VI. INGLATERRA E IRLANDA. Un espíritu que une

Capitulo de “El Opus Dei: Ficción y realidad", un libro de M.J.West

El conductor del autobús que había tomado en el aeropuerto de Dublín era un hombrecillo sonriente que no paraba de interesarse por los viajeros. Cuando llegaban a su punto de destino, saltaba de su asiento, sacaba el equipaje del maletero lateral y volvía a subir antes de que tuviesen tiempo de darle una propina. No he visto un hombre tan servicial en ningún otro sitio. Mientras estábamos parados en un disco, se dirigió a mí y me preguntó dónde quería bajarme. Yo iba a Dartry Road, no lejos del centro de la ciudad, y mi idea era bajarme allí y tomar un taxi. "No necesita tomar un taxi -me dijo volviendo a agarrar el volante Puede enlazar perfectamente con otro autobús que le llevará hasta allí." En cuando llegamos a una parada volvió a aparecer, recogió mi equipaje y me explicó: "Ahora, cruce la calle. ¿Ve aquella parada de autobuses? Tome el número 14. Le dejará en la puerta".

Irlanda ocupa un lugar especial entre los países anglófonos.

Es celebrada por su encanto, su música, sus leyendas, pero, sobre todo, por sus gentes. Su atractivo se nota en el gran número de norteamericanos que se atribuyen un origen irlandés, el doble aproximadamente de los que realmente lo tienen. Y lo mismo sucede en Australia.

La actitud inglesa hacia Irlanda es distinta. Los conflictos habidos a lo largo de los siglos han desunido a esos dos países. Actualmente, la hostilidad entre ingleses e irlandeses es más aparente que real, pero no se puede negar que, en algunos sectores de la población, sigue existiendo.

Si, como hemos visto en el capítulo precedente, el Opus Dei fomenta la diversidad, también es cierto que, cuando es necesario, aboga por la unidad. Algo que se aprecia claramente en estos dos países. Gran Bretaña e Irlanda; una unidad cuyo fundamento es el espíritu de servicio.

La necesidad de tener espíritu de servicio brota del mismo Evangelio. Cristo mostró claramente que servir a los demás es algo necesario para mantener la unidad. Una verdad que se subraya en el libro Illustrissimi, escrito por el cardenal Albino Luciani, patriarca de Venecia, antes de ser elegido Papa. En él, Juan Pablo 1 hablaba de un general coreano que, al morir, va a parar el cielo, pero le es permitido ver antes el infierno. Y resulta que el infierno es un salón inmenso, lleno de gente sentada a largas mesas en las que hay grandes cuencos de arroz; lo malo es que los palillos son tan largos, que es imposible comérselo. El resultado es un conjunto de personas terriblemente frustadas que sufren un espantoso tormento cada vez que intentan alimentarse.

La escena, en el cielo, es muy parecida: Grandes cuencos de arroz, largos palillos... Pero allí no hay problema, pues cada cual da de comer con los palillos al que tiene enfrente. Y todos tan contentos.

El fundador del Opus Dei dijo en cierta ocasión: "Desearía realmente que nosotros, los cristianos, supiéramos servir, pues sólo sirviendo se puede conocer y amar a Cristo y hacer que los demás le conozcan y le amen... Si hemos de servir a los demás por Cristo, hemos de ser muy humanos. Si nuestra vida no es humana, Dios no construirá nada sobre ella, pues de ordinario no edifica sobre el desorden, el egoísmo o el vacío. Hemos de comprender a todos; hemos de vivir en paz con todos; hemos de perdonar a todos".

En Gran Bretaña e Irlanda muchos miembros del Opus Dei de muy diversas profesiones y clases sociales, me hablaron de servicio.

Después del almuerzo, Noel Duff, propietario de uno de los hoteles más antiguos de Dublín, Buswell's, me dijo que, para él, servir significa procurar que quienes se alojan en su hotel se encuentren a gusto y no les falte de nada. "Me reúno una vez a la semana con el personal para estudiar los detalles y discutir los posibles fallos. Incluso les explico, a quienes les interesa, lo que yo he aprendido sobre la santificación del trabajo ordinario. Sé que algunos dirán: "Como hotelero tienes obligación de servir a los demás, si quieres ganar dinero". Pero precisamente ahí está el detalle: no hacerlo por ganar dinero... Además, no se trata de servir sólo en cosas materiales, sino de interesarse por las personas, dedicarles tiempo... Antes de conocer el Opus Dei, solía despachar a los clientes a toda prisa; ahora, como si no tuviera otra cosa que hacer que atenderles a ellos."

