Camino de Sonsoles

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Un día de primavera de 1935, Ricardo Fernández Vallespín recuerda el propósito que hiciera, el último año de carrera, de visitar a la Virgen de la ermita de Sonsoles. El Padre se ofrece a acompañarle, y se unen también José María González Barredo, químico, y Manuel Sáinz de los Terreros, ingeniero de Caminos. Salen los cuatro de Madrid a Avila en tren. Desde allí, hasta la Virgen, irán a pie rezando el Rosario(29).

La estación de ferrocarril de Avila se encuentra fuera de la ciudad amurallada. En este punto, desciende una empinada cuesta hasta el convento de Santo Tomás, de los dominicos. El Santuario de Sonsoles dista unos cuatro kilómetros. El camino es llano y polvoriento y, al principio, serpea entre trigales y barbechos. La ermita está situada sobre una colina que rompe levemente la horizontal de la meseta castellana.

Al contemplar aquellas mieses -dirá el Padre-, «vino entonces a mi memoria un texto del Evangelio, unas palabras que el Señor dirigió al grupo de sus discípulos: “ ¿No decís vosotros: ea, dentro de cuatro meses estaremos ya en la siega? Pues ahora yo os digo: alzad vuestros ojos, tended la vista por los campos y ved ya las mieses blancas y a punto de segarse” (lo IV, 35). Pensé una vez más que el Señor quería meter en nuestros corazones el mismo afán, el mismo fuego que dominaba el suyo»(30)

A partir de este año, los miembros del Opus Dei, en grupos o en solitario, frecuentan, durante el mes de mayo, senderos abiertos en los cinco continentes, en romería, para encontrar una imagen de Nuestra Señora a la que piropear con Avemarías del Rosario.

Desde diciembre de 1933 a septiembre de 1934, el Padre acuerda con los PP. Redentoristas -que tienen en una calle cercana la iglesia del Perpetuo Socorro- la posibilidad de organizar un retiro mensual con los chicos de la Obra. Y en las meditaciones que predica, va desplegando el Fundador las características y el modo que Dios ha grabado en su corazón como perfil definitivo del Opus Dei.

La actividad sacerdotal del Padre, su experiencia ascética y mística, el conocimiento del dolor, de la pobreza, de la soledad y de la muerte, y también de la alegría, del orgullo de saberse hijo de Dios, así como el descubrimiento de la vocación a que Dios le ha llamado, impulsan al Fundador a reunir un buen número de notas que titula con el nombre de «Consideraciones Espirituales». En ellas se vuelcan ratos, antiguos o recientes, de intimidad con Dios, de trato continuo con los Angeles Custodios, de fe y de esperanza; diálogos breves y entrañables con aquellos que le siguen, experiencias junto a la entrega y el amor de los enfermos, gozo y desprendimiento. Todo ello se agrupará en una pequeña publicación que sirve para dar a conocer el talante interior de la Obra, a los que acuden a participar de su espíritu.

«Consideraciones Espirituales» se imprime por primera vez en la Imprenta Moderna de Cuenca, el 3 de mayo de 1934. Lleva el “Nihil obstat” de don Sebastián Cirac y el “Imprimatur” del Obispo don Cruz Laplana.

El Padre había reunido, desde 1930, unas breves oraciones litúrgicas de la Iglesia en un conjunto de preces que rezarán los miembros de la Obra cada día: peticiones y acciones de gracias que eleva a la Santísima Trinidad, a la Virgen, a San José, a los Angeles Custodios. Ruegos por el Papa, por la Iglesia, por la unidad de los apostolados. Por cuantos pertenecen y ayudan a la Obra de Dios. Por los que han muerto y los que viven en la esperanza de Jesucristo. Invoca a los santos y arcángeles: San Pablo, San Pedro, San Juan, San Miguel, San Rafael y San Gabriel. Y termina con aquel saludo que los primeros cristianos repetían de continuo al encontrarse, con el deseo de lo más ancho y hondo que puede traer el conocimiento de Cristo: la paz.

En este año de 1933, el Padre lleva a cabo unos días de retiro en la Residencia de los Redentoristas. Empieza a escribir un documento acerca del espíritu sobrenatural de la Obra en unas cuartillas apaisadas, de las que luego se harán copias a máquina en la Academia “DYA”. Es como una declaración total de la vocación transcendente a la que ha sido invitado, del mensaje que Dios le dio a conocer el 2 de octubre de 1928. Es la herencia, el certificado sobrenatural, que testimonia un hombre acerca de la Obra de Dios en el mundo.

Sin embargo, cada uno de los pasos de esta convicción sobrenatural, lleva aparejadas pruebas que ha de resolver a golpe de fe.

La primera de ellas tiene lugar en Madrid, el jueves 22 de junio de 1933, víspera de la fiesta del Sagrado Corazón. La nota manuscrita en la que el propio Fundador va a referir su experiencia transmite, por su inmediatez, el escalofrío de la verdad: «A solas, en una tribuna de esta iglesia del Perpetuo Socorro, trataba de hacer oración ante Jesús Sacramentado expuesto en la Custodia, cuando, por un instante y sin llegar a concretarse razón alguna -no las hay-, vino a mi consideración este pensamiento amarguísimo: "¿Y si todo es mentira, ilusión tuya, y pierdes el tiempo..., y -lo que es peor- lo haces perder a tantos?".

Fue cosa de segundos, pero ¡cómo se padece! Entonces, hablé a Jesús, diciéndole: "Señor, si la Obra no es tuya, destrúyela; si es, confírmame".

Inmediatamente no sólo me sentí confirmado en la verdad de su voluntad sobre su Obra, sino que vi con claridad un punto de la organización»(31).

Terminará de redactar este escrito el 19 de marzo de 1934. Lo leerán, unos y otros. Muchos años más tarde recuerdan que, después de meditarlo, se levantó en sus almas un mayor deseo de santidad.