Nuevas pruebas

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

La posibilidad de que Escrivá permaneciera en Madrid dependía del estatuto particular del convento de Santa Isabel, Fundación Real. En marzo de 1933 todas las fundaciones reales de Madrid pasaron a la jurisdicción ordinaria de la diócesis de Madrid. Parecía que Escrivá tendría que abandonar la capital, precisamente cuando el Opus Dei empezaba a crecer. Pero en junio de 1933, gracias a su amistad con don Francisco Morán, vicario general de la diócesis, y al apoyo de don Pedro Poveda, pudo renovar sus licencias para ejercer el sacerdocio en Madrid. A pesar de todo, seguía siendo una solución temporal y su situación permanecía inestable.

Desde el momento de su fundación Escrivá nunca dudó del origen divino del Opus Dei. A comienzos de 1932 el padre Postius, su director espiritual, le había advertido de que en algún momento sufriría la prueba de las dudas. Ésta se produjo en junio de 1933, durante unos ejercicios espirituales. Escrivá recordó el suceso: “A solas, en una tribuna de esta iglesia del Perpetuo Socorro, trataba de hacer oración ante Jesús Sacramentado expuesto en la Custodia, cuando, por un instante y sin llegar a concretarse razón alguna —no las hay—, vino a mi consideración este pensamiento amarguísimo: "¿y si todo es mentira, ilusión tuya, y pierdes el tiempo..., y —lo que es peor— lo haces perder a tantos?"” [1] .

Escrivá respondió inmediatamente con un completo desprendimiento, ofreciendo a Dios aquello que más amaba: “Si no es tuya, destrúyela”, rezó; “si es, confírmame”. La prueba, relató Escrivá, “fue cosa de segundos —dice—, pero ¡cómo se padece!”. Dios respondió a su generoso ofrecimiento con una renovada confianza. “Inmediatamente me sentí confirmado en la verdad de su Voluntad sobre su Obra” [2] .

Escrivá también sufría por la desmejorada situación de María Ignacia García Escobar, la paciente de tuberculosis que se había incorporado al Ous Dei en la primavera de 1932. La enfermedad se había extendido a los huesos y otros órganos. Escrivá habló con ella de la muerte y le aseguró que desde el cielo podría trabajar por el Opus Dei con mayor eficacia que desde la tierra. Le llegó a hacer una serie de encargos que pedir a Jesús y a María cuando llegara al cielo, especialmente vocaciones.

Escobar no sólo mantuvo la paz a pesar de los terribles dolores que sufría, sino que, como relataba Escrivá, “contemplaba la muerte con la alegría de quien sabe que, al morir, se va con su Padre” [3] . “Sé”, relató en una carta, “que sufro por Jesús y para Jesús. ¿Habrá palabras en la tierra comparadas con éstas? ¡Dichosa el alma a quien Nuestro Señor concede tal beneficio y sabe aprovecharle. Ayúdeme V. con sus oraciones a alcanzar la más íntima unión con Jesús. Amarle con locura, es mi única ambición en esta vida. Si Él dispone que yo no lo sepa mientras viva en la tierra, ¡no importa! con que lo sepa Él me basta....” [4] .

El 13 de septiembre de 1933 Escrivá redactó la siguiente nota para comunicar la muerte de Escobar a los otros de la Obra: “La oración y el sufrimiento han sido las ruedas del carro de triunfo de esta h. nuestra. —No la hemos perdido: la hemos ganado. —Al conocer su muerte, queremos que la pena natural se trueque pronto en la sobrenatural alegría de saber ciertamente que ya tenemos más poder en el cielo” [5] .

Escobar era el tercer miembro de la Obra que moría en un año y medio. Además, durante esos mismos meses otras personas, con quienes Escrivá contaba para sacar la Obra adelante, le abandonaron. Sintió su pérdida tan dolorosamente como las muertes de Somoano, Gordon y Escobar.

* * *

Visto desde fuera, en otoño de 1933 el Opus Dei parecía no haber encontrado su lugar. A los cinco años de su fundación apenas había frutos visibles que respondieran a tanto trabajo, oración y sacrificio. Sin embargo, se estaba empezando a formar un pequeño núcleo de jóvenes que perseverarían y le ayudarían a desarrollar la Obra. Entre estos primeros se encontraban Zorzano, Jiménez Vargas, González Barredo y Fernández Vallespín. Con su ayuda pronto se abriría el primer centro del Opus Dei.

[1] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 499

[2] Ibid. p. 499-500

[3] José Miguel Cejas. Ob. cit. p. 189

[4] Ibid. p. 189

[5] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 627