La actitud de los primeros

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Una clave importante del rápido crecimiento del Opus Dei en España durante la posguerra fue la entrega plena y sin reservas de los primeros de la Obra para sacar adelante la labor apostólica. Todos ellos habían recibido la llamada a vivir en celibato apostólico. El 2 de octubre de 1928 Escrivá entendió que el mensaje que Dios le había confiado se dirigía a solteros y casados de todas las clases sociales y profesiones. Hoy, la mayoría de los fieles de la Obra están casados, pero en los años siguientes a la Guerra Civil no era así. Era necesario que un grupo de miembros, permaneciendo célibes, se dedicaran con todas sus energías a desarrollar las actividades formativas del Opus Dei. Para entonces, ya había personas casadas en contacto con el Opus Dei que luchaban por poner en práctica su espíritu, pero hasta el año 1949 no pudieron pertenecer a la Obra.

Los primeros fieles del Opus Dei pusieron todos los medios para conocer a mucha gente joven que entendiera la llamada divina al Opus Dei vivida en celibato apostólico. En las noches de los sábados, viajaban con alegría en la tercera clase de los traqueteantes trenes de la época, pasaban el domingo en la ciudad de destino y transcurrían otra noche sin dormir para estar en Madrid a tiempo de llegar a sus trabajos el lunes por la mañana.

El ambiente que se intentaba crear en el Opus Dei era el del hogar de Jesús, María y José en Nazaret, como Escrivá contaba en una meditación: “Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero. Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención” [1] .

Este espíritu de alegre y voluntario sacrificio para impulsar el apostolado del Opus Dei nacía de su convencimiento de que estaban realmente comprometidos en una Obra de Dios. Orlandis resume su actitud como “una fe absoluta en el carácter sobrenatural del Opus Dei. Una fe fecunda en la creencia de que Dios –nuestro Padre que está en los cielos- interviene en la historia del mundo, porque ama a los hombres y desea su bien temporal y su eterna bienaventuranza. La Obra era de Dios –una iniciativa divina, un ‘mandato imperativo de Cristo’- y había sido suscitada por Él para mucho bien de la humanidad entera, en la época actual y hasta el final de los tiempos; porque la Obra, aun siendo entonces tan pequeña –casi como una criatura recién nacida-, era para el mundo entero y para siempre. Esta fe llevaba a la plena certidumbre de que la Obra se realizaría, y de ahí la serenidad y el optimismo que se respiraba en el ambiente, pese a incomprensiones y obstáculos que parecían a aquellos hombres jóvenes anécdotas intrascendentes y cosas de menor cuantía” [2] .

Su actitud hacia Escrivá estaba muy relacionada con sus convicciones sobre la Obra. Como explica Orlandis, ellos entendían perfectamente que él era el fundador. A sus ojos no era alguien que había tenido una buena idea y se había puesto a realizarla: era más que un instrumento del Señor, era el hombre escogido por Dios para llevar adelante el Opus Dei. Escrivá solía subrayar este punto en su trato con los primeros miembros. En una ocasión lo hizo de modo dramático, el 1 de octubre de 1940, cuando reunió al pequeño grupo de gente que al día siguiente haría su compromiso definitivo con el Opus Dei y les preguntó: “Bueno, y si yo me muero mañana, ¿vosotros qué?”. Quedamos, como es fácil comprender bastante impresionados y no poco turbados por esas palabras, pero acertamos a contestar que si él –el Padre- viniera a faltar, nosotros continuaríamos la Obra. Parece que eso era lo que el Padre deseaba oír, pues se le vio satisfecho con la respuesta, y comentó: ‘¡Pues no faltaría más! ¡Bonito negocio habríais hecho si hubierais venido a seguir a este pobre hombre en vez de seguir a Jesucristo!’” [3] . Este convencimiento de que el Opus Dei era realmente de Dios ayuda a entender el sacrificio gustoso de sus primeros fieles para llevarlo adelante y el atractivo que su mensaje ejercía sobre los que lo iban conociendo.

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El apostolado del Opus Dei con los hombes en la posguerra se edificó sobre los cimientos que se habían puesto durante la década anterior. Cuando empezó la guerra, la labor con mujeres estaba mucho menos desarrollada y no superó la amarga prueba. Tendría que comenzar de nuevo.

[1] Ana Sastre. Ob. cit. p. 248

[2] José Orlandis. Ob. cit. p. 97

[3] Ibid. p. 100-103