Sin mentalidad de selectos

“La herencia de Mons. Escrivá de Balaguer”, escrito por Luis Ignacio Seco.

Si pudiésemos seguir estas conversaciones con los miles de personas del Opus Dei, hombres y mujeres, que viven y trabajan en los distintos países, seguiríamos encontrando una infinidad de talantes, de estilos y de situaciones –tantas como las que puede ofrecer el mundo de hoy a imaginación suelta– y un mismo espíritu: el de los cristianos corrientes que se sienten comprometidos integralmente por el Bautismo, que tratan de llevar hasta sus últimas consecuencias sin coartadas intelectuales.

El panorama lo reflejó en Pamplona el Fundador del Opus Dei el 8 de octubre de 1967:

«Quienes han seguidoa Jesucristo –conmigo, pobre pecador– son: un pequeño tanto por ciento de sacerdotes, que antes han ejercido una profesión o un oficio laical; un gran número de sacerdotes seculares de muchas diócesis del mundo –que así confirman su obediencia a sus respectivos Obispos y su amor y la eficacia de su trabajo diocesano–, siempre con los brazos abiertos en cruz para que todas las almas quepan en sus corazones, y que están como yo en medio de la calle, en el mundo, y lo aman; y la gran muchedumbre formada por hombres y por mujeres –de diversas naciones, de diversas lenguas, de diversas razas– que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte, solteros muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer más humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes diarios, con personal responsabilidad –repito–, experimentando con los demás hombres, codo con codo, éxitos y fracasos, ti–atando de cumplir sus deberes y de ejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detcctar los brillos divinos que reverberan en las realidades más vulgares».

El denominador común de esta muchedumbre desperdigada por el planeta y en la que cada uno vive a su aire su propia historia de cara a Dios, ofrece unas notas características que apenas pueden agotarse –dada la gran variedad con que se manifiestan en la vida ordinaria de cada cual– con una mera enumeración: la consideración del trabajo como realidad santificable y santificadora, el empeño por vivir con alma contemplativa en medio del mundo, el sentido de la filiación divina como fundamento de toda la vida espiritual, el hacer de la Santa Misa el centro de la vida interior, el amor a la libertad y a la responsabilidad personal, el espíritu de comprensión y de convivencia, etc.