El paso al otro lado del frente

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Cuando Escrivá se marchó de Madrid a principios de octubre de 1937, dejó a Zorzano al frente del resto de miembros del Opus Dei en la zona republicana. Del Portillo, González Barredo y Alastrué permanecieron en la Legación de Honduras y Rodríguez Casado continuó en la Embajada de Noruega.

Hernández de Garnica, que había sido movilizado por el ejército republicano poco después de abandonar la cárcel en julio de 1937, se encontraba ahora lejos, en la provincia de Granada. Zorzano le escribía con regularidad y urgía a otros miembros de la Obra a hacer lo mismo, aunque los meses pasaban y no obtenía respuesta. En las pocas ocasiones en que Hernández de Garnica iba a Madrid, Zorzano recorría grandes distancias para visitarle y asegurarse de que había tenido la oportunidad de recibir los sacramentos. Años después, Garnica recordaba que “era tal la naturalidad con que Zorzano afrontaba las adversidades de aquel momento, que yo llegué a pensar si era un inconsciente y no se percataba de la realidad de los peligros que nos rodeaban por todas partes” [1] .

Otra fuente de preocupación fue Rodríguez Casado, que, además del hambre, sufría la soledad en la Embajada de Noruega. Zorzano intentó varias veces, sin éxito, su traslado a la Legación de Honduras. Para junio de 1938, Rodríguez Casado había adelgazado 30 kilos. No le estaba permitido recibir visitas, pero una vez a la semana, aprovechando que estaba de portero un amigo, Zorzano se las arreglaba para pasar una hora con él y llevarle un poco de comida.

Zorzano se estaba quedando en los huesos y estaba tan débil que debía pararse a descansar en un banco del parque durante el corto paseo hasta la embajada. Rodríguez Casado le dijo que debía dejar de llevarle alimento y comer él un poco más, pero Zorzano no daba importancia a su debilidad e insistía en que él no necesitaba esa comida que llevaba.

Además de la comida, Zorzano llevaba a Rodríguez Casado la Sagrada Comunión, apoyo espiritual y noticias de los demás miembros de la Obra. Una carta resume el contenido de esas conversaciones: “En esta temporada en que D. Manuel [era el término que usaba para referirse a Jesús, a causa de la censura postal] nos concede la gracia de ayudarle a llevar su carga, debemos de aprovecharla bien considerando que cada uno de los instantes que pasan tiene repercusión eterna. Esta carga la debemos de llevar a plomo —como nos dice siempre el abuelo [así se refería a Escrivá]— con alegría y paz, reflejo del espíritu que nos anima y que constituye el ‘aire de familia’ que nos es peculiar. De esta forma, aunque aparentemente no se vea nuestra labor, para D. Manuel, que ve en lo oculto, tiene más valor que si estuviéramos actuando en primera línea” [2] .

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Del Portillo, González Barredo y Alastrué estaban impacientes por dejar la Legación de Honduras e intentar pasarse a la zona nacional, donde podrían reunirse con Escrivá y otros para reconstruir la labor apostólica del Opus Dei. Antes de que el grupo de Escrivá abandonara Barcelona, pidieron permiso a Isidoro para intentar escapar, pero se lo impidió porque consideraba que el riesgo que corrían era demasiado grande. Los meses pasaban y ellos repetían su consulta, pero Zorzano siempre encontraba una razón por la que debían permanecer en la Legación. Unas veces, por pensar que los nacionales estaban a punto de tomar Madrid y que la guerra terminaría entonces. Otras, porque pensaba que podría arreglar las cosas para huir por vía diplomática. Aunque todos los planes se venían abajo uno tras otro, siempre les pedía paciencia.

Aunque en junio de 1938 del Portillo tenía poca esperanza de que Zorzano hubiera cambiado de opinión, le escribió de nuevo y pidió permiso para salir de la Legación, alistarse en el ejército republicano y, una vez en el frente, cruzar las líneas. Unos días más tarde, Isidoro le envió una nota: “Con la ayuda de D. Manuel he pensado detenidamente en tus proyectos [...]. Me parece que puedes realizar tus proyectos, y que D. Manuel y Dª María llenen tus deseos, que son los nuestros” [1] .

Del Portillo quedó asombrado: “Precisamente unos días antes supimos que Arquelao, un muchacho estudiante de filosofía de la Congregación de los Sagrados Corazones, que salió con los mismos propósitos del Consulado —el único que había marchado de nuestro refugio para atravesar las líneas del frente— cayó asesinado [...] entre las dos líneas, en el momento en que intentaba el salto. Eran más los que caían en la empresa que los que triunfaban en ella. Y en esos momentos nos concedía Isidoro el permiso, con tal fe en el triunfo humano del intento, que no podía por menos de asombrar la tranquilidad con que se jugaba a cara y cruz —mirando las cosas de tejas abajo— las vidas de varios miembros de la Obra” [2] .

