3. No hay dogmas en las cuestiones temporales

Extraído del libro "Apuntes" sobre San Josemaría Escrivá de Balaguer, escrito por Salvador Bernal y editado por Rialp

Raffaello Cortesini, Director de la Cátedra de Cirugía Expe­rimental de la Universidad de Roma, condensó su recuerdo de Mons. Escrivá de Balaguer en Il Popolo en un titular significa­tivo: Un uomo che amava la libertó.

El Fundador del Opus Dei amó la libertad en la lucha interior. No entendía que nadie pudiera entregarse y servir a Dios a la fuerza. Estaba dispuesto a dar cien vidas que tuviera para defender la libertad de las conciencias. Respetó ‑comprendió, perdonó, quiso‑ a los que no le comprendían o le calumnia­ban... ¿Cómo no iba a defender también la libertad en los asuntos estrictamente humanos: el trabajo, la acción social, la educación, la política?

Hemos visto en un epígrafe anterior la inconsistencia de los chismes que se difundieron en los años cuarenta. Igualmente falsos fueron los que comenzaron en los años cincuenta, relativos a una supuesta posición política de la Asociación. En 1957 se dio a la prensa la primera nota oficial de la Secretaría del Opus Dei, precisando que nada tenía que ver la Obra con la libre actuación de sus socios en la vida pública. Aunque los hechos hablaban por sí solos, más de uno se negó a aceptar su evidencia. Quizá no pudieron, por el clericalismo equivocado con que se habían acostumbrado a juzgar de lo divino y lo humano. No les cabía en la cabeza que era perfectamente compatible vivir por entero cara a Dios y, al mismo tiempo, vivir por entero cara a los hombres, asumiendo las responsabilidades ciudadanas; que la vida sobre­natural era aguijón, acicate, para la solidaridad con los hombres, pero sin confesionarios: pues no suele haber soluciones cató­licas unívocas en los problemas humanos. Sólo que, como titulaba otro periodista italiano, Cesare Cavalleri, en Il Corriere della Sera (Milán), Il clericalismo é duro a moriré.

En los años cincuenta y sesenta, el ambiente era relativa­mente propicio para una adecuada distinción entre religión y política. El espíritu del Opus Dei ‑si es lícito hablar así‑ iba a favor de la corriente. Lo asombroso ‑quiero subrayarlo‑ fue la fidelidad del Fundador a ese espíritu en los años treinta y cuarenta, cuando hablar de libertad y de pluralismo entre los católicos ordinariamente resultaba contra corriente.

Evidentemente se dan en la vida de los pueblos circunstancias excepcionales en las que la Jerarquía católica puede ‑debe­ hablar en términos muy concretos, y entonces cada católico ha de secundar responsablemente la voz de sus obispos. Pero es un derecho ‑una obligación‑ que compete a la Jerarquía episcopal, y a nadie más.

Al comienzo de los años treinta hubo en España una fuerte presión para unir a los católicos en la vida publica, y poder defender los derechos de la Iglesia. Muchos llegaron a creer que seguir aquella línea era una auténtica obligación de conciencia, aunque el episcopado no se pronunció colectivamente (sólo lo haría ya iniciada la contienda civil).

En aquel contexto, la actitud del Fundador del Opus Dei eta defensa de la legítima libertad de los cristianos, acentuando el necesario y único denominador común, no resultaba eficaz a corto plazo. El planteamiento ‑según sintetiza ahora José Antonio Palacios sus vivencias de 1932‑ no era "nada atractivo, en principio, para gente como nosotros, de pocos años, que considerábamos la situación de España como un gran problema religioso, y con una amenaza de persecución religiosa creciente, pero que no veíamos otra solución que la política, y por ese estábamos metidos de lleno en un activismo orientado a la solu­ción violenta de todo".

