5. Afán por todas las almas

Extraído del libro "Apuntes" sobre San Josemaría Escrivá de Balaguer, escrito por Salvador Bernal y editado por Rialp

Hasta el momento mismo de su muerte, el Fundador del Opus Dei manifestó su amor ‑su auténtica pasión‑ por la san­tidad de todos los sacerdotes. En la mañana del 26 de junio de 1975, dos horas antes de morir, el Fundador decía en un Centro de la Sección de mujeres del Opus Dei en Castelgandolfo:

Vosotras, por ser cristianas, tenéis alma sacerdotal, os diré como siempre que vengo aquí. Podéis y debéis ayudar con esa alma sacerdotal y, con la gracia de Dios, al ministerio sacerdotal de nosotros, los sacerdotes. Entre todos, haremos una labor eficaz.

Sacad motivo de todo para tratar a Dios y a su Madre Ben­dita, Nuestra Madre, y a San José, nuestro Padre y Señor, y a nuestros Ángeles Custodios, para ayudar a esta Iglesia Santa, nuestra Madre, que está tan necesitada, que lo está pasando tan mal en el mundo en estos momentos. Hemos de amar mucho a la Iglesia y al Papa. Pedid al Señor que sea eficaz nuestro servicio a su Iglesia y al Santo Padre.

Se trataba de un tema muy original que predicó sin interrup­ción a lo largo de los años ‑nadie hasta él había precisado esa realidad teológica del alma sacerdotal propia de todos los fieles, también de las mujeres‑, y una vez más pedía ayuda.

Su amor por los sacerdotes ‑y por los religiosos y las reli­giosas, aunque siempre advertía que no era ésta su vocación­- fue constante en su vida. Lo destacaba el Arzobispo de Zaragoza. Mons. Cantero, en la homilía que pronunció en un funeral por el alma del Fundador del Opus Dei, con una anécdota expresiva: "Yo jamás olvidaré uno de mis encuentros personales con mi querido y llorado amigo Josemaría Escrivá. Inesperadamente, al caer la tarde del 14 de agosto de 1931, se presentó en mi casa en Madrid, con un calor de bochorno, en cuyo cielo, aun después de tres meses, parecía seguir flotando el humo de la quema de los conventos. Aquella visita y conversación con Josemaría Escrivá cambió la perspectiva de mi vida y ministerio pastoral".

Mons. Abilio del Campo, obispo de Calahorra, La Calzada y Logroño, testificó también su amor incondicional e incondicio­nado al Romano Pontífice, su veneración a la Jerarquía y a los sacerdotes, sus hermanos, y su cariño a los religiosos. Y recalcó con especial fuerza su amor a los sacerdotes diocesanos, para los que providencialmente abrió un lugar en el Opus Dei, y a los que siempre inculcó obediencia rendida al Ordinario propio. En su diócesis ha conocido a diversos sacerdotes realmente ejemplares, socios de la Obra, que "siempre han sido para mí hijos obedientes v celosos colaboradores en las tareas pastorales".

A su vez, Mons. Méndez, Arzobispo de Pamplona, declaraba en una entrevista periodística de urgencia, al tenerse noticia del fallecimiento del Fundador del Opus Dei: "También advertí su dimensión sacerdotal. El tema del sacerdocio afloraba con vivo amor. Todo lo relacionado con los sacerdotes le interesaba de forma apasionada".

Y vivió esta solicitud en todo momento, incluso, en circuns­tancias muy duras. Así, en los bosques de Lérida, mientras espe­raba en el invierno de 1937 el momento de iniciar el camino que por los Pirineos debía llevarle hasta Andorra, había un sacerdote de Pons, escondido en el feudo de Vilaró, que fue a ver al Fun­dador del Opus Dei, y charló con él en diversas ocasiones. en otra cabaña, aproximadamente a una hora de distancia, hacía un grupo de sacerdotes refugiados desde el primer día de la guerra. No dejó de visitarlos, para reforzar su optimismo y su visión sobrenatural.

