Vocación docente

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Los primeros miembros del Opus Dei recuerdan la pasión con que el Padre estudiaba la posibilidad de establecer centros docentes. Juan Jiménez Vargas oyó de sus labios una clarísima exposición acerca de estas iniciativas en el ámbito de la enseñanza.

Serían promovidas por algunos de los miembros de la Obra dedicados profesionalmente a la docencia, ya que otros muchos preferirían seguir trabajando en áreas del Estado o de entidades privadas. «Puedo asegurar -concluye- que, cuando me hablaron del planteamiento de la Universidad de Navarra, casi veinte años después, no me sorprendió nada, porque era idea conocida». El propio Fundador expone así el proyecto de la Universidad de Navarra: «Surgió en 1952 -después de rezar durante años: siento alegría al decirlo- con la ilusión de dar vida a una institución universitaria, en la que cuajaran los ideales culturales y apostólicos de un grupo de profesores que sentían con hondura el quehacer docente. Aspiraba entonces -y aspira ahora- a contribuir, codo con codo con las demás universidades, a solucionar un grave problema educativo: el de España y el de otros muchos países, que necesitan hombres bien preparados para construir una sociedad más justa» (19)

«Esta es una Universidad más de España. Yo amo a la Universidad: me honro de haber sido alumno de la Universidad española»(20).

Efectivamente, su licenciatura en Zaragoza, los estudios eclesiásticos en su Universidad Pontificia, los años de profesor en Zaragoza y Madrid así como los Doctorados civiles y teológicos, las investiduras Honoris Causa en Filosofía y Letras y los nombramientos de Gran Canciller de Navarra y Piura, avalan su total dedicación a la Universidad. Y, sobre todo, la entrega de su esfuerzo a la formación de una juventud que acude a las aulas de todo el mundo.

Monseñor Escrivá de Balaguer es, en el sentido más total de la palabra, un universitario. Un hombre universal que se enfrenta a empresas de envergadura con el espíritu de los magnánimos:

«Miremos con ánimo grande hacia el porvenir. Ayudar a forjarlo es labor de muchos, pero muy específicamente empeño vuestro, profesores universitarios. No hay Universidad propiamente en las Escuelas donde, a la transmisión de los sabores, no se una la formación enteriza de las personalidades jóvenes»(21).

El ideal cristiano no se aparta de los problemas que afectan a una sociedad y en un momento histórico, sino que contribuye a resolverlos, precisamente, desde el espíritu cristiano.

Este es el motivo por el que la Obra, corporativamente, se implica en diversas iniciativas. Pero con un criterio claro de que el Opus Dei aborda actividades que constituyan, de modo evidente, un apostolado cristiano.

En «Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer», el Padre concluía:

«Para llevar adelante estas labores se cuenta en primer lugar con el trabajo personal de los miembros, que en ocasiones se dedican plenamente a ellas. Y también con la ayuda generosa que prestan tantas personas, cristianas o no. Algunos se sienten movidos a colaborar por razones espirituales; otros, aunque no compartan los fines apostólicos, ven que se trata de iniciativas en beneficio de la sociedad, abiertas a todos, sin discriminación alguna de raza, religión o ideología» (22).

Emprende la tarea de promover la Universidad de Navarra, convencido de que el Señor quiere este servicio a la cultura cristiana; con la confianza de que vale la pena iniciarlo con decisión y generosidad, y que no pueden faltar los medios para llevarlo a cabo; y con un amor muy grande a las almas, capaz de superar las dificultades de todo género que habrán de presentarse.

Con este esquema para el futuro centro docente, llegan a Pamplona, en 1952, don Amadeo de Fuenmayor y don José María Albareda. Pamplona es una ciudad con dos mil años de historia, con gentes de ruda sinceridad y lealtad probada. Parece un símbolo que Navarra haya sido elegida por el Padre para levantar este empeño porque, ya en 1652, dice la ley 42 de la Corte:

«Y ansi el hacerse la Universidad de Navarra, y con toda presteza, no sólo es de gran servicio a Dios Nuestro Señor sino bien público y común de este Reyno».

