Sobre el mar

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

El día 21 de junio de 1946 el Padre embarca en el J.J. Sister a primera hora de la tarde. Es un viejo barco con una placa que recuerda los años marineros que ha vencido su casco: 1896. Es decir, que lleva medio siglo de brega con las olas. Cubre la línea regular Barcelona-Génova y, a pesar de los buenos oficios de la Compañía Transmediterránea, no se ha podido encontrar más que un camarote interior para que el Fundador vaya a Italia. José Orlandis, que ha regresado a España a finales de mayo, le acompañará en esta travesía. Cuando el barco inicia la maniobra y enfila la salida del puerto, un pequeño grupo de hombres despiden, con una oración, la estela de su popa.

Desde la víspera, sopla un fuerte viento del norte -la tramontana- que hoy se ha hecho más violento. El camarote es mínimo, con dos literas. Al llegar al Golfo de León un furioso temporal sacude a la nave durante casi veinte horas. Desde el camarote se oyen rodar, de un sitio a otro, los muebles de la cámara superior y hacerse añicos buena parte de la vajilla en el comedor. Las olas barren literalmente la cubierta. El Padre lo pasa muy mal en este su primer viaje marítimo; no podrá descansar un solo instante en toda la noche. Pero en ningún momento pierde el buen humor. Cuando el barco se coloca en posiciones inverosímiles por la fuerza del viento y del agua, comenta:

-«¿Sabes lo que te digo? ¡Pues que si nos vamos al fondo y nos comen los peces, Perico Casciaro (...) no vuelve a probar la pescadilla en toda la vida! »(9).

-«¡Hay que ver de qué manera el diablo ha metido el rabo en el Golfo de León! Está visto que no le hace ninguna gracia que lleguemos a Roma! » (10).

A primera hora de la tarde del sábado todo amaina, y pueden subir un rato a cubierta. Es un alivio respirar algo de aire marino después de tantas horas de encierro. Sólo ahora el Padre podrá tomar un café con galletas, como único alimento durante toda la travesía.

Después de sortear, incluso, una de las numerosas minas que bogan perdidas como residuo de la guerra, el J.J. Sister llega a Génova ya muy entrada la noche del sábado 22 de junio. En el muelle, don Alvaro y Salvador esperan desde hace muchas horas.

-«¡Aquí me tienes (... ); ¡ya te has salido con la tuya!»(11)

Es lo primero que dice, lleno de cariño y con un gran abrazo, a su hijo Alvaro.

Al día siguiente, domingo, celebra su primera Misa en suelo italiano. Don Alvaro oficia el Santo Sacrificio, también, en una capilla lateral de la misma iglesia.

El viaje de Génova a Roma transcurre sin la menor novedad. Está cayendo aún el crepúsculo sobre Roma -son las nueve de la tarde- cuando, en un recodo de la Vía Aurelia, aparece recortada en el horizonte la Cúpula de San Pedro. El Padre se conmueve visiblemente y reza, en voz alta, paladeándolas despacio, las palabras del Credo.

Poco después, llegan al piso que don Alvaro ha alquilado en la Piazza di Cittá Leonina, junto al Vaticano. Suben la escalera de mármol hasta el ático y entran en el vestíbulo. En un ángulo, un velador con varios asientos da la bienvenida de modo acogedor. El oratorio es pequeño, pero ha sido instalado con amor y dignidad. El comedor se asoma a la Plaza de San Pedro por una galería corrida: a la derecha se alzan los Palacios Apostólicos y, muy cerca, se ve la ventana iluminada de la Biblioteca privada del Papa.

Aquí viven, adaptándose a las reducidas dimensiones del inmueble, Salvador Canals, Ignacio Sallent y Armando Serrano.

Esta primera noche, el Padre no se acuesta. Sentado en la galería, frente a la Basílica de San Pedro, pasará en oración sus primeras horas romanas. Desde la oscuridad se abre, con la oración del Padre, un nuevo capítulo de la historia de la Obra.

Hoy, una vez desguazado el J.J. Sister, se conservan en Diego de León, en Madrid, la rueda del timón y bitácora con la aguja que señala su rumbo camino de Roma; esa ruta difícil que era, sin embargo, el camino de Dios.