II. JAPÓN Espíritu de descubrimiento

Capitulo de “El Opus Dei: Ficción y realidad", un libro de M.J.West

Aunque no faltaba mucho para la primavera, todavía nevaba en Tokio. El tren-bala de Osaka iba lleno de hombres de negocios. Pocas conversaciones. Ninguna risa. Los pasajeros, incluidas las jovencitas que distribuían refrescos o arrastraban carritos, tenían un aire disciplinado, militar. ¿Por qué había venido al país de los samuráis, de Shinto y de Buda, en busca de algo católico? Mi idea era que para valorar algo es importante tratar de verlo como nuevo. En Japón, la mayoría de los miembros del Opus Dei eran conversos, y, por tanto, no sólo veían al Opus Dei como algo nuevo, sino también al Cristianismo. Así pues, lo que me atraía del Japón era la posibilidad de averiguar lo que veían los que contemplaban al Cristianismo por primera vez.

En la estación de Osaka había un bar con reproducciones en plástico de diversos platos en el escaparate. Una manera un tanto extraña de anunciar comida, aunque útil para superar barreras idiomáticas. Un cocinero sin afeitar preparaba algunos platos detrás del mostrador. Parecía bastante triste. Profundas arrugas surcaban su cara y en sus ojos negros se leía que detestaba lo que estaba haciendo. Un trozo de carne se le cayó de un plato y fue a caer encima de un hornillo. Miró de reojo a los clientes, lo recogió y volvió a echarlo al plato.

¿Cómo explicar a un tipo así lo que es el Opus Dei?, me pregunté. La idea básica se halla resumida en la oración para la devoción privada del Fundador, Monseñor Josemaría Escrivá: "Camino de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano". Dicho de otra manera: un camino para ir estando cada vez más cerca de Dios haciéndolo todo, incluido el propio trabajo profesional, lo mejor posible. Y con palabras de Monseñor Escrivá: el milagro "de convertir la prosa diaria en endecasílabo, verso heroico" gracias al amor que se pone en el trabajo ordinario.

Fuera del bar, la gente andaba de compras. Según Monseñor Escrivá, hasta las tareas más mundanas en apariencia, como ir de compras, pueden convertirse en una forma de contemplación cristiana; Dios está en todas partes, deseoso de revelarnos algo a través de los acontecimientos más banales.

A comienzos de la década de los años treinta, cuando el fundador del Opus Dei empezó a predicar esta idea, es decir, que la gente corriente podía ser contemplativa y aspirar a la perfección espiritual a través de su trabajo ordinario, no a pesar del mismo, a muchos les parecía algo absurdo. Algunos incluso llegaron a considerar como hereje al joven sacerdote, aunque ciertos textos en las Sagradas Escrituras apoyaban su tesis y no pocos teólogos, empezando por San Agustín, se referían a ello. Sin embargo, nadie, ni siquiera los monjes que consideraban el trabajo como algo importante, habían pensado en formular una espiritualidad en torno al trabajo de la gente corriente, entre otras cosas porque no se creía que fuese posible.

También en Japón esta idea era una novedad. En Oriente siempre se había creído que quien buscaba la perfección espiritual debía retirarse a un monasterio o, al menos, apartarse del bullicio de la vida laboral ordinaria. La idea de que alguien con una familia y unas obligaciones profesionales y sociales pudiera aspirar a la misma meta que un monje era tan extraña para un japonés como para un europeo.

Sin embargo, el fundador del Opus Dei insistía: "Persuadíos de que no resulta difícil convertir el trabajo en un diálogo de oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a la obra, Dios ya escucha, ya alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas contemplativas, en medio de la labor cotidiana! Porque nos invade la certeza de que Él nos mira, de paso que nos pide un vencimiento nuevo: ese pequeño sacrificio, esa sonrisa ante la persona inoportuna, ese comenzar por el quehacer menos agradable pero más urgente, ese cuidar los detalles de orden, con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil sería abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡todo por darle gusto a El, a Nuestro Padre Dios!"

Desde Osaka tomé otro tren para Ashiya, con objeto de visitar el Seido Language Institute, instalado en un edificio de cuatro plantas, cuyo distintivo rojo es uno de los más visibles puntos de referencia de esta ciudad.

