Escrivá y Jiménez Vargas dejan la legación.

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Cuando Escrivá y los demás se refugiaron en la legación, parecía que el cónsul podría evacuar a todos los refugiados. Pasado algún tiempo, se frustraron esas esperanzas. Por ejemplo, cuando a comienzos de junio el cónsul viajó a Valencia para hacer gestiones, Zorzano escribió en su diario: «Quizás saldrán la semana próxima. Esta vez creo que es la definitiva». Sin embargo, el cónsul regresó de Valencia con las manos vacías, tal y como había sucedido ya varias veces antes.

Mientras tanto, Zorzano hacía gestiones similares en otras embajadas a pesar del riesgo personal que entrañaba. Estuvo en las de Checoslovaquia, Chile, Panamá y Turquía, pero todo sin resultados.

A mitad del verano de 1937, parecía claro que no se llegaría a un rápido final del conflicto. Escrivá estaba deseoso de dejar la legación y buscar una situación de libertad para ejercer su ministerio sacerdotal y desarrollar el Opus Dei. Los miembros de la Obra le urgían para que dejase Madrid y la zona controlada por la República, donde había persecución religiosa, y cruzase al territorio controlado por los nacionales. Escrivá comprendía la conveniencia de pasar a la zona nacional, pero le pesaba mucho dejar a su familia y a miembros de la Obra en Madrid. En cualquier caso, en aquel momento no había posibilidades reales de cruzar a la zona nacional, aunque lo quisiera hacer.

Por otro lado, las noticias que le llegaban, sugerían que a lo mejor era posible sacar adelante su ministerio sacerdotal y el apostolado del Opus Dei en Madrid, sin estar exento de peligro. Lo peor de la persecución religiosa en la zona Republicana parecía haber pasado ya. Las iglesias seguían cerradas y la actividad religiosa estaba todavía prohibida, pero, al menos, el gobierno republicano había parado parcialmente a los elementos incontrolados, responsables de la mayor parte de los asesinatos de sacerdotes en los primeros meses de la guerra. Desde luego, no podía actuar públicamente como sacerdote, pero, con la debida precaución, sería posible ejercer su ministerio secretamente a favor de mucha gente de Madrid que llevaba un año privada de los sacramentos.

Al comenzar el verano de 1937, Escrivá empezó a salir a la calle para hacerse las fotografías necesarias para los documentos de identidad –falsos, por supuesto–, investigar vías de escape de la zona republicana y ejercer, de un modo limitado, su ministerio sacerdotal. Mientras tanto, Zorzano arregló las cosas para que el hermano menor de Escrivá, Santiago, pudiese reunirse con su madre.

A final de agosto, el cónsul de Honduras entregó a Escrivá unos documentos que le acreditaban como empleado de la legación y una pequeña bandera del país para que la llevara sujeta en la solapa. Pertrechado con estos documentos, que él describió como «más falsos que Judas», abandonó el consulado el 31 de agosto de 1937 y se trasladó a una pensión. Pocos días después, el 4 de septiembre, recomendado por el cónsul de Honduras, Jimenez Vargas consiguió unos documentos similares del consulado de Panamá y se reunió con Escrivá en la pensión. En caso de ser arrestados e interrogados, de poco les servirían los documentos, pero sí ayudarían a salir del paso en caso de que les pararan por la calle.

Del Portillo, Alastrué y González Barredo permanecieron en la legación porque, en cualquier caso, corrían mucho peligro en Madrid. González Barredo era bien conocido como un profesor católico y del Portillo y Alastrué eran buscados por prófugos.

Escrivá y Jiménez Vargas de vez en cuando cenaban con Zorzano, y después tenían una larga tertulia. En ocasiones se les unían otros. Por ejemplo, Calvo Serer, que se alistó en el ejército republicano durante el verano de 1937 y había sido asignado a las Brigadas Internacionales, estuvo en Madrid dos días a final de agosto o principio de septiembre. Hernández de Garnica, que había sido liberado de la prisión en Valencia, también pasó algún tiempo en Madrid antes de ser llamado a filas por el ejército republicano y destinado a Andalucía. Zorzano describe la conversación en una de aquellas tertulias. “Empezamos a soñar —escribe Isidoro— lo que serán realidades dentro de un par de años; pasamos revista a las principales universidades del mundo y dejamos volar un poco la imaginación” [1] . Incluso se reían sobre lo delgados que estaban. Ninguno pasaba de los 45 kilos.

