2. En hospitales y suburbios

Extraído del libro "Apuntes" sobre San Josemaría Escrivá de Balaguer, escrito por Salvador Bernal y editado por Rialp

"El Opus Dei nació en los hospitales y barrios pobres de Madrid, y yo soy testigo, aunque en mínima parte", acredita José Manuel Doménech de Ibarra. Y Benilde García Escobar, herma­na de aquella antigua asociada del Opus Dei, María Ignacia, y de Braulia, a las que se alude en el capítulo tercero, agrega: "Es una gran verdad. Allí lo conoció mi hermana y formó parte del Opus Dei; allí también lo conocimos Braulia y yo y nunca dejaremos de agradecérselo al Señor".

Benilde detalla el celo del Fundador del Opus Dei en el Hospital del Rey, donde estaba internada su hermana. No iba sólo a verla a ella, sino que atendía a todas aquellas personas, aquejadas de tuberculosis, que en aquel tiempo se consideraba terrible porque en la mayoría de los casos no se curaba: "Me llamaba la atención la alegría y la serenidad de aquellas mujeres, madres de familia, pobres, separadas de sus hijos por el contagio de la enfermedad y que, apenas veían entrar a don Josemaría se llenaban de una felicidad profunda. Lo decían sencillamente así: Ya ha llegado don Josemaría. Quedaba dicho todo".

Ha quedado ya reseñada la actividad que el Fundador del Opus Dei desplegó, desde el Patronato de Enfermos, por los suburbios de Madrid, y luego, en el Hospital del Rey, en el Hospital General de la calle de Santa Isabel, y en el de la Princesa, en San Bernardo.

Lo inimaginable era que justamente en ésos lugares tan míseros buscase riquezas: el tesoro de la oración y de la mortificación de los enfermos. El día de San José de 1975, confiaba a socios de la Obra en Roma:

Pasó el tiempo. Fui a buscar fortaleza en los barrios más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables, que no tenían nada de nada; entre niños con los mocos en la boca, sucios, pero niños, que quiere decir almas agradables a Dios. ;Qué indignación siente mi alma de sacerdote, cuando dicen ahora que los niños no deben confesarse mientras son pequeños! ;No es verdad! Tienen que hacer su confesión personal, auricular y secreta, como los demás. ;Y qué bien, qué alegría! Fueron muchas horas en aquella labor, pero siento que no hayan sido más. Y en los hospitales, y en las casas donde había enfermos, si se pueden llamar casas a aquellos tugurios... Eran gente desamparada y enferma; algunos, con una enferme­dad que entonces era incurable, la tuberculosis.

Mis de cien personas le escuchaban en silencio. Hablaba en voz baja, como quien abre su corazón en la presencia divina:

De modo que fui a buscar los medios para hacer la Obra de Dios, en todos esos sitios. Mientras tanto, trabajaba y formaba a los primeros que tenía alrededor. Había una representación de casi todo: había universitarios, obreros, pequeños empresarios, artistas... Fueron unos años intensos, en los que el Opus Dei crecía para adentro sin darnos cuenta. Pero he querido deciros ‑algún día os lo contarán con más detalle, con documentos y papeles‑ que la fortaleza humana de la Obra han sido los enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables; los que vivían en sus casas, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas extremas.

El 2 de julio de 1974, en el Colegio Tabancura de Santiago de Chile alguien le pidió que explicase por qué decía que el tesoro del Opus Dei son los enfermos... Y despacio, como saboreando los recuerdos, Mons. Escrivá de Balaguer habló de un sacerdote que tenía 25 años, la gracia de Dios, buen humor y nada más. No poseía virtudes, ni dinero. Y debía hacer el Opus Dei... ¿Y sabes cómo pudo?, preguntaba:

Por los hospitales. Aquel Hospital General de Madrid carga­do de enfermos, paupérrimos, con aquellos tumbados por la crujía, porque no había camas. Aquel Hospital del Rey, donde no había más que tuberculosos, y entonces la tuberculosis no se curaba... ;Y ésas fueron las armas para vencer! ;Y ése fue el tesoro para pagar! ;Y ésa fue la fuerza para ir adelante! (...) Y el Señor nos llevó por todo el mundo, y estamos en Europa, en Asia, en África, en América y en Oceanía, gracias a los enfer­mos, que son un tesoro...

