Meditaciones

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Escrivá empezó pronto a organizar días de retiro espiritual para estudiantes universitarios. Se tenían una vez al mes en la cercana iglesia del Perpetuo Socorro, de los Redentoristas. Se empezaba pronto por la mañana y se terminaba a media tarde. En esas horas había Santa Misa, Via Crucis, tres o cuatro meditaciones predicadas por Escrivá y espacios para la reflexión personal.

El estilo de las meditaciones de Escrivá no tenía nada que ver con la florida retórica que caracterizaba a los predicadores de esa época. Solía leer en voz alta algún pasaje del Evangelio y lo comentaba de un modo íntimo y personal. Aunque tenía una sólida formación escriturística, sus comentarios no eran nunca exégesis erudita, sino conversaciones personales con Cristo sobre su vida y las consecuencias que de ella se podían sacar.

El objetivo de las meditaciones no era tanto transmitir unos conocimientos sobre el Evangelio como llevar a sus oyentes a conocer personalmente a Jesucristo, a conversar con Él, a asimilar su mensaje y ponerlo en práctica en su vida cotidiana. Como dijo un autor, la esencia no era la instrucción y las explicaciones, sino el real encuentro con Cristo de quienes escuchaban, el diálogo, un sobrenatural tú a tú. La clave para captar el carácter de sus meditaciones está en que para Escrivá predicar no era un ejercicio retórico; se trataba de su oración personal con Jesucristo que mantenía en voz alta. A menudo se dirigía al sagrario y hablaba a Jesús, realmente presente allí mismo. También cuando no hablaba directamente al sagrario, resultaba claro a los oyentes que estaba conversando con Él. El Cristo con quien hablaba no era un personaje pasado, sino un ser vivo y cercano a quien amaba familiar y profundamente.

Las meditaciones eran fruto de su propia vida interior y de su experiencia de director de almas. Es frecuente que los asistentes tuvieran la impresión de que se dirigía a cada uno en particular, ya que Escrivá hablaba de los mismos problemas y aspiraciones personales que ellos tenían. Al oírle, se experimentaba un deseo enorme de amar a Dios, de servirle, de entregarse a Él. Escrivá abría amplios horizontes en sus oyentes. Lo que a alguno le parecía un bonito sueño, en la predicación de Escrivá se presentaba como algo completamente real, que se podía alcanzar con la gracia de Dios y la lucha personal de cada día.

Un agustino que asistió a unos ejercicios espirituales predicados por Escrivá relató, años más tarde, que expresaba con palabras lo que llevaba en el corazón y que nunca había oído comentar los textos del Evangelio como en aquella ocasión. A otro sacerdote, que participó en otros ejercicios, le llamó profundamente la atención la fuerza de sus palabras y su ánimo para sacar a las almas de la mediocridad espiritual, lo cual revelaba su total dedicación al servicio de Dios.

Si el objetivo del apostolado del Opus Dei con los jóvenes es convertirlos en “hombres de oración”, esto se ponía particularmente de manifiesto en las meditaciones de Escrivá. Ayudaba a los asistentes a rezar por su cuenta, les enseñaba a conversar con Cristo en el silencio de sus corazones. Escrivá decía a sus oyentes que no se sintieran obligados a seguir el hilo de su discurso. Lo importante, les explicaba, no era escuchar sus palabras, sino hablar con Jesús sobre su vida y la de cada uno, siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo. Muchos coinciden en señalar que era imposible permanecer como un espectador cuando predicaba Escrivá, ya que él mismo rezaba e introducía a quienes escuchaban en la oración, ayudándoles a responder interiormente al Señor, a hablarle cada uno por su cuenta. Unas veces movía a hacer actos de compunción, de amor y de generosidad. Era frecuente que se volviera hacia el sagrario y dijera en voz alta que él estaba hablando con Dios y que los demás debían dirigirse también a Él, que no podían estar sentados en los bancos del oratorio como sacos de arena, sino que debían hablar personalmente con Dios.