El «milagro» de Irlanda

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Ahí, en la punta más occidental de Europa, sobre una tierra expuesta a los vientos y lluvias del Atlántico, arraigó la Obra con la misma decisión y firmeza que hay en sus llanuras y montañas. En Irlanda llueve un día de cada dos; pero después del temporal estalla la luminosidad de su color verde y del azul intenso del mar. Algo parecido ocurre con el temperamento irlandés: apasionado y sereno, en una alternancia que perfila su gran personalidad. La Isla ha defendido desde el siglo XII, fecha de la invasión normanda, todo su derecho de independencia.

Desde que San Patricio la ganó para el cristianismo, es un baluarte de la fe. Los irlandeses son firmes, generosos y tenaces. Con un hondo sentido familiar. Es el único país de habla inglesa con mayoría católica.

El Fundador del Opus Dei conoce la historia y cultura de Irlanda con todo detalle. Parece haber vivido en esta tierra. Cuando habla de cuestiones que pueden afectar a los irlandeses, se ambienta con enorme rapidez. Jamás ha dado a las situaciones un matiz político: se limita a enumerar hechos y a pedir a sus hijos que se abran al mundo con sentido universal. Sabe que es un país tenaz, y que han sufrido. Su gente es muy valiosa y él la ama especialmente, porque han defendido su libertad a golpe de valor.

El primer grupo joven y entusiasta- de vocaciones, va a arraigar en esta tierra por una fe y fortaleza fuera de lo común.

El Padre, recordando la fidelidad de sus hijas irlandesas en medio de todas las contradicciones e incomprensiones que encontraron en su país, decía: «si todas las vocaciones son divinas, las de mis hijas irlandesas son archidivinas»(45). Y hablaba del «milagro» de Irlanda.

En octubre de 1947, el Fundador envía a esta isla atlántica a José Ramón Madurga(46). Va solo. Respaldado por la oración de toda la Obra. Esto es lo que José Ramón ofrece cada día al Señor: la única moneda de cambio para alcanzar las primeras vocaciones irlandesas para el Opus Dei.

En la Universidad de Dublín conoce a Cormac Burke(47), estudiante de Letras en la especialidad de Arte. Cormac y su hermana, a la que familiarmente llaman Teddy, proceden de Sligo, una ciudad pequeña del oeste. Teddy estudia la rama de Lengua Española en la misma Facultad. Son los más pequeños de cinco hermanos y siempre han estado muy unidos. Entre los cuatro mil estudiantes de Dublín, se ven con frecuencia, intercambian amistades y experiencias y compiten en calificaciones, porque los dos han dejado ya demostrada su capacidad.

Apenas han transcurrido tres meses desde la llegada de José Ramón, exactamente el 9 de enero de 1948, cuando Cormac escribe al Padre pidiendo su admisión en el Opus Dei. A partir de este momento, Cormac aprovecha las vacaciones para presentar a sus padres y hermanos a José Ramón, para hacer cursos internacionales en España y formarse más profundamente en el espíritu de la Obra. A Teddy no le extraña la actitud de Cormac. Sólo ve en su hermano, y en aquel muchacho español que le acompaña, una gran amistad, ayuda mutua y alegría que desborda los límites habituales. Cantan, se divierten con los acontecimientos familiares y participan de las inquietudes universitarias.

El 27 de mayo de 1949, Cormac llama a su hermana para que se acerque a Northbrook , la residencia que comparte con otros estudiantes. Allí, en una pequeña salita, Teddy se entera de que Cormac es del Opus Dei; tiene su primer contacto con el espíritu de la Obra y escucha, emocionada y sobrecogida, las palabras con que le habla de entrega a Dios, de trabajo y servicio, de la aventura cotidiana y divina de poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas. Y mientras la claridad inunda su ánimo, se siente invadir también por un cierto miedo. Fuera, llueve desde hace varias horas. Cuando Teddy regresa a su casa, se mezclan las lágrimas con la lluvia de este día tormentoso de Irlanda. Por la noche no podrá dormir. Rezará por una luz que ha de llegarle con el amanecer del nuevo día. Dos fechas más tarde, escribe al Padre pidiendo la admisión en el Opus Dei.

Teddy va a aprenderlo todo a través de su hermano. Traduce y lee intensamente «Camino» en español. Y en julio de ese mismo año viene a España para conocer a otras mujeres del Opus Dei. Cuando regresa a Dublín lleva una profunda determinación en el alma: dejar de ser la única vocación irlandesa, acercar a otras personas a la Obra. El afán apostólico del Fundador ha prendido en ella, y sabe que el futuro descansa sobre su oración y actividad. Primero hablará con Maire Gibbons y luego con Anna Barrett. Tras charlar largo y confiado con la primera, Maire pregunta cuántas vocaciones hay en Dublín y Teddy, con naturalidad, le contesta que está ella sola. Inmediatamente, sin pensarlo más, Maire concluye:

-«Pues ya somos dos»(48).