Los dos profesores llegan en el mes de abril y se entrevistan con las autoridades civiles y eclesiásticas. Cuentan con las dificultades. Entre otras, tal vez la más importante: conseguir la aceptación de un proyecto docente que rompe con el sistema de monopolio estatal, vigente en materia universitaria desde hace más de cien años. Se remonta a medio siglo el tiempo desde el que no se ha creado una nueva Universidad en España, y no parece sentirse necesidad alguna de aumentar las existentes.

Por si esto fuera poco, no se cuenta con medios económicos para constituir un patrimonio ni para afrontar la financiación de los terrenos, edificios e instalaciones imprescindibles. Tampoco se ve la forma de atender el déficit de sostenimiento: la cuantía de los derechos de inscripción de los estudiantes es muy baja y es de prever un presupuesto fuertemente deficitario.

Pero la fe sobrenatural del Padre y el ímpetu del Amor de Dios que le mueve, en éste como en todos los apostolados que emprende, les contagia e impide cualquier vacilación ante un proyecto que a muchos puede parecer locura. A ninguno de sus hijos se le plantea duda alguna acerca de si va a salir o no adelante la Universidad de Navarra.

En el mes de abril de 1952, don Amadeo de Fuenmayor y don José María Albareda comunican a don Enrique Delgado, entonces Obispo de la ciudad navarra, el deseo de Monseñor Escrivá de Balaguer de promover en Pamplona un centro de enseñanza superior. En julio volverán, para presentarle al que va a ser Director del Centro: Ismael Sánchez Bella.

El primer mes que Ismael pasa en Pamplona lo dedica íntegramente a la búsqueda de un local apropiado para empezar las clases. La Diputación, que había prometido amplia ayuda económica unos meses antes, acuerda conceder 150.000 pesetas «por dos años y a prueba». Ante esta oferta, a Ismael no le parece prudente dar un paso más sin consultar al Padre la posibilidad de llevar el proyecto universitario a otra ciudad donde se pueda encontrar más ayuda. Pero el Padre le anima a seguir y observa:

«Nunca nos han regalado nada: hay que ganárselo»(23).

La Diputación accede a que la Facultad de Derecho, con la que va a dar comienzo la vida universitaria en la ciudad, pueda instalarse provisionalmente en la Cámara de Comptos Reales. Se trata de un edificio del siglo XVI, antigua Casa de la Moneda y Tribunal de Cuentas del Reino.

También los profesores, nueve en total, de los cuales cuatro son navarros, consiguen alquilar un piso en una calle céntrica y próxima a la futura sede universitaria. El 13 de septiembre de 1952 pasarán a ocuparlo. Es la víspera de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Apenas hay en todo el inmueble algo más que una silla para cada uno. Pero Ismael tiene la suerte de estar rodeado de un pequeño grupo de optimistas incontenibles.

Los días que preceden a la inauguración de la Escuela de Derecho son de gran actividad. Hasta altas horas de la noche se estará trabajando en la Cámara de Comptos. Amanece, por fin, la mañana del día 17 de octubre y, con ella, los imprevistos..., las togas a punto, el borrador de una conferencia, los últimos detalles de instalación...

A las diez y media, se celebra la Misa del Espíritu Santo en el altar de la Virgen del Camino, Patrona de Pamplona. Luego, el cortejo se traslada a la Cámara de Comptos Reales. Aquellas habitaciones, llenas de polvo y con aire de museo histórico, han recuperado su brillantez de otros tiempos: bancos tapizados de terciopelo rojo, mesas de estilo español. Y, al frente, un repostero bordado en colores brillantes: en pie, la figura del Arcángel San Miguel que sostiene en sus brazos el escudo de Navarra, cruzado por las cadenas del Rey don Sancho. Alrededor, unas palabras circunvalando el dibujo: Estudio General de Navarra.