Seido comenzó a funcionar a finales de la década de los cincuenta, cuando dos sacerdotes, Ray Madurga y Fernando Acaso, con un puñado de miembros seglares del Opus Dei, llegaron al Japón. No tenían dinero, hablaban muy mal el japonés y desconocían su cultura, por lo que fundar una escuela de idiomas fue un acto de audacia. Hoy, más de 15.000 estudiantes de todas las edades y religiones -o sin ninguna- han pasado por Seido Language Institute. Los libros de idiomas publicados por el Instituto compiten con éxito, en Japón, con los de las universidades de Oxford y Cambridge.

Un asiduo alumno del Instituto fue Yokoe Tomonori, abogado y ex jugador de rugby. Una o dos veces por semana asistía a clases de Doctrina católica y a las meditaciones que dirigía uno de los sacerdotes del Opus Dei. `Hablando de la larga trayectoria espiritual que le condujo al bautismo, me dijo: "Nosotros los japoneses tenemos una palabra, Bushido, el código del samurai. Indica paciencia, fuerza de voluntad y resistencia. Yo conocía esto, pero luchar para ser fuerte y paciente, sin más, no me parecía suficiente. Cuando supe que podía ofrecer esa lucha por Dios, santificarme, todo cambió. Eso es lo que me atrajo del Opus Dei; gracias a él aprendí a encontrar un significado en los detalles pequeños de mi vida; supe que el trabajo tenía un especial significado, un valor ante Dios".

Esta idea de buscar a Dios en las cosas pequeñas de cada día no era una novedad en la Iglesia. Los cristianos de la Edad Media lo entendieron bastante bien y lo reflejaron en los detalles de las grandes catedrales de Europa y en las miniaturas de los códices. Es el romance de lo excelso, la idea de que se puede encontrar una chispa divina en las cosas corrientes de la vida. Y uno de los aspectos más ,estimulantes de ella es que puede ser una fuente de inspiración espiritual para cualquiera, sea bioquímico o peón de albañil.

Otro visitante de Seido era Kazuhico Eguchi, un hombre de negocios de mediana edad, que se relacionó con miembros del Opus Dei siendo estudiantes Luego se alejó. Tras formar una familia, decidió buscar a quienes había conocido en Seido. "Recordaba sus rostros sonrientes... me cuesta decirlo... creía que tenían... algo especial. ¡Qué expresiva era aquella mirada! Pero, más que todo eso, lo que más me atraía era la paz que de ellos emanaba."

Como casi todos los japoneses, Kazuhico trabajaba mucho, pero sin un objetivo concreto. "Lo primero era ganar mucho dinero y ascender en mi compañía, pero eso no me satisfacía, no me daba paz. Hasta que leí los escritos' de Monseñor Escrivá; entonces supe que había muchas otras cosas en la vida. Aprendí a amarla vida de cada día, pues Monseñor Escrivá decía que es muy importante tener presente que el cielo es el destino final de la rutina diaria. Yo solía estar siempre muy ocupado, demasiado ocupado para preocuparme de los demás, en especial de mi familia. Pero en el Opus Dei me enseñaron qué cuando se tiene orden, y un objetivo, el tiempo se multiplica. Ahora tengo tiempo para todo, también para los demás, y para mi familia."

El comentario de Kazuhico sobre cómo se multiplica el tiempo ya se lo había oído a otros. Dicen que parece que se estira y que sus tareas diarias ya no les agobian. Procurando hacerlo todo lo mejor posible, hasta las cosas más pequeñas, se han visto sorprendidos por un extraño gozo.

Otro visitante de Seido, Kiyoyuki Fuwa, se convirtió al cristianismo tras conocer el Opus Del. Como Yokoe, se vio a sí mismo como contemplativo: un contemplativo -me explicó- con mujer e hijos a su cargo. Kiyoyuki había entrado en contacto con el Opus Dei en 1968.

Cuando yo le conocí era director de ventas; antes, siendo estudiante en la Universidad de Kyoto, se había comprometido con un movimiento radical y se había lanzado a la calle con otros estudiantes de izquierdas durante la "revolución" de 1968. Poco después, en Seido, conoció a otro antiguo estudiante de su universidad que era miembro del Opus Dei, Koichi Yamamoto.

"Koichi me habló de Dios. -me dijo Fuwa-. Yo era anarquista. Mi. padre, budista. Koichi era-encantador, pero yo no pensaba en Dios."