Pocos meses después, el 19 de febrero de 1975, en Ciudad

Vieja (Guatemala), volverían a su mente esos años en los que contó con toda la artillería de muchos hospitales de Madrid:

Yo les pedía que ofrecieran esos dolores, sus horas de cama, su soledad ‑algunos estaban muy solos‑: que ofrecieran al Señor todo aquello por la labor que hacíamos con la gente joven.

Les enseñaba así a descubrir la alegría del sufrimiento, porque participaban de la Cruz de Jesucristo y servían para algo grande y divino. El Fundador del Opus Dei encontraba en ellos auténtico motivo de fortaleza, seguridad de que el Señor sacaría la Obra adelante a pesar de los hombres, a pesar de mí mismo, que soy un pobre hombre.

Desde entonces, junto a la catequesis en los barrios pobres, las visitas a enfermos y desamparados serían medios habituales para impulsar el apostolado que el Opus Dei hace entre gente joven de todo el mundo.

También en Lisboa, en noviembre de 1972, se refería al sentido cristiano del dolor:

Te encontrarás también con el dolor físico, y feliz en ese sufrimiento. Me has hablado de Camino. No me lo sé de memoria, pero hay una frase que dice: bendito sea el dolor, amado sea el dolor, santificado sea el dolor, glorificado sea el dolor. ¿Té acuerdas? Eso lo escribí en un hospital, a la cabecera de una moribunda a quien acababa de administrar la Extre­maunción. ;Me daba una envidia loca! Aquella mujer había tenido una gran posición económica y social en la vida, y estaba allí, en un camastro de un hospital, moribunda y sola, sin más compañía que la que podía hacerle yo en aquel momento, hasta que murió. Y ella repetía, paladeando, ;feliz! : bendito sea el dolor ‑tenía todos los dolores morales y todos los dolores físicos‑, amado sea el dolor, santificado sea el dolor, ;glorifi­cado sea el dolor! El sufrimiento es una prueba de que se sabe amar, de que hay corazón.

Braulia, la hermana pequeña de María Ignacia García Escobar, contempla al Fundador de la Obra en 1931 "rodeado siempre de chicos jóvenes, que le acompañaban a explicar el catecismo en los suburbios, en los rastrojos y en barrios de chabolas. Hacía falta una inmensa fe para hacer aquello entonces. Y una gran valentía. Todavía recuerdo las caras de odio y el inmenso recelo que demostraban hacia los sacerdotes y sus acompañantes los hombres de aquellos barrios".

Jenaro Lázaro se enteró en 1930 que además de la labor en los hospitales, el Padre atendía varias catequesis. No localiza bien los nombres exactos de los barrios, pero sí que iba mucho por Vallecas. El 1 de octubre de 1967, Mons. Escrivá de Balaguer volvió de nuevo a Vallecas. Muchas cosas habían cambiado. En el salón de actos de Tajamar, obra apostólica promovida por el Opus Dei, su Fundador rememoró que, cuando tenía veinticinco años, venía mucho por todos estos descampados, a enjugar lágrimas, a ayudar a los que necesitaban ayuda, a tratar con cariño a los niños, a los viejos, a los enfermos; y recibía mucha correspondencia de afecto..., y alguna que otra pedrada.