Stan Cosgrove, veterinario de mediana edad, es una autoridad en caballos de carreras. Ha recorrido el mundo trabajando para entrenadores de primera fila, como Robert Sangster o el australiano Tommy Smith. Hombre cordial, al que le gusta alternar y charlar ante un vaso de cerveza, me dice que la idea del servicio -algo nuevo para él- le ha dado una visión más amplia de las cosas. "Cuando yo era joven se insistía mucho en el sexto y el noveno mandamientos. Creíamos que cuando los cumplíamos nos salían alas o poco menos, pero nos olvidábamos por completo de otros pecados, como el orgullo o la pereza... Y luego estaba el extremo opuesto, como las misiones que solíamos tener en mi parroquia. Recuerdo una vez que vino un cura que tronaba imprecaciones. "¡Todos los de esta parroquia estáis condenados!", gritó desde el púlpito. Y un individuo, en un banco, se echó a reír. "¿Por qué te ríes?", le preguntó el cura. "Porque yo no pertenezco a esta parroquia contestó. Bromas aparte, en aquellas misiones se amenazaba mucho y se hablaba muy poco de amor. Por eso, el Opus Dei fue para mí algo nuevo, que ensanchó mi horizonte. Yo diría que antes de conocer el Opus Dei estaba buscando la autosuficiencia; no depender de nadie, bastarme a mí mismo. Ahora veo eso como algo bajo y rastrero... Una especie de fariseísmo. El Opus Dei ha cambiado todo eso, mostrándome que todos nos necesitamos."

Henry Kobis es un perfumista londinense que lleva 37 años en la profesión. Ha creado muchos perfumes y cosméticos, desde jabón en polvo hasta creaciones para diseñadoras tan famosas como Mary Quant.

Crear nuevas fragancias es una ocupación absorbente que ha sido comparada con la de compositor. Pero Henry asegura que, para él, la actitud de un perfumista -el deseo de proporcionar placer a otros- es más importante que la técnica. Algo que intenta inculcar en los jóvenes perfumistas, con el amor a su profesión. "Les digo que, si no ponen el corazón en su trabajo, al perfume siempre le faltará algo."

Para Henry, el saber escuchar forma parte del espíritu de servicio, pues en su trabajo hay que hablar con mucha gente: ejecutivos, diseñadores de moda, modistos... "Una de las cosas que uno aprende en el Opus Dei es a ser sincero. Mucha gente se cierra, pero cuando te sinceras con ella, se abre, se quita la careta. Una de las cosas que he descubierto es que la gente está terriblemente sola, incluso la que triunfa. Y eso les pasa porque tienen miedo de ser ellos mismos. Aunque ganen mucho dinero y tengan casas lujosas y coches magníficos, se sienten insatisfechos. ¡Cómo les gusta que te quites la careta! Si te muestras tal cual eres, con tus limitaciones, se dan cuenta y se te abren.

Otra cosa que he descubierto es que todo el mundo tiene un anhelo sobrenatural, hasta el hombre de negocios más metalizado. Conocí un director técnico al que todo el mundo detestaba, porque daba la impresión de que carecía de sentimientos. Pero un día, después de varios meses de trato, me dijo que tenía miedo. No estaba seguro de sí mismo. Yo le dije que confiara en el Todopoderoso y le contase cuál era su problema. Me hizo caso y empezó a cambiar. Se hizo menos duro, y la gente se dio cuenta."

Geraldine O'Connor, una radióloga dublinesa, conoció el Opus Dei cuando estudiaba en Inglaterra. Mujer alegre, con la típica afición irlandesa a contar anécdotas, me contó algunas relacionadas con las visitas que había hecho a los pobres y a los enfermos con "amigas bien" que nunca se hubiesen aventurado a ir ellas solas. "Una de ellas, belga, me acompañó a ver a un anciano que vivía en una casa mísera. Cuando llegamos, estaba intentando prender fuego sin lograrlo, así que se lo encendimos. Estábamos comiendo con él unas galletas cuando oímos un ruido en la parte de atrás. "Ya están ahí otra vez", dijo con voz quebrada, abriendo los ojos. Yo no sabía lo que quería decir y pensé que era alguien que venía del hospital o algo así. Pero no. Hablaba de las ratas y, de pronto, una saltó y cruzó por delante de nosotros. No pude aguantarlo y me fui corriendo. Pero. mi amiga se quedó. Cuando volví a verla comprobé que había cambiado. Estoy convencida de que la gracia actúa en estos casos."

