IV. KENIA. Luchando contra la discriminación

Capitulo de “El Opus Dei: Ficción y realidad", un libro de M.J.West

En 1958, las tensiones raciales en Kenia, un país africano de raza negra gobernado por blancos, eran muy fuertes. La explosiva situación era tanto más grave en cuanto que los negros estaban divididos en más de cuarenta tribus, muchas de ellas enfrentadas entre sí. El estado de emergencia fue el resultado inevitable de la rebelión del Mau Mau, iniciada a comienzos de los años cincuenta, que costó más de 10.000 muertos, la mayoría de raza negra, y muchos miles más de prisioneros. En Nairobi, la mayor parte de los nativos africanos eran sirvientes; pocos eran los que se veían en las calles y ninguno conduciendo automóviles. En las escuelas secundarias no había tampoco ningún nativo. Sin embargo, los "vientos de cambio", en frase del primer ministro británico Harold McMillan, ya estaban soplando.

Cuando vinimos a Kenia, traíamos un proyecto de colegio universitario interracial, para todas las razas y todas las religiones -me recordó Father Joseph Gabiola, el primer sacerdote del Opus Dei que llegó al país-. Nos temíamos que las autoridades nos dijeran: ¿Qué?... Eso no puede ser. ¿Están ustedes locos?

El racismo era el gran obstáculo. En Nairobi, las tierras estaban repartidas entre los europeos, los africanos y los asiáticos. Las que los miembros del Opus Dei encontraron estaban situadas en la zona residencial de los europeos, que, naturalmente, protestaron. "Oficialmente, alegaron que no querían que se estableciese un colegio universitario en la vecindad, pero todo el mundo conocía el verdadero motivo de su rechazo: que en el colegio habría africanos negros. Se celebró una asamblea en el Ayuntamiento y tuvimos que responder a una serie de preguntas. Fuera, esperaban grupos numerosos de blancos, y la cosa se puso fea. Los blancos no nos podían ver. Y, al final, se llevaron el gato al agua. Perdimos los terrenos."

A la larga, la pérdida de esa primera batalla resultó ser providencial. Encontraron otros terrenos en Strathmore Road (actualmente Mzima Springs Road) y, en esa ocasión, no se podía alegar nada, pues había tres escuelas europeas más en las inmediaciones.

El proyecto consistía en construir un colegio-residencia que sirviera de puente entre la enseñanza secundaria y la universidad, pues hasta entonces los nativos tenían que abandonar el país si querían acceder a la enseñanza superior. "Era una gran laguna. Por eso queríamos crear algo capaz de formar a los estudiantes en distintas áreas: profesional, humana y, para quien lo deseara, religiosa."

Tras los problemas de tierras se presentaron los de financiación. El primer director, David Sperling, y el profesor Kevin O'Byrne decidieron lanzarse a la aventura de iniciar las obras sin contar con los fondos necesarios.

Los primeros estudiantes eran pobres, así que no podían ayudar. El gobierno colonial dio algún dinero y el resto se obtuvo mediante créditos hipotecarios, pero no era suficiente, por lo que David Sperling se trasladó a Europa y América para recabar fondos.

Cuando el problema monetario quedó más o menos resuelto, los agoreros empezaron a decir que el proyecto fracasaría. Un religioso amigo de Father Gabiola le advirtió que los alumnos no acudirían a un centro interracial. "Pero nosotros estábamos empeñados en que, con la gracia de Dios, no fracasaría."

David Sperling y Kevin O'Byrne viajaron por todo el país en busca de alumnos capaces de confiar en una institución que todavía no existía, y tuvieron éxito.

"Cuando mi amigo lo supo, dijo que sí, que tendríamos africanos, pero no europeos, ni asiáticos. Y cuando, poco después, le dije que ya teníamos un alumno asiático, respondió: "Bueno, tendréis uno". Y luego empezaron a venir europeos, sobre todo por razón de amistad, pues para entonces ya teníamos muy buenos amigos."

Al principio, las condiciones de vida en Strathmore eran casi selváticas. El colegio estaba rodeado de matorrales silvestres que se prolongaban hasta el valle del río Nairobi y, cuando llegaban los estudiantes, lo único que se veía entre la espesura era lo que llevaban en la cabeza. La zona estaba infestada de cobras y un día se presentó un leopardo, seguido de una hiena, que obligó a un estudiante a subirse a lo alto de una columna junto a la entrada del edificio principal.

