Valladolid

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Al acabar la Guerra Civil, también se extendió el apostolado a Valladolid, Zaragoza y Barcelona, tres ciudades universitarias que ofrecían posibilidades de conocer a jóvenes que entendieran el mensaje del Opus Dei.

El 30 de noviembre de 1939, Escrivá y Vallespín salieron en tren hacia Valladolid. La guerra había deteriorado considerablemente la línea y el tren tardó cinco horas en cubrir el trayecto de apenas 200 kilómetros. Sin dinero para tomar un taxi, cargaron con su equipaje por las frías y nevadas calles. El hotel donde habían previsto hospedarse no tenía habitaciones libres. Finalmente encontraron un cuarto en el Hotel Español. Habían llevado consigo una lista de estudiantes, amigos de gente conocida en Madrid. El plan consistía en hablar con todos los que pudieran sobre los ideales y la formación espiritual que ofrecía el Opus Dei.

Por la mañana Escrivá dirigió la meditación. Se centró en la llamada de Cristo a los apóstoles. “Nos encontramos en Valladolid”, comentó, “para trabajar por Jesucristo, luego ya hemos tenido éxito en nuestra empresa. Si no consiguiéramos ver a ninguno de estos muchachos, no por eso nos consideraríamos fracasados” [1] .

De hecho todos los jóvenes que tenían en su lista, salvo uno que no estaba en la ciudad, se presentaron en el hotel. Escrivá habló con ellos del amor a Dios, de santificar sus estudios y de ayudar a sus amigos y parientes a acercarse más a Cristo. A la mañana siguiente, uno de los universitarios volvió con un amigo y se presentaron otros dos para comer con Escrivá y Vallespín.

Barredo, Hernández de Garnica y Rodríguez Casado fueron a Valladolid a finales de diciembre de 1939. Conocieron a la mayoría de los estudiantes del primer viaje y a algunos de sus amigos. Al cabo de un mes, Escrivá, del Portillo, Botella y Rodríguez Casado volvieron a Valladolid en un coche de segunda mano que se averiaba con tanta frecuencia, que no llegaron a la ciudad hasta las 3 de la madrugada. Entre los univesitarios a quienes hablaron estaban Juan Antonio Paniagua, estudiante de Medicina, y su amigo Teodoro Ruiz, estudiante de Derecho. Ruiz describe su primer encuentro con Escrivá: “Apenas iniciadas las presentaciones, enseguida tomó la palabra nuestro Fundador para explicar el motivo de su presencia en Valladolid y las principales características de la labor apostólica que se trataba de realizar.

Comenzó diciendo que había que ser cristianos de verdad, y nos dio una explicación de qué significa vivir en serio la vida cristiana. Hoy nos parece muy claro y lo vemos hasta lógico, pero en aquella época constituía una novedad absoluta, porque se daba entonces mucha importancia a las manifestaciones externas de piedad, y quizá se descuidaba la importancia de trato personal de cada alma con Dios” [2] .

La idea de cultivar una vida interior de relación personal con Cristo mediante la oración y el sacrificio era novedosa, pero más lo era el mensaje del Opus Dei sobre el trabajo profesional: medio para alcanzar la santidad y hacer apostolado, y ámbito de práctica de virtudes como la laboriosidad, la lealtad, el compañerismo y la alegría. Era la primera vez en su vida que Ruiz oía hablar de que Dios contaba con sus luchas diarias, con el estudio del Código Civil y con su amistad para llevar la redención de Cristo a muchos hombres y mujeres. Décadas más tarde todavía recordaba su primera impresión: “Estaba [del Portillo] hablando con detalle de la vida de piedad que se vivía en esa labor de apostolado, insistiendo en el trato con Dios a través de la oración y de los sacramentos. Una vida espiritual intensa, pero procurando no hacer cosas raras, sin llamar la atención, sin ostentaciones. Una piedad sólida, pero evitando actuar cara al exterior. Que esto lo aconsejara un sacerdote, ya era una novedad; pero que lo dijera un señor normal y corriente que estaba acabando Ingeniería de Caminos -en España, por entonces, era la aristocracia universitaria-, le hacía ir a uno de sorpresa en sorpresa” [3] .

Tras la presentación de del Portillo, Botella dio una charla en la que “insistía con más detalle en la importancia del trabajo profesional, de hacer ciencia, aportando algo nuevo a lo que ya habían estudiado otros” [4] . Después, Rodríguez Casado, historiador, habló de la vida de los primeros cristianos. Oyéndole hablar, Ruiz dice que se dio cuenta de que conocía algunas anécdotas de los primeros cristianos, “pero que se me escapaba lo fundamental: los primeros cristianos vivían el Evangelio porque lo tenían bien aprendido, con un espíritu, una audacia, una remoción apostólica, que les hizo cambiar el mundo. No coincidía aquella descripción con la imagen que muchos teníamos de ellos: personas buenas, pero escondidas casi siempre en las catacumbas” [5] .

