DECLARACIONES DE MONS. ALVARO DEI. PORTILLO A «THE NEW YORK TIMES»

“La herencia de Mons. Escrivá de Balaguer”, escrito por Luis Ignacio Seco.

El 28 de noviembre de 1982, la Santa Sede otorgaba al Opus Dei su definitivo status jurídico como Prelatura personal, en la Constitución Apostólica «Ut sit».

En este año 1984 se han cumplido dos años desde aquella fecha. Con este motivo publicamos una entrevista hasta ahora inédita en castellano en la que su actual Prelado, Mons. Alvaro del Portillo, responde a las preguntas formuladas por el corresponsal en Roma del «New York Times».

–Todo organismo vivo se desarrolla. He leído lo que ha escrito Mons. Escrivá de Balaguer sobre el Opus Dei: ¿me puede decir cuál es el papel actual del Opus Dei en la Iglesia y también en la sociedad? Y en concreto: ¿a qué se deben las controversias sobre el Opus De¡?

–El Opus Dei, en efecto, crece y se extiende por todo el mundo, con la gracia de Dios. Su fin consiste en promover, entre personas de todos los ambientes de la sociedad, una toma de conciencia de la vocación a la santidad en el ejercicio del propio trabajo; es decir, de la llamada a vivir una existencia cristiana plena, en medio de las situaciones comunes de la vida.

No se trata sólo de difundir una idea, un mensaje, sino de fomentar la puesta en práctica de un cristianismo sin mediocridades, en el ejercicio del trabajo profesional. Contribuimos así a la misión salvífica de la Iglesia, en íntima unión con el Papa y la Jerarquía eclesiástica.

Con esta finalidad quiso Dios el Opus Dei, y con su ayuda seguirá por este camino, sin modificaciones. Por tanto, con el transcurso del tiempo, no será necesario ningún aggiornamento de su espíritu, ya que, mientras haya hombres sobre la tierra, habrá trabajo que santificar.

Me pregunta usted por las controversias en torno al Opus Dei. En primer lugar, es preciso valorar en su justa dimensión eso que usted llama controversia y que yo no dudo en calificar de murmullo: he de agradecer a Dios que el Opus Dei sea una de las más amadas instituciones de la Iglesia, como lo demuestran los cientos de miles de personas –católicas o noque acuden a recibir de la Obra aliento para su vida espiritual y que colaboran con sus apostolados.

Por otra parte, son corrientes las incomprensiones cuando los hombres se enfrentan con realidades de carácter espiritual, y no tienen mayor categoría cuando sólo se busca el cumplimiento de la voluntad de Dios: ¿no ocurrió algo semejante con los primeros cristianos? Podríamos hablar también de tantas figuras de la Iglesia que, con frecuencia, fueron maltratadas o ridiculizadas por sus contemporáneos, o de instituciones católicas que han padecido vejaciones, mediante el ofrecimiento a la opinión pública de una imagen deformada y antipática. Y no es necesario limitarse a los hechos de la vida religiosa: cualquier persona que quiera hacer algo de importancia chocará con la crítica y se arriesgará a las objeciones que otros le ponen: es ley de vida. Por esto, repito, no hay que exagerar la importancia de esas incomprensiones que, al fin y al cabo, nos estimulan a seguir más fielmente a Jesucristo, sirviendo a nuestros hermanos los hombres.

También pregunta usted por qué se producen esas controversias. El origen podría encontrarse en la acostumbrada intolerancia de algunos grupos y personas que se oponen a la Iglesia católica y a la difusión del Evangelio; en otras personas, seguramente bien intencionadas, que no nos entienden o conocen sólo la falsa imagen de una noticia sensacionalista, y en algunos pocos que intentan justificar y encubrir sus propias frustraciones.

Puedo asegurarle que esos enredos no nos quitan la paz ni un segundo. Mons. Escrivá de Balaguer rezaba todos los días por quienes con su oración, con su trabajo y sus limosnas cooperaban con el Opus Dei. Y rezaba con la misma caridad por quienes trataban de denigrarnos. También en esto queremos ahora seguir los pasos de nuestro Fundador, para imitar así a Jesucristo: que Él nos cuide a todos.

–Sé que el Opus Dei no tiene un papel político, pero la espiritualidad no es algo abstracto separado de la vida secular: ¿cuáles son los «peligros espirituales» que afectan hoy a la vida política, profesional, intelectual?

–Mire, la gran revolución de Mons. Escrivá de Balaguer ha sido ésta: llevar precisamente la espiritualidad cristiana a la vida secular, porque entendió claramente que nada de este mundo debe ser ajeno a Dios. Como ve, se trata de una revolución que, como afirmaba nuestro Fundador, «es vieja como el Evangelio, y como el Evangelio nueva». Los peligros a los que se ven expuestos todas las personas en este mundo son los mismos. Cualquiera los podría enumerar fácilmente: en primer lugar, el deseo desordenado de autoafirmación, el egoísmo, el afán de poder, el orgullo; detrás, la codicia, la sensualidad, hasta completar la lista de los siete pecados capitales.