Peor que las dificultades físicas eran las barreras raciales. No sólo por las diferencias entre blancos y negros, sino también porque diversas tribus aborígenes se llevaban muy mal entre ellas.

Father Gabiola recuerda así la primera noche: "Nos habían dicho que los estudiantes africanos se escaparían saltando por las ventanas y que harían toda clase de barbaridades, así que nos temíamos lo peor. Yo me escondí fuera, en el jardín, para ver qué pasaba, pero no pasó nada. Todo el mundo estaba tan tranquilo, estudiando".

En Strathmore College las posibles tensiones raciales quedaron neutralizadas desde el primer momento por un ambiente de familia inspirado en estas palabras del fundador del Opus Dei: "... hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: esa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros".

El escudo del colegio lleva tres corazones y el lema Ut omnes unum sint "que todos sean uno". En la homilía de la primera misa que Father Gabiola celebró en Strathmore, en un altar provisional, dijo que el colegio tenía que ser como un hogar de familia. Todavía recuerda la expresión de asombro de los estudiantes. "Creo que fue un poco osado decir eso, sobre todo si se tiene en cuenta la variedad de razas, tribus, nacionalidades y religiones, tanto de los alumnos como de los profesores. Podían haberlo tomado como una frase bonita o como una utopía, pero se lo tomaron en serio, y respondieron."

La respuesta tuvo consecuencias prácticas. Cuando uno de los primeros estudiantes,. Gabriel Mukele, llegó sólo con lo puesto, los demás le suministraron camisas, corbatas y calcetines, y David Serling le regaló su viejo uniforme del colegio. A pesar de todo, Gabriel se sentía en condiciones de inferioridad, por lo que decidió renunciar y buscar un empleo, pero David Serling le hizo desistir. Le buscó trabajo durante las vacaciones para que ganara algún dinero y así pudo atender a sus primeras necesidades.

La integración influía en todos los aspectos de la vida del colegio. En las habitaciones siempre dormían juntos estudiantes de diversas razas y religiones. Los dormitorios de los profesores no estaban separados de los de los alumnos. En el comedor, las mesas eran para seis: comían juntos un profesor, un europeo, un africano, un asiático, etc.

Uno de los primeros residentes, Jacob Kimengich, recuerda que "en las comidas, yo me sentaba en la misma mesa que el director, y en otras se mezclaban profesores y alumnos. Todos comíamos lo mismo. Algo completamente distinto a lo que ocurría en el colegio de segunda enseñanza en que había estado interno. Era impensable compartir la comida con un Mzungu e incluso vivir en el mismo edificio".

Otro antiguo residente, Wilfred Kiboro, comenta: "Desde el comienzo, en Strathmore se vivió algo que pronto se convirtió en tradición: el respeto a las opiniones de los demás, a sus costumbres, a sus creencias, a su raza, a su credo. Nos enseñaban a ser considerados y atentos con los demás y nos animaban a ayudarnos mutuamente. El trabajo duro era una forma de vida. Otra tradición que recuerdo era el respeto a la libertad individual. No teníamos normas escritas, ni vigilantes, monitores o supervisores. Se dejaba a cada cual la responsabilidad de ejercer su libertad personal, a distribuir su tiempo de estudio y a organizar su propia vida. Creo que ésa es una de las cosas que distingue claramente a Strathmore de otras instituciones similares. Fue en los dos años que pasé allí cuando empecé a hacer las cosas no porque me las impusieran, sino porque era lo que se esperaba de mí. Si no lo hacía, el único culpable era yo".

Todavía hoy, Strathmore debe ser la única institución estudiantil de Kenia que no tiene preceptos ni normas escritas. La filosofía propia del colegio podría resumirse así: "Muéstrale a un hombre que confías en él y más pronto o más tarde responderá a esa confianza. Deja actuar libremente a una persona y habitualmente actuará de manera responsable; si no actúa así, muéstrale pacientemente su error y sigue dejándole actuar libremente".

