La situación personal de Escrivá

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Escrivá había pensado en conseguir una plaza de profesor en la Facultad de Derecho para mantenerse a sí mismo y a su familia. Durante su curso de retiro de 1932 se dio cuenta de que el tiempo que le exigiría dicho proyecto era incompatible con su vocación a dedicarse a la fundación del Opus Dei. Dios, concluía, le pedía “ser sola y exclusivamente —y siempre— eso: sacerdote: padre director de almas, oculto, enterrado en vida, por Amor” [1] . “Buscar yo una ocupación seglar, después de considerado lo que va delante, sería dudar de la divinidad de la O. —que es mi fin, en la tierra” [2] .

Aun así, decidió terminar sus doctorados en Derecho y Teología porque pensaba que estaría mejor preparado para desarrollar el Opus Dei. A pesar del poco progreso que había hecho desde su llegada a Madrid, estaba decidido a conseguir ambos títulos el año siguiente.

Sacar adelante el Opus Dei le llevaba casi todo su tiempo y el sostenimiento de su familia le impedía pagar las tasas de esos estudios. Por consiguiente, las cosas iban mucho más despacio de lo esperado. Cuatro años después, cuando estalló la Guerra Civil, había avanzado poco en el doctorado de Teología. Había cursado la mayoría de las asignaturas del doctorado de Derecho y había reunido bastante material para la tesis sobre la ordenación de mestizos y cuarterones en el imperio español, pero durante la Guerra Civil perdió todos los papeles y tuvo que empezar de nuevo. Eligió entonces un tema completamente distinto, la jurisdicción cuasi episcopal de la abadesa del Monasterio de Las Huelgas. No recibió el doctorado de Derecho hasta diciembre de 1939, y tuvo que esperar hasta 1955 para doctorarse en Teología por la Universidad Pontificia Lateranense de Roma.

Ya que no iba a ser catedrático, tenía que encontrar alguna otra fuente de ingresos para su familia. Su situación financiera se deterioraba. “Estoy —más que nunca— sin un céntimo. Nuestra pobreza (gran señora mía, la pobreza) es tan real, desde hace años, como la de los que piden en la calle. Nos alimenta y viste (sin nada superfluo y aun sin algo de lo necesario) nuestro Padre, que está en los cielos, lo mismo que alimenta y viste a las aves, según dice el Sto. Evangelio. No me preocupa nada, nada, nada esta situación económica. Estamos acostumbrados a vivir de milagro” [3] .

A pesar de lo insostenible de la situación concluyó que la solución de los problemas económicos de su familia pasaba por que él mismo se abandonara con confianza en los brazos de Dios: “Las cosas de Dios han de hacerse a lo divino. Yo soy de Dios, quiero ser de Dios. Cuando de verdad lo sea, Él —en seguida— arreglará esto, premiando mi Fe y mi Amor y el callado y nada corto sacrificio de mi madre y mis hermanos. Dejemos que obre el Señor” [4] .

Pronto tuvo la oportunidad de poner a prueba su resolución. Angel Herrera, presidente nacional de Acción Católica y editor del influyente periódico El Debate, quería abrir un centro en Madrid para preparar a destacados sacerdotes jóvenes de todo el país que dirigieran el crecimiento de Acción Católica en sus respectivas diócesis. Propuso a Escrivá ser el director espiritual del centro. La oferta era atrayente. El cargo le habría traído gran prestigio en los círculos eclesiásticos y llamado la atención de la jerarquía española que seguía de cerca el desarrollo de Acción Católica. Además, habría sido una oportunidad para influir en la expansión de Acción Católica por toda España.

Escrivá declinó la oferta porque le distraería de su esfuerzo por sacar adelante el Opus Dei. Le dijo a Herrera: “No, no. Agradecido, pero no acepto; porque yo debo seguir [...] el camino por el que Dios me llama” [5] . La Acción Católica era algo muy diferente de lo que Escrivá intentaba hacer. Los laicos que pertenecían a ella apoyaban las actividades apostólicas oficiales de la jerarquía. Pero el Opus Dei veía a los laicos, hombres y mujeres, haciendo apostolado principalmente en medio del mundo, en virtud de su bautismo, sin ningún mandato especial de la jerarquía. Como Escrivá anotó en otro contexto, en 1932: “Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles corrientes no pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados eclesiásticos. El apostolado de los seglares no tiene por qué ser siempre una simple participación en el apostolado jerárquico: a ellos les compete el deber de hacer apostolado. Y esto no porque reciban una misión canónica, sino porque son parte de la Iglesia; esa misión... la realizan a través de su profesión, de su oficio, de su familia, de sus colegas, de sus amigos” [6] .

Cuando, después de la entrevista con Herrera, regresó a casa, Escrivá intentó amortiguar el impacto de su decisión comentando que ya surgiría otra cosa en el futuro. Su hermano Santiago, de trece años de edad, le respondió: “Que te den una cosa que sirva para mucho bien de las almas, pero que sea lucrativa” [7] .

* * *

La realidad a la que Escrivá se enfrentaba en 1932 contrastaba crudamente con sus ambiciosos planes de apostolado. A pesar de tanto esfuerzo y sacrificio, no tenía prácticamente nada que mostrar. El número de sus seguidores se había visto tristemente reducido. Algunos habían dejado Madrid. Otros habían sufrido “enfermedades y tribulaciones” y terminaron por abandonar la Obra. Y algunos simplemente se habían cansado de seguirle porque “querían sin querer de verdad”. De los pocos que todavía seguían con él a finales de 1932, sólo Isidoro se mantendría fiel.

Escrivá era plenamente consciente de la desproporción entre sus fuerzas y la sobrecogedora misión a la que estaba llamado. En una nota se describía a sí mismo como un “un instrumento pobrísimo y pecador, planeando, con tu inspiración, la conquista del mundo entero para su Dios, desde el maravilloso observatorio de un cuarto interior de una casa modesta, donde toda incomodidad material tiene su asiento. Fiat, adimpleatur. Amo tu Voluntad [...], seguro —soy tu hijo— de que la O. surgirá pronto y conforme a tus inspiraciones. Amen. Amen” [8] . De hecho, el año 1933 vería un crecimiento que, aunque apenas apreciable en ese momento, retrospectivamente parece marcar el comienzo de la expansión del Opus Dei.

[1] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 473

[2] Ibid. p. 472

[3] Ibid. p. 479-480

[4] Ibid. p. 473-74

[5] Ibid. p. 488 n. 189

[6] Gonzalo Redondo. Ob. cit. p. 204

[7] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 487

[8] Ibid. p. 485-485