Experimentaba con gran claridad que de la santidad de todos los sacerdotes depende la santidad de muchas almas. Lo observó un sacerdote de León, don Manuel Martínez Martínez, oyéndole predicar los ejercicios espirituales para los sacerdotes de aquella diócesis, poco después de terminar la Guerra de España. Le había invitado el P. Ballester, obispo de León, que un día de aquellos observó: ‑¿,Ha visto usted cómo le escuchan? Y Mons. Escrivá de Balaguer respondió al prelado que procuraba esmerarse con los sacerdotes, porque ellos tendrían luego que moverla piedad de los fieles: si se consigue ‑decía‑ que los sacerdotes sean hombres de más fe, más virtuosos, se habrá conseguido todo».

Este amor a todas las almas explica que el Fundador (¡el Opus Dei predicase, por aquellos años cuarenta, tantos ejercicios y retiros espirituales a sacerdotes de toda España. No le sobraba el tiempo, porque entonces su trabajo para impulsar la Obra era enorme y ‑hasta 1944‑ fue el único sacerdote del Opus Del. Tenía que preparar a los socios de la Obra para el apostolado, y hacía además una amplia labor con otros muchos fieles, que bus­caban en él dirección espiritual y aliento. Por si fuera poco, le llamaban obispos de toda España para predicar a sacerdotes `° a religiosos. Al acabar la guerra española tenía 37 años, y eran muchos los prelados que le apreciaban. Por eso acudían a él. para que les ayudase a formar a sus sacerdotes.

Don Jesús Enjuto, que tenía 73 años en 1975, asistió en el verano de 1942 ‑o 1943, no sabe precisar de memoria‑ a los ejercicios espirituales que el Fundador del Opus Dei dirigió en el Seminario diocesano de Segovia, invitado por el Obispo, Mon­señor Platero. Como, hasta fechas recientes, todos los prelados organizaban ejercicios para el clero de sus diócesis, no es arries­gado pensar que quizá algún sacerdote acudiera más por cumplir con el obispo que por verdaderos deseos de aprovechar ese medio tradicional para aumentar la vida interior. Precisamente en aquel verano, a don Jesús Enjuto le dio por pensar la unanimidad de todos: "fueron unos ejercicios espirituales como nunca se habían tenido", por la fuerza de su predicación, llena de cariño, de amor, de espiritualidad, que "no empleaba las disyuntivas tre­mendistas al uso, desalentadoras a veces y que presentaban la santidad como algo inasequible". A1 contrario, era "una predica­ción estimulante, que a todos, sin excepción, nos movió, nos en­tusiasmó". Se notaba que el predicador amaba a los religiosos, pero no amaba menos a sus hermanos en el sacerdocio y los quería también santos, tan santos como el religioso más obser­vante (idea ésta ‑es preciso subrayarlo hoy‑ no habitual en aquellos tiempos, en que la vida de santidad, la perfección, se asociaba al claustro, a la entrega propia de los religiosos).

Numerosísimos sacerdotes ponderan hoy ‑al cabo de más de treinta años‑ los ejercicios o retiros a los que asistieron enton­ces. Algunos conservan notas, como don Jaime Bertrán Crespell, que estuvo del 13 al 18 de octubre de 1941 en el Seminario Conci­liar de Lérida. Era coadjutor de la parroquia de San Juan Bautis­ta y profesor adjunto de Religión en el Instituto de segunda enseñanza de aquella ciudad. La idea central que retiene de aquellos días fue "enamorarme de Jesucristo". Y sus dos prime­ros propósitos, "sentirse sacerdote cien por cien" y "aparecer tal en todas partes", inspirados por el director de la tanda.

Una de las cosas más expresivas la publicó don Juan Ordóñez Márquez, en el diario ABC de Sevilla. Comenzaba su artículo: "No sabemos si ha muerto un santo. La Iglesia juzgará en su día. Sólo sabemos que ha muerto un sacerdote que hizo camino. Y ;qué sacerdote!". Hacía luego toda una descripción del sacer­docio sin fronteras del Fundador del Opus Dei, que culminaba ‑como supremo elogio‑ en la afirmación de que fue un "sacerdote, en fin, capaz de contagiar de entusiasmo sacerdotal a Íos propios sacerdotes en la Iglesia".

