Reacción a la persecución

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Escrivá estaba convencido de que la providencia de Dios estaba por medio en esta persecución, descrita por el obispo de Madrid como de lo más cruel. Si Dios permite que sus hijos e hijas padezcan ataques injustos, es para fortalecerles y robustecer su fe. Este convencimiento le permitió conservar la paz y la alegría, a pesar de los amargos sufrimientos.

Quienes conocían a Escrivá estaban sorprendidos de su capacidad para crecerse en las dificultades. Monseñor José María Bueno Monreal, que llegaría a ser cardenal arzobispo de Sevilla, fue buen amigo suyo y cuenta: “Nunca noté que pudiera pasar por un momento difícil. No hay duda de que su fe en Dios, su esperanza en el auxilio de su Padre Dios y, en consecuencia, su alegría y su humor, le permitirían, no sólo no perder la paz, sino contagiar a los demás esa enorme confianza en que se cumpliría lo que Dios quería: todo era para bien” [1] .

Igualmente, otro de sus íntimos, monseñor Pedro Cantero Cuadrado, más tarde arzobispo de Zaragoza, recuerda que Escrivá le dijo: “Esas cosas que dicen son completamente calumniosas, pero, cuando Dios lo permite, Él sabe por qué lo hace: no lo dudes, de todo esto saldrán bienes. Y, cuando Él quiera, la verdad se abrirá paso” [2] .

El secreto de su alegría estaba en su fuerte sentido de la filiación divina, en la cual reside la base del espíritu del Opus Dei. Un día, en alta voz, decía en una meditación: “Tú has hecho, Señor, que yo entendiera que tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón –lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo y, por eso, ser hijo de Dios” [3] .

Escrivá consiguió mantener la paz y la alegría en medio de esas intrigas e inexplicables calumnias, que, a veces, llegaron a ser brutales. No quiere esto decir que fueran fáciles de sobrellevar. Una noche en que no podía conciliar el sueño, fue al oratorio del centro de Lagasca, donde vivía entonces, se arrodilló ante el sagrario y ofreció a Dios una de las cosas más preciadas para un hombre de bien, diciendo desde lo más profundo de su alma: “Señor, si Tú no necesitas mi honra, ¿yo para qué la quiero?”.

Uno de los documentos más reveladores del sufrimiento de Escrivá en aquellos momentos es la carta que le escribió a del Portillo el 9 de septiembre de 1941. Un día, Dios pareció apartar de él momentáneamente –como ya ocurrió en una ocasión en la década de 1930- el convencimiento de que la Obra era de Dios; y de ahí que surgieran ahora tantas dificultades. Escribió a del Portillo para describir lo que pasó y su reacción:

“Hoy ofrecí el Santo Sacrificio y todo el día por el Soberano Pontífice, por su Persona e intenciones. Por cierto que, luego de la Consagración, sentí impulso interior (segurísimo, a la vez, de que la Obra ha de ser muy amada por el Papa) de hacer algo que me ha costado lágrimas: y, con lágrimas que me quemaban los ojos, mirando a Jesús Eucarístico que estaba sobre los corporales, con el corazón le he dicho de verdad: “Señor, si Tú lo quisieras, acepto la injusticia”. La injusticia ya imaginas cuál es: la destrucción de toda la labor de Dios.

Se que le agradé. ¿Cómo me iba a negar a hacer ese acto de unión con su Voluntad, si me lo pedía? Ya otra vez, en 1933 ó 1934, costándome lo que sólo Él sabe, hice otro tanto” [4] .

A pesar de la angustia de ese momento de oscuridad interior, Escrivá siguió con la convicción de que Dios quería la Obra para llevar a muchas almas junto a Él. Y continuaba abriendo su alma a del Portillo así:

“Hijo mío: ¡qué hermosa mies nos prepara el Señor, después que nuestro Santo Padre nos conozca de verdad (no, por calumnia) y nos sepa –tal como somos- sus fidelísimos, y nos bendiga!

Se me vienen ganas de gritar, sin importarme de qué dirán, ese grito que a veces se me escapa cuando os hago la meditación: ¡Ay, Jesús, qué trigal!” [5] .

La carta termina con una confidencia reveladora del esfuerzo de Escrivá por tener paz y alegría en medio de semejantes pruebas:

“Alvarote: pide mucho y haz pedir mucho por tu Padre: mira que permite Jesús que el enemigo me haga ver la enormidad desorbitada de esa campaña de mentiras increíbles y de calumnias de locos; y el ‘animalis homo’ se alza, con impulso humano. Por la gracia de Dios, rechazo siempre esas reacciones naturales, que parecen y tal vez son llenas de sentido de rectitud y de justicia; y doy lugar a un ‘fiat’ gozoso y filial (de filiación divina: ¡soy hijo de Dios!), que me llena de paz, de alegría, y de olvido” [6] .

En estos momentos de dura contradicción, Escrivá alentó a sus hijos a rezar, callar, trabajar y sonreír. Hasta tal punto que les prohibió hablar entre ellos de la persecución de la que eran víctimas para no faltar a la caridad contra sus perseguidores. El director del centro de la Obra en Barcelona, ciudad donde la campaña fue más virulenta y los miembros no eran más que unos pocos jóvenes, escribió de vuelta a Escrivá: “Esté tranquilo, Padre, que aquí no tenemos ni un pensamiento de falta de caridad” [7] .

En cierta ocasión, el obispo de Madrid expresó a del Portillo su temor a que la persecución contra la Obra pudiera dejar un rastro de odio y rencor, especialmente entre los de la Obra más jóvenes. Álvaro del Portillo le quitó el miedo: “Nosotros vemos que esto es algo que permite Dios para que, con el sacrificio que nos manda, seamos mejores; y estamos contentos porque cuando un buen cirujano quiere hacer una buena operación, escoge un buen instrumento; y el Señor ha querido utilizar un bisturí de platino para esta contradicción” [8] .

[1] Testimonio de José María Bueno Monreal. Ob. cit. p. 23

[2] Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado. Ob. cit. p. 79

[3] Álvaro del Portillo. UNA VIDA PARA DIOS. Ediciones Rialp. Madrid 1992. p. 39

[4] Álvaro del Portillo. ENTREVISTA SOBRE EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Ediciones Rialp. Madrid 1993. p. 190-191

[5] Ibid. p. 190-191

[6] Ibid. p. 190-191

[7] AGP P01 1981 p. 901

[8] Salvador Bernal. Ob. cit. p. 81