La reacción de Escrivá ante el creciente anticlericalismo

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Como a cualquier fervoroso católico, a Escrivá le entristecía la postura claramente anticatólica de muchos políticos de la Segunda República y el daño que pudieran causar a la Iglesia. El 20 de abril de 1931 escribió en sus notas personales: “¡La Virgen Inmaculada defienda a esta pobre España! ¡Dios confunda a los enemigos de nuestra Madre la Iglesia! República española: Madrid, durante veinticuatro horas, fue un inmenso burdel... Parece que hay calma. Pero la masonería no duerme... ¡También el Corazón de Jesús vela! Esa es mi esperanza. ¡Cuántas veces, estos días, he comprendido, he oído las voces poderosas del Señor, que quiere su Obra!” [1] .

No había consenso entre los católicos españoles sobre los mejores medios de defender a la Iglesia. Los monárquicos creían que el único modo era derribar la Segunda República y volver a poner la monarquía. Otros católicos afirmaban que la forma de gobierno no era un asunto esencial. Los católicos, decían, pueden y deben trabajar dentro de la estructura republicana para defender los derechos de la Iglesia. Las pasiones se encendían en los dos polos del debate. En el mejor de los casos los puntos de vista divergentes, a menudo, fueron considerados como señal de falta de dirección. Y en el peor, como falta de celo en el servicio a la Iglesia.

Escrivá no participaba en estos debates. Desde los días del seminario, le repelía el clericalismo que caracterizaba a muchos en la Iglesia española y se convenció de que los sacerdotes debían respetar el derecho de los laicos a formar su propia opinión política y a pertenecer al partido que desearan. Aunque sentía un vivo interés por los acontecimientos del momento, tomó como inflexible norma de conducta personal, que mantuvo toda su vida, no expresar nunca sus opiniones políticas.

Poco después de que se proclamara la república, Escrivá aconsejó a Zorzano: “No te dé frío ni calor el cambio político: que sólo te importe que no ofendan a Dios” [2] . En agosto de 1931 le escribía: “Supongo que toda esta guerra a nuestro Cristo habrá servido para enardecerte en su servicio, procurando ser cada día más suyo..., con la oración, y ofreciéndole, también cada día, como expiación —gratísima a sus divinos ojos— las mil molestias que de continuo trae la vida” [3] .

A las monjas del convento de Santa Isabel, que estaban muy preocupadas por la legislación anticlerical y aterrorizadas por los nuevos estallidos de violencia, les dio un consejo similar. Un día o dos después de la aprobación del artículo 26, Escrivá habló a las religiosas “de Amor, de Cruz y de Alegría... y de victoria”. “¡Fuera congojas! Estamos en los principios del fin” les dijo. En cuanto a él mismo, recordó que “Santa Teresa me ha proporcionado, de nuestro Jesús, la Alegría —con mayúscula— que hoy tengo..., cuando, al parecer, humanamente hablando, debiera estar triste, por la Iglesia y por lo mío que anda mal: la verdad: Mucha fe, expiación, y, por encima de la fe y de la expiación, mucho Amor” [4] .

Por sí solo, el consejo de Escrivá a Zorzano, “no te dé frío ni calor el cambio político”, podría sugerir una indiferencia hacia la política y una preocupación exclusiva por los asuntos religiosos. No era eso. Él animaba a tener un interés activo por la política y a esmerarse en el cumplimiento de las responsabilidades cívicas. Pero, en fuerte contraste con la mentalidad clerical de partido único, que era mayoritaria entre los católicos de aquella época, consideraba que era cosa de cada uno hacer sus propias elecciones sobre cómo poner en práctica las normas de la Iglesia.

[1] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 357

[2] José Miguel Pero-Sanz. Ob. cit. p. 126

[3] Ibid. p. 128

[4] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 405-406