Navidades en Pamplona

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Cuando Escrivá y los suyos entraron en España el 11 de diciembre de 1937, ninguno de ellos tenía ni idea de cuánto tiempo pasaría hasta que pudieran regresar a Madrid. Albergaban la esperanza de que el fin de la guerra estaba cerca, pero, en realidad, ésta todavía duraría otros quince meses. Durante ese tiempo, trabajaron para restablecer el contacto con los residentes y estudiantes de DYA a quienes la guerra había esparcido por los cuatro puntos cardinales, recomenzar el apostolado del Opus Dei, preparar la reapertura de la residencia y planear la expansión del Opus Dei a otras ciudades y países.

El grupo de Escrivá pasó la noche del 11 al 12 de diciembre en un pequeño pueblo cerca de la frontera. Al día siguiente fueron a San Sebastián y alquilaron una habitación en un hotel barato. Unas teresianas proporcionaron a Escrivá algo de ropa. Con la ayuda de varios amigos que residían en la ciudad, los demás miembros de la expedición adquirieron algunas ropas usadas y reemplazaron las destrozadas alpargatas por zapatos de segunda mano.

El grupo tuvo que separarse pronto. Albareda se quedó en San Juan de Luz. Alvira se dirigió a Zaragoza. Jiménez Vargas fue alistado como médico. Casciaro y Botella fueron conducidos a Pamplona para ser reclutados. El 17 de diciembre Escrivá tambíen partió para Pamplona. El obispo de la ciudad, su buen amigo don Marcelino Olaechea, le hospedó en el palacio episcopal y le consiguió una sotana.

En Pamplona, Escrivá hizo unos ejercicios espirituales. Al terminarlos, aunque estaba físicamente muy débil por la dureza del paso de los Pirineos y las privaciones de los dieciocho meses anteriores, decidió no dormir más de cinco horas por la noche y, en el tiempo de vigilia, rezar y desagraviar por todas las ofensas a Dios que la guerra había traído consigo. Además, pasaría la noche de los jueves enteramente en oración ante el Santísimo Sacramento.

El 24 de diciembre, Escrivá visitó a Botella y a Casciaro en sus compañías. A medianoche, volvió con Albareda que había ido a Pamplona para las Navidades. Aunque Botella y Casciaro estaban de guardia, Escrivá y Albareda lograron convencer al oficial para que les dejara pasar unos minutos juntos. Celebraron la noche de Navidad en los barracones, hablando de sus planes para contactar con la gente que habían conocido en DYA. Albareda consiguió una barra de turrón. Botella recuerda que “estos detalles de cariño, de vida de familia, en las circunstancias tan extraordinarias que vivíamos, se me clavaron en el corazón: me hacían sentir muy feliz y la entrega al Señor se me hacía gozosa” [1] . El día de Navidad, después de que Botella y Casciaro terminaran su guardia, los cuatro fueron a comer en un restaurante. Ya en el palacio episcopal, donde todavía se alojaba Escrivá, tuvieron una larga tertulia y pusieron unas popstales a los de la Obra y los amigos dispersos por España.

En los cuarteles de Pamplona no había espacio suficiente para todos los soldados, así que era relativamente fácil conseguir un permiso para vivir fuera. Escrivá aconsejó a Casciaro y Botella que alquilaran una habitación, ya que residiendo fuera del cuartel podrían asistir a Misa todos los días. También les dijo que no se preocuparan por cómo la pagarían.

Escrivá pasó la Navidad en Pamplona. Procuraba estar el mayor tiempo posible con Botella y Casciaro. El obispo Olaechea le insistió en que se quedara con él hasta que le fuera posible regresar a Madrid, pero Escrivá estaba deseoso de visitar a los miembros de la Obra esparcidos por todo el país y de restablecer contacto con la gente que habían conocido antes de la guerra. Trasladarse a Burgos haría todo más fácil. La ciudad era el cuartel general de los nacionales y siempre sería posible que alguno de la Obra o sus amigos fueran destinados allí o tuvieran alguna razón para estar por aquella zona. Burgos también tenía un mejor servicio de ferrocarril y de autobús, lo cual haría más fáciles los viajes para visitar a quienes no pudieran acudir. Además, Albareda se encontraba en Burgos, trabajando en un plan de reorganización de la educación secundaria; y Jiménez Vargas estaba también allí temporalmente mientras esperaba un destino en el frente. Casciaro y Botella habían sido destinados a servicios de apoyo, así que existía la posibilidad de que uno de ellos, o los dos, terminara en una de las muchas oficinas de Burgos.

[1] AGP P03 1983 p. 339