Pero don Josemaria no tenía prisa, ni tampoco miedo al futuro. Le eran bien ajenas las tácticas para conseguir fine humanos, por elevadas que fueran las intenciones. Prefería confiar en la divina eficacia del mensaje de Cristo, que incluye el amor a la libertad personal de los cristianos: ¿por qué imponer dogmas en cosas opinables? Defendía el riesgo de la libertad. También por esto, y no sólo por celo sacerdotal, acudió a la cárcel, para visitar a algunos jóvenes amigos suyos, detenidos tras el fracaso de la sublevación del 10 de agosto de 1932. Es el propio José Antonio Palacios quien evoca sus visitas a la Cárcel Modelo, que estaba al final de la calle Princesa, donde más tarde se levantó el edificio del actual Ministerio del Aire: "Jamás tuvo la menor vacilación para atender a la gente, por mucho riesgo que hubiese; hacía visitas a la cárcel con bastante frecuencia, aunque hacer visitas a los detenidos fuera significarse y más tratándose de un sacerdote".

En estas visitas, charlaba sacerdotalmente con cada uno de sus amigos; a veces, lo hacía en grupo. Ante las rejas del locutorio de presos políticos ‑una galería muy larga‑ llevaba la conversación a temas espirituales: devoción a la Virgen, filiación divina, amor a la Iglesia y al Papa, frecuencia de sacramentos. Les animaba a aprovechar el tiempo en la cárcel, a dar un enfoque sobrenatural a su estudio y a su trabajo.

De aquellos doce meses que pasó en la cárcel, José Antonio Palacios narra una anécdota simpática y expresiva. Fueron detenidos los anarcosindicalistas que participaron en la rebelión de Casas Viejas, y los ingresaron también en la Cárcel Modelo de Madrid. Cuando hacía buen tiempo. los presos eran conducidos a los diversos patios de la prisión para hacer un poco de ejercicio. Algunos jugaban al fútbol. Palacios se llevó una gran sorpresa al advertir que los anarcosindicalistas bajaban al mismo patio al que solían llevarlos a ellos. Aprovechó una visita de don Jose­maría a la cárcel, para pedirle consejo sobre cómo convivir con aquellos hombres, tan opuestos a la religión. El Fundador del Opus Dei le hizo ver que tenían una ocasión espléndida de tratarlos con cariño, y de intentar hacerles ver sus errores en materia religiosa. Tened en cuenta ‑venía a decirles‑ que ellos, probablemente, no tuvieron padres cristianos como vosotros, ni vivieron en un ambiente como el vuestro. ¿Qué hubiera sido de vosotros y de mí en sus mismas circunstancias?

Don Josemaría les alentó a que mostraran su fe, conviviendo y jugando con ellos como si fueran sus mejores amigos, y les hizo ahondar en la doctrina de Cristo: tenían que querer a esos hombres como a ellos mismos. Luego les dio un consejo práctico: jugar mezclados unos con otros, formando en el mismo equipo con los anarcosindicalistas.

Decidieron seguir el consejo, y a los pocos días se unían a ellos para el primer partido de fútbol. José Antonio Palacios se acuerda aún ‑él jugaba de portero‑ de sus dos defensas anarcosindicalistas: "Jamás jugué al fútbol con más elegancia y menos violencia. ;Tradicionalistas y anarcosindicalistas! ;Vaya mezcla!".

Aunque no sé si formaba parte de este grupo, el 10 de agosto fue detenido José Manuel Doménech de Ibarra, que testimonia la solicitud de don Josemaria por la vida interior, al margen de toda preocupación política. El 11 ó 12 de agosto, un oficial del cuerpo de prisiones le entregó un sobre a través del pequeño postigo que tenía la puerta de su celda. En el sobre venía un "Oficio parvo de Nuestra Señora", con la siguiente dedicatoria: Beata Mater et intacta Virgo, gloriosa Regina Mundi, intercede pro hispanis ad Dominum.

A José M. Domenech, con todo afecto.

Madrid, agosto, 932.

Al Fundador del Opus Dei le habría costado numerosas gestiones hacerle llegar ese sobre, porque no era fácil conseguir entregar nada a los presos incomunicados, y menos que fuera un oficial de prisiones el que lo llevara. "Me causó profunda impre­sión ‑escribe José Manuel Doménech‑ el cariño del Padre y su preocupación por mi vida interior; él sabía que yo conocía w rezaba el Oficio parvo y quería que en aquellos momentos de zozobras e inquietud no abandonase mis prácticas de piedad. Naturalmente, quedé muy agradecido y recé con devoción esa, oraciones en aquellos días". La anécdota es más expresiva aún si se tiene en cuenta que, entre las devociones que recomendaba el Fundador del Opus Dei, no se incluía el rezo del Oficio parto.