En el Salón de Actos de la Diputación Foral se celebra, después, un Acto Académico. Preside el Rector Magnífico de la Universidad de Zaragoza, y asisten las autoridades provinciales y locales, muchos catedráticos, magistrados, abogados y público. Los profesores llevan la toga respectiva. Dos jefes de protocolo conducen la ceremonia. Hay presentaciones, discurso y lección magistral. A las dos de la tarde, todo ha concluido. Comienza su singladura, pequeño pero ávido de proezas, este barco que hoy ha soltado sus amarras. Sus profesores habrán de ganarse, en arduo esfuerzo, la confianza, el prestigio y el reconocimiento. Parece que hasta el bedel, único en estos primeros tiempos, está convencido de la trascendencia de este acto inaugural. Felipe es timbalero de la Diputación y barítono del Orfeón Pamplonica. Buena voz para llamar cada mañana, amistosamente, a los cuarenta y un alumnos que componen esta primera promoción. Para ser espectador de un crecimiento incesante al que abrirá las puertas en años venideros.

Desde el principio, el Estudio General es para todos los que quieran acudir, con lealtad y empeño, poniendo las fuerzas vivas con que cuenta a su disposición. En palabras de Monseñor Escrivá de Balaguer, estos estudios «están abiertos a todos los que merecen estudiar, sean cuales fuesen sus recursos económicos»(24). «La Universidad debe estar abierta a todos y, por otra parte, debe formar a sus estudiantes para que su futuro trabajo profesional esté al servicio de todos» (25) .

También pedirá el Fundador una apertura total al estudio de cuantos problemas plantee la sociedad, la historia, la situación temporal del entorno humano. Ahora bien, cuando el periodista Andrés Garrigó le pregunta, en 1967, acerca de la posibilidad de admitir en el recinto universitario el desarrollo de actividades políticas por parte de estudiantes y profesores, responde sin titubear:

«Me parece que sería preciso, en primer lugar, ponerse de acuerdo sobre lo que significa política. Si por política se entiende interesarse y trabajar en favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, en ese caso, todos en la Universidad, y la Universidad como corporación, tienen obligación de sentir esos ideales y de fomentar la preocupación por resolver los grandes problemas de la vida humana.

Si por política se entiende, en cambio, la solución concreta a un determinado problema, al lado de otras soluciones posibles y legítimas, en concurrencia con los que sostienen lo contrario, pienso que la Universidad no es la sede que haya de decidir sobre esto.

La Universidad es el lugar para prepararse a dar soluciones a esos problemas; es la casa común, lugar de estudio y de amistad; lugar donde deben convivir en paz personas de las diversas tendencias que, en cada momento, sean expresiones del legítimo pluralismo que en la sociedad existe»(26)

Pero esto no significa «neutralidad» ante los avatares históricos: «La Universidad sabe que la necesaria objetividad científica rechaza justamente toda neutralidad ideológica, toda ambigüedad, todo conformismo, toda cobardía: el amor a la verdad compromete la vida y el trabajo entero del científico, y sostiene su temple de honradez ante posibles situaciones incómodas, porque a esa rectitud comprometida no corresponde siempre una imagen favorable en la opinión pública»(27).

Similares acontecimientos marcarán el comienzo de la Facultad de Medicina en octubre de 1954. Juan Jiménez Vargas, que ha vivido tantas primeras horas junto al Padre, vendrá una vez más a impulsar este apostolado del Opus Dei. Es Catedrático de Fisiología de la Universidad de Barcelona y programará la docencia de asignaturas básicas para la carrera. En 1958 llegará el profesor Ortiz de Landázuri, como organizador de las enseñanzas clínicas en esta nueva Facultad instalada en un edificio del Hospital Civil de Pamplona.

Eduardo Ortiz de Landázuri conocerá al Fundador del Opus Dei después de haber pasado a formar parte del Cuerpo Académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra. Y conservará siempre un recuerdo vivísimo de esta experiencia:

«Aquella conversación con el Padre duró unos minutos y fue tan entrañable, que rápidamente, después de besarme una y otra vez y de sentarme a su lado, me sentí como si hubiera estado en el Cielo. Con la mayor confianza le conté mi vida, la vida de Laurita -mi mujer-, y de mis siete hijos; mi amor a la Universidad, etc. El, con gesto cariñosísimo y buen humor, me interrumpió para preguntarme:

-Y tú, ¿a qué has venido a Pamplona? Muy ufano contesté:

-Para ayudar a levantar esta Universidad.

