4. La prudencia sobrenatural

Extraído del libro "Apuntes" sobre San Josemaría Escrivá de Balaguer, escrito por Salvador Bernal y editado por Rialp

No hagas caso. Siempre los "prudentes" han llamado locu­ras a las obras de Dios; Adelante, audacia! (Camino, 479).

Sin embargo, la audacia no es imprudencia, ni osadía

(cfr. Camino, 401).

El Fundador del Opus Dei aprendió a abandonar en las manos divinas sus preocupaciones: Los niños no tienen nada suyo, todo es de sus padres..., y tu Padre sabe siempre muy bien cómo gobierna el patrimonio. Esta confianza en Dios no le llevaba a eludir su responsabilidad personal. Todo lo contrario: precisamente porque confiaba en Dios no podía despreciar ningún medio humano. Era lo más opuesto al carismático vacío de doctrina, al visionario irresponsable. Decía en broma que no era profeta, ni hijo de profeta. Pero repetía el electi mei non laborabunt frustra del Profeta Isaías (65, 23): el trabajo de los hijos de Dios siempre dará fruto.

La prudencia de Mons. Escrivá de Balaguer es contrapunto ineludible para entender en profundidad como vivió su filial relación con Dios, fuente de alegría, de paz, de serenidad, de audacia..., y a la vez base donde se apoyaban sus esfuerzos, sus agotadoras jornadas de trabajo.

En el capitulo tercero he aludido a la más importante manifestación de la prudencia sobrenatural del Fundador del Opus Dei: no querer ser fundador; poner los medios humanos, para comprobar que aquello que Dios le pedía no estaba ya organizado; actuar con la venia y con la bendición del Obispo de Madrid; buscar en el tiempo oportuno la aprobación de la Obra; desvivirse siempre ‑una vez clara la voluntad divina‑ para sa­carla adelante.

Hay luego un conjunto inabarcable de aspectos heroicos y menores de la prudencia de Mons. Escrivá de Balaguer, per­fectamente compendiados en el lema ‑Alma, calma‑ de su escudo familiar.

No era indeciso, pero sabía esperar. Le costaba mucho, por la viveza de su carácter. Alguna vez, casi recién llegado a Roma, le oyeron: He aprendido a esperar: no es poca ciencia.

Maduraba las decisiones, sin improvisación ni ligereza. Así lo vivía, y así lo inculcó siempre a los que con los años ocuparon tareas de dirección dentro del Opus Dei. Usaba a menudo una frase gráfica, previniéndoles ante el peligro del apresuramiento: las cosas urgentes pueden esperar; las muy urgentes, ésas deben esperar... Era un modo práctico de distinguir lo importante de le, urgente: porque lo que no puede ni debe aguardar es le: verdaderamente importante, aunque no urja en apariencia.

No tenía así prisas en el trato con las personas. Las almas, como el buen vino, mejoran con el tiempo. Esperaba también cuando le apremiaba la indigencia de tantas almas, y, sin embargo, por las razones que fuera, apenas podía hacerse nada. No se veían las plantas cubiertas por la nieve. ‑Y comentó, gozoso, el labriego dueño del campo: "ahora crecen para adentro". ‑Pensé en ti: en tu forzosa inactividad... Dime: ¿creces también para adentro? (Camino, 294).

Su prudente dar tiempo al tiempo ‑calma‑ era compatible con el coraje y la impaciente rapidez ‑alma‑ con que se ponía en marcha, en cuanto tenía claro lo que Dios quería, cómo lo quería, y que lo quería ya. El Cardenal Tedeschini juzgaba que Mons. Escrivá de Balaguer era, entre las personas que había conocido, la que estaba más pendiente de los planes de Dios, para llevarlos a la práctica inmediatamente. Sabía esperar, pero cuando llegaba el momento de decidir o de hacer, no se concedía ningún plazo. Daba la impresión de no tener inercia.

Las asociadas del Opus Dei pudieron comprobarlo en los comienzos de su labor. Aún eran pocas, y, llenas de afán apostólico, pero con poca experiencia todavía, estaban deseosas de multiplicar las actividades. ¡Calma! ¡Calma!, solía repetirles el Fundador. Pocos años después, cuando estuvieron preparadas, les animaría con una frase muy distinta: ¡De prisa! ¡Al paso de Dios!

