El contenido de la visión fundacional

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

La clave para entender la historia del Opus Dei, y particularmente sus primeros pasos, se encuentra en la visión fundacional. Antes del 2 de octubre de 1928 Escrivá empezó a llevar una especie de diario al que denominaba “Apuntes íntimos”. Dichos apuntes son la mejor fuente para estudiar el espíritu del Opus Dei. Desgraciadamente, en algún momento del año 1932, Escrivá quemó el cuaderno que contenía las notas que leía cuando recibió la visión fundacional, los apuntes que había tomado el 2 de octubre de 1928 y los que anotó durante el siguiente año y medio.

La destrucción de aquellos papeles y su reticencia a dar detalles sobre lo que sucedió el 2 de octubre de 1928 hacen que sea imposible saber exactamente qué aspectos de su tarea fundacional surgieron claramente de la primera visión y cuáles quedaban por definir. Al explorar esa visión y su primer desarrollo, que en gran parte consistió en la lucha de Escrivá por aplicar a su propia vida el mensaje recibido, no tenemos más remedio que recurrir a la conjetura, basándonos en lo que dijo e hizo posteriormente.

En términos generales, está claro que recibió un mensaje sobre la llamada universal a la santidad, y la misión de promover en la Iglesia la institución que después llamaría Opus Dei. El mensaje y la misión fueron dos aspectos de una misma realidad. El objetivo de la institución sería difundir el mensaje y proporcionar a la gente la ayuda necesaria para ponerlo en práctica en sus vidas. Formarían parte de dicha institución personas que hubieran recibido una vocación para incorporar el mensaje a su vida personal y para difundirlo mediante el ejemplo y la palabra.

El núcleo del mensaje consistía en comprender que aquel mandato de Jesucristo “sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mateo. 5,48) no se dirige a unos pocos escogidos, sino a todos los cristianos. Escrivá vio, y no como una simple posibilidad teórica, sino como una realidad práctica, que todo hombre y toda mujer puede y debe aspirar a amar a Dios con todo su corazón y con toda su mente y con toda su alma, y amar a su prójimo como a sí mismo. En términos más técnicos, que Dios llama a todos los bautizados a la plenitud de la santidad.

Al mismo tiempo, Escrivá entendió claramente que para la inmensa mayoría la vocación a la santidad supone una llamada, pero no para hacerse sacerdotes, monjes o monjas, sino para santificarse en el mundo, en el medio habitual de su vida cotidiana. Él vio que Cristo ha redimido y santificado a toda la creación y llama a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres a poner en práctica el gran mandamiento del amor de Dios y del amor al prójimo precisamente en el trabajo, en la vida de familia, en el descanso y en todas las demás actividades. Agentes de bolsa, trabajadores de fábrica, programadores informáticos, dependientes, estudiantes y jubilados son llamados a la santidad no a pesar de vivir en el mundo, sino precisamente en y a través de las situaciones y actividades que forman su vida cotidiana. Como escribiría en “Camino”: “Tienes obligación de santificarte. -Tú también. -¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos? A todos, sin excepción, dijo el Señor: Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto” [1] .

Escrivá también entendió, a la luz de la visión fundacional, que la santidad no es una empresa individual, sino que está íntimamente unida al apostolado, es decir, al esfuerzo de acercar otros a Cristo. Vio que todo católico está llamado a ayudar a otros a conocer a Cristo, a amarlo, y a incorporar su doctrina a su vida. En esta visión, el esfuerzo por ayudar a los amigos, parientes y colegas a vivir una vida cristiana más profunda y más auténtica no es algo ajeno al trabajo cotidiano y a las demás actividades de la vida corriente. Al contrario, el trabajo, la vida de familia y el descanso son su contexto habitual y el medio de llevarla a cabo. En palabras de Escrivá: “Para el cristiano, el apostolado resulta connatural: no es algo añadido, yuxtapuesto, externo a su actividad diaria, a su ocupación profesional. ¡Lo he dicho sin cesar, desde que el Señor dispuso que surgiera el Opus Dei! Se trata de santificar el trabajo ordinario, de santificarse en esa tarea y de santificar a los demás con el ejercicio de la propia profesión, cada uno en su propio estado” [2] .