También en un club para chicos de Dublín, el Anchor Club, situado en un área industrial con muchos hogares rotos y bastante delincuencia juvenil, me contaron anécdotas relacionadas con la atención a los pobres. El club ayuda a los jóvenes a aprovechar el tiempo organizando para ellos cursos de mecánica, albañilería, reparaciones, etc., así como carreras de bicicletas y de carts. Jim Murray, ajustador y tornero que da clases en el club, me habló de una visita que hizo con un chico del club, llamado Eddie, a un anciano que acababa de quedarse viudo. Había sido un magnífico jardinero, pero ahora estaba desolado no sólo por la muerte de su esposa, sino porque unos golfillos habían roto los cristales de su invernadero y arrancado las plantas. Eddie le hizo muchas preguntas y le pidió que le mostrara el invernadero. "Cuando vio los destrozos que los chavales habían causado quedó impresionadísimo", me dijo Jimmy.

Al cabo de un par de días, la madre de Eddie telefoneó a Jimmy. "¿A dónde llevaste a mi hijo el otro día?", le preguntó. "No ha abierto la boca desde entonces... Está como ido."

Jimmy, entonces, fue a ver a Eddie, para averiguar qué le pasaba. "Estaba preocupadísimo por lo del jardinero, dando vueltas en la cabeza a lo que pensaba hacer. Hasta que fue a verle y le pidió que le dejase arreglar el invernadero. El anciano asintió y Eddie empezó a trabajar. Luego se enteró de quiénes eran los chavales que lo habían destrozado y fue a hablar con ellos. No sé lo que les diría pero todos decidieron ayudarle. Eso dio ánimos al anciano, que volvió a cobrar ilusión. En fin, que aquello sirvió para hacer bien a todos: al anciano jardinero, a Eddie y a los golfillos."

En Inglaterra e Irlanda, los miembros del Opus Dei han hecho del espíritu de servicio un fundamento básico de las obras sociales que han emprendido. En el año 1952 hacía apenas cinco años que el Opus Dei estaba en Inglaterra. Los primeros miembros eran estudiantes, no tenían dinero y la idea de .abrir una residencia de estudiantes era un ambicioso proyecto. Pero el esfuerzo y sacrificio de muchas personas, incluidas algunas no católicas, dio como fruto Netherhall House, una residencia de estudiantes situada en el barrio londinense de Hampstead que ha acogido desde entonces a estudiantes de 100 nacionalidades.

Cuando la reina madre inauguró una nueva ampliación de Netherhall en 1966,. dijo que era importante tener un hogar "en el que desarrollar las creencias y pautas de conducta que permanecen a lo largo de la vida". Y añadió: "No puedo imaginar un lugar mejor para fomentar esas pautas que Netherhall House, que está basada en tradiciones cristianas, sobre todo la tradición de servicio".

Netherhall en Londres, lo mismo que Grandpont House en Oxford y Greygarth Hall en Manchester, anima a los estudiantes a considerar el estudio como una obligación seria, pero también a ser generosos y ayudar a los demás, ideal que encuentra su expresión en la leyenda de un repostero de la sala de estar de Netherhall, que dice: "El hermano ayudado por el hermano es como una ciudad amurallada".

Netherhall House promueve la idea de que el trabajo profesional, además de un medio de vida, puede y debe ser un servicio, idea recogida en la revista conmemorativa del XXV Aniversario de Netherhall, que explicaba cómo el fundador del Opus Dei quería que centros como ése extendieran el espíritu de servicio mediante el ejemplo. Algunos resultados eran ya tangibles: clubs de chicos como el Netherhall Boys Club o el Kelston Club, al sur de Londres; otros no tanto, como la labor de los antiguos residentes que han ido a prestar sus servicios en países como Kenya, Nigeria, Japón, Malaysia y Filipinas; entre ellos un oculista Keniata y un científico ruso que antes era ateo...

A orillas del Támesis, cerca de la casa en que vivió Santo Tomás Moro, se encuentra Dawliffe Hall, una residencia de estudiantes que alberga también el Tamezin Club, un club femenino para jóvenes que ofrece instrucción en diversos deportes, música, danza y teatro. En un artículo publicado en el London Daily Telegraph se decía de este club: "Es difícil no elogiarlo de tal forma que no parezca demasiado bonito para ser verdad...".

