Las primeras mujeres del Opus Dei

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

El apostolado del Opus Dei con las mujeres debía superar grandes dificultades. Escrivá vio que el Opus Dei estaba destinado tanto a solteros como a casados de toda condición social y cultural. También vio que en los comienzos debía buscar gente que se comprometiera a vivir en celibato apostólico y estuviera más disponible para formarse y formar a otros. Por esta razón, tras los esfuerzos iniciales por conseguir vocaciones entre obreros y empleados, decidió centrar su apostolado, temporalmente, en estudiantes universitarios y recién graduados que pudieran responder a esa llamada al celibato apostólico en medio del mundo. Sin embargo, en el caso de las mujeres no sería práctico centrarse en estudiantes universitarias o recién licenciadas ya que, aunque el porcentaje de mujeres en las universidades españoles se había más que duplicado en la última década, seguía habiendo muy pocas que hicieran estudios superiores.

Además, estaba convencido de que las primeras mujeres del Opus Dei debían ser célibes, y eso también planteaba problemas. Las españolas solteras tenían poca independencia en los años treinta; se esperaba que vivieran con sus padres o con algún hermano o hermana casado, dedicando sus afanes, principalmente, al hogar.

Por otra parte las actividades de Escrivá no le facilitaban más que unos contactos muy limitados con mujeres que pudieran entender el Opus Dei y responder a una llamada. El confesonario, donde pasaba muchas horas confesando e impartiendo dirección espiritual, o simplemente rezando y leyendo mientras esperaba penitentes, fue su principal fuente para conocer a gente. Allí acudió la primera mujer que pidió la admisión al Opus Dei. Se llamaba Carmen Cuervo, y tenía una posición de responsabilidad en el Ministerio del Trabajo, algo poco habitual en una mujer en esa época. En cuanto Escrivá la conoció, en noviembre de 1931, escribió a Zorzano: “¿Sabes que creo que el Rey me ha mandado un alma para comenzar la rama femenina?” [1] . Unos pocos meses después, precisamente el 14 de febrero de 1932, segundo aniversario de la fundación de la sección de mujeres, Cuervo pidió la admisión al Opus Dei.

Mientras tanto, Escobar ofrecía su grave enfermedad por la intención que Somoano le había pedido que encomendara. Sus sufrimientos se intensificaban, tenía frecuentes subidas de fiebre y fuertes dolores de estómago. Pocas veces podía levantarse. Un día le dijo a Somoano: “D. José María, pienso que su intención tiene que valer mucho porque desde que V. me indicó que pidiera y ofreciera, Jesús se está portando muy espléndido conmigo. -De noche, cuando los dolores no me dejan dormir, me entretengo en recordarle su intención repetidas veces a Nuestro Señor” [2] .

Pocas semanas después, Somoano habló del Opus Dei a Escobar y le preguntó si querría formar parte. Ella aceptó con alegría. Físicamente, su situación era lamentable. Los médicos habían abandonado toda esperanza de curación. Le aguardaba una muerte lenta y dolorosa. Pero con la luz del espíritu del Opus Dei, su enfermedad y sufrimientos cobraban un nuevo significado. No era una cruz que debiera llevar a contrapelo, sino el trabajo que Dios le había preparado, el sendero que la llevaría a Dios y le permitiría desarrollar un apostolado fecundo. La suya era, como diría Escrivá, una vocación de expiación. Tras ella vendrían miles de mujeres que trabajarían en una gran variedad de profesiones y empleos. Recostada en una cama de hospital, ayudaría a poner los cimientos del Opus Dei y a preparar el camino para las que llegarían después.

Al hablar con ella, Somoano insistía en la importancia de la santidad: “No queremos número, eso... ¡nunca!, le decía el capellán. Almas santas... almas de íntima unión con Jesús... almas abrasadas en el fuego del amor Divino ¡almas grandes! ¿Me entiende?”.

En el manuscrito de la enferma se leen, a continuación, otras palabras del capellán sobre el mismo asunto: “Nada, nada: hay que cimentarla bien. Para ello procuremos que estos cimientos sean de piedra de granito (...). Los cimientos ante todo, luego vendrá lo demás” [3] .

Pocos días después de que Escobar pidiera entrar en el Opus Dei, Cuervo fue a verla al hospital. Era la primera vez que dos mujeres del Opus Dei estaban juntas. En la siguiente Conferencia del Lunes, Escrivá propuso rezar el solemne himno de acción de gracias de la Iglesia, el Te Deum.

El apostolado del Opus Dei entre mujeres había dado sus primeros pasos, pero el camino que quedaba por recorrer sería duro. Además de la dificultad de encontrar mujeres que pudieran entender su visión y fueran lo bastante generosas para seguirla, Escrivá se topó con el problema de transmitirles el espíritu del Opus Dei. Era un sacerdote muy joven y, lógicamente, reacio a pasar horas trabajando estrechamente con mujeres jóvenes para formarlas. Así que decidió confiar esta tarea a don Norberto, que era mucho mayor. El tiempo probaría, sin embargo, que don Norberto no había entendido la naturaleza secular del espíritu del Opus Dei y acabó por transmitir a las pocas mujeres que Escrivá confió a su cuidado algo más parecido al espíritu de una orden religiosa.

Nuevos ataques del gobierno a la Iglesia

Las actividades del Opus Dei con mujeres estaban en sus comienzos cuando el gobierno dictó leyes y reglamentos para cumplir las medidas antirreligiosas de la Constitución. En enero de 1932, disolvió la Compañía de Jesús y confiscó sus propiedades. En febrero, introdujo el matrimonio civil y el divorcio y quitó los crucifijos de las aulas en las escuelas públicas. Pronto suprimió las capellanías de los hospitales públicos. Otro decreto disponía que cualquier persona que no hubiera declarado expresamente en acta notarial que deseaba un entierro religioso recibiera únicamente exequias civiles.

De modo muy particular en localidades pequeñas, algunos funcionarios furiosamente anticlericales disfrutaron prohibiendo procesiones, el toque de campanas de la iglesia y otras manifestaciones de religiosidad popular. Tales medidas no pasaban de ser molestias relativamente pequeñas, pero muchos cristianos, para quienes dichas ceremonias formaban parte del modo de vivir, se sintieron insultados; las medidas radicales, como la declaración de que España había dejado de ser un país católico, podían olvidarse rápidamente; pero los intentos de limitar la religión a la esfera privada llevaron a muchos católicos a alejarse definitivamente de la República.

[1] Ibid. p. 457

[2] José Miguel Cejas. Ob. cit. p. 146

[3] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 445