Hijos de Dios

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Un día de finales de septiembre de 1931 Escrivá experimentó, con una fuerza arrolladora, la realidad de la paternidad de Dios y el sentido de su propia filiación. Contempló esas alegres realidades durante un largo periodo de oración, de unión con Dios y de acción de gracias. Apuntó la experiencia con concisión, pero con suficiente detalle para dar una idea de su contenido: “Estuve considerando las bondades de Dios conmigo y, lleno de gozo interior, hubiera gritado por la calle, para que todo el mundo se enterara de mi agradecimiento filial: ¡Padre, Padre! Y —si no gritando— por lo bajo, anduve llamándole así ¡Padre! muchas veces, seguro de agradarle” [1] .

Unas semanas después, el 16 de octubre, experimentó más intensamente, y durante más tiempo, la realidad de su filiación divina. Una vez más, este rato de oración sublime, que más tarde definiría como la oración más elevada que Dios le concediera nunca, no sucedió en un templo, sino en la calle. Había pasado algún tiempo en una iglesia intentando rezar, pero sin lograrlo. Al salir de la iglesia -era una brillante mañana de otoño- compró un periódico y cogió el tranvía. Allí “sentí afluir la oración de afectos, copiosa y ardiente”, perdido en la contemplación de “esa maravillosa realidad: Dios es mi Padre” [2] . Escrivá sintió “la acción del Señor, que hacía germinar en mi corazón y en mis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esta tierna invocación: Abba! [3] Pater! Estaba yo en la calle, en un tranvía (...). Probablemente hice aquella oración en voz alta.

Y anduve por las calles de Madrid, quizá una hora, quizá dos, no lo puedo decir, el tiempo se pasó sin sentirlo. Me debieron tomar por loco. Estuve contemplando con luces que no eran mías esa asombrosa verdad, que quedó encendida como una brasa en mi alma, para no apagarse nunca” [4] .

Años más tarde, al recordar esta experiencia, Escrivá se dio cuenta de la íntima conexión que había entre los sufrimientos que había estado padeciendo y el sentido de la filiación divina: “Cuando el Señor me daba aquellos golpes, por el año treinta y uno, yo no lo entendía. Y de pronto, en medio de aquella amargura tan grande, esas palabras: tú eres mi hijo (Ps. II, 7), tú eres Cristo. Y yo sólo sabía repetir: Abba, Pater!; Abba, Pater!; Abba!, Abba!, Abba! Ahora lo veo con una luz nueva, como un nuevo descubrimiento: como se ve, al pasar los años, la mano del Señor, de la Sabiduría divina, del Todopoderoso. Tú has hecho, Señor, que yo entendiera que tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón – lo veo con más claridad que nunca—es ésta: tener la Cruz es identficarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios” [5] .

Escrivá entendió que esta experiencia no debía ser exclusivamente personal. Al contrario, significaba que el sentido de la filiación divina sería una característica fundamental del espíritu del Opus Dei y Escrivá pidió a Dios que la conservara siempre en sus miembros. En una ocasión rezaba: “Señor, pido a tu Madre, a san José nuestro Patrono, a mi Arcángel ministerial, que pidan para mí y para mis hijos siempre este espíritu. Ne respicias peccata mea, sed fidem. ¡Esa fe, esa luz, ese amor a la Cruz, a la muerte! Esa luz divina, que nos hará siempre comprender con claridad que vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo. ¡La Cruz: allí está Cristo, y tú has de perderte en Él! No habrá más dolores, no habrá más fatigas. No has de decir: Señor, que no puedo más, que soy un desgraciado... ¡No!, ¡no es verdad! En la Cruz serás Cristo, y te sentirás hijo de Dios, y exclamarás: Abba, Pater!, ¡qué alegría encontrarte, Señor!” [6] .

Naturalmente, la paternidad de Dios es una verdad revelada por Cristo en el Evangelio y forma parte importante de la doctrina cristiana. Como tal, estaba presente en el espíritu del Opus Dei desde sus mismos comienzos. Sin embargo, ahora cobraba nueva importancia en la propia vida de Escrivá y en la de los fieles de la Obra. En 1969 Escrivá explicaba: “Os podría decir hasta cuándo, hasta el momento, hasta dónde fue aquella primera oración de hijo de Dios.

Aprendí a llamar Padre, en el Padrenuestro, desde niño; pero sentir, ver, admirar ese querer de Dios de que seamos hijos suyos..., en la calle y en un tranvía —una hora, hora y media, no lo sé—; Abba, Pater!, tenía que gritar.

Hay en el Evangelio unas palabras maravillosas; todas lo son: nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo lo quisiera revelar (Matth XI, 27). Aquel día, aquel día quiso de una manera explícita, clara, terminante, que, conmigo, vosotros os sintáis siempre hijos de Dios, de este Padre que está en los cielos y que nos dará lo que pidamos en nombre de su Hijo” [7] .

[1] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 388

[2] Ibid. p. 389

[3] “Abba” es el término familiar y afectuoso usado por los niños judíos para dirigirse a su padre. Cristo lo usó en la oración en el huerto (cfr. Marcos 14, 36) y san Pablo lo emplea para describir cómo los cristianos, movidos por el Espíritu Santo, se dirigen a Dios (cfr. Romanos 8, 15 y Gálatas 4, 6)

[4] Ibid. p. 389-90

[5] Amadeo de Fuenmayor, Valentín Gómez-Iglesias, José Luis Illanes. EL ITINERARIO JURÍDICO DEL OPUS DEI. HISTORIA Y DEFENSA DE UN CARISMA. Eunsa. Pamplona, 1989, p. 31

[6] AGP P06 IV p. 479

[7] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 390-91