Strathmore rompió también las convenciones sociales con el primer equipo de rugby interracial. Los africanos nunca habían jugado antes al rugby, porque era un juego de blancos, así que el equipo no pasó inadvertido. El primer partido que jugó el 8 de junio de 1961 mereció los siguientes titulares en The East African Standard: "Presentación del primer equipo de rugby multirracial". Y en el Sunday Nation, el 11 de junio: "Un experimento en el terreno del rugby". La noticia llegó hasta Johannesburgo, en África del Sur, ilustrada con una fotografía cuyo pie decía: "Estudio de rugby en blanco y negro".

El experimento obligó a los estudiantes de Strathmore a vencer prejuicios ocultos. "El zaguero de nuestro equipo era blanco y los delanteros dos robustos africanos -cuenta Father Gabiola-. Tras el primer entrenamiento, el zaguero vino a decirme que no quería jugar. Le pregunté por qué y, aunque se resistía a decírmelo, terminó por confesar que le repugnaba estar tan cerca de los africanos..." Father Gabiola se echó a reír. "Era algo instintivo -comentó- difícil de desarraigar. Pero lo conseguimos."

Pronto, una media del 80 por 100 de los alumnos de Strathmore empezó a ser admitido en la universidad. El colegio adquirió reputación internacional y comenzaron a llegar estudiantes de todos los países anglófonos de África, así como de Rwanda y Zaire. La institución se fue desarrollando y en 1966 se abrió una Escuela de Contabilidad, en 1978 un colegio de segunda enseñanza y en 1987 una escuela primaria.

Algunos antiguos residentes de Strathmore me contaron sus impresiones. Por ejemplo, Matthew Ndegwa, que actualmente trabaja para el gobierno como ingeniero civil y es cooperador del Opus Dei.

"En el Opus Dei me enseñaron a tener un orden de prioridades, a hacer primero lo más importante, a acabar las cosas, a cumplir con mi deber. Soy el mayor de doce hermanos y en mi país es muy importante que el primogénito dé ejemplo a los demás. También debe ayudarles económicamente, pagar su educación, etc. Eso se lleva más de un tercio de lo que gano. La formación espiritual que me dio el Opus Dei me ayuda mucho a aprovechar las veinticuatro horas del día. Me hace ser consciente de mis responsabilidades y me ayuda a no olvidarlas."

Bonifacio Ngarachu, actualmente profesor de contabilidad en Strathmore, fue antes alumno residente. Cuando llegó, en 1977, era ya católico, pero dice que en Strathmore aprendió a valorar el trabajo y que le gustaría transmitir a los demás la idea de que trabajando se sirve a la patria, se saca la familia adelante y se beneficia al alma, pues el trabajo ofrecido a Dios se convierte en oración. "Pero hay otra cosa que me sorprendió todavía más -añade-, aunque tal vez sea demasiado personal. Tenía muchos amigos cuando llegué a Strathmore, y también amigas... Cuando hablé con el sacerdote le hablé de ellas. Naturalmente, uno lo hace con recelo, pero enseguida me di cuenta de que a éste se le podía contar todo, como si se tratara de un amigo. Y en realidad lo era."

Algo más de la mitad de la población de Kenia es cristiana, y una tercera parte católica. El número de habitantes ha aumentado más deprisa que en ningún otro país, aunque sólo el 18 por 100 de la tierra es cultivable. Muchos nativos siguen viviendo en pequeñas granjas, esforzándose en cultivar la tierra y criar algo de ganado, mientras otros trabajan a tiempo parcial en las fincas de los grandes terratenientes.

Nada más abandonar Nairobi por carretera, se encuentra uno con vastas plantaciones de té y de café, donde los nativos trabajan durante toda la jornada por un salario escaso. Las mujeres, sobre todo, trabajan muy duro. Se las puede ver caminando junto al arcén, con pesadas cargas.

Más al interior del país, donde la tierra es más seca y hace más calor, la vida es más dura todavía, pues cuesta más cultivar los campos y el rendimiento es menor. La mayoría de los nativos vive en chozas de techo de bálago y piso de tierra batida, como sus antepasados. Muchos de ellos son nómadas y se dedican al pastoreo, trasladándose de un sitio a otro con sus rebaños y sus escasas pertenencias en busca de pastos y de agua.