Dos de las jóvenes que dirigen Tamezin, Eileen Cole y Margaret McCreadie, me explicaron que en el club se procura "centrar" a las jóvenes, sobre todo a aquellas que proceden de algunos de los muchos hogares rotos de la zona. "Tratamos de formarlas de tal forma que lleguen a ser mujeres responsables, buenas madres de familia, trabajadoras... Muchas de ellas se casan y dejan de venir, pero bastantes vuelven."

El club Tamezin tiene una filial en Brixton,, uno de los barrios más deprimidos de Londres, conocido en el mundo por los disturbios raciales que han tenido lugar en él. Incluso en períodos de calma, no es recomendable. Margaret me habló de una de sus primeras visitas: "Fui con una amiga. Acabábamos de salir del metro y le estaba diciendo que el barrio daba el más alto índice de delincuencia de Londres cuando un individuo nos robó todo lo que llevábamos.

No fue fácil establecer un club allí. Algunas de las chicas se dedicaban a robar en las tiendas... Una especie de deporte en el barrio. Hay mucha injusticia allí, y hasta que las chicas empiezan a adaptarse a lo que se les enseña en el club, ocurren esas cosas".

Antes de abandonar Dawliffe Hall, hablé con la administradora, Lynn Hinge, sobre su actitud respecto al espíritu de servicio: "Bueno, considero que soy una madre de familia -me dijo-. Ésta es una familia bastante numerosa, pero para mí es una familia como cualquier otra. Me preocupo de todas. Si alguna no se encuentra bien y hay algo que le gusta, procuro complacerla para que se sienta mejor. Y lo mismo con la ropa o con las comidas. Si alguna echa ropa a lavar y hay una prenda rota, procuro devolvérsela cosida, aunque no es mi obligación, porque así aprendo a quererla más. La gente que nos visita y lo ve todo limpio y en orden, se. da cuenta en seguida de que somos una familia. ¿Sabe usted? La familia es la base de la sociedad. ¿A quién le puede extrañar que las cosas no marchen bien cuando la familia no es lo que debería ser?".

En Ipswich, Inglaterra, un pequeño grupo de miembros del Opus Dei ha iniciado un club juvenil dirigido por los propios padres. Los fundadores -el director cinematográfico John Pitt y el doctor Tom Word- lograron que el veterano actor Sir Alec Guinness lo patrocinase. "El club se financia mediante tómbolas, rifas y subastas. También ayudan un ministro congregacional y sus parroquianos. Tom Word procuró buscar benefactores; "uno de ellos le contestó, escéptico: ¿Cómo se le ocurre dar formación moral hoy en día?" Tom, entonces le telefoneó, le explicó el asunto y, como continuaba dudando, le dijo que se olvidase del dinero, pero que no dejase de rezar. Poco después me envió por correo un cheque por valor de 10.000 libras. Tuve. que contar los ceros varias veces para creérmelo. Debajo había escrito: "El poder de la oración".

El club organiza cursos de realización cinematográfica, ordenadores, vela, wind surfing, piragüismo y tiro con arco. Tom describe la labor que allí se realiza como un intento de suministrar al adolescente medios para que se independice: El Fundador del Opus Dei recordaba con frecuencia la importancia de que los laicos asumieran sus propias responsabilidades. "Si trasladamos a otros nuestras obligaciones -explica Tom-, ya sea a la jerarquía de la Iglesia o a otra organización, es señal de que las cosas no marchan".

Después de enseñarme las instalaciones, John Pitt me invitó a su casa para que conociera a su esposa, Joanna, y a sus hijos. Después de cenar, John y Joanna me explicaron que al principio habían sido muy cautos con el Opus Dei. Tenían recelos a causa de un artículo aparecido en The Time en el que se describía al Opus Dei como un grupo muy cerrado dentro de la Iglesia. Un hijo suyo, Guy, se había hecho del Opus Dei y estaban muy preocupados. John, entonces, procuró informarse bien. Estaba decidido a no dejar marchar a Guy sin lucha. Le siguió, se enteró de lo que hacía e incluso empezó a participar en algunas actividades de la Obra. El resultado fue que también él pidió la admisión en el Opus Dei.