Y continuaba refiriéndose a Tajamar: Hoy para mí esto es un sueño, un sueño bendito, que vivo en tantos barrios extremos de ciudades grandes, donde tratamos a la gente con cariño, mirando a los ojos, de frente, porque todos somos iguales (...) Soy un pecador que ama a Jesucristo con todas las fuerzas de su alma; me siento muy feliz, aunque no me faltan las penas, porque en este mundo el dolor nos acompañará siempre. Quiero que améis a Jesucristo, que lo conozcáis, que seáis felices, como yo: no es difícil conseguir ese trato. Delante de Dios, como hombres, como criaturas, somos todos iguales. (...) He hablado de mis veinticinco años. Yo tenía barruntos de lo que quería el Señor. Hasta los veintiséis no lo supe. Quería esta locura, esta locura de cariño, de unión, de amor.

Un sueño de juventud se había hecho realidad. El corazón sacerdotal de Mons. Escrivá de Balaguer sentía la preocupación por todas las almas, porque ante Dios, somos todos iguales: pobres criaturas, necesitadas de la misericordia divina. En aquellos años sufrió mucho por el desamparo en que se vivía ‑y se moría‑ en los suburbios madrileños, por su ambiente sórdido ‑infrahumano‑ que también contribuía a alejar a muchos de Dios. Conoció situaciones tremendas, sólo comparables a las de los hospitales a los que don Josemaría hacía que le acompañasen los chicos que trataba. Porque, como afirma otro de los que iban por el Hospital de Santa Isabel, después de pasar una tarde de domingo cortando el pelo o las uñas a los enfermos, lavándoles la cara o vaciando las escupideras, "casi siempre vomitábamos al salir".

Repulsivo es el adjetivo que Juan Jiménez Vargas aplica al modo en que muchas personas vivían ‑algunas por desidia‑ en la zona de la catequesis de Tetuán. Él era de familia media, estudiante de Medicina, y de temperamento nada asustadizo, más bien todo lo contrario. Poco después de aquella clase de formación cristiana en el asilo de Porta Coeli, según relata, comenzaron una catequesis en el barrio de Tetuán, que era entonces de los peores de Madrid. Allí comprobó que el Fundador del Opus Dei tenía mucha experiencia en el trato con los niños, sabía hacerles comprender la doctrina y les facilitaba la confesión.

Desarrollaba una intensa actividad apostólica con personas de toda suerte y condición. A los estudiantes les animaba, de modo especial, a hacer apostolado con sus compañeros de Facultad, pero sin olvidar que en el Opus Dei cabían todos, también los obreros. A1 doctor Jiménez Vargas no se le borra el nombre de un empleado de banca, Dorado, que entendía bien la Obra. Murió en los primeros días de la guerra.

Braulia García Escobar guarda también en su memoria la a en la calle Martínez Campos, como un trasiego de chicos jóvenes de muy distinta posición: "Había muchos estudiantes y también había muchos obreros".

A Vicente Hernando Bocos le parece que donde conoció a don Josemaría fue en la "Casa del estudiante" entre 1929 y 1930. Luego, el servicio militar, su intensa actividad política, la cárcel ‑desde 1932‑ y finalmente el destierro en 1935, truncaron sus relaciones. Al principio, vivía en una Residencia para sacerdotes en la calle de Larra, número 3, y "tenía en marcha su apostolado con un grupo de obreros, oficinistas, gente de clase media, y también nos trataba a los universitarios".

En 1940 ‑según publicó en la Hoja del Lunes de Madrid don Pedro Gómez Aparicio, historiando los primeros años de la Escuela Oficial de Periodismo‑ Mons. Escrivá de Balaguer un joven sacerdote aragonés ya rodeado de una cierta popularidad en los ambientes estudiantiles y obreros madrileños, que frecuentaba con predilección".

Este apostolado universal del Fundador del Opus Dei se compendia en su frase constante a lo largo de los años: de cien almas, nos interesan las cien. Su corazón sacerdotal no sabía de discriminaciones. Era preciso llegar a todos, porque ‑como diría mil veces, exponiendo la doctrina del Apóstol ‑ cada alma vale toda la sangre de Jesucristo.