También fue detenido en agosto de 1932 Vicente Hernando Bocos. En aquel tiempo de dura lucha política, él era partidario ‑según reconoce‑ de usar la violencia. No se dejó convencer por don Josemaría, que le animaba a defender sus sentimientos con tenacidad y constancia, pero sin herir a nadie. Él prefería más el "estacazo y tentetieso". Los consejos del Padre eran sacerdotales, no políticos: "Nunca don Josemaría ‑afirma expresamente Vicente Hernando‑ discriminó a nadie por motivo de sus opiniones políticas, sociales, etc., respetaba la libertad personal en todas las cuestiones".

Estas anécdotas muestran que, para el Fundador del Opus Dei, el respeto a la libertad política no era indiferencia, despreocupación. Sentía en su carne los problemas ‑como cualquier ciudadano consciente‑, pero pensaba que no era misión suya resolverlos. En esto, como en todo, exponía clara­mente la enseñanza de la Iglesia y señalaba con precisión las doctrinas erróneas. Ayudaba así a las almas de los que se enfren­taban ‑acertando o no‑ con cuestiones ante todo civiles, y formaba bien sus conciencias para que santificasen el trabajo ‑cada uno el suyo‑, tratando de hacer más humana y más justa la sociedad.

Estas palabras, pronunciadas en 1967 en el campus de la Universidad de Navarra, acertaban a resumir con brevedad su predicación desde 1928:

Un hombre sabedor de que el mundo ‑y no sólo el templo­ es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional, va formando ‑con plena libertad‑ sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en conse­cuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexión personal, que intenta humildemente captar la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida.

En 1934 tuvo don José Luis Múzquiz la primera noticia del Opus Dei, a través de u» conocido suyo de Madrid, llamado Laureano, que ayudaba a don Josemaría en el Asilo de Porta Coeli. Laureano le preparó una entrevista, que tuvo lugar en la residencia de Ferraz, 50, a finales de 1934 o en enero de 1935. Múzquiz fue con "cierta curiosidad por saber qué era aquella fundación de que me había hablado Laureano, y qué pensaría aquel sacerdote de la situación, partidos y prohombres políticos que más se movían entonces en España". Porque ‑anota‑ en aquella época turbulenta antes de la guerra era normal que los sacerdotes opinaran de política. Ante su sorpresa, don Josemaría le habló, desde el primer momento, en un tono sobrenatural, sacerdotal, apostólico. No obstante, José Luis Múzquiz le pre­guntó su opinión sobre un líder político conocido, al que él tenía en aquel momento simpatía. El Fundador del Opus Dei le contestó inmediatamente que allí nunca le preguntarían de política; que iban por la residencia personas de todas las tenden­cias. Ayer ‑añadió a modo de ejemplo‑ estuvieron el presidente y el secretario de la asociación de estudiantes nacionalistas vascos. A continuación, como para reforzar más su criterio, agregó sonriente: En cambio te harán otras preguntas "moles­tas": te preguntarán si haces oración, si aprovechas el tiempo, si tienes contentos a tus padres, si estudias, pues para un estudian­te estudiar es obligación grave.

En todo es semejante el recuerdo que conserva don Ricardo Fernández Vallespín de su primera entrevista personal con don Josemaría, el 29 de mayo de 1933: "Me habló de las cosas del alma. no de los problemas políticos; me aconsejó, me animó a ser mejor". Algún tiempo después, Fernández Vallespín pidió la admisión en la Obra: "Nos metía, con infinita paciencia, en los caminos de la vida espiritual, nunca nos hablaba de política, nos decía que teníamos que ser santos en medio del mundo (...)".

La vida pública española se iba complicando por momentos. Como ha dicho un conocido historiador, durante la II República se socializó la política por vez primera en la historia de España. En todo el país se hablaba y se hacía política, casi más que cualquier otra cosa. Pero don Josemaría, a contracorriente, siguió fiel a su vocación sacerdotal: sólo hablaba de Dios. Esta actitud debía contrastar tanto, que se convertía en dato diferen­cial. Hasta el punto de que el Fundador del Opus Dei podía ser distinguido como un sacerdote que no era "trabucaire" (que no se mezclaba en política). Como vimos, así fue presentado al doctor Canales Maeso en el Hospital de la Princesa, a comienzos de 1933.

