Crece la influencia comunista en la España republicana

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

En el otoño de 1936, con los nacionales a las puertas de Madrid, socialistas, anarquistas, comunistas y la izquierda moderada se unieron en un gobierno presidido por Largo Caballero. Superada la crisis militar, reaparecieron las tensiones en la coalición. Antes de estallar la guerra, el partido comunista, grupo escindido del socialismo español, tenía escasa importancia entre la izquierda. Sin embargo, en el curso de la guerra creció en tamaño e influencia por dos motivos: la Unión Soviética era la principal aliada de la República y la milicia comunista pronto destacó como la más disciplinada y eficaz del ejército republicano.

La política del comunismo en España era dictada desde Moscú. Stalin temía la gran amenaza que la Alemania nazi representaba para la Unión Soviética, y quería granjearse a toda costa el apoyo de Francia y Gran Bretaña. La Guerra Civil española le servía para presentarse como defensor de un régimen liberal democrático contra la embestida del fascismo. Los comunistas juzgaban que todavía no era el momento propicio para la revolución proletaria en España. Pensaban que la clase obrera debería abandonar temporalmente sus sueños revolucionarios y unirse con los liberales y demócratas para defender la legalidad de la República. Del mismo modo, las milicias populares tendrían que transformarse en unidades disciplinadas de un ejército regular, aunque los comisarios políticos tuvieran un papel importante en él.

La creciente influencia del Partido Comunista y su idea de hacer la guerra y no la revolución provocó la hostilidad y oposición de otros grupos de izquierda, especialmente de los anarquistas y los trotskistas del Partido Obrero Unificado Marxista (POUM). Esta enemistad fue especialmente grave en Barcelona, donde los anarquistas y el POUM eran fuertes. El 2 de mayo de 1937 se enfrentaron las fuerzas del Gobierno y los comunistas, por un lado, y los anarquistas y el POUM, por el otro. A los pocos días, en Barcelona se había creado otra guerra civil dentro de la que ya existía desde casi un año antes. El Gobierno envió a Barcelona dos cruceros y un acorazado con contingentes de tropas. También llegaron por tierra desde Valencia cuatro mil guardias de asalto. Con estas ayudas de fuera de la ciudad, la República recuperó el control de Barcelona el 8 de mayo de 1937: murieron unas 400 personas y otras mil fueron heridas.

La contienda en Barcelona debilitó a la extrema izquierda, socavó a la autonomía catalana y fortaleció al gobierno central y al partido comunista. El control central de Barcelona y Cataluña se estrechó aún más cuando, al final de octubre de 1937, el Gobierno se trasladó de Valencia a Barcelona.