Después de explicar la teoría, los miembros de la Obra pidieron a sus nuevos amigos que la pusieran en práctica invitando a otros a venir al hotel. Ruiz y los otros se dispersaron por la ciudad y regresaron acompañados de algunos amigos, muchos de los cuales, a su vez, salieron y volvieron llevando a otros consigo. Pronto el hotel estuvo abarrotado.

A pesar su número, Escrivá habló con cada uno de ellos al menos durante unos momentos. El primer encuentro de Ruiz con Escrivá sólo duró unos diez minutos. Escrivá empezó preguntándole por sus estudios y le sugirió que pensara hacer el doctorado y seguir una carrera de enseñanza, ya que le abría muchas puertas para hacer apostolado. Luego dirigió la conversación hacia la vida espiritual. Dijo que deseaba hacerle algunas preguntas que, a lo mejor, consideraba incómodas y prefería no contestar: “Fue otro detalle de elegancia en el trato y de respeto a la libertad por su parte. La primera pregunta era sobre frecuencia de sacramentos; la otra versaba sobre posibles compromisos afectivos del corazón. Ocasión que aprovechó, con gran sentido sobrenatural, para insistir en la importancia de la comunión frecuente y de vivir los amores de la tierra noble y limpiamente. No recuerdo que me dijera nada más, pero sí tengo muy grabada la impresión que me dejaron aquellas pocas palabras, tan certeras y atinadas, de un sacerdote que me acababa de conocer hacía apenas un rato” [6] .

Varios de la Obra hicieron frecuentes visitas a Valladolid en febrero y marzo de 1940. Entre visita y visita escribían a los estudiantes que habían conocido. Durante un largo paseo por la ciudad a principios de marzo, Botella explicó a Ruiz que las actividades apostólicas en las que había participado no eran simplemente el resultado del celo de un sacerdote y de unos pocos entusiastas. Eran las actividades de una institución querida por Dios a la que Escrivá y los otros habían dedicado sus vidas. “¿Te llama Dios a entregarte a Él?”, preguntó Botella.

Ruiz habló con Escrivá esa misma tarde sobre su posible vocación. Escrivá le sugirió que buscara el consejo de Nuestro Señor en la oración. “Mira, lo único que puedo hacer”, dijo, “es encomendarte y pedir a Dios que te ilumine y te ayude a acertar. Si quieres, mañana asistes a mi Misa y encomiendas el asunto; yo también lo encomendaré” [7] . Después de Misa, Ruiz le dijo a Escrivá que estaba preparado para lo que fuera.

En las siguientes semanas, otros jóvenes de Valladolid descubrieron su llamada al el Opus Dei: Juan Antonio Paniagua, Alberto Taboada y su hermano Ramón, Antonio Moreno y Javier Silió. Además, un gran número de estudiantes quería recibir formación y algunos de ellos daban esperanzas de poder recibir la vocación en un futuro próximo. La necesidad de tener un lugar propio se hacía urgente.

En abril de 1940 alquilaron un piso que pertenecía al padre de Ruiz. Le llamaron “El Rincón”. Al principio, todo el mobiliario consistía en seis sillas. No había oratorio, pero pusieron una pequeña imagen de la Virgen en una repisa del cuarto de estar. Por las tardes, unos cuantos se reunían en El Rincón para estudiar. Interrumpían el estudio para hacer un rato de oración mental; sentados en torno a la imagen de Nuestra Señora, entre silencio y silencio uno de ellos iba leyendo puntos de “Camino”.

A final de junio de 1940, Escrivá predicó un día de retiro en un colegio dirigido por los escolapios. Ignacio Echeverría y Jesús Urteaga se encontraban entre los asistentes. Ambos acababan de terminar la secundaria en San Sebastián y pasaban una temporada en Valladolid para preparar el examen de ingreso en la universidad. Tras conocer al autor de “Camino”, pronto empezaron a tratar regularmente a la gente de la Obra de Valladolid. Antes de acabar el verano ambos eran ya del Opus Dei.

[1] AGP P03 1989 p. 23-24

[2] Ibid. p. 27

[3] AGP P01 1983 p. 420-421

[4] Ibid. p. 421

[5] AGP P03 1989 p. 32

[6] Ibid. p. 31

[7] Ibid. p. 118