Sin embargo, quiero subrayar que, a ¡ni .juicio, lo que usted llama «vida secular» –es decir, el ambiente en el que se desenvuelven las personas– no debe verse como un conjunto de peligros para la vida espiritual. Entre los aspectos del espíritu que Dios ha querido que practiquemos en el Opus Dei, está el convencimiento de que el mundo es el lugar donde cada cristiano tiene que santificarse, y que los quehaceres temporales honestos son la ocasión de un encuentro cotidiano con Cristo. Con una visión que desgaje la vida espiritual de la vida secular, que no han de estar separadas, parece que detrás de cada situación acechan peligros. Un cristiano no puede entenderlo así. Además, yo tengo plena confianza en mis hernianos los hombres, y me enamora la aventura cotidiana del quehacer humano.

Santificar el trabajo significa llenarlo de amor a Dios y de amor al prójimo. Estoy persuadido de que el mundo necesita con urgencia que las tareas terrenas se llenen de este espíritu, que hará más justo y humano todo el conjunto de las actividades seculares. Sería bien triste qúe los católicos se ausentaran de este quehacer, porque comporte unos riesgos. Lo importante es que los cristianos trabajen bien y se esfuercen por empapar con el espíritu de Jesucristo las propias ocupaciones profesionales. Esto, desde luego, implica una lucha interior, para no dejarse dominar por las pasiones personales o por los postulados del materialismo.

Para vencer en esta contienda, el cristiano se apoya en la gracia de Dios, y emplea los medios adecuados: la oración y los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía. De esta manera, va desarrollando las virtudes humanas y sobrenaturales, a la vez que se esfuerza en realizar con perfección su trabajo cotidiano.

Como le gustaba repetir a nuestro Fundador, los miembros del Opus Dei viven con los pies bien firmes en la tierra –trabajando con intensidad en su oficio o profesión–, procuran hacer todo por amor a Dios y en servicio del prójimo, mantienen una constante unión con El durante la jornada y van felices por esta tierra del brazo de sus hermanos los hombres.

–El Papa denuncia frecuentemente el materialismo. El Opus Dei vive dentro del mundo material. ¿Cómo evitar los peligros del materialismo, y en qué medida afectan a la institución que usted dirige?

–Indudablemente, los hombres y mujeres del Opus Dei están presentes en todas las encrucijadas del mundo, de la misma manera que las demás personas, insisto, nuestros iguales. Contra todos acometc la presión asfixiante del materialismo; también, y con maneras brutales, el mundo pagano presionaba sobre los primeros seguidores de Cristo.

La actitud cristiana ha sido y será siempre un claro desafío, lleno de caridad, a los establishment que impongan como regla del juego la reducción del hombre a un número o a un ser sin un destino trascendente. Al «no os conforméis a este siglo» (Rom 12, 2), de San Pablo a los cristianos de la Roma pagana, hace eco hoy el clamor del Papa Juan Pablo II en defensa de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.

La idea que Mons. Escrivá de Balaguer predicó incansablemente desde 1928 era que este enfrentamiento con el materialismo no puede llevar a los católicos a ausentarse de las tareas seculares, a no ser a los que Dios llama al retiro del claustro. Insistió siempre, sin miedo ni cansancio, en que los católicos deben esforzarse en impregnar de espíritu cristiano los respectivos ámbitos de la vida familiar y social.

Los peligros del ambiente materialista de que usted habla los supera el creyente, hoy como hace veinte siglos, con una intensa vida de oración; con una profunda penetración en la visión cristiana del hombre y del mundo; con el recto desempeño de los deberes y derechos profesionales, familiares y sociales, y con un constante recurso –esto es primordial, ya lo he dicho antes– a los Sacramentos.

La formación que facilita el Opus Dei va precisamente encaminada a preparar hombres y mujeres, para que, cada uno en su ambiente, dé testimonio y estimule a otros a vivir los valores que Cristo ha predicado. Este es el nivel de acción de la Prelatura en cuanto tal, mediante una continua ayuda doctrinal y pastoral a sus miembros y a cuantos participan en las iniciativas de carácter religioso, educativo o asistencial, que promueven los miembros del Opus Dei en unión con otras personas decididas a superar el conformismo materialista.

El esfuerzo por santificarse, en medio de los quehaceres más corrientes y normales, es lo que Mons. Escrivá de Balaguer tuvo la audacia de llamar materialismo cristiano, cuando afirmaba: «No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso, puedo deciros que necesita nuestra época devolver –ala materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo. El auténtico sentido cristiano –que profesa la resurrección de toda carne– se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados del espíritu» (Conversaciones..., nn. 114–115).

–Alguno afirma que hay secreto en las actividades del Opus Dei. Le pregunto: ¿Es ver–dad esto? ¿Hay cosas secretas entre los miembros?

–Le acabo de manifestar mi opinión sobre el se dice, que tan desgraciadamente hoy se utiliza. No. No tenemos ningún secreto. Ni aunque quisiéramos –y j amas hemos querido– habríamos podido mantenerlo, ya que trabajamos a la luz del día, en estrecho contacto con todo tipo de hombres y mujeres, grupos e instituciones. Las sedes de nuestros Centros abren sus puertas a cualquier persona que desee frecuentarlos. Los miembros del Opus Dei son conocidos como tales en el ambiente familiar, social y profesional en el que se mueven, porque nada tienen que ocultar.