La cultura y la educación japonesas, como me indicó Fuwa, no implican un Dios todopoderoso creador de todas las cosas. Aunque es cierto que en el sintoísmo hay muchos dioses, ninguno de ellos es creador de todas las cosas, y esto, sobre todo, dificultaba grandemente el que Fuwa pudiese apreciar lo que movía a su amigo Koichi. Con todo, escuchaba atentamente lo que Koichi le decía; luego le sucedieron cosas que le hicieron pensar más en Dios. Fuwa no era capaz de expresar lo que le inspiró su conversión al cristianismo, pero su amistad con Koichi, que murió después, influyó sin duda. Se le notaba, cuando hablaba de él, en los labios.

Del Opus Dei, Fuwa me dijo: "Una razón para incorporarme a la Obra fue la idea del trabajo como una forma de santificarme. Siempre había odiado mi trabajo, que me cansaba muchísimo. Pero cuando acepté esa idea empecé a tratar de hacer mi trabajo lo mejor posible y poco a poco se me fue haciendo agradable. Ya no me cansaba; iba sobre ruedas".

Fuwa me dijo también que había aprendido a dominar su mal carácter. "Tenía que tener mucho cuidado. Cuando me enfadaba tenía que morderme la lengua. En Camino, un libro de Monseñor Escrivá, había leído que hay que moderar el genio, así que a veces mantenía la boca cerrada durante dos o tres días."

Me sorprendió que la gente de Seido fuese tan franca sobre sus vidas, pues los japoneses tienen fama de ser muy reacios a expresar sus sentimientos, sobre todo a los extranjeros. Se dice que tienen tres corazones: uno para los amigos, otro para la familia y un tercero que ni siquiera ellos saben para quién es.

Las estadísticas muestran que pocos japoneses practican su religión. Menos del 1 por 100 son cristianos, la mayor parte de ellos son procedentes del período anterior al cierre del Japón a la influencia occidental. Eiko Iseki, una joven que conoció el Opus Dei mientras estudiaba en Londres y luego colaboró con un centro del Opus Dei en Ashiya, decía, antes de ir a Londres, que no creía que nadie pudiese creer en Dios. "Siempre me había atraído Jesucristo, pero no creía en Dios. Cuando visité un centro del Opus Dei comprobé que allí todo el mundo creía, que era lo natural, y eso me impresionó. Los ingleses no son muy cordiales, pero en Dawliffe Hall todo el mundo era muy amable y estaba muy alegre. Una impresión que luego se confirmó. Yo saqué la consecuencia de que era porque tenían fe en Dios y todo se lo ofrecían a Él.

Nosotros los japoneses, tendemos a ser materialistas. Solemos triunfar, pero eso no nos satisface. Trabajamos mucho, pero no sabemos cómo ser felices. Mi madre, que es budista, aunque no practica, me dijo cuando decidí hacerme cristiana: "Nosotros, los japoneses, somos muy distintos". Pero no es verdad. Somos como los demás y necesitamos lo mismo. Muchos jóvenes japoneses buscan una razón de vivir. Si uno se toma la molestia de hablar con ellos y explicarles el cristianismo, responden.

Muchas amigas mías vienen a este centro del Opus Dei y han aprendido a buscar a Dios en todo lo que hacen. Algunas son ahora fieles de la Prelatura."

Antes de dar por terminada mi visita a Seido, uno de los profesores me enseñó todo el Instituto. Estaba lleno de estudiantes de todas las edades. Había empezado con sólo 16 alumnos, que se sentaban en el suelo, sobre esterillas, en una casa alquilada. Ahora eran 1.400. Un ala del edificio es una residencia en la que viven unos cuantos miembros del Opus Dei, numerarios y sacerdotes en su mayor parte. Además de japoneses, había varios brasileños, un norteamericano, un alemán y dos españoles. Unos eran profesores, otros administradores y otros trabajaban fuera del Instituto de idiomas.

Los residentes llevan, una vida bastante regular, salvo excepciones. Se levantan alrededor de las seis y media de la mañana y tienen media hora de oración mental en la capilla del centro antes de oír Misa. Algunos trabajan en el Instituto, otros en distintas actividades. Por la tarde, tienen otra media hora de meditación y quince minutos de lectura espiritual. Su vida, por lo demás, es muy semejante a la de cualquier familia. Hacen deporte, comen o cenan fuera, van de compras, hacen excursiones, etcétera.

