Dificultades económicas

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

DYA era un éxito académico y apostólico, pero un desastre financiero. Las cuotas de los estudiantes y los donativos no bastaban para cubrir el alquiler del local y los sueldos de los profesores. Cuando llegaban las facturas, Vallespín debía decidir a quiénes tenía que pagar inmediatamente y a quiénes podía relegar unas cuantas semanas. El dinero que habían ahorrado para muebles, debía destinarse a una necesidad más urgente. En alguna ocasión la ayuda llegaba de los lugares más inesperados. Un día la compañía eléctrica amenazó con cortar el suministro si no se pagaba inmediatamente una factura de 25 pesetas. Mientras Escrivá rompía y tiraba un viejo sobre, algo le llamó la atención. Dentro había un billete de 25 pesetas que pegó y utilizó para pagar esa factura.

Tales respiros no bastaban para equilibrar la contabilidad. A comienzos de enero de 1934 Escrivá convocó a una reunión a dos sacerdotes y tres profesionales relacionados con DYA para discutir la situación financiera. Los dos sacerdotes le aconsejaron que cerrara la academia. Mantenerla en marcha, decían, era como saltar de un avión sin paracaídas, y esperar que Dios acudiera al rescate. Los laicos no eran mucho más optimistas. Pero Escrivá estaba decidido a que DYA siguiera funcionando; y además pensaba buscar locales más amplios para el curso siguiente. El 5 de enero de 1934 pidió a los pocos miembros de la Obra que vivían en Madrid que buscaran un lugar lo suficiente grande como para ampliar la academia y añadir una residencia de estudiantes con capilla.

Unos días después confió DYA al patrocinio de san José y le prometió que si resolvía sus problemas financieros, bautizaría el nuevo centro en su honor. Pocos días más tarde recibió un donativo de 6.000 pesetas, que reservó para el nuevo centro.

La determinación de Escrivá de seguir adelante a pesar de las enormes dificultades refleja su temperamento alegre y optimista, pero, sobre todo, su convencimiento de que Dios quería que él avanzara con rapidez. Cada vez que daba la Sagrada Comunión a las monjas de Santa Isabel a sus oídos venía el eco del reproche “obras son amores y no buenas razones”. Una residencia con una capilla permitiría que algunos de los miembros de la Obra vivieran juntos, en ambiente de familia y que aprendieran el espíritu del Opus Dei más rápidamente y con mayor profundidad. En sus notas, apuntó: “Prisa. No es prisa. Es que Jesús empuja” [1] .

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Aunque el centro de la calle Luchana sirvió para conocer a mucha gente y tener actividades formativas, era evidente que se necesitaba algo más grande, capaz de albergar una pequeña residencia. Conseguirlo no sería fácil.

[1] Ibid. p. 511