Para quienes se trasladan a las ciudades, el cambio está lleno de problemas. Les cuesta mucho adaptarse a un trabajo regular, a una vida más agitada y más impersonal, a costumbres distintas. Y luego está el problema de las desigualdades sociales, cuyas dimensiones se me hicieron patentes en el autobús que me llevó a Nairobi desde el aeropuerto: todos los que viajaban en él eran negros, y a través de la ventanilla pude ver los chamizos y los siniestros bloques de viviendas en que habitan los negros. El escaso terreno libre, incluidos los islotes para el tráfico, estaba lleno de shambas, los matorrales típicos de Kenia. El número de personas que esperaba la llegada del autobús en cada parada iba aumentando a medida que nos aproximábamos al centro de la ciudad hasta convertirse en una multitud abigarrada de hombres, mujeres y niños que pugnaban por subir. Era sábado por la mañana y en las zonas peatonales podían verse filas y filas de miserables tenderetes consistentes a veces en un simple. trozo de tela extendido en la acera y rodeado por un cordón de nylon.

Al otro lado de la ciudad, donde vivían los blancos y los negros ricos, todo cambiaba. Las casas eran impresionantes, incluso en comparación con las de los países desarrollados, con espléndidos jardines, anchas avenidas y altos setos. Este contraste enorme entre ricos y pobres es una de las cosas contra las que Kenia tiene que luchar. Hasta ahora ha logrado evitar las convulsiones sociales y políticas de que han sido víctimas otras naciones africanas, pero el futuro no está garantizado. Sólo una mayor justicia social y una resuelta disposición a reducir esas desigualdades pueden ser un factor de seguridad.

Parte esencial de la justicia social, tal como es promovida por las enseñanzas morales de la Iglesia católica -y, por tanto, por el Opus Dei-, es la acción que llevan a cabo las personas. Las estructuras no bastan por sí mismas para garantizar la justicia y la armonía social. Por buenas que sean, el egoísmo y la corrupción de las personas pueden hacerlas ineficaces.

Después de comer, en Nairobi, mantuve una larga conversación con Wilson Calunge, adjunto a la dirección de una compañía petrolífera y miembro del Opus Dei. "Una de las cosas que más me atrajeron de la Obra -me dijo- fue que, aunque quienes trabajan aquí no habían nacido en Kenia, estaban más interesados que nosotros en el desarrollo de este país. Estaba claro que eso se debía a la formación que habían recibido. Gracias al Opus Dei he llegado al convencimiento de que si nosotros, los keniatas, no nos interesásemos más por nuestros compatriotas menos favorecidos, los ricos serán cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Si no asumimos nuestros deberes, nuestra sociedad será cada vez más clasista."

Patrick Mwaniki, profesor de Física y Matemáticas en Strathmore, me dijo que, antes de conocer el Opus Dei, sus metas en la vida eran ganar mucho dinero, tener una buena casa, un buen coche y llevar una vida lo más cómoda posible. "Ahora, esas cosas, para mí, carecen de importancia. Son sólo medios, no fines. El Opus Dei me ha hecho cambiar mis ambiciones, de tal forma que lo que ahora busco es servir a la gente, a la sociedad, no satisfacer mi egoísmo." Patrick me dijo también que, de estudiante, había pertenecido a la Young Christian Association y a otras asociaciones de debate y ecologistas, y que tenía ambiciones políticas, pero que, ahora, el trabajo que realizaba le llenaba por completo. "Sé que lo que hago tiene una influencia real en la sociedad. A través del sistema de tutoría, en Strathmore se llega a conocer perfectamente a los estudiantes, uno a uno. He tenido alumnos considerados como "casos perdidos" que, al cabo de dos o tres años, estaban completamente reformados. Parecían otros. Eso es muy gratificante.".

Kianda Secretarial College, la primera escuela multirracial femenina de Kenia, es otra realización del Opus Dei en Nairobi, en este caso de la sección de mujeres. Comenzó con-diecisiete alumnas, todas ellas europeas, y cuando una joven de origen asiático quiso matricularse, los vecinos no lo consintieron. También en este caso se planteó el problema de encontrar terrenos "no segregados". Cuando por fin se encontraron unos apropiados a diez kilómetros del centro de Nairobi, en Waiyaki Way, Kianda se convirtió en la primera escuela de secretariado para mujeres de todas las razas. Un periódico llegó a decir que, si alguien veía chicas de distintos colores paseando juntas por las calles, seguro que eran alumnas del Kianda College.

