Expansión de la Obra en Portugal

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Verano de 1944. Tres miembros del Opus Dei acuden, para ampliar estudios, a la Universidad de Coimbra. Además, llenando las maletas, donde se amontonan los libros de estudio, llevan la ilusión del Padre por extender la Obra de Dios en Portugal. Cuando vuelvan a Madrid traerán experiencia acerca del ambiente, la Universidad -profesores y alumnos- y amigos de Coimbra.

En septiembre de ese mismo año, el P. José López Ortiz, agustino, es nombrado Obispo de Tuy. Pocas semanas después, toma posesión de la diócesis gallega, que se encuentra en la frontera con Portugal.

La amistad del Fundador del Opus Dei con este religioso es antigua, ligada por acontecimientos difíciles y conmovedores de la historia de la Obra. Cuando la contradicción ha sembrado dolor y trabajo sobre la figura del Padre, el P. López Ortiz ha sido un reducto de confianza.

El Palacio Episcopal se ha construido entre los muros de un antiguo castillo de la Edad Media; una galería encristalada permite admirar un paisaje incomparable: el río Miño fertilizando, sin brusquedades, los campos de Portugal y de Galicia. Cerca, los montes y valles gallegos asomando en la niebla de cada mañana.

El Padre se desplaza a Portugal en febrero de 1945. Le acompaña don Alvaro, y se hospedan en el Palacio Episcopal de Tuy respondiendo a la invitación del Obispo. Quiere el Padre asomarse a este país vecino para que también se sume, lo antes posible, a esta renovadora tarea de llevar el espíritu de la Obra por el mundo. Hace muchos años que reza y pone su corazón sobre la futura labor apostólica de Portugal.

El primer miembro de la Obra que llega a Portugal, para establecerse allí es Paco Martínez (13), que lleva, como mejor equipaje, varios consejos subrayados por el abrazo del Fundador. El Padre le recuerda la parábola del grano de trigo que «si no muere, no da fruto»; y le dice antes de partir que tendrá que enterrarse y morir como el trigo evangélico para que crezcan nuevas espigas en su trabajo... Y le previene para que no lleve a mal posibles comentarios sobre rivalidades entre los dos países: eso eran cosas -viene a decirle-, riñas de nuestros abuelos. Ya pasaron. Los dos, España y Portugal, cada uno en su sitio, son dos brazos para servir a la Iglesia (14).

Según contará más tarde el Fundador, también Sor Lúcia, la única superviviente de los tres pastorcillos a quienes se apareció la Virgen de Fátima en la «Coya da Iría», «tiene la culpa» de que en Portugal empiece a trabajar el Opus Dei desde 1945.

Sor Lúcia es religiosa Dorotea y reside en Tuy desde 1945. Coincidiendo con el viaje de Monseñor Escrivá de Balaguer, el Obispo le pide que suba al Palacio Episcopal para tener un encuentro con el Fundador del Opus Dei. Sor Lúcia describirá aquella primera entrevista y dejará testimonio escrito de este diálogo, después de la muerte de Monseñor Escrivá de Balaguer en 1975:

«Todas cuantas veces he hablado con Mons. Escrivá he sacado la impresión de que era un alma llena de amor de Dios y de amor a Nuestra Señora, a la Santa Iglesia, al Santo Padre y a las almas, que trataba de salvar a todos con todos cuantos medios disponía.

Espero que en el Cielo, cerca de Dios y de la Virgen, se acuerde de mí»(15).

Las entrevistas de este primer viaje del Padre, acompañado por don Alvaro y Monseñor López Ortiz serán muy positivas. Tanto el Obispo de Leiría, como el de Coimbra y el Cardenal Patriarca de Lisboa, le aconsejan que la Obra empiece en la Ciudad Universitaria de Coimbra, a la que acuden anualmente miles de estudiantes. Así se hará. Desde el 5 de febrero de 1946 está en la Ciudad del Mondego Paco Martínez, que establece contacto con profesores y alumnos de las Facultades. Entre ellos, Mario Pacheco, que habrá de ser el primero que pida la admisión en Portugal; porque, de hecho, el primer portugués ya está en la Obra: se trata de Armando Serrano, que ha llegado al Opus Dei durante el curso 1943-44 en Madrid. En esa fecha es residente del Colegio Mayor Moncloa. Ahora, el puente queda definitivamente tendido para que sus compatriotas llenen de vocaciones generosas los caminos del mundo.

