Buena química

M. Àngels Carvajal es doctora en Química. Tiene 31 años y ha pasado algunos en el extranjero, en estancias de investigación. Actualmente trabaja en el departamento de Química Física de la Universidad Rovira i Virgili, en Tarragona.

M. Àngels Carvajal

Desde siempre me han gustado las ciencias y cuando acabé la carrera de Química se presentó la ocasión de hacer la tesis doctoral y, posteriormente, la oportunidad de hacer investigación en el extranjero. Primero estuve un año y medio en Italia, en la Università degli Studi di Bologna; después un año en Francia, en la École Normale Supérieure de Lyon; y finalmente dos años en Jerusalén, en la Hebrew University of Jerusalén.

Pienso que, en conjunto, todo ha sido muy enriquecedor. Vivir y trabajar en tres países diferentes en cuatro años puede parecer un poco “movido”. Por otro lado, no tengo la impresión que haya hecho cosas tan diferentes.

Entrada principal de l'École Normale Supérieure de Lyon

Siendo del Opus Dei, tenía claro que se trataba de luchar para ser santa en cualquier circunstancia (país, ciudad, proyecto...), lo cual simplificaba mucho las cosas. Durante mi estancia en Italia tuve la oportunidad de participar en una tertulia con el Prelado del Opus Dei y recuerdo que una chica le comentó que se trasladaba a vivir a otra ciudad. El Padre le dijo que Jesús le esperaba en la Eucaristía, en el Tabernáculo, en la nueva ciudad, el mismo Jesús que estaba allí donde vivía en aquel momento. Estas palabras me han ayudado mucho y siempre que sabía que debía ir a otro país las he considerado. Cuando las novedades del país se hacían notar, cuando estaba más sorprendida por las peculiaridades de las nuevas situaciones... aquello que no cambiaba era que el Señor siempre estaba en el Sagrario esperándome y apoyándome.

El hecho de haber estado en países tan diferentes me ha hecho pasar por momentos que nunca hubiese imaginado que pudiesen haber acontecido en Barcelona, como la experiencia de seguir la elección del Santo Padre Benedicto XVI en Italia, en el laboratorio y con  gente viniendo de toda la planta para ver quién había sido elegido, o una Navidad en Jerusalén en que nadie del equipo sabía qué pasaba el 25 de diciembre.

El departamento de Química G. Ciamician de la Universidad de Bolonia

Conocer a gente de lugares tan diferentes me ha dado la oportunidad de tener conversaciones sobre Dios con gente con formación y backgrounds culturales muy diferentes. Recuerdo una conversación encantadora con un profesor italiano que se declaraba agnóstico pero que al mismo tiempo decía: “si fa fatica a non credere” (“las cosas, los procesos naturales son tan bonitos que cuesta no creer”). Y otro momento divertido fue una conversación de un compañero chino, joven, de China continental, declarando que se consideraba ateo, que sólo creía en la ciencia, ante la incredulidad de un profesor judío de cierta edad y gran prestigio, al que le parecía imposible que realmente se pudiese ser ateo “de verdad”. Una compañera judía le explicó a este chico que precisamente la ciencia es un camino para conocer a Dios, cómo actúa, etc.

Un compañero francés también me manifestó su perplejidad, porque a él siempre le habían enseñado que la ciencia y la fe son incompatibles, y se había encontrado conmigo: ¡por primer vez conocía a alguien que se dedicaba a la ciencia y al mismo tiempo tenía fe! Personalmente no encuentro que sean incompatibles, más bien la fe hace que en cierto modo uno disfrute más de la investigación científica, porque a la satisfacción de ir conociendo cómo funcionan las cosas de la naturaleza, se añade la alegría de poder admirar el amor que hay detrás de todo: la naturaleza es como si fuera un regalo. El regalo en sí mismo es maravilloso y se puede disfrutar, pero da mucha más alegría conocer quien te lo está regalando y saber que lo ha hecho porque te quiere. Un profesor de Barcelona (no demasiado católico, por cierto) me decía que para él la investigación es como jugar con Dios, porque a medida que uno va descubriendo y entendiendo cosas, aparecen más interrogantes. Es como si Dios nos quisiese tener entretenidos. 

La investigación que hago es bastante difícil de explicar, por mucho que simplifique... He estudiado el mecanismo de las reacciones químicas y enzimáticas y hago simulaciones en materiales fotomagnéticos mediante simulaciones por ordenador. El hecho de poder ofrecer a Dios el trabajo es mucho gratificante: cuando las cosas salen, se puede compartir con Él, y cuando no, no es un fracaso absoluto porque el esfuerzo ofrecido tiene valor en sí mismo, independientemente del resultado –y en ciencia los proyectos suelen “no salir”... hasta que salen–, o sea que hay muchas horas de trabajo que las valora sólo Dios.

Otra experiencia interesante es ver la labor del Opus Dei en lugares diferentes y ver cómo en todos sitios hay gente que valora el espíritu del Opus Dei. Además, he podido colaborar en las actividades que se realizan en los diferentes lugares: desde dar clases de formación cristiana en italiano-catalán-castellano en Florencia, hasta clases de cocina en inglés-hebreo-árabe a niñas a Nazareth. Hacerse entender es un reto y muchas veces muy divertido. 

Con mi amiga Rinat

Una de las cosas que me planteé en las estancias de investigación -y supongo que todo el mundo se lo plantea, sea donde sea- es que podía enfocar mi vida para dedicarme “sólo” trabajar, o hacerlo compatible con colaborar en las actividades que ofrece el Opus Dei en los diferentes lugares. De hecho, la alternativa real que se plantea es: o vivir para uno mismo, o para Dios y los demás. No es una alternativa entre ciencia y Dios, porque en la ciencia encuentro a Dios. La clave es hacerse un horario y aprovechar más el tiempo. Obviamente no siempre lo logro, pero en eso no encuentro que sea demasiado diferente a mis amigas, que empiezan a tener hijos y les salen imprevistos cada día... Digamos que no quiere decir que a una le salga todo pero esta lucha y “ocupación” dan sentido a la vida.