En junio de 1975, en el diario Las Provincias (Valencia) relató Aurelio Mota que, a mediados del curso lectivo 1935‑36 unos universitarios tomando los valencianos, preocupados por el giro que iban acontecimientos en España, decidieron viajar a Madrid para consultar con don Josemaría. Querían aconsejarse con él, dado su profundo conocimiento del ambiente estudiantil y la prudencia y discreción que le caracterizaban.

Aunque los problemas que le plantearon eran una mezcla de carácter político y religioso, supo ‑resalta Aurelio Mota­ "deslindar campos y aclarar que su misión era puramente

espiritual, y que como sacerdote, no entraba ni salía en asuntos políticos". Desde luego, no dejó de señalar los puntos contrarios a la doctrina de la Iglesia que defendían algunos grupos, pero eso era justamente hablar de religión, no de política. Les repitió que "a él le interesaban las almas, y que para las otras instancias ya estaban los laicos".

Aun a riesgo de ser reiterativo, vale la pena insistir: esta acti­tud no era indiferencia, sino deseo profundamente sentido de evitar a toda costa el clericalismo malo. Por esta razón, el Fundador del Opus Dei se limitaba a formar la conciencia de los cristianos, de modo que ahondasen en sus propias responsabilidades ‑ante Dios, ante los hombres‑ y actuasen en consecuen­cia, no como longa manus de la Jerarquía eclesiástica o de algún sacerdote.

Todo esto quedaría muy claro ‑una vez más‑ al responder a las preguntas que, tanto tiempo después, harían a Mons. Escrivá de Balaguer en Buenos Aires:

‑Qué puedo hacer para darles a entender a nuestros amigos que lo más importante es tratara Dios, conocer a Dios, y que no se preocupen tanto por otras cosas..., por política ...?

‑Bueno; es que no les puedes decir que no se preocupen de política. Porque justamente, por amor de Dios, algunas personas se ocupan de política: ;yo no! Yo no trato de ese tema, pero comprendo que haya ahí gente llena de rectitud: unos van por la derecha, otros por la izquierda, otros por allá, y ninguno des­acierta, todos tienen buena voluntad. Yo no les indicaré que dejen la política. Eso sí: les puedo y les debo aconsejar que no actúen con ataques personales; que defiendan su programa, sin ofender a nadie en la persona: ni de las figuras actuales, ni de las inmediatamente pasadas; si no, en un país nunca habrá nadie decente que quiera sacrificarse por llevar la nación adelante; porque piensan: después, si esto se hunde, a mí me maltratan, y, conmigo, a mis hijos, a mi familia, a todos; y comienza una persecución detrás de otra. Es de locos.

De modo que sí: que los buenos se preocupen de política, si les da la gana. Ya sé que no voy por tu lado, porque tú has citado eso como ejemplo: pero me has proporcionado la ocasión de recordar que no haya odios. Nos hemos de ocupar de las cosas de la tierra. Tú y yo hemos de tocar todo lo que no sea intrínseca­mente malo, pero con todo lo que es bueno o indiferente, sin inconveniente alguno, hay que hacer lo del Rey Midas: conver­tirlo en oro. ¿Está claro?

Aquel mismo día, otra persona, que trabajaba en un canal de televisión, quiso disipar sus dudas sobre cómo utilizar con sentido apostólico los medios de difusión masiva.

‑Hijo mío, muchos de vosotros sois especialistas en eso. De modo que no me preguntes cosas profesionales. Sabéis mucho más que yo. Yo os puedo hablar de vuestro celo apostólico, de vuestro empeño en llevar a otras almas el Amor que tenéis a Cristo. Pero sobre el modo específico..., si vosotros sois maestros, por qué me voy a meter yo? No me gusta. Los curas no debemos hablar de cosas profesionales, de las que probablemente no entendemos nada, y, en todo caso, no estamos para eso.

Yo te puedo aconsejar que tengas más preocupación, más hambre de almas; y te insistiré para que alargues la oración, para que hagas muchos actos de Amor, de desagravio; para que profe­sionalmente seas muy bueno. ¿Pero de tu trabajo?: eso es cosa tuya. ¿Qué dirías si me pusiera ahora, aquí, a tratar de socio­logía o de política...? Me tendrías que mirar con pena. Pensarías: el Padre se ha vuelto loco, no nos habla de Dios.

