Traslado a Burgos

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

El 7 de enero de 1938, Escrivá dejó Pamplona. Indicó a Botella y Casciaro que hicieran todo lo posible para que les enviaran a Burgos. Pasó por Vitoria y llegó a Burgos el día 8. Empezaba una nueva etapa en la vida del Opus Dei. Después de un año y medio de forzosa inactividad era preciso reconstruir el apostolado y poner los fundamentos de la nueva expansión. La primera tarea de Escrivá fue escribir una larga carta a los miembros de la Obra para ofrecerles “luces y aliento, y medios, no sólo para perseverar en nuestro espíritu, sino para santificaros con el ejercicio del discreto, eficaz y varonil apostolado que vivimos, a la manera del que hacían los primeros cristianos” [1] .

El 9 de enero de 1938 les escribía: “No hay imposibles: omnia possum... ¿Olvidaréis nuestros diez años de consoladora experiencia?... ¡Vamos, pues! ¡Dios y audacia!” [2] . Les invitó a atender a su vida espiritual a través de la oración, mortificación y presencia de Dios y a meditar frecuentemente en la realidad de ser hijos de Dios, que no estaban solos, sino que eran “eslabones de una cadena” [3] .

El sentido de comunión de unos con otros y con él es un tema recurrente en la carta. Su amor por la Obra debía manifestarse, les dijo, en la preocupación por el Padre y por sus hermanos en el Opus Dei. Les urgió a vivir “cada día, con especial interés, una particular Comunión de los Santos” [4] con los demás miembros de la Obra. Les sugirió que se propusieran rezar por él, sacrificarse por él y unirse a él. Al mismo tiempo les pidió que pusieran en práctica unos con otros el consejo de San Pablo a los Gálatas: “Con respecto al Padre: orar por él, sacrificarme por él, unirme en todo a él. Con respecto a mis hermanos: poner en práctica la doctrina, tantas veces inculcada: alter alterius onera portate, et sic adimplebitis legem Christi” [5] . Y también les animó a mantener correspondencia, “aunque no tengas nada que decir” [6] , con él y los demás de la Obra. Y se ofrecía: “Si te hago falta, llámame. Tienes el derecho y el deber de llamarme. Y yo, el deber de acudir, por el medio de locomoción más rápido” [7] .

Para ayudarles a aprovechar el tiempo, les animó a estudiar lenguas extranjeras y, cuando fuera posible, a realizar algún trabajo profesional o artístico. Volviendo al apostolado, les trazó un posible plan:

“1. Tu vida interior, que obtiene gracia para que sea eficaz el trabajo de los que estamos libres.

2. Tu buen ejemplo, con virilidad.

3. Busca un amigo, o dos o tres. Más, no. Y que cada uno de estos amigos busque a otro, para llevarlo por nuestro camino. No me digas que no puedes: dime, mejor, que no pones los medios.

4. Escribe a nuestros chicos de San Rafael o a los nuestros de San Gabriel: y llévalos a la frecuencia de Sacramentos; al amor a la Obra; al proselitismo; y a ayudar, ahora, económicamente nuestra empresa sobrenatural.

5. Procura mover, a nuestros amigos, a escribir quincenalmente a Burgos, y a hacer visitas periódicas al Padre: en cuanto pueda ser, se les recibirá en nuestra Casa de San Miguel en Burgos” [8] .

Al final de la carta, les indicó que incluyeran una petición por el Padre en las preces de la Obra que les había enseñado.

En Burgos, Escrivá contrajo una fiebre persistente, con tos y ronquera, que le hizo temer que padeciera una tuberculosis. Nunca se había preocupado de su propia salud, pero lo contagioso de esa enfermedad haría imposible que siguiera tratando estrechamente a gente joven. Vallespín y Botella le convencieron para que consultara a un especialista del pulmón, a pesar de su reticencia a gastar dinero en sí mismo. Éste le dijo que, aunque no había contraído una tuberculosis, sí tenía un serio problema respiratorio y debía consultar al especialista de nariz y garganta. El doctor no pudo determinar la raíz de su persistente tos y fiebre y concluyó que, fuera lo que fuera su mal, estaba “en tierra de nadie”.

En la carta del 9 de enero de 1938, Escrivá dejaba entrever su deseo de alquilar un piso que les proporcionara un mínimo de intimidad y la independencia necesarias para recibir visitas. Aquel deseo, sin embargo, no se cumpliría. Burgos rebosaba con más del doble de su población habitual en tiempos de paz. Aun teniendo dinero, habría sido difícil encontrar algo. Albareda consiguió una pequeña suma, pero como decidieron gastar la mayor parte en un cáliz y un sagrario para el próximo centro de la Obra, dondequiera que estuviese, Escrivá y él se conformaron con una habitación en una pensión modesta.

Escrivá quería partir inmediatamente para ver a miembros de la Obra, antiguos residentes y estudiantes de DYA, y a los obispos de las ciudades por donde pasara. Antes necesitaba obtener un salvoconducto que le permitiera moverse libremente. En 1931 Escrivá había conocido al general Luis Orgaz, vecino de la familia a cuya casa había trasladado el Santísimo Sacramento durante la quema de conventos en Madrid. Le había visitado más tarde, mientras estaba en prisión por su participación en el fallido golpe de 1932. Orgaz estaba ahora destinado en Burgos como jefe de Instrucción y Reclutamiento. Escrivá también conocía al general Martín Moreno por una de sus hijas. Estos contactos, y las facilidades normalmente concedidas a los sacerdotes en la zona nacional, le permitieron obtener el pase que necesitaba. Durante enero y febrero viajó a Valladolid, Ávila, Bilbao, León, Zaragoza y Pamplona.

[1] AGP P01 1984 p. 85-86

[2] Ibid. p. 86

[3] Ibid. p. 88

[4] Ibid. p. 89

[5] Ibid. p. 90-95

[6] Ibid. p. 90-95

[7] Ibid. p. 96

[8] Ibid. p. 92-93