En junio y septiembre de 1945, el Fundador, acompañado de don Alvaro del Portillo y Amadeo de Fuenmayor, ha cruzado de nuevo la frontera portuguesa y visitan al Cardenal Patriarca de Lisboa, Monseñor Manuel Goncalvez Cerejeira, y también al Obispo de Coimbra, don Antonio Antunes, para testimoniarles, una vez más, su absoluta disponibilidad y amistad. De ahí que, cuando sus hijos llegan, las autoridades eclesiásticas les reciben con gran cariño. El Obispo Antunes dirá en una ocasión, a Paco Martínez, que la labor del Opus Dei es como la lluvia fina y permanente que, con suavidad, empapa la tierra y la hace fértil. La lluvia fuerte, en cambio, arrasa y desola los campos. Ni el bien hace ruido, ni el ruido hace bien(16).

El 20 de abril de 1946, otros dos miembros de la Obra anuncian en un telegrama a Paco Martínez su llegada a Portugal con carácter definitivo. La alegría de este solitario iniciador es formidable. Al fin, puede abrazar a los que vienen de España. De momento, se hospedarán en el Hotel Avenida. La pequeña habitación que ocupan será frecuentada, en breve, por varios compañeros de estudios.

Pero llega el día en que se hace imprescindible una sede para el primer Centro. Un industrial, Antonio Amado, se ofrece a acompañarles en la búsqueda de un inmueble adecuado. Su intervención será decisiva. Al día siguiente de iniciar las gestiones encuentran una casa en alquiler: es el número 30 de la Rua Antonio José de Almeida y será «bautizada» con el antiguo nombre de la calle en que se alza: Montesclaros .

El hallazgo se comunica al Padre, ya que es muy frecuente el contacto del Fundador con sus hijos de Portugal. Y todos comparten esta ancha alegría de los comienzos. Aún pasarán dos meses hasta que el nuevo local pueda estar acondicionado para vivir. Mientras tanto, el 27 de junio, en el Hotel Avenida, Mario Pacheco escribe pidiendo su admisión en la Obra. Sólo unos días después, el 10 de julio, el Avenida se convertirá en recuerdo porque Montesclaros inicia su vida como Centro del Opus Dei. El 17 de diciembre del mismo año, el Obispo de Coimbra bendecirá el oratorio y celebrará la primera Misa. Dios se queda ya en la casa.

Desde junio de 1946, «Camino» está a la venta en las librerías portuguesas. La versión al idioma luso ha corrido a cargo del doctor Urbano Duarte, profesor del Instituto de Coimbra y gran amigo de la Obra.

El Padre sigue muy de cerca la vida de los primeros portugueses. Y para que estén atendidos por un sacerdote de la Obra, les enviará a don José Luis Múzquiz.

Cuando llega por primera vez a Montesclaros se encuentra, saltando por las ramas del jardín, a los «macaquinhos» que ha regalado el Cardenal Gouveia, Arzobispo de Lourenco Marques, a los de la Obra: les ha dicho, riendo, que así recordarán de un modo vivo y diario la promesa que le han hecho de llevar el Opus Dei a Mozambique, como en las antiguas «Luisiadas», desde Portugal a las colonias.

Don José Luis siente gran emoción al arrodillarse ante el sagrario de Coimbra: el primero de la Obra fuera de España. Y su entusiasmo le lleva a dar, en breve plazo, un retiro en idioma portugués. Aunque lo practica, aún, de un modo inseguro.

El Padre hará frecuentes viajes a Portugal. Siempre, después de grandes trayectos de norte a sur del país, acabará recalando, incluso a altas horas de la noche, en la «capelinha» de Fátima, rezando con gran amor, fe y confianza.