En sus años de Madrid, soñaba también con llegar a los ambientes rurales. En 1935 había redactado unas notas sobre el trabajo apostólico que los socios del Opus Dei realizarían en el campo. A Joaquín Herreros Robles, Presidente del Comité de gestión nacional de las Escuelas Familiares Agrarias en Es­paña, se le grabó en el alma, años después, la pena del Fundador del Opus Dei por las precarias condiciones de vida que las familias rurales sufrían en multitud de sitios, de tantos países.

La idea de promoción profesional y humana, y de formación cristiana en el campo, que Mons. Escrivá de Balaguer acariciaba desde sus años mozos, cristalizaría con el tiempo en muchas actividades: unas, obras apostólicas promovidas por el Opus Dei, como la de Montefalco, en Morelos (México); otras, iniciativas personales de socios de la Obra, fruto de su afán de servir a los hombres y de su ilusión apostólica. Las Escuelas Familiares Agrarias fueron una respuesta personal de Joaquín Herreros y otros socios del Opus Dei atendiendo un deseo expreso del Fundador. En 1976 existen en España 36 Escuelas, impulsadas por multitud de personas, entusiastas y generosas, identificadas con la finalidad de las EFA: dar formación cristiana y hacer una promoción profesional, cultural y humana, en los ambientes rurales.

Joaquín Herreros visitó al Fundador del Opus Dei en Roma, en febrero de 1966, y le contó sus ilusiones, sus experiencias, sus proyectos. "Nos animó muy conmovido a llevarlas pronto adelan­te, pidiéndonos que, antes de nada, rezáramos mucho por toda aquella hermosa tarea que se adivinaba, y por la que él –añadía con un tono de inmenso cariño‑ hacía ya bastantes años que rezaba con mucha confianza en el Señor".

Siete años después, estando en Pozoalbero (Jerez), trataron de que visitase alguna de las varias Escuelas que funcionan por el Sur de España. No le pareció oportuno, porque ‑como solía aclarar‑ sólo tenía un puchero, y no quería hacer distinciones con nadie. Quiero que vengan todos aquí, a Pozoalbero ‑les explicó‑ porque tienen formación suficiente para enterarse de todo, como los demás. "Me emocionó profundamente ‑comenta el Presidente de las EFA‑, la inmensa delicadeza y sensibilidad del Padre, al entender que una visita suya especial a las EFA, en aquella ocasión en que había ya organizadas tertulias para personas de toda clase y condición en Pozoalbero, pudiera interpretarse como una manera ‑por sencilla que fuese en apariencia‑ de hacerles una vez más de menos a los agricul­tores".

Labor con campesinos, también hecha mirando a los ojos, de frente, porque todos somos iguales. Aquellos días de 1972, en Pozoalbero, no hacia una frase Mons. Escrivá de Balaguer cuando decía a Anastasio y a Pedro, que trabajaban en el jardín.

‑Qué estupendas tenéis todas estas plantas, todas estas flores... Vosotros, ¿qué pensáis: que vale más vuestro trabajo o el de un ministro?

Ellos se quedaron callados. Enseguida continuó:

‑Depende del amor de Dios que pongáis: si ponéis más Amor que un ministro, vale más vuestro trabajo.

Dos años antes, durante su estancia en Montefalco (Estado de Morelos, México), había hablado mucho, según recuerda un campesino de aquella tierra, Santiago Vázquez Álvarez, de la igualdad de los hijos de Dios, de la necesidad de casas más hu­manas e higiénicas, de estudio y formación profesional, de subir a los de abajo sin bajar a los de arriba. Las gentes de Morelos saben de peleas por una vida mejor. En la hacienda de Monte­falco quedan aún ruinas del tiempo de la revolución. En todo el Valle de Amilpas, viven hombres que conocieron y lucharon junto a Emiliano Zapata, y siguen en la pobreza. A Santiago Vázquez le pasmó el cariño del Fundador del Opus Dei, su preocupa­ción por el bienestar espiritual y material de las gentes de aquella tierra. Y piensa que, desde el cielo, "nos ayudará mejor, inter­cediendo ante Dios Nuestro Señor, para que nosotros sigamos haciendo realidad lo que él soñó".