En el Opus Dei hay una estrecha relación entre el espíritu de servicio y la voluntad de hacer las cosas lo mejor que se puede. El fundador del Opus Dei insistía en que Cristo quería no tanto que sus seguidores fueran pobres como que fuesen pobres de espíritu. Lo cual supone estar desasido de los bienes materiales, de tal forma que se pueda poner al servicio de Dios y del prójimo lo mejor que se tiene. Algo que se aprecia mejor que en ningún otro sitio es Cleraun Study Centre, de Dublín, el primer centro que el Opus Dei construyó de nueva planta en Irlanda. Aunque quienes lo construyeron carecían de recursos económicos, procuraron que estuviera bien hecho, con buenos materiales y con buen gusto. Algunas de las inversiones que al principio se pensaban hacer en el edificio, se emplearon luego en mejorar la calidad.

En cierta ocasión, Monseñor Escrivá de Balaguer describía así el espíritu de pobreza y el desprendimiento:

"Para mí, una manifestación de que nos sentimos señores del mundo, administradores fieles de Dios, es cuidar lo que usamos, con interés en que se conserve, en que dure, en que luzca, en que sirva el mayor tiempo posible para su finalidad, de manera que no se eche a perder. En los Centros del Opus Dei encontraréis una decoración sencilla, acogedora y, sobre todo, limpia, porque no hay que confundir una cosa pobre con el mal gusto ni con la suciedad. Sin embargo, comprendo que tú, de acuerdo con tus posibilidades y con tus obligaciones sociales, familiares, poseas objetos de valor y los cuides, con espíritu de mortificación, con desprendimiento. .

Hace muchos años -más de veinticinco- iba yo por un comedor de caridad, para pordioseros que no tomaban al día más alimento que la comida que allí les daban. Se trataba, de un local grande, que atendía un grupo de buenas señoras. Después de la primera distribución, para recoger las sobras acudían otros mendigos y, entre los de este grupo segundo, me llamó la atención uno: ¡Era propietario de una cuchara de peltre! La sacaba cuidadosamente del bolsillo, con codicia, la miraba con fruición, y al terminar de saborear su ración, volvía a mirar la cuchara con unos ojos que gritaban: ¡Es' mía!, le daba dos lametones para limpiarla y la guardaba de nuevo satisfecho entre los pliegues de sus andrajos. Efectivamente, ¡era suya! Un pobrecito miserable, que entre aquella gente, compañera de desventura, se consideraba rico.

Conocía yo por entonces a una señora, con título nobiliario, Grande de España. Delante de Dios esto no cuenta nada: todos somos iguales, todos hijos de Adán y Eva, criaturas débiles, con virtudes y defectos, capaces -si el Señor nos abandona- de los peores crímenes. Desde que Cristo nos ha redimido, no hay diferencia de raza, ni de lengua, ni de color, ni de estirpe, ni de riquezas.... somos todos hijos de Dios. Esta persona de la que os hablo ahora, residía en una casa de abolengo,, pero no gastaba para sí misma ni dos pesetas al día. En cambio, retribuía muy bien a su servicio y el resto lo destinaba a ayudar a los menesterosos, pasando ella misma privaciones de todo género. A esta mujer no le faltaban muchos de esos bienes que tantos ambicionan, pero ella era personalmente pobre, muy mortificada, desprendida por completo de todo. ¿Me habéis entendido? Nos basta además escuchar las palabras del Señor: bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.

Si tú deseas alcanzar ese espíritu, te aconsejo que contigo seas parco, y muy generoso con los demás; evita los gastos superfluos por lujo, por veleidad, por vanidad, por comodidad...; no te crees necesidades. En una palabra, aprende con San Pablo a vivir en pobreza y a vivir en abundancia, a tener hartura y a sufrir hambre, a poseer de sobra y a padecer por necesidad: todo lo puedo en Aquel que me conforta. Y como el Apóstol, también así saldremos vencedores de la pelea espiritual, si mantenemos el corazón desasido, libre de ataduras".

El fundador del Opus Dei creía que este espíritu de pobreza, unido al espíritu de servicio, podía tener un importante papel en la tarea de unir a la gente, no sólo a ingleses e irlandeses, sino a todo el mundo. Ambas cosas forman parte del espíritu que promueve el Opus Dei en todos los países. Según ese espíritu, el servicio es algo que debe informarlo todo, hasta la actividad diaria más pequeña. Una de sus expresiones más obvias es la labor que el Opus Dei desarrolla con los pobres.