La Obra, además, insisto, anima por todo el mundo centenares de actividades educativas, sociales, de promoción humana bien conocidas. La finalidad de la Prelatura es proporcionar a sus miembros una sólida e intensa vida cristiana y apostólica, bien fundamentada en el conocimiento de la doctrina católica. En esta tarea de formación agota el Opus Dei todas sus energías. Una tarea que quizá no es vistosa y que no requiere acompañamiento publicitario, sino paciencia y humilde perseverancia. Nuestro Fundador nos animaba a trabajar por tres mil, pero a hacer el ruido de tres: en nuestra labor de apostolado detestamos los secretos: no buscamos el autobombo, los golpes de efecto, la primera página de los periódicos; nos interesa sólo el eficaz servicio a la Iglesia y a la humanidad.

Algunas personas, de cuando en cuando, han pretendido hacer «revelaciones» sobre presuntos secretos del Opus Dei , y, como no existen, los han inventado. En ocasiones, la técnica que han empleado ha sido la de presentar una información, amalgamando hechos y palabras sacadas de su propio contexto y puestos arbitrariamente bajo la luz que más convenía, para ofrecer una visión complicada y esotérica del Opus Dei; alargan o encogen a capricho los trazos del dibujo, y añaden además algún otro detalle ridículo y falso, que confiere al cuadro un aspecto grotesco. El resultado final es, por tanto, una caricatura irreal, contraria a la sencilla transparencia de la Obra, y que deja sin explicación los abundantes frutos espirituales que el Opus Dei produce en los ambientes en que trabaja y entre personas de todas las condiciones sociales. Digo esto último con agradecimiento al Señor, y estoy convencido de que la buena salud espiritual de que goza la Prelatura es un don gratuito, que Dios nos otorga por la mediación de la Santísima Virgen.

–Usted ha vivido durante cuarenta años junto al Fundador del Opus Dei, y es su sucesor. ¿Querría terminar esta conversación hablándonos de la figura de Mons. Escrivá de Balaguer?

–Me resulta imposible sintetizar en pocas palabras mis cuarenta años junto a nuestro Padre, como llamamos en el Opus Dei al Fundador. Tampoco podría resumir fácilmente todo lo que debo, en el terreno espiritual y en el humano, a Mons. Escrivá de Balaguer. Agradezco a Dios de todo corazón haber pasado la mayoría de mi vida al lado de tan gran maestro de santidad, que se sintió siempre muy mariano y muy romano.

Monseñor Escrivá de Balaguer fue un hombre ardientemente enamorado de Jesucristo. Irrumpió en la historia con vigor, recordando a los hombres de la calle, incluso a quienes quizá se interesaban muy poco en la práctica religiosa, que Cristo los llamaba para que le siguieran, sin que tuvieran que abandonar su estado y oficio.

Presentaba como ideal un cristianismo con sabor de primera hora, en el que las palabras, los hechos y los gestos de la vida de Cristo arrojaban de modo inmediato su luz sobre las mil menudas circunstancias de la vida diaria. Por esto, la vida y las obras del Fundador del Opus Dei –o, mejor dicho, lo que Dios obraba en su alma– tenía que ser para tantos signo de contradicción.

Aunque ya se ha escrito mucho sobre nuestro Fundador, es tan densa su historia, en servicio de la Iglesia y de las almas, que su estudio requerirá años de trabajo. Sin duda, seguirán apareciendo publicaciones que recogerán tantos aspectos de una biografía que no dudo en calificar de heroica.

Fue un hombre de fe robusta y contagiosa, que se apoyaba en la fortaleza de Dios, al tiempo que se consideraba nada y menos que nada y no dudaba en calificarse a sí mismo de instrumento inepto y sordo,– y, con esta confianza en Dios, promovió una inmensa movilización apostólica entre gentes de toda condición. Tan firmemente convencido estaba de la desproporción que existía entre lo que Dios le iba pidiendo y sus fuerzas humanas que no vacilaba en asegurar que la Obra era sólo de Dios.

Un rasgo característico de la personalidad de Mons. Escrivá de Balaguer fue su transparencia, la autenticidad de su vida: quien había experimentado tantos sufrimientos para sacar adelante lo que Dios le urgía, conjugaba una gran fortaleza de carácter con una sencillez y sinceridad que cautivaban. Y otra nota de su temple sobrenatural y humano fue el buen humor: no concebía un cristianismo de caras largas. Con su hacer cotidiano, inculcó en sus hijos y en los que le rodeaban el afán de ser sembradores de la paz y de la alegría propias de los hijos de Dios.

Su generosa entrega a todos y el ejemplo de sus virtudes cristianas explican cómo llevó a tantas almas a seguir a Jesucristo; y, después de su muerte, el creciente recurso a su intercesión, por parte de miles y miles de personas en el mundo entero.