Mientras buscaban la forma de pasar a la zona nacional, Escrivá se movía por Madrid, vestía traje y corbata y llevaba la bandera de Honduras cuidadosamente prendida en su solapa. A menudo oía confesiones en la calle, caminando arriba y abajo por la acera. Decía la Misa y predicaba meditaciones a pequeños grupos en casas de amigos. Llevaba el Santísimo Sacramento consigo, dentro de una pitillera que guardaba en una pequeña bolsa con la bandera y el sello del Consulado de Honduras, para distribuir la Sagrada Comunión a más gente.

A pesar de que lo peor de la persecución ya había pasado, administrar los sacramentos y ejercer el ministerio sacerdotal en Madrid seguía siendo muy peligroso. Un día en que Escrivá llegaba a un edificio donde planeaba decir la Misa, una señora le saludó en alta voz:

“ -¡Qué alegría verte!

Luego, apartándose de aquel lugar, le explicó en voz baja:

-Perdón, don Josemaría, pero ¿va a decir Misa allá?

-Sí

-Pues en este momento están registrando todo. Si va usted, le cogen y le matan” [2] .

Escrivá tomó todas las precauciones que pudo para evitar ser detenido. Un día, por ejemplo, un amigo le pidió que bautizase a la hija de un vecino. Quedaron a las 7 de la tarde en la clínica, donde madre e hija estaban todavía recuperándose. Sin pensar en el riesgo que se corría reuniendo a un grupo de gente, el padre de la niña invitó a sus suegros y a varios amigos a asistir al bautismo, pero Escrivá llegó a las 5 de la tarde, bautizó a la niña y se fue antes de que llegasen los invitados.

Además, Escrivá atendió espiritualmente a miembros de órdenes religiosas que estaban ocultos en Madrid. La hermana Ascensión Quiroga y otras monjas vivían en una pensión. Para evitar ser reconocidas como religiosas, habían comenzado a maquillarse. Llegó un momento en que, según relata la hermana Asunción, habían caído en un estado de miedo y de tibieza espiritual. Recuerda una charla que Escrivá les dio: “Me llamó poderosamente la atención cómo don Josemaría empleaba el plural, poniéndose siempre por delante. Decía: ‘Somos cobardes, nos da miedo dar la cara por Dios’. Me impresionó el modo de dirigir la plática: no era una predicación, se trataba de la oración personal de un santo, hecha en voz alta. Creo que todas –pero al menos yo- salimos de esa meditación confirmadas en la vocación, con hambre de entrega” [3] .

Hacia el final de septiembre de 1937, Escrivá predicó un retiro en Madrid a un pequeño grupo. Entre los asistentes, además de Zorzano, estaban Albareda, un profesor de instituto de Madrid, a quien Zorzano visitaba regularmente y que se había unido al Opus Dei poco antes, y Tomás Alvira, a quien Escrivá conoció en el piso de Albareda en el mes de julio durante una de sus breves escapadas a la ciudad desde la legación. Alvira describe así el retiro: “La reunión prolongada de un grupo de personas podía infundir sospechas (...). En Madrid, cada casa tenía su correspondiente control. Por eso, íbamos por separado al lugar de reunión, allí acudía el Padre, que nos daba una meditación y salíamos, también por separado. Por la calle, seguíamos meditando, rezando el Rosario, etc.

Después no reuníamos en otra casa, en la cual vivía otro del grupo, y teníamos la siguiente meditación. Los Ejercicios duraron tres días, y se comprende que durante ellos hubo una gran exposición. El último día celebro el Padre el Santo Sacrificio en la casa donde yo vivía (...), sobre una mesa, con un vaso y sin ornamentos” [4] .

***

La disminución de la persecución religiosa en la zona republicana hizo que mejoraran las desesperadas condiciones del año anterior, pero era todavía imposible cualquier manifestación pública de religiosidad. Incluso, hacer apostolado personal implicaba grandes riesgos. Sacar adelante el apostolado de la Obra sería mucho más fácil en la zona nacional. Cruzar de una zona a otra era una empresa peligrosa, pero Escrivá y los demás miembros de la Obra asumirían el riesgo si había una razonable esperanza de éxito.

Albareda supo que su hermano y su cuñada habían conseguido llegar a Francia desde Barcelona, cruzando los Pirineos. Fueron ayudados por gente que conocía bien los montes, ya que eran contrabandistas en tiempos de paz y en la guerra se ganaban la vida conduciendo a fugitivos al otro lado de la frontera. Una vez en Francia no tuvieron dificultad para entrar en la zona nacional por Irún. Albareda pasó esta información a Zorzano, quien, a pesar de los malogrados intentos anteriores, se entusiasmó con esta nueva posibilidad. Así se abrió un nuevo capítulo de la historia del Opus Dei, un capítulo marcado por grandes peligros y privaciones.

[1] Ibid. pág. p. 229

[2] AGP P03 1981 p. 370

[3] Ibid. p. 372-373

[4] Ibid. p. 375-376