Es el 9 de septiembre de 1949. El 1 de octubre Anna Barrett escribe también al Padre; y al día siguiente, Teddy, Maire y Anna celebran con una comida, en un restaurante estudiantil, el aniversario de la Fundación del Opus Dei.

Los padres de Teddy y un tío sacerdote, Father Costello, comprenderán la Obra desde el primer momento. Este sacerdote tiene una casa grande en Dublín y les cede el piso superior, independiente, para que puedan instalarse. Se abre así el primer Centro de la Sección de mujeres en Irlanda.

En los comienzos de 1950 buscan un apartamento en Lisson Park, que va a ser bautizado con un nombre breve y simpático: el flat. Este año pasarán a ser cinco. Eileen Maher, una estudiante de medicina que frecuenta el flat, y Olive, prima de Anna Barrett, pedirán la admisión en la Obra.

También un hermano de Olive, Dick, llegará a la Obra a través de Cormac.

Olive y Dick son hijos de un general adscrito a la revolución irlandesa. Durante varios años, Patrick Mulcahy no entenderá la vocación de sus hijos. Pero, algún tiempo después, cuando se retire del ejército, enviará al Padre lo más representativo de su vida: la capa militar y la espada. En 1959, así se lo hace constar a su hija Olive en una carta:

«El Padre mencionó que encontraba el país frío. Más tarde, cuando me jubilé del Ejército, le envié mi capa militar a Roma, con Dick, y le pedí que la aceptara. El Padre lo hizo y la usaba en los días fríos. En una ocasión le dijo a Dick: "Yo abracé a tu padre en Irlanda y ahora él me abraza a mí todos los días fríos cuando llevo su capa". Espero que él me salude con su sonrisa cuando me llegue el tiempo de cruzar la Gran Frontera».

En septiembre de 1952, Antonieta Gómez recibe del Padre la invitación para ir a Irlanda. Acepta inmediatamente, y se desplaza de Madrid a Roma para recibir directamente del Padre experiencias y orientaciones valiosas para desenvolverse en su nuevo país.

Insiste el Fundador en la importancia de que se identifique con la mentalidad, las costumbres, sin añorar nada:

«No vamos a enquistarnos en un país. Vamos a fundirnos. Si no, no va: porque lo nuestro no es hacer nacionalismo, es servir a Jesucristo y a su Iglesia santa»(49)

Antonieta anota en un block de líneas apretadas todas la indicaciones del Padre. En un momento de la conversación, Monseñor Escrivá de Balaguer le pide el cuaderno y escribe un comentario:

«En Dublín, en Roma, en Madrid como en medio de Africa: ¡almas!»(50)

Insiste en que deben hacer partícipes de su vibración apostólica a personas de toda condición: estudiantes, empleadas, campesinas...

Y como resumen final para esta mujer que emprende el camino hacia aquel gran país, el Padre quiere hacerla portadora de un legado de fe, valor y confianza:

«Cuando te pido una cosa, hija, no me digas que es imposible, porque ya lo sé. Pero, desde que empecé la Obra, el Señor me ha pedido muchos imposibles... ¡y han ido saliendo! Por eso me gusta que seáis como las patas para echaros al agua: sin vacilaciones, sin miedos. Si Dios pide una cosa, hay que hacerla; hay que echarse adelante con valentía»(51).

Pocos días más tarde, en una jornada de lluvia y viento, Antonieta llegará a Londres. Tomará el tren en Eweston Station, para llegar hasta Holyhead. El Ferry-mail, por último, la dejará sobre el suelo verde de Irlanda.

Este país dará al Opus Dei vocaciones fieles. Y siempre llevarán en el alma aquel apremio del Fundador:

«Irlanda tiene una misión en el mundo, especialmente en todo el mundo de habla inglesa... que es medio mundo. Hacen falta muchas irlandesas, por aquí... por allí... Irlanda, este país que es una maravilla, que es el consuelo de Dios, con esta gente tan buena que hay por aquí, tan espléndida... Yo vendré el año que viene por este tiempo, pero os habéis de multiplicar por diez... Alegres, hambrientas de ir por todo el mundo a servir a Nuestro Señor, enamoradas de Jesucristo... »(52)

Cumpliendo este deseo se extenderán por muchos países y serán firmes, como las rocas atlánticas que bordean sus tierras.