Para conseguir esa sintonía, ese entusiasmo, no parecía hacer nada extraordinario. Era uno más, hermano de sus hermanos, que les quería con locura, y por esto, nunca dejó de abrumarle el hecho de que debiera ser él quien les predicara: en más de una ocasión, les decía que era como vender miel al colmenero. Nada raro, nada extraordinario había en sus ejercicios espirituales. Don Francisco Álvarez Rodrigo, párroco de San Francisco de la Vega, en León, estuvo en una de esas tandas: ni sabía. ni w imaginó entonces, ni pudo deducirlo, que quien dirigía los ejer­cicios era e1 Fundador del Opus Dei. Veía en él simplemente al amigo del obispo, el P. Ballester, que le había traído para pre­dicar a los curas de su diócesis. "Es más, según se expresaba y por los ejemplos que ponía, me hice a la idea de que era de Ávila o de Segovia. Y como a mí creo que les pasó a muchos".

A esta misma tanda concurrió don Gumersindo Fernánduz García, que guarda las notas tomadas entonces. Entre las muchas cosas que escuchó, sobre la Virgen y San José, sobre la devoción a la Eucaristía y el amor a la Santa Misa, etc. Destaca la impor­tancia de la vida de oración y de la vida de fe: "De la fe n,‑)s habló mucho, mucho. Es donde más he oído hablar de vivir vicia de fe: durante estos ejercicios". A don Gumersindo le admiró cómo dominaba las Sagradas Escrituras, la facilidad con que citaba pasajes evangélicos, datos de las Epístolas, de memoria, al detalle, sin vacilar: "vivía el Evangelio y nos lo hacía vivir".

Los ejercicios le dejaron una honda huella que el tiempo no ha podido borrar, pues todos los años repasa y medita los apun­tes que tomó entonces: "El día en que recibí la noticia de 1_: muerte del Padre estuve leyendo los apuntes de la meditació1 sobre la muerte que había dado en aquellos ejercicios".

Apenas hacía un año que, en Buenos Aires, el Fundador del Opus Dei evocaba ante un nutrido grupo de sacerdotes argentinos. aquel trabajo suyo de los años cuarenta:

Yo comencé a dar muchos, muchos cursos de retiro espiritual ‑se hacían de siete días en aquella época‑, por diversas dióce­sis de España. Era muy joven, y me daba una vergüenza tremen­da. Comenzaba siempre diciendo al Señor: Tú verás lo que dice a tus curas, porque yo... ;Avergonzadísimo! Y después, si no venían, los llamaba uno por uno. Porque no tenían costumbre de hablar con el predicador.

El Fundador del Opus Dei recorrió prácticamente todas las diócesis de España. Llevaba en el alma su pasión por sus herma­nos en el sacerdocio, que no le abandonó nunca. También des­pués de haber trasladado su residencia a Roma en 1946, siguió, en la medida de lo posible, predicando a los sacerdotes. Allí le cono­ció, por ejemplo, Monseñor Infantes Florido, actual Obispo de Canarias, que asistió en 1957 a un retiro espiritual para el clero secular en Castelgandolfo. A Monseñor Infantes le impresionó la insistencia con que les urgía a fomentar una seria y responsable santidad sacerdotal, en fiel comunión con la Jerarquía (nihil sine Episcopo), y en cordial fraternidad con todos los sacerdotes, que hiciese imposible el desaliento o el aislamiento.

Prelados del mundo entero, desde el Cardenal Enrique y Ta­ranc6n, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, al Car­denal Parecattil, Arzobispo de Ernakulam (Estado de Kerala, India), o al Cardenal Cooke, Arzobispo de Nueva York, han exteriorizado públicamente su gratitud a Mons. Escrivá de Bala­guer por este desvelo que tanto bien hizo a los sacerdotes de sus diócesis, prestando un servicio magnífico a la Iglesia. Con cierta emoción, lo encomiaba Mons. José María Guix, obispo auxiliar de Barcelona, al conferir el diaconado a cincuenta y cuatro socios del Opus Dei, pocos días después del fallecimiento de su Funda­dor. Y les animaba a quererle más, para que, desde el Cielo, les continuara ayudando a ser cada vez mejores hijos de la Iglesia: "buenos sacerdotes, que amen ‑como él amó‑ a la Santa Igle­sia, al Romano Pontífice y a la Jerarquía".