Don Álvaro del Portillo se le acercó ‑eran casi las doce‑, y antes de rezar el Ángelus, Mons. Escrivá de Balaguer añadió:

‑Me pide don Álvaro que repita que eso es lo único que 3 0 puedo deciros, porque vosotros ‑cada uno‑ formaréis libre­mente vuestro pensamiento en las cosas temporales, que no tiene por qué ser igual al de los otros. Muchos pareceres diversos pueden ser soluciones buenas, y nobles, y sacrificadas, y merecen respeto todas. No hay dogmas en la vida terrena: sólo en la religión.

Ése fue el criterio claro, inequívoco, que proclamó siempre con independencia de los acontecimientos que le tocó vivir a h: largo de los años: enseñó al final de sus días, lo mismo que e‑r¡ 1930 ó en 1940.

Como es sabido, en la España de 1939 se consolidó un cambio de clima de la autoridad civil hacia la Iglesia católica, que se reflejó en numerosos discursos y manifestaciones públicas. Pero

el Fundador del Opus Dei, que estuvo serenamente en su sitie años atrás, cuando corrían otros aires, permaneció también ahora en su sitio.

A uno de los asistentes a la meditación que dirigió en la residencia de la calle de Jenner el último domingo de octubre de 1939, Fiesta de Cristo Rey, se le grabó su modo sacerdotal de referirse a los afanes nobles, patrióticos, de la gente, para llevarles enseguida a la consideración de que hay un Reino mucho más grande: el Reino de Jesucristo, que no tiene fin... Se metía muy dentro la pregunta, dirigida a cada uno de los presentes: Para que Cristo reine en el mundo, primero ha de reinar en tu corazón: ¿reina de verdad? ¿Es tu corazón para Jesucristo?

Pero no era sólo la predicación. Todo en aquella residencia de estudiantes rebosaba libertad. Vicente Mortes llegó a Madrid, en los primeros días de septiembre de 1940, para buscar alojamien­to, pues iba a empezar la carrera de ingeniero de Caminos. En Valencia, don Eladio España, Rector del Colegio del Corpus Christi, que llevaba la dirección espiritual de mucha gente joven, le había hablado de la Residencia de Jenner. Allí se dirigió Vicente Mortes con su padre. Saludaron al sacerdote de aspecto fuerte y cordial que les recibió, se sentaron y tomó la palabra el padre de Vicente: era hijo único; por primera vez se separaba de sus padres; había sido un buen alumno en los Escolapios de Valencia; tenía miedo de que se "perdiera" en la gran ciudad; quería, por tanto, dejarle en un sitio donde no corriera peligro, donde se controlaran sus salidas y entradas, donde estuviera vigilado, en una palabra...

Don Josemaría le interrumpió, y le explicó que en la Resi­dencia no se vigilaba a nadie; se procuraba ayudar a todos para que fueran buenos cristianos y buenos ciudadanos, hombres libres que supieran formarse un criterio y cargar con la respon­sabilidad de sus propias acciones...

El padre de Vicente quedó al principio desolado. Siguieron charlando, y fue comprendiendo que aquel sacerdote tenía razón, que la vigilancia no servía para personal de la responsabilidad.

No obstante, el límpido mensaje del Fundador del Opus Dei no era entendido a veces, en un primer momento, por personas, incluso buenísimas, que no calibraban su novedad, su originali­dad, y trataban de encerrarla en esquemas viejos. Este fue el caso, por ejemplo, de don Manuel García Morente. Víctor García Hoz había ido a ver a don Josemaría a Diego de León, y le dijeron que debía esperar un poco, porque tenía otra visita. Era don Manuel García Morente, catedrático de Filosofía de la Universidad de Madrid, que había vivido apartado de la religión, pero se convirtió y llegó a ser sacerdote. Don Manuel García Morente quería enterarse de lo que era el Opus Dei y estuvo conversando con su Fundador. Como resumen de la idea que se

nada si no se tenía sentido había hecho, Morente le vino a decir: "Entonces el Opus Dei es como la Institución Libre de Enseñanza, pero con sentido católico". Don Josemaria, al recibir a Víctor García Hoz, le comentó incidentalmente, con cierta pena, que a una persona tan buena y tan inteligente como don Manuel todo lo que se le ocurría acerca de la Obra era reducirla a una Institución pedagógico‑política...