En la época de la fundación del Opus Dei, muchos católicos buscaban modos de hacer más cristiana la sociedad. Desde Roma, el Papa promovía la Acción Católica. En España, muchos católicos trabajaban para desarrollar, dentro de la Acción Católica o como entidades separadas, grupos que promovieran una acción social y cívica inspirada en principios cristianos.

El mensaje que Escrivá recibió se centraba no en cambiar las estructuras sociales, sino en animar a los católicos a hacer un esfuerzo serio por alcanzar la santidad en sus actividades diarias. Como se puede ver en lo que más tarde escribiría en “Camino”, confía que la transformación de las estructuras sociales y el desarrollo de una sociedad más justa sean las consecuencias, esperadas y bien venidas, pero el punto central es la santificación de los individuos: “Un secreto. -Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. -Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana. -Después... “pax Christi in regno Christi” -la paz de Cristo en el reino de Cristo” [3] .

La visión del 2 de octubre exigía la existencia, dentro de la Iglesia, de un grupo de gente, empezando por el propio Escrivá, que luchara por incorporar el mensaje en sus vidas y por ayudar a otros a hacer lo mismo. Ellos formarían una comunidad eclesial, una parte de la Iglesia, al servicio del mensaje. El papel de esa parte de la Iglesia –que se llamaría Opus Dei- sería difundir el mensaje y ayudar a la gente a vivirlo. Como escribió el Papa Juan Pablo II: “Desde sus orígenes, se ha esforzado no sólo en iluminar, sino en realizar la misión de los laicos en la sociedad humana” [4] . En palabras de Escrivá: “Dedicarse a Dios en el Opus Dei no implica una selección de actividades, no supone dedicar más o menos tiempo de nuestra vida para emplearlo en obras buenas, abandonando otras. El Opus Dei se injerta en toda nuestra vida” [5] . La vocación al Opus Dei supone “hacer el Opus Dei siendo personalmente Opus Dei” [6] , de modo que se pueda “recordar a todas las almas, con el ejemplo de vuestra vida y con la palabra, que existe una llamada universal a la perfección cristiana y que es posible conseguirla” [7] .

La gracia fundacional que Escrivá recibió el 2 de octubre de 1928 estaba destinada a personas de toda condición, tanto solteros como casados, y sus primeros esfuerzos por desarrollar el Opus Dei se dirigieron a un amplio abanico de gente. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que si el Opus Dei debía arraigar en todos los sectores de la sociedad, tenía que haber un núcleo de personas con disponibilidad suficiente para dedicar tiempo a sus actividades apostólicas y a adquirir la formación necesaria para después formar teológica y espiritualmente a los demás. Así pues, pronto centró su atención en estudiantes universitarios y recién graduados a los que presentó el ideal de una vida de celibato apostólico en medio del mundo. Fue de entre estos jóvenes de donde surgieron los primeros fieles del Opus Dei. Por esta razón, durante el periodo de tiempo en que se centra este libro, todos los miembros del Opus Dei fueron célibes, y la mayoría tuvieron títulos universitarios. Gracias a su dedicación y esfuerzo, durante los años siguientes el Opus Dei se pudo extender a sectores mucho más amplios de la sociedad. Hoy día, la mayor parte de los fieles de la Obra están casados y muchos trabajan en profesiones u oficios no universitarios.

[1] Josemaría Escrivá de Balaguer. ob. cit. n. 291

[2] Josemaría Escrivá de Balaguer. ES CRISTO QUE PASA. Ediciones Rialp. Madrid 2001. n. 42

[3] Josemaría Escrivá de Balaguer. CAMINO. Ediciones Rialp. Madrid 2001. n. 301

[4] Pedro Rodríguez, Fernando Ocáriz, José Luis Illanes. EL OPUS DEI EN LA IGLESIA. Ediciones Rialp. Madrid, 1993. p. 85-86

[5] Ibid. p. 164

[6] Ibid. p. 204

[7] Lucas F. Mateo-Seco, Rafael Rodríguez-Ocaña. SACERDOTES EN EL OPUS DEI. Eunsa. Pamplona, 1994, p. 25