El Padre, con la rapidez que le caracterizaba, me dijo con energía y levantando la voz:

-Hijo mío, has venido a hacerte santo; si lo logras, habrás ganado todo.

Entonces, levantando incluso un poco más la voz y dirigiéndose a los presentes -que sólo entonces pude reconocer: don Álvaro del Portillo, don Javier Echevarría, don Florencio Sánchez Bella, don Amadeo de Fuenmayor y Antonio Fontán-, insistió y dijo:

-Esto lo digo para todos, cada uno donde esté; lo importante es el camino de la santidad personal. Y para mí mismo también»(28).

Esta vez, en el contexto de un diálogo personal, el Fundador vuelve a dejar claros los fines últimos de toda actividad: no se trata de instrumentalizar los hechos con fines ajenos a sí mismos sino de llevar las cosas a su más alta dimensión y significado. El Padre suele decir que hay que «elevar las cosas al orden de la gracia». Sin perder nada de su condición humana, cultural, social, estarán transfiguradas con el fin sobrenatural que les corresponde.

El comienzo de la Facultad de Medicina lleva consigo el establecimiento de la Clínica Universitaria; el mismo año 1954 empieza también la Escuela de Enfermeras. En 1955 se pone en marcha la Facultad de Filosofía y Letras; y en 1958 se promueve la creación del Instituto de Periodismo, que habrá de convertirse en Facultad de Ciencias de la Información. En el mismo año comienza en Barcelona el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa. En 1959 inician sus actividades la Facultad de Ciencias y el Instituto de Derecho Canónico, que al año siguiente se convertirá en Facultad.

En el curso académico 1986-87, la Universidad contará con 1.148 profesores; 1.477 colaboradores no docentes; 13.123 alumnos en cursos regulares, y más de 8.652 participantes en programas de formación permanente.

El Fundador recibe el nombramiento de Gran Canciller de la Universidad. Es la máxima representación Académica. En 1954 se constituye la Asociación de Amigos de la Universidad, de la que forman parte todos los que, libremente, quieren aportar su dinero, su esfuerzo, su colaboración y su oración para sacar adelante esta empresa. De ella forman parte personas -españolas y extranjeras- de todos los estamentos sociales. Con su ayuda se amplía, cada vez más, la posibilidad de ofrecer becas a estudiantes de países que inician el camino de su desarrollo.

En 1967, el Gran Canciller se dirigirá a esta Asociación:

«Vosotros, Amigos de la Universidad de Navarra, sois parte de un pueblo que sabe que está comprometido en el progreso de la sociedad, a la que pertenece. Vuestro aliento. cordial, vuestra oración, vuestro sacrificio y vuestras aportaciones no discurren por los cauces de un confesionalismo católico: al prestar vuestra cooperación, sois claro testimonio de una recta conciencia ciudadana, preocupada del bien común temporal; atestiguáis que una Universidad puede nacer de las energías del pueblo, y ser sostenida por el pueblo»(29).

En mayo de 1974, durante su última estancia en Navarra con motivo de la investidura de Doctores honorís causa, mientras el Rector Magnífico, el Excelentísimo Doctor don Francisco Ponz, le acompaña y ayuda a revestirse con las vestes académicas, el Fundador le dice:

«Paco, tenemos que ponernos esto por algún motivo sobrenatural, porque si no, no tendría sentido »(30)

Y unas horas más tarde, en la última tertulia emocionada con los amigos y profesores de la Universidad, que le reciben con una ovación:

«Esos aplausos son para vosotros... Para vosotros que os lo merecéis, que hacéis posible, con vuestra oración y con vuestro sacrificio económico, toda la labor de la Universidad de Navarra: Dios os bendiga (...).

Estáis viviendo aquello que dice San Marcos: “Omnia possibilia sunt credentí”: para el que tiene fe, todas las cosas son posibles. Vosotros habéis hecho realidad la Universidad de Navarra. Y yo estoy lleno de agradecimiento, conmovido: ¡gracias!»(31)

Este ha sido el motor, la única fuerza que puso en marcha, una vez más, uno de los centros universitarios más prestigiosos de España.