García Morente llegó a entender, y a querer bien a la Obra, después de sucesivas conversaciones. En cambio, personas no tan buenas, ni tan inteligentes, y que quizá no se molestaron en hablar con nadie del Opus Dei, repetirían andando los años que la Obra era una especie de anti‑Institución Libre de Enseñanza. No se daban cuenta de que ese enfoque resultaba radicalmente opuesto al espíritu positivo del Opus Dei: la Obra no era anti‑nada, ni anti‑nadie. Además, omitían un dato fundamental: el delicado y eficaz respeto del Fundador a la libertad de actuación de los socios en las cuestiones políticas, sociales o culturales.

Ninguna persona sensible a los problemas universitarios desconoció la pujanza adquirida por la Institución en los años veinte y treinta. El Fundador del Opus Dei, que trataba con muchos estudiantes por aquellos años, conocía la realidad y habló del tema alguna vez hacia 1932 ó 1933, según aprecia el doctor Jiménez Vargas, para dar idea de los graves problemas que aquejaban a la Universidad española, pero dejando siempre muy claro que resolver esos problemas era responsabilidad de las personas que, con libertad, trabajasen en la enseñanza univer­sitaria. Quedaba tan diáfano su planteamiento, que "ninguna persona de buena fe que le hubiese oído algo de esto podría nunca haber pensado que la Obra había surgido contra la Institución Libre de Enseñanza".

En muchos terrenos, en los años treinta y cuarenta, cuando los socios de la Obra eran jóvenes, el delicado respeto del Fundador del Opus Dei a su libertad profesional tenía por fuerza que resultar heroico, pues con frecuencia surgían temas en que su información era grande; por ejemplo, en cuestiones univer­sitarias, jurídicas, artísticas o históricas. Sin embargo, prefirió siempre el riesgo de la libertad.

Este espíritu alcanzaba, incluso, el modo de dirigir las obras apostólicas promovidas por el Opus Dei. Estas labores ‑como es sabido‑ responden a una finalidad sobrenatural. Pero se proyectan y gobiernan con mentalidad laical, es decir, por personas para quienes esta tarea es su propio trabajo profesional. Por eso no son confesionales, ni están cortadas por un mismo patrón: dependen de las necesidades sociales de una región, de las circunstancias propias de un territorio, o de las posibilidades que ofrezca en cada caso la correspondiente legislación civil.

De palabra y por escrito el Fundador del Opus Dei dio muchos criterios para estos apostolados. Se referían a sus líneas de fuerza ‑ideas centrales de carácter apostólico‑, y a aspectos de organización o de oportunidad práctica, pues sentía el afán de transmitir toda su experiencia, hasta en los menores detalles,

para que la utilizaran con responsabilidad personal. Los grandes criterios de dirección del Opus Dei ‑descentralización, colegia­lidad, autonomía‑ hicieron que las decisiones se tomaran, caso por caso, lo más cerca posible de cada problema. Así nacieron esas obras apostólicas en el mundo, fruto de un mismo afán cristiano, pero realizadas en formas diversísimas y por personas muy distintas.

En los inicios de la labor del Opus Dei en los Estados Unidos, poco después de 1950, se puso en marcha un proyecto en la ciudad de Boston, para impulsar el trabajo apostólico en los medios universitarios de aquella ciudad, tan importante en los Estados Unidos (son famosos el M.I.T. y la Universidad de Harvard). La iniciativa suscitó el interés de muchas personas que no eran del Opus Dei, pero que estaban dispuestas a colaborar. Se organizó un Patronato, un comité que organizase esas ayudas y promoviera otras. De él formaron parte personas de las tendencias políticas más diferentes, como Volpe, republicano, gobernador del Estado de Massachusetts; Fitzgerald, uno de los líderes del partido demócrata en Boston; o Richardson, republi­cano, vicegobernador del Estado, no católico.