Desde Ashiya viajé a Nagasaki, cuna del cristianismo en el Japón, donde los cristianos sobrevivieron a más de dos siglos de aislamiento y persecución (26 mártires de Nagasaki han sido elevados a los altares). En las afueras de la ciudad, entre la Colina de Santa María y la Colina de la Santa Cruz, al fondo del valle de los Tres Ríos, se encuentra Seido School. Rodeada de edificios de tejados rojos y situada al fondo de un empinado camino que serpentea por el valle, la escuela se alza sobre una colina de difícil acceso. Fue preciso remover la "montaña" para construir el edificio. Fue una especie de milagro que los que se lanzaron a la aventura en 1976, sin apenas recursos, lo lograran.

Sólo una tercera parte de los estudiantes de la escuela son católicos. Pronto se dividió en dos secciones, una para chicos y otra para chicas. La escuela procura promover la igualdad en todos los niveles; se sirven comidas calientes en la cafetería, para que todos, con más o menos recursos económicos, coman lo mismo. La existencia de un uniforme de la escuela obedece a la misma razón. Se conceden créditos para pagarlo y nadie es rechazado por razones económicas.

Muchos de los que dirigen Seido, aunque no todos, son miembros del Opus Dei. Uno de ellos, Saiki Tetsuya, había trabajado con una firma de decoración de interiores antes de hacerse cargo de la administración de la sección masculina. Dejar la firma supuso para él un gran sacrificio, pues los japoneses son enormemente leales a la empresa para la que trabajan; además, los miembros del Opus Dei no suelen abandonar el trabajo que tenían antes de pedir la admisión en la Obra. Pero a Saiki le entusiasmaba lo que había detrás de Seido y quería participar activamente en la escuela.

Saiki me invitó a ir a su casa, para que conociera a su mujer y a sus tres hijos, y mientras tomábamos una taza de té verde, acurrucados alrededor de una mesita muy baja, me explicó cómo había descubierto el cristianismo a través de los escritos de Monseñor Escrivá.

"Para mí, el cristianismo era como un mundo nuevo -me dijo-. Yo pensaba que las enseñanzas de Monseñor Escrivá eran bellas porque no cambiaban mi vida, pero

me cambiaron por dentro. A veces pensaba que me había ocurrido lo que a San Pablo cuando se le apareció Jesús en el camino de Damasco. Cambió toda mi perspectiva vital."

Cuando conoció el Opus Dei, Saiki era administrador y encontraba difícil su trabajo. "Pero me ayudó mucho lo que me enseñaron en el Opus Dei: a ofrecer a Dios el trabajo, a buscarle en lo pequeño, haciendo las cosas bien y siendo ordenado. Pero no se trataba tan sólo de trabajar mucho y bien, sino de una nueva manera de tratar a los compañeros de trabajo. En el Opus Dei aprendí que debía amar a los demás y tratarles con consideración y respeto. En las empresas japonesas las relaciones son muy frías. El jefe de cada sección y los empleados no. quieren tener más que un trato superficial, pero yo aprendí a interesarme por los demás y tener con ellos un trato de amistad."

Saiki me dijo también que le parecía que la mayoría de los japoneses buscan la prosperidad material por encima de todo. Por eso, a menudo, no quieren tener hijos.

El tema de la familia empezó a interesarme desde que llegué al Japón. Los problemas potenciales que debían plantearse a las familias japonesas los presentí ya en la estación de Tokio. Serían las nueve de la noche y masas de oficinistas, en apretadas filas, se precipitaban al interior de bares y restaurantes para tomar algo con sus colegas antes de partir a toda velocidad hacia sus hogares para acostarse cuanto antes. Escena que se repetiría a la mañana siguiente, pero en dirección contraria. Dado que los hombres de negocios japoneses aprovechan los fines de semana para jugar al golf, tener reuniones de negocios o establecer contactos, no es fácil que saquen tiempo para atender a sus hijos, si los tienen. Un joven, en Ashiya, me confesó entristecido que casi no conocía a su padre; era para él como un extraño. Algo que no es tan raro en el Japón. Una encuesta realizada por el gobierno en 1987 mostraba que sólo el 40 por 100 de los niños japoneses quería a sus padres. El 28 por 100 aseguraba que sus padres nunca los sacaban de paseo o jugaban con ellos. Por término medio, los padres japoneses sólo pasan media hora al día con sus hijos.