Con todo, las reacciones a menudo hostiles no facilitaban las cosas. Pero la discriminación racial no era la única. Estaba también la derivada del sexo. A comienzos de los años sesenta, la mayoría de las mujeres africanas desempeñaban los empleos peores, si, es que tenían alguno; sus salarios eran miserables, sus condiciones de vida y su vestuario humildísimos. De hecho, casi ninguna podía sufragar los gastos de unos cursos de secretariado como los que se impartían en Kianda. Por eso, se procuró que algunas firmas importantes subvencionaran la escuela, para establecer un sistema de becas. Así fue posible que bastantes jóvenes hiciesen una carrera y al mismo tiempo ayudasen a sus familias.

En 1963, cuando se produjo la independencia, Kianda era el único centro de enseñanza en que estudiaban nativas africanas.

Los fines de Kianda son los mismos que los de Strathmore e idénticos sus desafíos. En 1966 se abrió una residencia para aquellas alumnas que acababan de llegar a Nairobi y no tenían donde alojarse. Las 5.000 estudiantes que hasta ahora han pasado por la escuela procedían no sólo de Kenia, sino también de Etiopía, Zambia, Sudán, Nigeria, Lesotho y Rwanda. Hasta 17 naciones han estado representadas en Kianda, lo que hacía decir a un periódico de Kenia en 1980: "Actualmente, el status panafricano de Kianda es un modelo para otros países del continente".

En 1977, Kianda abrió un colegio de segunda enseñanza, que, como hacía notar en 1984 el Daily Nation, en sólo siete años se convirtió en uno de los diez mejores de Kenia.

Uno de los objetivos de Kianda, lo mismo que de Strathmore, consiste en ayudar a las estudiantes a superar diferencias raciales y tribales y a fortalecer su carácter. Se anima a los alumnos a leer más y a mejorar su nivel cultural. En Kianda se dice a las jóvenes que Kenia no sólo necesita secretarias eficientes que sepan a la perfección taquigrafía y mecanografía, sino también mujeres maduras con iniciativa, personalidad y responsabilidad. Una de las directoras de la escuela, Olga Martín, habla de "personas que puedan llevar una oficina, no sólo escribir a máquina".

Algunas ex alumnas son ahora profesoras en la escuela. Otras -la mayoría- trabajan en distintas empresas, comercios, cooperativas rurales, etc.

La señorita Martín, que llegó a Nairobi en 1960, me dijo que Kianda no se limita a formar profesionalmente a las alumnas, sino que también procura ayudar a quienes ya son cristianas a mejorar su vida, de tal forma que su cristianismo impregne todo cuanto hacen. "Monseñor Escrivá hablaba a menudo del peligro de llevar una especie de doble vida, una de cara a Dios los domingos y en ocasiones muy especiales, y otra, profesional y social, al margen de lo divino."

La sucesora de Olga Martín, Miss Constance Gillian, me subrayó que en Kianda se procura también que las alumnas desarrollen ciertas virtudes humanas, como la generosidad, la reciedumbre, la ecuanimidad, la tenacidad, el sentido común, etc.

Si se tiene en cuenta el tipo de formación profesional que se imparte en Kianda, lo mismo que en otros centros del Opus Dei, es evidente que la Obra no limita la misión de la mujer a las tareas del hogar. Preguntado al respecto en una entrevista, Monseñor Escrivá dijo que él creía que no existía un conflicto real entre vida de familia y vida social: "pienso que insistir en la contraposición sistemática -decía-... llevaría fácilmente, desde el punto de vista social, a una equivocación mayor que la que se trata de corregir (es decir, que la mujer debe dedicarse exclusivamente a las tareas domésticas), porque sería más grave que la mujer abandonase la labor con los suyos.