Zorzano explicó que había cambiado su parecer después de pensarlo en la presencia de Dios. Rezando ante un crucifijo en su habitación, Dios le hizo ver no sólo que esta vez el intento tendría éxito, sino que el paso al otro lado del frente tendría lugar el 12 de octubre de 1938, fiesta de Nuestra Señora del Pilar. En Burgos, simultáneamente, Escrivá recibió la misma revelación, y se lo dijo a la madre de del Portillo, que para entonces vivía en aquella ciudad.

En esos momentos, ni del Portillo ni los demás sabían nada de esas inspiraciones. Lo único que sabían era que, por fin, habían sido autorizados para intentar cruzar las líneas. Alastrué se fue de la legación el 27 de junio de 1938 y se presentó en el centro de reclutamiento. Para evitar problemas por el hecho de no haber comparecido cuando su quinta fue llamada a filas, declaró que tenía 28 años, seis más que su verdadera edad. Del Portillo y González Barredo salieron de la legación y fueron a la oficina de reclutamiento pocos días después. El primero se alistó con el nombre de su hermano, siete años menor que él. Los oficiales de la caja de reclutas sospecharon, pero finalmente aceptaron su alistamiento y le citaron cuatro días más tarde para asignarle destino. Por su edad, González Barredo fue destinado a oficinas sobre la marcha. Zorzano pensó que sería mejor que permaneciese en Madrid y no intentase cruzar a la zona nacional.

Del Portillo y González Barredo se alojaron temporalmente en una pensión. Alastrué, en casa de un amigo. Por las tardes, se reunían en alguno de los dos lugares para hacer oración juntos. Los tres iban a comer al cuartel, donde frecuentemente se encontraban con Santiago Escrivá y Zorzano. Éste dejó por escrito una descripción de esas comidas: “Primero, la cola con el plato para la ración; después, buscar un acomodo en el suelo y unos ladrillitos para colocar el plato; y después, como no disponemos de cubiertos suficientes, mejor dicho, de cucharas, pues es lo único que se utiliza, hay que esperar a que uno termine para que la utilice otro; divertidísimo. Cuando llega alguna fiesta de la Santísima Virgen, lo celebramos por todo lo alto; siguiendo la costumbre del Padre de hacer un obsequio a los pobres en sus festividades, repartimos las tres comidas que sacamos entre los pobres” [3] .

Cuando del Portillo llegó a su destino, pudo comprobar las marcadas diferencias entre su aspecto de un joven de veinticuatro años y el de los reclutas de diecisiete, edad que él había declarado en el momento de alistarse con el nombre de su hermano. Para no correr el riesgo de ser acusado de impostor, regresó a la oficina de reclutamiento y se alistó con otro nombre.

El 21 de julio Zorzanó decidió que Rodríguez Casado debía unirse a del Portillo y Alastrué para intentar cruzar el frente. Al día siguiente, se alistó en el ejército. A final de mes, los tres habían recibido sus destinos, aunque en unidades que ofrecían pocas posibilidades para sus propósitos de pasar a la otra zona.

A comienzos de agosto, oyeron hablar de un lugar en la provincia de Cuenca desde donde era relativamnte fácil cruzar la línea. El primo de del Portillo trabajaba allí como ingeniero y tenía amistad con el comandante de las tropas de aquella sección del frente. Del Portillo y Alastrué decidieron desertar y volverse a alistar, con la esperanza de que les destinaran a una unidad situada en un buen punto. Desertar constituía un riesgo, pero las cosas en Madrid eran tan caóticas que había oportunidad de no ser sorprendidos. Rodríguez Casado trazó otro plan, aprovechando los contactos de su padre.

Pero todo se vino abajo a mediados de agosto. El comandante del frente de Cuenca fue trasladado y los esfuerzos de Rodríguez Casado resultaron inútiles. Llegados a este punto, decidieron que los acontecimientos marcharan por sí solos. Escribió del Portillo: “Llegamos a la conclusión de que el Señor quiere que nos pongamos por completo en sus manos, confiando en que Él resolverá por entero el asunto, como mejor le parezca; hemos buscado procedimientos y lugares para pasarnos, y tanto unos como otros resultaban imposibles. Como no podemos ni poner ni ver más medios humanos, no queda sino esperar a que Él, que sabe más, ponga los suyos y nos lleve como de la mano –ya que nosotros estamos ciegos- por donde le plazca” [4] . Los tres desertaron y se alistaron de nuevo.

El 24 de agosto de 1938, del Portillo y Rodríguez Casado fueron montados en un camión y conducidos a un destino desconocido. Alastrué quedó atrás. Después de unos días en un campo de instrucción situado en un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara, del Portillo fue asignado a un grupo de doscientos soldados en otro pueblo a unos veinte kilómetros del frente. Rodríguez Casado se presentó voluntario para unirse al mismo pelotón y fue aceptado. Ambos fueron nombrados cabos y enviados a Fontanar, a unos diez kilómetros de Guadalajara.

