Viaje por Centroeuropa

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

No es la primera vez que el Padre cruza las fronteras de Europa. Ya en noviembre de 1949 escribía a sus hijos de Portugal:

«Queridísimos: Al entrar en Austria y Alemania por vez primera, recuerdo emocionado mi primer viaje por esas tierras benditas de Portugal. Encomendad de firme las cosas, para que el Señor no mire nuestras miserias, sino nuestra fe, y podamos pronto emprender definitivamente la labor en el centro de Europa.

Un fuerte abrazo a todos. La bendición de vuestro Padre»(2).

En abril y noviembre de 1955 lleva a cabo desplazamientos a través de varios países del Viejo Continente. En Villa Tevere saben que estos recorridos del Padre, al que acompañan don Álvaro y Giorgio de Filipi, están encaminados a ensanchar el horizonte de la Obra. Por eso, cada uno trata de ocupar un lugar imaginario dentro del coche que conduce al Fundador, y ayuda a la empresa con su oración y con la esperanza de recoger pronto la cosecha de esta siembra que está iniciando el Padre. Tienen una idea aproximada de los trayectos previstos. Y cuando la imaginación se ha salido de ruta, reciben una tarjeta por correo que vuelve a enderezar la dirección.

El día 16 de noviembre, en las primeras horas de la tarde, llega el coche a Milán. El Padre aprovecha para conocer la casa; bromea sobre la utilización de espacios -hasta el sótano-, con una iluminación que pretende suplir la falta de luz natural. Habla con los milaneses de su ciudad, de sus estudios, actividades y proyectos. Hojea despacio el álbum de fotografías, a través del que se sitúa en los acontecimientos que han sucedido. Incluso elige unas cuantas para que las envíen a Roma: les gustará conocerlas. Pero el tiempo vuela y queda mucho camino. Le acompañan hasta el coche y ahora resulta más fácil seguir con el pensamiento esa carretera que se desliza bajo las ruedas.

Al llegar a Francia, quiere acercarse a la tumba del Santo Cura de Ars para poner en sus manos un montón de intenciones. Entran en Ars el domingo por la mañana. Un oficio religioso solemne, al que asiste prácticamente todo el pueblo, induce a reflexionar sobre la huella que ha dejado este santo en su parroquia y en toda la Iglesia Católica. Durante cuarenta y dos años la vida de San Juan Bautista María Vianney estuvo marcada por el amor sin límites a su vocación sacerdotal, por la mortificación y entrega a las almas. El Santo Cura de Ars, como se le llama familiarmente en la Iglesia, llegó a pasar más de dieciséis horas diarias en el confesonario, perdonando los pecados en nombre de Dios, alentando, ofreciendo el calor de su afecto humano y de su identificación con Jesucristo Sacerdote. Pío XI le declaró Patrono de todo el clero secular. En este día festivo de 1955, frío y traspasado de luz, el Padre pide también, junto al corazón de este hombre de Dios, por sus hijos sacerdotes en el Opus Dei.

De nuevo en la carretera, camino de la frontera belga, se acercan al mar del Norte. Desde la costa, el Padre dedica un recuerdo a todas las personas del Opus Dei que están en Inglaterra e Irlanda... ¡Tiene tantas ganas de verles!...

Los descansos son breves. La misión del viaje se cumple al máximo: visitar autoridades y jerarquías de la Iglesia para explicarles el Opus Dei y preparar los comienzos de la Obra en nuevas ciudades. Y sembrar, él lo ha repetido siempre, el campo nuevo con una vieja fe de apóstol: la oración, única arma de paz, única certeza de éxito que Jesucristo legó a sus amigos.

Además, pasa algunas horas con sus hijos, dispersos ya en varios países, les anima en su lucha por alcanzar la santidad, en su empeño por poner a Cristo en la cumbre de su trabajo profesional y en la expansión apostólica de la Obra entre sus compañeros y amigos. Después de la visita del Padre, todos sienten un nuevo impulso.

La frontera de Holanda está a la vista. Desde La Haya vuelve a aparecer la profundidad gris del mar del Norte. Corre el coche camino de Amsterdam. Atardece cuando entran en la capital de los Países Bajos, y un sin fin de luces pulula por las calles: son bicicletas que cruzan en todas direcciones. Está cerca la Navidad, las tiendas y canales se iluminan, y todos avivan la ilusión de las próximas fiestas: San Nicolás aparece en cualquier esquina.