Mons. Escrivá de Balaguer inculcó a los fieles la importancia de rezar por todos los sacerdotes, el deber de no dejarlos solos, la obligación de atenderlos también en sus necesidades materiales.

En ocasiones, dirigiéndose a laicos, exclamaba a voz en grito, como en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, el 23 de junio de 1974:

Rezad por todos los sacerdotes ‑pecadores como yo‑, para que no hagamos locuras y para que, en el altar y fuera del altar, nos portemos como Jesucristo y Nuestra Madre la Iglesia quieren. No hay ningún sacerdote malo, son buenos todos. Serían mejores si rezáramos más. ¡Vamos a pedir más!

A los sacerdotes diocesanos recalcó siempre con términos parecidos a los que empleó un día de mayo de 1974 en Brasil: Yo tengo vuestra misma vocación. Nunca he tenido otra. Por eso, no ofendo a los religiosos ‑a quienes tanto quiero‑, si a vos­otros os amo de una manera muy particular. Es una obligación especial de fraternidad .

"Me consta también cuánto amaba a los religiosos, concre­tamente la vida contemplativa, como claramente lo manifestaba en sus cartas, e infundía en sus hijos esta estima y aprecio por la oración de las almas contemplativas", afirma sor María Rosa Pérez, monja Clarisa en un Monasterio de Valencia.

En estas páginas se han citado, y se citarán, testimonios diversos de religiosos que profesaron profundo afecto a Mons. Escrivá de Balaguer, y que reflejan la gran estima que él tenia del estado religioso, aun no habiéndole en absoluto llamado Dios por ese camino. El Fundador del Opus Dei tenía que promover y difundir el afán de santidad en medio de la calle; se dirigía a los que viven y trabajan en circunstancias ordinarias. Y el gran medio con que contaba era la oración. También la oración de las religiosas y los religiosos, de quienes mendigaba esa limosna de sus oraciones con notable perseverancia. "En sus cartas ‑con­firma esta monja clarisa de Valencia‑ me rogaba igualmente pidiera por él y por la Obra".

Pero no se acordaba de ellos sólo para obtener las oraciones que necesitaba, sino que, preocupado y vibrante por toda la Iglesia universal, rezaba y hacia rezar por los religiosos. Conse­guía vocaciones también para la vida religiosa (como aquel car­tujo de Porta‑Coeli, al que alude un artículo de Aurelio Mota en el diario Las Provincias, de Valencia, el 2 de julio de 1975). Y, cuando se lo pedían, trabajó directamente en favor de ellos.

Un agustino, Eduardo Zaragüeta, dejaba constancia de estas realidades en La Voz de España de San Sebastián (8 de julio de 1975): "Los agustinos sabemos de su carácter y de su sencillez cordial cuando dio ejercicios en el monasterio de San Lorenzo el Real, de El Escorial. Escrivá amaba a San Agustín y la rica tra­dición de la Orden que él fundara hace dieciséis siglos, en cir­cunstancias muy parecidas a las actuales".

Fray Joaquín Sanchis Alventosa, franciscano, que ocupó puestos de gobierno relevantes en su Orden, y participó activa­mente en el Concilio Vaticano 11, no ha olvidado los primeros pasos del Opus Dei en Valencia, allá por el año 1939. La casa de la calle de Samaniego, sede de una residencia de estudiantes, estaba cerca de su convento de San Lorenzo, y el director de la resi­dencia les encargó que celebrasen allí diariamente una Misa y oficiasen los sábados la Bendición con el Santísimo. Surgió así una relación muy amistosa, de la que Fray Joaquín elogia "el cariño y las deferencias que tenían con nosotros, religiosos fran­ciscanos, aquellos universitarios que empezaban a vivir una espi­ritualidad seglar. Esta veneración era muestra del amor al estado religioso que Mons. Escrivá infundía en esos hijos suyos, que buscaban la santificación en medio de sus afanes profesionales".

