Zaragoza 1939

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Zaragoza era otro lugar natural de expansión del Opus Dei: tenía una importante universidad y Escrivá conocía a gente desde sus días de seminario. Además, había reanudado viejas amistades en sus visitas a la ciudad durante la Guerra Civil. Albareda procedía de Caspe, localidad cercana a Zaragoza, y su hermano mayor, Manuel, era muy conocido en la ciudad.

A finales de noviembre de 1939, Albareda viajó a Zaragoza. Pasó por la Basílica del del Pilar para poner en manos de la Virgen el futuro del apostolado del Opus Dei en la ciudad y explicó a su hermano lo que la Obra quería hacer. Como el Opus Dei siempre desarrollaba sus actividades con la bendición del obispo local, también le pidió a su hermano que solicitara al arzobispo la autorización necesaria para empezar la labor apostólica en Zaragoza. En este primer viaje, Albareda se puso en contacto con varios estudiantes y les explicó brevemente los objetivos e ideales del Opus Dei.

Animados por los resultados de este primer viaje, Escrivá, del Portillo y Albareda salieron en coche hacia Zaragoza el 26 de diciembe de 1939. A pocos kilómetros de Madrid, el coche se averió y tuvo que ser remolcado. Escrivá, que tenía fiebre, volvió a Madrid con del Portillo, mientras que Albareda cogía un tren para Zaragoza. Dos días después, aunque Escrivá no estaba repuesto del todo, él y del Portillo también viajaron. Albareda, su hermano Manuel y Alvira, que había acompañado a Escrivá en el paso de los Pirineos, los recogieron en la estación y los llevaron a casa de Manuel.

Las primeras actividades en Zaragoza fueron similares a las de Valladolid: ponerse en contacto con estudiantes y jóvenes profesionales, amigos de otros amigos ya conocidos, y explicarles el ideal de santidad y apostolado en medio del mundo, mediante la santificación del trabajo y de las demás actividades cotidianas. También hablaron de abrir pronto una residencia en Zaragoza.

Hasta mediados de febrero de 1940, no se hicieron nuevos viajes a Zaragoza. Desde entonces hasta el final del año escolar, Múzquiz, del Portillo, Botella y Rodríguez Casado pasaban allí muchos fines de semana. Ni la casa de Manuel Albareda, donde se alojaron en algunas ocasiones, ni las habitaciones de un hotel les proporcionaban un sitio adecuado para mantener una conversación personal. A menudo se iban a pasear por la ciudad para hablar en privado.

Múzquiz, por ejemplo, explicó el Opus Dei a un joven estudiante de Navarra, José Javier López Jacoíste, mientras daban vueltas y más vueltas a la plaza principal de la ciudad. Era una tarde agradable y la plaza estaba llena de cadetes de la academia militar, soldados destinados en Zaragoza, familias y niñeras con críos que habían salido a pasear. Cuando Múzquiz terminó su explicación y mencionó que Jesús Arellano, otro estudiante navarro, había decidido entregar su vida a Dios en el Opus Dei, López Jacoíste respondió sobre la marcha, sin esperar ni siquiera a regresar al hotel, “yo también”. A Arellano y López Jacoíste se les unieron en los meses siguientes Javier Ayala y José Ramón Madurga.

Escrivá no pudo ir a Zaragoza en muchas ocasiones, ya que debía atender también la labor de Madrid, Valencia, Valladolid y Barcelona, y además predicar numerosos ejercicios espirituales a sacerdotes diocesanos. Cuando podía viajar a Zaragoza, les hablaba en grupo y también personalmente con cada uno. Uno de estos jóvenes recuerda su conversación con Escrivá: “¿Serás capaz de saltar el parapeto? La metáfora, expresada con enorme fuerza y vibración sobrenatural, estaba cargada de sentido. Aún estraba reciente la Guerra de España, en la que dar el asalto final a las trincheras enemigas –expresión de arrojo y bizarría—constituía el colofón de toda batalla.

El planteamiento de nuestro Padre, además del atractivo humano, tenía una irresistible fuerza sobrenatural. Se trataba de superar con la ayuda de Dios todas las dificultades –saltárselas mediante el impulso divino-, para llevar vida de enamoramiento al servicio del Señor, afrontando el trabajo y el estudio cotidianos con denuedo sobrenatural a fin de situar al Señor, mediante el esfuerzo constante, en la cima de todas las actividades humanas” [1] .

El 16 de marzo de 1940 Escrivá predicó a los miembros de la Obra una meditación que tenía por tema el texto del Evangelio “No me elegistéis a mí, sino que yo os he elgido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:16). Más tarde, ese mismo mes, se reunió con ellos en un café. Como solía suceder en las reuniones informales que los miembros del Opus Dei designaban con el término genérico de tertulias, la conversación de Escrivá fluía con soltura y sin rupturas de una anécdota cómica a sucesos recientes y preguntas sobre los estudios de unos y otros y asuntos de vida interior y apostolado. En esta ocasión, uno de los participantes recuerda: “Nos habló de presencia de Dios, de múltiples industrias humanas para vivirla con estilo enamorado e intensidad siempre creciente. Muchas temporadas habría de constituir la materia del examen particular. De esta manera viviríamos vida de Fe, lo cual es vivir vida sobrenatural (...). Sólo así podríamos marchar adelante y ser contemplativos en medio de los absorbentes trabajos o del bullicio que pueda rodearnos a lo largo de la vida.

Seguidamente se refirió a la sinceridad. Nos pedía una sencillez total. Era el medio para vivir defendidos frente a toda insinuación del maligno. Particularmente esa sencillez es todavía más inexcusable en estas tres vertientes: fe, pureza, camino (...).

La explicación referente a los Ángeles Custodios fue profunda y especialmente atrayente: ‘Os harán mil servicios, os sacarán de muchas dificultades, viviréis siempre seguros con su protección y su continua asistencia’” [2] .

A principios del curso 1940-1941 el apostolado del Opus Dei en Zaragoza estaba bien asentado. Durante los dos años siguientes se continuarían los viajes desde Madrid. El primer centro se abrió en 1942 y se llamó Baltasar Gracián, que era el nombre de la calle donde estaba situado.

[1] Ibid. p. 241

[2] Ibid. p. 346