Tampoco en el plano personal se puede afirmar unilateralmente que la mujer haya de alcanzar su perfección sólo fuera del hogar: como si el tiempo dedicado a su familia fuese un tiempo robado al desarrollo y a la madurez de su personalidad. El hogar -cualquiera que sea, porque también la mujer soltera ha de tener un hogar,es un ámbito particularmente propicio para el crecimiento de la personalidad. La atención prestada a su familia será siempre para la mujer su mayor dignidad: en el cuidado de su marido y de sus hijos o, para hablar en términos más generales, en su trabajo por crear en torno suyo un ambiente acogedor y formativo, la mujer cumple lo más insustituible de su misión y, en consecuencia, puede alcanzar ahí su perfección personal.

Como acabo de decir, eso no se opone a la participación en otros aspectos de la vida social y aun de la política, por ejemplo. También en esos sectores puede dar la mujer una valiosa contribución, como persona, y siempre con las peculiaridades de su condición femenina; y lo hará así en la medida en que esté humana y profesionalmente preparada. Es claro que tanto la familia como la sociedad necesitan esa aportación especial, que no es de ningún modo secundaria".

En Kenia, pregunté a varias mujeres del Opus Dei en qué medida la Obra había influido en su vida. Una de ellas, Mrs. Zipporah Wandera, conversa al catolicismo y miembro del Opus Dei, había sido abogada del Tribunal Supremo de Kenia y, al ser nombrada concejal del Ayuntamiento de Nairobi, la prensa local se ocupó de ella, por ser la primera mujer que accedía a ese cargo. La señora Wandera me recibió en su despacho, rodeada de libros, papeles y los despachos de sus colegas varones.

"En mi trabajo -me dijo- tengo que relacionarme con jefes de departamento y a menudo surgen dificultades. Siempre hay políticos que se enfadan porque no les gusta cómo hace una las cosas o porque no hace lo que le piden. Los africanos varones suelen despreciar la opinión de las mujeres, pues es lo que les han enseñado. Pero la dirección espiritual que he recibido me ayuda a ser valiente y a no arredrarme ante nadie, ni siquiera ante mis superiores. Si pienso que están equivocados, se lo digo.

Eso no quiere decir que el Opus Dei se inmiscuya en mi trabajo. El Opus Dei me da formación espiritual y me ayuda a conocer mejor las enseñanzas de Cristo, pero nadie me dice cómo he de resolver mis problemas profesionales. Nunca he oído que el Opus Dei interfiera estos asuntos. Por eso me siento tan a gusto en él."

La señora Irene Njai creció en una zona rural, pero le dieron una beca para realizar estudios sociales en Italia, donde obtuvo el título de asistenta social. Sin embargo, cuando yo la conocí trabajaba en las oficinas de unas líneas aéreas, pues, según me dijo, no podía aceptar la política anticonceptiva del gobierno.

"Cuando conocí el Opus Dei, aprendí a convertir el trabajo en oración. Aunque era católica desde hacía tiempo, nadie me había hablado de ello; sabía, sí, que tenía que rezar, pero nadie me había dicho que podía convertir el trabajo en oración, que podía ofrecer una hora de trabajo -por tal cosa y dos horas por otra. Cuando lo supe, me pareció maravilloso.

Y no sólo son cosas grandes las que se pueden ofrecer a Dios. Cuando alguien entra en mi despacho, me digo: es un hijo de Dios, tiene un alma inmortal; y trato de ayudarle lo mejor que puedo. A veces es un cliente que viene a reclamar y que está muy enfadado, pero yo procuro sonreír, y a menudo cambia por completo de actitud.

Claro que una no es perfecta, ni mucho menos, pero procurando esforzarse en pequeñeces se consiguen buenos resultados. Además, así la jornada se convierte en algo que merece la pena. Para quien no lo ve así, los días carecen de significado. Cada jornada puede llegar a ser algo horrible, que espanta, como antes me espantaba a mí. Pero cuando se descubre que el trabajo no es un castigo, una tragedia, sino algo con lo que se puede disfrutar, la vida cambia.

Hay otra cosa que tengo que agradecer con toda mi alma a Monseñor Escrivá: la idea del matrimonio como una vocación, su exaltación del amor humano. Nunca se lo había oído decir a nadie. Había leído muchos libros antes de conocer el Opus Dei, pero ninguno que pusiese de relieve el sentido vocacional del matrimonio como hacía en los suyos Monseñor Escrivá. Nadie me había hablado así del matrimonio, mostrándome la vida matrimonial como un camino de salvación para mí y para mi marido. Y luego está la idea de que somos el corazón de la familia y hemos de estar siempre al servicio de los demás. Como Monseñor Escrivá solía decir, hemos de poner los corazones en el suelo para que los demás puedan pisar blando."