El coche seguirá rodando hacia Alemania. Hace mucho frío y la nieve es un encuentro lógico en estas tierras durante el mes de diciembre. A pesar de todo, el Padre trabaja exhaustivamente en las escalas del viaje. Además de las gestiones previstas, observa monumentos, plazas, detalles artísticos. Se empapa del ambiente cotidiano del país. En Colonia, su llegada a la Catedral es obligada. Cuando está en el pórtico, descubre a uno de sus hijos. Alegría y sorpresa. Después de un fuerte abrazo y el inmediato intercambio de preguntas, el Padre no quiere que abandone sus ocupaciones a causa del encuentro. Al volver a casa, le esperarán reunidos.

Ruedan hacia Bonn, ciudad de comienzo para la Obra en Alemania. Nueve meses separan su anterior viaje a esta ciudad, de la fecha de hoy. Siguen con muy pocos medios materiales, pero tienen la alegría de darlo todo por Dios. El Padre ya había augurado una gran abundancia de vocaciones: «la hora de la cosecha ha llegado, ya veréis, para ser sembradores de paz y de alegría en el mundo»'. Ahora les abraza de nuevo y les confirma en su entrega(3).

El viaje de Bonn a Viena será costoso. La niebla es muy espesa y no tienen más solución que pegarse, materialmente, a un coche que conoce mejor la carretera. La capital del antiguo imperio austro-húngaro les recibe con el esplendor de su ambiente serio y elegante.

Hoy, el Padre camina hacia la Catedral de San Esteban. Nada más entrar, a la derecha, hay una imagen de la Virgen María Pótsch.

Ante este icono pintado por Stephan Papp, a cuyos pies el pueblo deja, cada día, flores y cirios encendidos, se arrodilla este 3 de diciembre de 1955. Austria es la puerta de Europa. Hacia el Oriente europeo y más lejos aún, partirán sus hijas e hijos un día no lejano, camino de esas tierras por donde inicia el sol su amanecer. Ellos llevarán la luz dentro del alma. Es relato evangélico que, cuando Cristo vino al mundo, tres personajes importantes, Magos de Oriente, llegaron para adorar al nacido Rey de los judíos. Hoy es Cristo quien ha de caminar en los corazones de sus hermanos los hombres, para devolver su visita a las tierras de Oriente. Ante esta Virgen, el Fundador reza por primera vez una invocación: Sancta Maria, Stella Orientis, filios tuos adiuva! Anotará la frase en su agenda después de celebrar la Santa Misa, al día siguiente, en la Catedral.

Dentro de muy poco tiempo estas palabras se repetirán en muy diversos lugares del mundo; es una súplica afectuosa para que la Señora abra los caminos de la Obra de uno a otro extremo de la tierra.

Años después dirá a un alumno del Colegio Romano, de nacionalidad austriaca:

«Seréis mis hijos austríacos los que deis un buen empujón, desde vuestra tierra, a toda la labor en la Europa Oriental; y, desde otro lado, lo harán mis hijos de Asia, especialmente mis filipinos... A ver si os dais un buen abrazo»(4).

Está soñando hoy el Fundador del Opus Dei. Pero no en empeños inalcanzables. Porque quien abre los caminos es Dios y es su largueza quien da la medida para la andadura de sus hijos. Por eso, porque conoce la magnanimidad del Cielo, les sigue repitiendo: «¡soñad... y os quedaréis cortos!».

Desde Viena, vuelven a Bonn. En el retorno, la niebla ha desaparecido y el viaje es más rápido y fácil. A través de las ventanillas del coche se ven resplandecientes las capas de nieve que cubren los tramos del camino.

El 7 de diciembre está en Bonn. La casa entera se reúne alrededor de la mesa, junto al Padre. No hay apenas utensilios: el que tiene cuchara de sopa no dispone de cubierto para el postre, y viceversa. Monseñor Escrivá de Balaguer se siente a gusto:

«Así hemos comenzado siempre»(5).

Adelante. Espera mucho de estos países en los que ha enterrado el primer germen de amor y de trabajo. Sabe que todo llegará a buen puerto. Ahora, es preciso volver a Roma.

De nuevo el camino. El día 11 el Padre llega a Villa Tevere . Han cruzado veinte fronteras y recorrido miles de kilómetros.

Algún tiempo después, en la Sede Central y en un pequeño oratorio de paredes claras, se pondrá un cuadro que perteneció a doña Dolores Albás, con la advocación: Sancta María, Stella Orientis, filios tuos adiuva!

El Padre dedicará el oratorio a esta Virgen, para encomendar la labor en Oriente y a la memoria del icono de la Catedral de Viena, ciudad-frontera entre las dos Europas.