Quedaba claro ‑como la Iglesia universal sancionaría an­dando los años‑ que la vida en el Opus Dei es muy diversa de la vocación religiosa. Pero esta nítida diferencia, lejos de ser motivo de separación, lleva a la admiración y al cariño mutuos. Si a Fray Joaquín le encantaba que unos jóvenes universitarios le tratasen con tanto cariño, emociona también la grandeza de espíritu ‑magnanimidad cristiana‑ con que este fraile franciscano se alegra al ver la misericordia de Dios en las actividades del Opus Dei: "Muchos ex‑alumnos de nuestros colegios franciscanos me han contado el papel decisivo que para ellos ha tenido el apos­tolado de la Obra a su llegada a la Universidad. No pocos han recibido la vocación al Opus Dei. Me viene ahora a la memoria el gozo que me produjo encontrar, en Roma, a uno de mis queridos ex‑alumnos, que había recibido la ordenación como sacerdote del Opus Dei".

El Fundador del Opus Dei difundió por todo el mundo la lla­mada universal a la santidad, también y sobre todo para los se­glares. Pero, como reconoce el P. Aniceto Fernández, que fue Maestro General de los Dominicos, esta realidad nunca significó en él, ni en los socios de la Obra, "una minusvaloración o censura de la vida religiosa, ni disminuir en nada la excelencia de la vocación religiosa".

Otra manifestación práctica de su amor a los religiosos aparece en la decisiva ayuda que prestó para la restauración de la Orden de los Jerónimos, en el Parral (Segovia), desde 1940. José María Aguilar Collados, monje jerónimo, capellán hoy del Monasterio de San Bartolomé en Inca (Mallorca), testifica que debe su vocación de jerónimo a Mons. Escrivá de Balaguer, y amplía con los nombres de algunos estudiantes, a los que tam­bién el Fundador del Opus Dei confirmó en su camino de reli­giosos.

En el Monasterio del Parral le conoció y trató, al principio de los años cuarenta, don Pío María, hoy monje camaldulense en el Yermo de Santa María de la Herrera (San Felices, Logroño). Les dirigió algunos ejercicios espirituales, en los que ponía todo su esfuerzo ‑humano y sobrenatural‑ por remover de verdad a cada uno, aunque les decía con frecuencia que él no era monje... De hecho, además, indica don Pío María, nunca quiso entrome­terse en el gobierno de la Orden; en más de una ocasión le oyó: ‑Cada uno debe gobernar según su espíritu.

Desde el Yermo, en un rincón apartado de Logroño. don Pío María atestigua en 1975, veintinueve años después de su último encuentro con Mons. Escrivá de Balaguer: "Al saber ahora que el Opus Dei se ha desarrollado por los cinco continentes, me he llenado de alegría, pero no ha sido para mi una sorpresa".

Son algunos retazos de la solicitud que el Fundador del Opus Dei tuvo por los religiosos, del cariño mutuo que surgía entre ellos, a pesar de la diversidad de vocaciones. Nunca dejó de rezar por todos y, siempre que pudo, les visitó, para responder a su afecto, a sus oraciones y también a las invitaciones que constan­temente recibía para que estuviera un rato con ellos.

De esta manera, en 1972, durante los meses de octubre y no­viembre, en que hizo una amplia labor por toda la Península Ibérica, no dejó de ir a algunos conventos de religiosas contem­plativas. Estuvo en Navarra con las monjas cistercienses del Mo­nasterio de San José en Alloz. En Madrid visitó una tarde a las agustinas recoletas de Santa Isabel, de cuyo Real Patronato fue Rector muchos años antes. Estuvo en el Carmelo de Coimbra. En Cádiz, con las monjas de una comunidad de carmelitas descal­zas. Luego, en Valencia, con las carmelitas de Puzol. Por último, en Barcelona, casi al final de esos dos meses de actividad ince­sante, conversó con las monjas clarisas del Monasterio de Pedral­bes. Para todas tuvo palabras de aliento sobrenatural y de agra­decimiento.

