Los pasos de un «camino»

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

El Padre escribió «Camino» en los ratos libres que le dejaba su actividad apostólica. En 1934 había publicado «Consideraciones Espirituales». Ahora, conservando la estructura inicial, lo amplía y da forma definitiva. El contenido de este libro de espiritualidad no es circunstancial. El Padre recoge en sus páginas recuerdos y charlas con todo tipo de gentes, observaciones sobre la realidad y, sobre todo, su trato directo con Dios, el profundo conocimiento que tiene de los textos sagrados. Y agrupa esta experiencia en una serie de reflexiones breves, exigentes. Aún perdura en sus hijos la imagen del Padre en la habitación de Burgos, con un montón de pequeñas fichas que escribe en una máquina portátil. Después, la cuidadosa clasificación por materias, extendiendo aquella cantidad de papel escrito sobre la colcha de las camas. Y el deseo impaciente del Fundador: «Tengo ganas de poder disponer de una mesa para trabajar tan grande como tres camas ».

Y que Pedro remata en sentido contrario, para salpicar de risa la pobreza de medios que les rodea, afirmando que él tiene ganas de disponer de una cama tan grande como tres mesas.«Camino» estará terminado en febrero de 1939, aunque no se pueda publicar por los acontecimientos que precipitan el fin de la guerra civil. Traducido años después a más de treinta idiomas y extendido por ochenta países del mundo, ha llevado a muchas personas el viento certero, confidencial y ágil, de sus consejos. La vitalidad de sus páginas permanece intacta porque su raíz es auténtica, porque cada una de sus ideas está inspirada en el contacto diario de las cosas y de las personas. Su lenguaje directo, íntimo, incita a una siembra de fe y de santidad más vivas, más parecidas al ardor de los primeros apóstoles, más inmersas en las realidades temporales, más acordes con la gran misión que aguarda siempre, en el mundo, a los cristianos. Y todo, sin perder su acento entrañable; como la voz de un amigo que acompaña en el descanso y en la faena. Como una presencia cálida para llevar en el bolsillo del corazón por todas las encrucijadas de la tierra.

Pero también «Camino» supondrá una cruz. Algunos presentarán en Roma, ante la Santa Sede, una acusación de herejía contra sus textos porque enseña que los cristianos corrientes deben santificarse en medio del mundo. Una de las personas de la Curia encargada de examinarlo, después de señalar que todo el contenido del libro es conforme a la fe y la doctrina católica, comentará:

«Realmente hay tres afirmaciones: la santa coacción, la santa desvergüenza y la santa intransigencia, que son muy fuertes. Pero si pensamos en las Bienaventuranzas, también es rotundo lo que predica el Señor: dichosos los que sufren, dichosos los que lloran (...) no hay inconveniente en unir el adjetivo santo a los sustantivos coacción, desvergüenza e intransigencia (20).

Además, desde Pío XII, han leído "Camino" todos los Papas»(21).

Ahora, en estos momentos de Burgos, continúa también su trabajo intelectual. Domina los textos latinos de la Escritura, los clásicos castellanos y muchos de los escritores contemporáneos. Y, en la medida en que se lo permiten las circunstancias, no deja de estudiar, para mantener en forma el instrumento de su inteligencia en un mejor servicio de Dios y de los hombres.

Habla frecuentemente de su preocupación por el trabajo científico y así lo deja escrito en los puntos de «Camino»:

«Antes, como los conocimientos humanos -la ciencia- eran muy limitados, parecía muy posible que un solo individuo sabio pudiera hacer la defensa y apología de nuestra Santa Fe.

Hoy, con la extensión y la intensidad de la ciencia moderna, es preciso que los apologistas se dividan el trabajo para defender en todos los terrenos científicamente a la Iglesia.

-Tú... no te puedes desentender de esta obligación»(22).

Su visión es siempre positiva, pero le duele la labor descristianizadora de muchos profesores y de ciertos grupos organizados que han dejado su impronta corrosiva en ambientes universitarios y culturales.

Por eso no ceja en el despliegue de una tarea sacerdotal que le ocupa el tiempo y las energías. Quiere «ahogar el mal en abundancia de bien»(23). Hay un momento, en medio de su enorme actividad pastoral, en que se queda sin voz, completamente afónico. Este síntoma se acompaña de hemorragias que le hacen sospechar la existencia de una tuberculosis pulmonar: enfermedad que, en el año 1938, y en aquellas circunstancias, prácticamente no tiene curación. El Fundador piensa que, en esas condiciones, no debe continuar trabajando con gente joven por el peligro de contagio.

Y reza, porque no acierta a proyectar su vida alejado de una juventud que Dios ha puesto ya, abundante y generosa, en su camino. Pide también oraciones a todos sus hijos. No le preocupan su salud ni su persona. Acepta la enfermedad como una caricia del amor de Dios. Pero piensa que debe ser el instrumento para llevar el Opus Dei adelante. Y le pide al Señor las condiciones físicas suficientes para poder seguir abriendo camino. Finalmente, a pesar de los síntomas, los médicos declaran que no hay trazas de esa enfermedad.

Su trabajo en la etapa de Burgos se completa con la realización de un volumen de investigación histórica dedicado al tema de «La Abadesa de las Huelgas». Había terminado ya prácticamente sus trabajos de Tesis Doctoral en Derecho, en la Facultad de Madrid. El tema primitivo -sobre «Ordenación de mestizos y cuarterones en el siglo XVI»-, que fue meticulosamente estudiado, se puede dar por perdido en los desastres de la guerra. Pero ahora, a menos de dos kilómetros del centro de la ciudad, tiene un Monasterio con un extenso y rico archivo histórico. Tras lograr el permiso del Arzobispo de Burgos y de la Abadesa de Las Huelgas, Ilustrísima señora doña Esperanza de Mallagaray, inicia su nuevo campo de investigación. Este será el tema de su futura Tesis Doctoral.

Con frecuencia, se le ve llegar a pie por el camino de chopos de El Parral que bordea la estructura gótica del Monasterio, a pesar de que supone una buena andadura desde la ciudad. Le han instalado en el llamado Contador bajo. Sobre una mesa de estilo español, pasa horas leyendo legajos y manuscritos que se apilan en el archivo y que las religiosas le proporcionan- amablemente.

Algunas veces, les celebra Misa en una de las espléndidas capillas de la iglesia monacal. Junto a las especies sacramentales ofrece, una vez más, la savia de una renovada raza de cristianos en todos los quehaceres, en todos los lugares, en todos los minutos del día. No es su vocación de índole claustral. Sabe que Dios le pide un modo de ser contemplativo en medio de la calle; una inmensa celda, grande como el mundo, para la actividad, los amores y los horizontes de sus hijos en la Obra.

Y esta Abadía Cisterciense le entiende, le aprecia y se aprovecha de su enseñanza espiritual. Cuando pase el tiempo, varias Comunidades del Císter, entre ellas la de Las Huelgas, serán nombradas Cooperadoras del Opus Dei. Significa que los pasos de los hombres y mujeres de la Obra estarán acompañados por la oración de estas religiosas. Significa, también, el entendimiento entre dos vocaciones muy distintas pero de raíz común: la presencia de Cristo como principio y fin de toda aspiración humana.

En 1944, Monseñor Escrivá de Balaguer enviará a esta Abadesa y Comunidad un ejemplar de «Camino» y otro de «La Abadesa de las Huelgas». En ellos agradece, con una afectuosa dedicatoria, el interés, la comprensión y ayuda que le otorgaron durante esta fructífera estancia en la ciudad castellana de Burgos.