Este es un país bendecido por las apariciones de la Virgen que la Iglesia ha subrayado con su asentimiento. No puede faltar la protección de la Señora. Monseñor Escrivá de Balaguer la invocará aquí con especial intensidad. Pedirá a su Maternidad -el título que más le gusta invocar al dirigirse a María- la protección necesaria para sus hijos y para las tareas y dificultades que les aguardan en cada curva del camino.

En 1972, durante unos días de catequesis en Portugal, dirá:

«En esta tierra sabéis amar muy bien a la Virgen. Por todos los caminos, por las carreteras, encuentro imágenes de Nuestra Señora. La queréis de verdad, pero la tenéis que meter en vuestro corazón, llevando una vida cristiana»(17).

Y en otra reunión:

«Vengo con frecuencia a Portugal, sin que me vea nadie, y me acerco a Fátima (...). Voy encantado, feliz... Si no os reís, os diré que a veces he ido descalzo (...). Si no os reís, os diré que, cuando estoy solo, lo mismo que cuando hay gente delante, beso las medallas del rosario. Llevo tantas como mi madre... Las beso una por una (...). Uno de estos hijos míos portugueses (...) me había visto rezar en Fátima y besar las medallas. Después me escribió y me decía: me ha gustado verle rezar con su rosario, porque besa las medallas como las viejas . Pedí al Señor rezar como las viejas, teniendo doctrina de teólogo»(18).

En marzo de 1948 hay ya algunos miembros de la Obra que viven también en Oporto. A principios de verano se puede contar ya con una casa alquilada en la Rua de Ricardo Severo 131, para abrir una Residencia de estudiantes que debe empezar a funcionar en octubre del mismo año. No se anotan las dificultades de toda índole porque ya son de ordinaria administración. Esta Residencia, que recibe el nombre de Boavista , cuenta el 7 de octubre con las paredes, y en una de ellas, empotrado, como acelerando el tiempo, un reloj. Poco más. Sin embargo, el 8 de diciembre, el Obispo de la ciudad, don Agostinho, bendice el oratorio y el nuevo sagrario de la Obra. No hay bancos pero, presenciando la ceremonia en pie, están los ya numerosos amigos que frecuentan los medios de formación del Opus Dei en Oporto. Y al otro lado del río Duero, allá arriba, en Vila Nova de Gala -el monte de la Virgen, como le llaman en la ciudad-, la Señora guarda en su corazón el amor y las frecuentes visitas que ha recibido de los miembros de la Obra desde su llegada a Oporto.

Iniciado el otoño, el 13 de octubre, el Padre llega a Coimbra. Después de celebrar la Santa Misa en el oratorio de Montesclaros se lleva a dar un paseo largo con él a Mario y a Nuno, las primeras vocaciones de Portugal. Les habla de un inmenso trigal que la gracia de Dios aventará por todos los rincones del mundo. Y de santidad personal. No es una palabra vacía o altisonante: es el trato habitual y cotidiano con Dios. Es el amor sobrevolando las cosas del quehacer diario. Antes de salir camino de Oporto se acerca al cementerio para rezar ante la tumba de Monseñor Antunes, fallecido unos meses antes: el Obispo que tantas pruebas de cariño dio a los primeros de la Obra en Portugal.

Al día siguiente llega a Oporto y disfruta hasta el infinito en la nueva casa de Boavista. Los pocos muebles que hay son prestados. El Padre se reúne con un buen grupo de gente joven y, sentados en el suelo, les transmite su alegría, su amor a Cristo y la vibración de ser instrumentos suyos para acercar a Dios a los compañeros de estudio y de trabajo. Le gusta mucho la casa, y les dice que comienza como todas, sin un mueble (l9)

Se lo hace notar para que comprueben que todo cuanto suceda no será obra suya sino de Dios.

En marzo de 1949 repite su visita. Con el cariño de siempre, que impresiona a los mayores y a los jóvenes que le conocen por primera vez, les habla de Roma, de su última audiencia con el Santo Padre; de sus hermanos de España; de la próxima partida de don José Luis Múzquiz a los Estados Unidos.