Idéntica comprensión del verdadero alcance del Opus Dei se dio en Londres, cuando la residencia Netherhall House se disponía a duplicar sus instalaciones, para extender más aún su labor con estudiantes del Tercer Mundo. El Patronato formado para allegar fondos estaba presidido por un no católico, Bernard Audley, e incluía a gentes de varias tendencias, algunas encontradas. Un día, varios miembros del Patronato se reunieron en una de las salas privadas del Parlamento en Westminster. En pleno estudio sobre los modos de ayudar a Netherhall House, sonaron los timbres que llamaban a una votación de trámite. Entre los reunidos había cuatro diputados, dos laboristas y dos conservadores, que formaban parte del Patronato de Netherhall. Uno hizo ademán de levantarse, pero otro sugirió: "Sigamos con Netherhall House, pues estamos dos a dos, y nuestra ausencia no variará el resultado de la votación". Y siguieron con la Resi­dencia.

Con mayor motivo, el Fundador del Opus Dei respetaba y alentaba la libertad cuando se trataba de iniciativas apostólicas personales de socios de la Obra. Joaquín Herreros Robles, presidente del comité de las Escuelas Familiares Agrarias en España, charlaba con Mons. Escrivá de Balaguer una mañana de

noviembre de 1972 en Pozoalbero (Jerez), y en un momento dado de la conversación, le comentó, más o menos: ‑ Hijo mío, haréis con vuestro trabajo personal, y con vuestra personal responsabi­lidad, una profunda labor de formación cristiana en el campo, que será a la vez una importante labor de carácter profesional, y social, y también político. ;Pero nunca de partido único!

Joaquín Herreros quiso explicarles que las E. F. A. no tendrían el menor asomo de afinidad o de adhesión a partidos políticos: eran otra cosa. Pero antes de empezar a hablar, el Fundador del Opus Dei, con resolución, le dijo:

‑No, hijo mío, si piensas de distinta manera, no me lo digas.

Joaquín Herreros se quedó tranquilo y conforme: "Adiviné que el Padre comprendía de sobra todo lo que yo hubiera querido decir, y que si no me dejó hacerlo fue, tan sólo, para mostrarme cómo respetaba mi libertad".

El Fundador del Opus Dei vivió el amor a la libertad hasta extremos heroicos. Cuando era fácil y cuando era difícil. Especialmente arduo debió resultar ‑apenas queda aquí esbo­zado‑ en la época turbulenta que precedió a la guerra de España, y en los primeros años de la postguerra. En ambos períodos se difundió por muchos países un ambiente que vinculaba determinadas posiciones políticas a un mensaje religioso. Quien no compartía ciertas soluciones quedaba en la desaira­da actitud de parecer que no amaba el Evangelio, que no era fiel hijo de la Iglesia (esta tendencia ha rebrotado con fuerza ‑planteada a veces en términos ásperos, broncos‑ en la década de los setenta, y ha originado de nuevo incomprensiones hacia el espíritu del Opus Dei: algunos no acaban de entender que la defensa de la libertad no es ni indiferencia ante los problemas humanos, ni desunión entre los católicos, sino fidelidad al mismo tiempo a la autonomía del orden temporal y al mensaje de Cristo).

La afirmación del pluralismo entre los católicos fue en los primeros años del Opus Dei novedad ininteligible para muchos, porque habían sido formados en una línea justamente contraria. Luego el Concilio Vaticano II se pronunciaría inequívocamente sobre la doctrina tradicional de la Iglesia, que parecía olvidada ‑"a nadie le es lícito reclamar para sí en exclusiva a favor de su opinión la autoridad de la Iglesia", 'puede leerse en la Const. Gaudium et Spes‑, pero aún hoy lo que es ya patrimonio doctrinal común no acaba de impregnar del todo las conductas prácticas.

Era comprensible la sorpresa de Mons. Escrivá de Balaguer, su indignación, cuando alguien de la Curia Vaticana le felicitó en 1957 por el nombramiento de un socio del Opus Dei, Alberto Ullastres, como ministro del Gobierno español: Qué me importa a mí que sea ministro o barrendero? Lo que me importa es que se santifique con su trabajo.

En 1964, le preguntaron en el teatro Gayarre de Pamplona:

‑¿Qué posición tienen los socios del Opus Dei en la vida pública de los pueblos?

Mons. Escrivá de Balaguer explicó una vez más la libertad que se vive en la Obra, siempre dentro de la doctrina católica.

Pero inició su respuesta con un rápido y rotundo la que les dé la gana . En el abarrotado teatro resonó una ovación cerrada.