Había pasado un mes desde que dejaron a Alastrué y no tenían noticias de él ni de su paradero. Inexplicablemente, el 19 de septiembre de 1938, llegó a la localidad, formando parte de un destacamento que iba allí para completar el batallón. Al principio, fue destinado a una compañía distinta a la de Rodríguez Casado y del Portillo, pero solicitó el cambio de compañía y pocos días más tarde lo consiguió.

Del Portilló obtuvo un permiso para pasar el 2 de octubre, décimo aniversario de la fundación del Opus Dei, en Madrid. Con Zorzano, González Barredo y Santiago Escrivá se puso a la cola de los barracones donde repartían un poco de pan, algo de arroz cocido y una sardina. Sentados en la acera de la calle, comieron su “pequeño banquete” para celebrar la fiesta. Al despedirse, Zorzano entregó a del Portillo varias formas consagradas para que las llevase a los que habían quedado en el frente.

Del Portillo contó a Zorzano que esperaban ser enviados al frente tres días después y que planeaban escapar al otro lado lo antes posible. Zorzano le respondió que ya había escrito a Escrivá para decirle que llegarían en torno al 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar. Años después, del Portillo comentaba: “Quedé, naturalmente, más que medianamente desconcertado ante la respuesta de Isidoro. ¡Si él no sabía, hasta que se lo dije yo, que enseguida marchábamos al frente! Y, además, sólo Dios sabía si podríamos o no pasarnos cruzando la línea de fuego. Y, aun en caso de que lográramos evadirnos [...] ¿cuándo sería? Todo esto pensé, pero no comenté nada. E insisto en que la naturalidad con que aseguró Isidoro que había escrito en ese sentido —y con esa seguridad— al Padre, me desconcertó plenamente” [5] .

El 9 de octubre de 1938, el batallón de del Portillo, Alastrué y Rodríguez Casado emprendió una larga marcha que le llevaría, en las primeras horas del día siguiente, hasta posiciones en lo alto de una colina cercana a un pueblo próximo al frente. Del Portillo oyó comentar a uno de los oficiales de la unidad a la que sustituían que las tropas nacionales paraban en Majaelrayo, pueblo a pocos kilómetros hacia el norte.

Al día siguiente del Portillo y Alastrué fueron enviados a conseguir provisiones en un pueblo a mitad de camino entre su posición y Majaelrayo. Rodríguez Casado, por su parte, recibió permiso para ir al mismo pueblo a comprar una medicina. A las 6.00 de la mañana y después de comulgar, emprendieron la marcha en medio de un chaparrón que creció a medida que avanzaba el día. Subieron varias montañas y evitaron ir por los caminos principales para mantenerse fuera de la vigilancia.

Hicieron noche en una cueva y en las primeras horas del día 12 se pusieron en camino. Ascendieron por un bosque de pinos y veían abajo un pueblo, pero no sabían si estaba en manos de los republicanos o los nacionales. Al oír las campanas de la iglesia que llamaban a los fieles para la Misa, se dieron cuenta de que estaban en zona nacional. Corrieron pendiente abajo sin tomar ninguna precaución. Al llegar al pueblo –que no era Majaelrayo, sino Cantalojas- supieron que habían sido descubiertos antes. Pensando que podía tratarse de una avanzadilla del ejército republicano, el comandante de las tropas nacionales había ordenado abrir fuego de ametralladora si había un despliegue o una maniobra de retirada.

Pudieron oír Misa y comer algo. Entonces, Rodríguez Casado llamó a su padre, coronel del ejército nacional. Gracias a su influencia, no fueron enviados a un campo de refugiados y prisioneros, sino que les permitieron seguir viaje a Burgos.

El 12 por la mañana, Botella y Casciaro se marcharon a la oficina. Escrivá prometió llamarles en cuanto llegaran. Pasó el 12 sin noticias, pero Escrivá se mantenía “tranquilo, seguro, contento. Cada llamada, cuando sonaba el teléfono, creía que eran noticias. El 13 transcurrió lo mismo, el Padre de fiesta y de broma todo el día. Nos decía que estuviéramos alerta. El día 14 me dijo: “ya os avisaré al cuartel, cuando lleguen”” [6] . Les llamó a las 8.00 de la tarde para comunicarles que ya estaban allí.

[1] Ibid. p. 246

[2] Ibid . p. 246

[3] Ibid. p. 248

[4] AGP P03 1986 p. 237-238

[5] José Miguel Pero-Sanz. Ob. cit. p. 250

[6] AGP P03 1986 p. 354

[1] José Miguel Pero-Sanz. Ob. cit. p.. 253

[2] Ibid. p. 243.