Esta vez tiene delante a Emérico, el primero de Goa que ha pedido la admisión en el Opus Dei. El Fundador bromea con él. Le gustan la capa y la batina -vestes de la Universidad- que lleva puestas; se interesa por su familia; le pregunta sobre su país de origen. Al tocar el tema de las castas y razas en la India, el Padre le dice que al llegar a la Obra ha pasado a formar parte de una sola raza: la de los hijos de Dios. Y antes de partir le dejará una dedicatoria:

«No olvides que El te llamó, dilatare regnum Dei Inter gentes , para extender el reino de Dios entre todas las gentes»(20).

Le promete, además, enviarle una pequeña cruz de madera que reserva a la primera vocación de cada país. Y añade: «a éste le vi yo cuando di la Bendición a aquellos tres primeros... »(21). Se refiere al asilo de Porta Coeli de Madrid, cuando, en 1933, con el Santísimo entre las manos, vio con los ojos del alma que una multitud de todos los continentes acudiría hasta el espíritu de la Obra.

De Oporto será también la primera vocación portuguesa para la Sección de mujeres del Opus Dei. Se trata de María Sofia Pacheco. En mayo de 1949, Encarnita Ortega emprende su primer viaje a Portugal. De camino, pasa por la ciudad española de Vigo, en donde, nada más llegar, inicia una lista de llamadas telefónicas desde el Hotel Continental: Lourdes Bandeira, Lila Massó, las hermanas Cameselle, Julia de Haz, Montse Bordas... Es asombrosa la actitud de generosidad con que responden estas chicas. En muy pocas jornadas, Encarnita tiene la inmensa alegría de llevarse varias cartas para el Padre solicitando la admisión en la Obra.

Llega a Oporto, y allí establece contacto con María Sofía Pacheco. Es una persona serena, intelectual, alegre... Charla con ella a lo largo y a lo ancho de los minutos y los días. No puede prolongar la estancia porque se acaba el dinero. Pero la misión de siembra ha sido cumplida. En el otoño de 1949, María Sofía llega a España y habla largamente con el Padre. Esta mujer acaba de entregar su vida sin regateos; intuye una expansión inmensa por el pedazo de mundo que han colonizado los portugueses. Pero esta vez la conquista es de amor, y es Dios el único viento impulsor de la empresa.

En diciembre de 1949 ya hay también un buen grupo de miembros de la Obra en Lisboa. No tienen casa y han de hospedarse en una pensión de estudiantes. Allí, entre libros, exámenes y paseos frente al «mar do palpa», se forja la amistad, la expansión de esta familia espiritual del Opus Dei. Su optimismo es tan proverbial, y su alegría, cara al presente y el futuro, tan notoria, que la buena mujer, dueña de la casa de huéspedes, no tiene más remedio que pensar en voz alta:

-«¡Os senhores sempre estaó contentes!... »(22).

El 1 de diciembre de 1951 llega, para quedarse en Lisboa, un grupo de la Sección de mujeres. Se ha podido acondicionar para ellas una casa decorada con objetos lisboetas típicos y del ultramar portugués.

La última vez que el Fundador de la Obra pise suelo portugués en 1972, dejará traslucir la formidable expansión que ha presenciado:

«He vuelto de Portugal encantado, feliz. Son muchos los miles de personas que hemos visto en este viaje»(23).

Miles de almas. Es lo que soñaba junto a sus hijos. A lo único que fue e irá la Obra por el mundo. Y porque el Cielo le regala esta hermosa realidad, el Padre ha pasado por Fátima para dar gracias una vez más a la Señora que ha guiado, que guía siempre, los pasos de este caminar divino.

Y deja escritas, a sus hijos portugueses, unas palabras que resumen su estímulo humano y sobrenatural:

-«Vale la pena. Una vida es muy poco. ¡Cien vidas es muy poco! Vale la pena»(24).

Dios ha hecho de nuevo realidad la frase que tanto repite a los miembros de la Obra: «soñad y os quedaréis cortos... ». No se deja ganar en generosidad y, a cambio de la fidelidad de los que llamó a trabajar en el mundo, la respuesta desborda cualquier cálculo humano.

Por eso vale la pena entregar la vida y aun cien vidas, porque es un precio desproporcionado para pagar la respuesta del Cielo.