Si su audacia no fue imprudencia, su prudencia nunca fue cobardía. En Camino pudo escribir, como de algo que le ha tocado sufrir en la propia carne: No me gusta tanto eufemismo: a. la cobardía la llamáis prudencia.

La Superiora de la Comunidad que atendía el Hospital del Rey, sor Engracia Echeverría, reitera que vivió con valentía, y con prudencia, aquellos difíciles años entre 1931 y 1936. El Fundador del Opus Dei afrontó los problemas que surgían por la oposición al clero con una actitud serena, pero enérgica: "Se veía, desde entonces, que valía para gobernar". A ella le impresionaba esa serenidad en un hombre que era joven, y a la vez "ya muy sensato, muy serio y muy valiente. Muy valiente, en aquellos momentos en que hacia falta coraje y prudencia para imponerse a tanta oposición".

También entre las monjas de Santa Isabel dejó un recuerdo de sacerdote delicado y prudente. En aquel antiguo Patronato Real habla dos Comunidades religiosas distintas: el Monasterio de Agustinas Recoletas, y el Colegio de la Asunción. Antes de ser nombrado Rector del Patronato ‑en 1934‑, don Josemaría era sólo capellán de las Agustinas. Pera de los actos litúrgicos que celebraban en la iglesia del Patronato, podían beneficiarse indistintamente las dos comunidades religiosas: "Su exquisita prudencia ‑en opinión de la Hermana Aránzazu Minteguiaga, religiosa de la Asunción en Pamplona‑, favoreció siempre las

relaciones, que fueron de gran armonía y de ayuda continua en unos momentos en los que acuciaba la persecución religiosa y la destrucción, dentro del país".

Se atenía a la realidad de las cosas. Su prudencia ‑unida también a su sentido de la justicia‑ le hacía saber escuchar. Y acertó a expresar este criterio con una frase gráfica, que recuerdan, incluso, personas que no son del Opus Dei: oír todas las campanas y, a ser posible, conocer al campanero.

Por otra parte, tampoco tenía inercia, por decirlo así, en sus juicios o decisiones: cuando los datos cambiaban, rectificaba con alegría. No era amigo de dictar normas preconcebidas. Prefería que surgieran de la vida, de la experiencia, de la costumbre. Pero no se aferraba a la experiencia. Si aparecían nuevos factores, que exigían ver las cosas de modo distinto, cambiaba fácilmente ‑humildemente‑ su enfoque.

Una manifestación muy importante de esa prudencia sobre­natural ha quedado ‑para siempre‑ en el modo específico que preside la dirección del Opus Dei: la colegialidad. El Fundador tenía clara autoridad. "Era un hombre ‑según el P. Gargan­ta, O.P.‑ que sabía persuadir, sabía hacer reflexionar, pero cuando mandaba, mandaba. Es decir: un hombre excelso en su prudencia rectora, en su prudencia gubernativa". Precisamente por esto, abominaba de la tiranía y del gobierno personal. Muy pronto quedó establecida la colegialidad ‑no sin especial providencia de Dios, solía decir‑ en la dirección del Opus Dei en todos los niveles: central, regional, local. Nunca en ningún sitio manda uno solo: son varias personas quienes toman las decisiones. Muchas veces declaró, incluso en entrevistas perio­dísticas, que él, como Presidente, era un voto, un voto más, dentro del Consejo General del Opus Dei. Y así se ha practicado siempre: en los organismos centrales de la Asociación, y en la dirección del centro local más incipiente.

Mons. Escrivá de Balaguer tuvo los pies en la tierra, fue realista: porque tenía la sobrenatural certeza de que Dios estaba,: empeñado en que fuera realidad la locura que le había confiado La Obra era de Dios, y el Cielo la realizaría. Sus sueños no eras; irreales. Todo lo contrario: nada más real que el cumplimiento, de un mandato imperativo de Cristo. Nada más prudente que aquella locura.