La casa, de madera sin devastar, era diminuta; el techo, de hojalata; una lámpara de petróleo, la única iluminación. Martín Ngigi y su esposa, Jacinta, me habían invitado a cenar. Él es un campesino tradicional, propietario de dos acres de tierra "shamba", donde había sembrado gran parte de los componentes de los platos que comimos: el maíz y el pollo de un pastel de ave que llaman ugali, y el sukumawiki, una verdura parecida a las espinacas. Ella, además de madre de seis hijos, es empleada de banca y cooperadora del Opus Dei.

"Cuando entré en contacto con el Opus Dei -me contó-, tenía sólo dos hijos y había decidido no tener más. Pero entonces vi lo bueno que era un corazón cristiano en una gran familia y ahora que tengo seis me siento mucho más feliz."

Uno de los más pequeños, Josemaría, de nueve años, aprovechó la ocasión para susurrarle a un amigo que estaba conmigo que así "había venido al mundo". "Nací en 1976, al año siguiente de la muerte de Monseñor Josemaría", explicó.

"Yo pensaba entonces -continuó diciendo la señora Ngigi- que trabajar en el banco y al mismo tiempo llevar la casa era una carga terrible, pero ahora se me hace ligera. Hay días que hasta me resulta divertido."

Esther Lanoi Kuronoi pertenece a la tribu de los Masai, famosa por el celo con que conserva las antiguas tradiciones. Los Masai son pastores y se alimentan fundamentalmente de leche mezclada con la sangre de las vacas de sus ganados. De niña, Esther recorrió las polvorientas mesetas, con las gentes de su tribu, pero luego se matriculó en la Escuela Kibondeni de Administración Institucional, obra corporativa del Opus Dei destinada a dar una oportunidad a las jóvenes que no pueden cursar estudios regularmente. Para algunas de ellas, Kibondeni es, en efecto, la única manera de romper con un entorno tribal en el que los hombres suelen tener de seis a doce esposas, que, por supuesto, realizan las labores más duras.

En Kibondeni, Esther ha realizado durante dos años estudios de nutrición, dietética, administración, aritmética, puericultura, sociología e idiomas, obteniendo al final el correspondiente Certificado Nacional de Institutional Management. También ha seguido clases de formación religiosa, a cargo de miembros del Opus Dei.

"Vine a Kibondeni hace dos años -me dijo-. Siempre he sido católica, pero aquí he aprendido a llevar un plan de vida espiritual y a santificar mi trabajo, es decir, a ofrecérselo a Dios."

Esther me dijo también que no hay ni asomo de tribalismo en Kibondeni. "Las profesoras insisten en que todos somos hijos de Dios, sea cual sea la tribu de procedencia o el color de la piel." Las alumnas lo comparten todo. Una de ellas, perteneciente a una tribu rival de los Masai, era amiga de Esther. "En casa nunca hubiese podido hablar con ella, pero aquí nos gastamos bromas y nos reímos mucho. Somos buenas amigas y vamos de la mano..."

La experiencia de Kenia pone de relieve algo muy importante: por qué el Opus Dei encuentra oposición por ciertas cosas en unos países y en otros no. No es, por supuesto, porque la Obra actúe de manera distinta según los países, no, sino porque las costumbres varían. Apoyar la igualdad de derechos para la mujer puede crear problemas en países donde las mujeres están postergadas, pero decir que la mujer puede realizarse también como madre y ama de casa tal vez atraiga las iras de ciertos sectores "progresistas" en países muy desarrollados.

Los miembros del Opus Dei fueron a Kenia porque pensaban que había llegado el momento de trabajar para llevar a Dios a gentes de todas las razas de aquel país. Si todavía no han ido a África del Sur es porque la política de apartheid se lo impediría.

Ahora bien, el que en Kenia el Opus Dei haya hecho especial hincapié en evitar a toda costa la discriminación racial no quiere decir que ése sea su objetivo, ya que el Opus Dei no es en absoluto una institución que tenga una finalidad humana concreta. Algo que se ve claramente en España.