‑Sois el tesoro de la Iglesia, resumió muchas veces, también en Puzol, un convento de carmelitas rodeado de naranjales, que visitó durante su estancia en Valencia:

‑La Iglesia se quedaría árida sin vosotras, y no podríamos decir: sacad con alegría las aguas de las fuentes del Salvador. Es aquí donde sacáis las aguas de Dios, para que nosotros podamos convertir la tierra seca en un huerto lleno de naranjos. Sin vues­tra ayuda no haríamos nada; por eso vengo a daros las gracias. Estoy persuadido de que muchos sacerdotes que sufren y lloran ahora en el mundo, al escuchar vuestros cánticos ‑también los de la recreación‑ se llenarán de gozo. ;Mil veces benditas seáis!

En estas visitas, insistía en el amor con que las monjas debían ser fieles a su llamada y les prometía rezar para que tuvieran muchas vocaciones:

‑No soy religioso, pero los amo con toda mi alma, y sufro cuando veo que no tienen vocaciones. Pediré mucho para que esta comunidad tenga también gente joven.

Muchos religiosos y religiosas han manifestado también su afecto y su gratitud al Fundador del Opus Dei, cuando supieron de su fallecimiento. A veces, como señala la Superiora General de las Siervas de los Pobres, porque de sus escritos habían reci­bido impulso para luchar por la santidad personal y para vivir generosamente su propia vocación. La Superiora General de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados asegura: "Sus escri­tos, conocidos por todas nosotras, nos han ayudado a aumentar nuestro amor a la Iglesia y al Papa, y a profundizar en la doc­trina de Jesucristo" . La comunidad de carmelitas descalzas de la Encarnación (Ávila) destaca especialmente la veneración que el Fundador del Opus Dei tuvo por los sacerdotes, que a ellas, coma quería su Madre Santa Teresa, les produce "gran alegría y estímulo". Y las monjas de San José ‑el primer monasterio fundado por la Santa de Ávila‑ subrayan cariñosamente la fre­cuencia con que Mons. Escrivá de Balaguer citaba en su predica­ción a Santa Teresa, así como la estima que "tanto él como sus hijos espirituales han mostrado siempre a la Orden Carmelita" .

Se podrían multiplicar los testimonios que, de modo sencillo y espontáneo, denotan la profunda unidad de corazones en almas a las que Dios lleva por caminos tan distintos. Sor Teresa J. García de Samaniego, Superiora del Monasterio de la Visitación de Santa María (Oviedo) certifica que, como otras muchas monjas de clausura, rezan por el Opus Dei: “Monseñor Josemaría Escrivá lo sabía y nos lo agradecía públicamente o a través de ,pus hijos sacerdotes, quienes nos piden que recemos por muchas de sus labores apostólicas". Sor Teresa aduce expresamente un texto de Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer:

El Opus Dei ha contado siempre con la admiración y la sim­patía de los religiosos de tantas órdenes y congregaciones, de modo particular de los religiosos y de las religiosas de clausura, que rezan por nosotros, nos escriben con frecuencia y dan a conocer nuestra Obra de mil modos, porque se dan cuenta «le nuestra vida de contemplativos en medio de los afanes de la calle.

Y sor Teresa concluye: "En nuestra vida comunitaria lleva­mos una larga temporada meditando los escritos de Mons. Escri­vá de Balaguer. Leemos homilías suyas en el refectorio y en a recreación, y luego también lo hacemos privadamente para que e nuestra oración mental se llene de mociones divinas. Nos llevan a Dios, nos unen con Cristo Jesús, nos hacen querer más a nuestro Creador y a rezar más por todas las criaturas de la tierra. Al dejarnos llevar de la mano de este santo Fundador, en el que Cristo vivía de un modo intenso, muchas de nosotras hemos notado como un nuevo fervor para vivir nuestro espíritu".