Un patrimonio compartido

Benedicto XVI recibió ayer en el Vaticano a una delegación internacional judía. En este encuentro el Papa resaltó que "en nuestros días, los cristianos son cada vez más conscientes del patrimonio espiritual que comparten con el pueblo de la Torah, el pueblo elegido por Dios en su misericordia"

Benedicto XVI recibió ayer en el Vaticano a una delegación del International Jewish Committee on Interreligious Consultation, con el que la Santa Sede "ha tenido durante más de 30 años contactos fructuosos y regulares que han contribuido a una mayor comprensión y aceptación entre católicos y judíos".

 

"Aprovecho esta ocasión -dijo el Papa- para reafirmar el compromiso de la Iglesia para poner en práctica los principios establecidos en la declaración “Nostra aetate” del Concilio Vaticano II. Esa declaración, que condenaba firmemente cualquier forma de antisemitismo, representa una piedra angular en la larga historia de las relaciones entre católicos y judíos y una advertencia para una renovada comprensión teológica de las relaciones entre la Iglesia y el pueblo judío".

"En nuestros días -prosiguió el Santo Padre-, los cristianos son cada vez más conscientes del patrimonio espiritual que comparten con el pueblo de la Torah, el pueblo elegido por Dios en su misericordia, un patrimonio que exige un respeto, un aprecio y un amor mutuos más grande. También los judíos están llamados a descubrir todo lo que tienen en común con los que creen en el Señor, el Dios de Israel, que se reveló por primera vez mediante su palabra potente y llena de vida".

"En nuestro mundo atormentado, caracterizado con frecuencia por la pobreza, la violencia y la explotación, el diálogo entre las culturas y las religiones debe considerarse cada vez más como un deber sagrado que atañe a todos los que están comprometidos en la construcción de un mundo digno del ser humano. La capacidad de aceptarse y respetarse mutuamente, y de proclamar la verdad en el amor, es esencial para superar las diferencias, prevenir los malentendidos y evitar enfrentamientos innecesarios. (...) Un diálogo sincero requiere apertura y sentido firme de la identidad por ambas partes para enriquecerse mutuamente con los dones de los otros".