priora escribe al Padre una carta en la que expresa el sentir unánime de la Comunidad:

«No tenemos palabras para agradecerle la visita que nos hizo. En las conversaciones con el Señor esperamos saber decírselo, para que El le pague todo el bien que recibimos de usted (...).

Monseñor, parece que le hubiera conocido toda la vida, y por eso la pluma corre, pero voy a despedirme para no abusar de su paciencia y bondad. Le suplico un recuerdo en la Santa Misa por todas»(40)

Las grandes tertulias de Chile tendrán lugar en la Residencia Universitaria Alameda o en Tabancura , un colegio promovido por varios padres de familia que, como ocurre en tantos países, han encomendado la dirección espiritual al Opus Dei. Durante cinco días, Tabancura dará cabida a miles de personas. Los más jóvenes se sientan en el suelo para aprovechar el espacio. También hay gente madura, matrimonios, estudiantes, empresarios, trabajadores manuales...

«Me ha venido al pensamiento el recuerdo, lejano y próximo, de un sacerdote joven, un querer de Dios, un imposible humano. Y en la soledad acompañada de una capilla, aquel sacerdote levantaba la Hostia Santa para bendecir a un grupito pequeño, heterogéneo, de almas: obreros, empleados, universitarios. Aquello ya era una familia, una familia universal»(41).

Recuerda el Padre, con estas palabras, los comienzos de la Obra en Madrid, cuando los primeros le seguían, en momentos en los que la realidad de hoy parecía un sueño imposible. Pero no quiere alargarse. Desea que le pregunten. Que salte el tema espontáneo entre el público. De la dinámica gozosa de estas reuniones en Alameda o en Tabancura da cuenta el comentario aparecido, pocos días después, en el diario «El Mercurio», de Santiago de Chile:

«El Centro Universitario Alameda y el Colegio Tabancura se hacen estrechos para contener al gentío que, mañana y tarde, a lo largo de casi dos semanas, acude por millares para ver y oír al Fundador del Opus Dei (...). Parejas jóvenes y muchos, muchos estudiantes forman esta abigarrada multitud, que a pesar del número es familia (...).

Cuando ingresa al recinto Monseñor Escrivá de Balaguer, este clima íntimo se arremolina en oleadas de cariño alrededor de su persona: cuando comienza a hablar, parece que no hubiera más que él y un interlocutor único -que es uno, que somos todos fundidos en uno solo- frente al hombre de Dios. Un muchacho le acomoda el micrófono al pecho. "Mi cencerro", bromea. "¿Veis cómo me llevan atado?" (...). Mientras pasea por el estrado con movimientos vivos y calmos a la vez, explica que no le importa hacer el juglar de Dios, si eso aprovecha a las almas (...).

Sus palabras sobre la Eucaristía y la Presencia Real de Cristo en el Sagrario desbordan los sentimientos más íntimos de su corazón sacerdotal. Describe las situaciones cotidianas del hogar y la familia con un realismo picaresco al que es imposible negar el asentimiento. A los esposos les pide que se quieran como novios hasta la ancianidad y la muerte. A los jóvenes les describe la opción entre bestialidad y pureza con acento rotundísimo. De la vocación divina habla con toda la fuerza de la experiencia personal (...).

Como Teresa de Avila, posee el genio del idioma en forma inocente; es decir, el gran orador y el gran escritor que hay en él están disueltos en su misión pastoral (...).

El juglar de Dios ha hecho su trabajo, y el Espíritu Santo que lo lleva y lo trae por el mundo, ha hecho el suyo» (42).

La víspera de su partida de Chile se acerca al Santuario de Lo Vásquez para rezar ante la Inmaculada. Una multitud de hijas e hijos suyos, así como amigos y Cooperadores de la Obra, llenará el templo. La imagen, con manto azul bordado como en los días festivos, recibirá su oración entre una copiosa ofrenda de flores y luces encendidas.

El 9 de julio sale hacia Perú. El aeropuerto de Pudahuel, ubicado en la parte baja del valle de Mapocho, se cubre con una espesa niebla matinal. El avión despegará a las nueve y quince. Durante la espera, los que han ido a despedirle recuerdan sus palabras, su cariño, el intenso sabor de intimidad que ha dado a su estancia en tierras chilenas. En algún hombre mayor, ajetreado por la existencia, ha quedado el eco de frases como ésta:

-«Con sólo una persona que haya llevado una vida un poco abandonada, y ahora vuelva, y se confiese, yo no habré perdido el tiempo».

Y en el alma de muchos jóvenes repican, como invitación heroica y alegre, aquellas palabras finales del Padre:

«Jesucristo (...) os puede echar la mirada que echó a Juan, y entonces apuntaréis la hora en que os miró, y quizá le diréis lo que yo os he contado que le digo a veces: Señor, tengo ganas de ver tu rostro; te quiero tanto, que tengo muchas ganas de contemplarte... Con una juventud eterna -da lo mismo que hayáis cumplido veinte años, que después sesenta, setenta u ochenta, no importa nada- porque seréis jóvenes siempre »(43)