Actualmente la familia está siendo atacada desde distintos frentes, pero mucho antes de que esto sucediese, el fundador del Opus Dei destacaba la importancia de la vida de familia, en parte por su propia capacidad para captar la grandeza de la vida ordinaria. Veía en el matrimonio y en la formación de una familia algo de un significado profundísimo para la vida espiritual de los seglares. Insistía en que el matrimonio era un "camino", una vocación divina, como el sacerdocio o la vida religiosa. Los hombres y mujeres de Seido no estaban interesados tan sólo en traer vidas a este mundo; subrayaban la importancia de cada miembro de la familia, de su papel en ella. Como decía Monseñor Escrivá, el secreto de una vida de familia sana está en los pequeños detalles de cada día, no en las quimeras. "Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en el trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera; en el buen humor ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad; en el aprovechamiento también de todos los adelantos que nos proporciona la civilización, para hacer la casa agradable, la vida más sencilla, la formación más eficaz."

"Digo constantemente a los que han sido llamados por Dios a formar un hogar, que se quieran siempre, que se quieran con el amor ilusionado que se tuvieron cuando eran novios. Pobre concepto tiene del matrimonio -que es un sacramento, un ideal y una vocación-, el que piensa que el amor se acaba cuando empiezan las penas y los contratiempos, que la vida lleva siempre consigo. Es entonces cuando el cariño se enrecia. Las torrenteras de las penas y de las contrariedades no son capaces de anegar el verdadero amor: une más el sacrificio generosamente compartido. Como dice la Escritura, aquae multae -las muchas dificultades, físicas y morales- non potuerunt extinguere caritatem (Cant 8, 7), no podrán apagar el cariño."

En Japón la gente habla de los sacrificios que ha hecho por su familia, como comprar una casa más cerca de su lugar de trabajo para perder menos tiempo en los desplazamientos y dedicar más tiempo a los hijos los fines de semana.

Miembros del Opus Dei me dijeron en Nagasaki que estaban convencidos de que divulgar las alegrías de la vida de familia era una de las cosas más importantes que trataban de hacer. La directora de la escuela femenina Seido, Nakajima Kazuko, me habló de una mujer que fue a verla con un niño recién nacido en sus brazos y le dijo: "Ese niño es de Seido. Antes de traer a mis otros hijos aquí decidí no tener más hijos. Pero luego me di cuenta de lo maravillosos que son y de lo feliz que le hacen a una. Por eso, a éste le llamo él niño de Seido".

Fukahori Eiji, además de pianista de jazz y miembro del Opus Dei, es profesor en Seido. Me invitó a su casa, un hotelito de madera cerca de un canalillo, y allí hablamos largo y tendido sobre el Opus Dei y la influencia que ha tenido sobre su familia. Respecto a los hijos, me dijo: "Solía verlos como una carga, pero ahora los veo como una bendición de Dios. Tampoco me, preocupa ya cómo los sacaré adelante, pues, si Dios me ha dado siete, no es posible que me deje de la mano".

Y su esposa me dijo que su actitud al respecto había dado un giro de 180 grados. Antes se sentía desgraciada con su suerte en la vida. "No me gustaban nada las faenas domésticas, la vida del ama de casa. Pensaba que estaba perdiendo el tiempo, en gran parte porque eso era lo que la gente me decía. Pero en el Opus Dei aprendí que educar a los hijos y cuidar del hogar es lo más noble y hermoso que existe. Empecé a disfrutar con lo que hacía como esposa y madre, sobre todo porque aprendí a ofrecerlo todo a Dios. Lo cual no quiere decir que no haya contrariedades y disgustos en la vida de familia y en la educación de los hijos, pero es precisamente entonces cuando la ayuda del Opus Dei resulta enormemente valiosa. Puedo contarlo todo y recibir dirección espiritual, algo que no he encontrado en ningún otro sitio. "

Los Fukahori me enseñaron también algo que había escrito uno de sus hijos, Yoshihiki, de trece años, que estudiaba-en Seido, para un concurso de redacción:

"Hoy me gustaría hablar de los abuelos y las abuelas... ¿Estáis ahí? ¡Seguro que estáis! Siempre estáis pendientes de nosotros, vuestros nietos y nietas: cuando dormimos y cuando nos despertamos, cuando decimos tonterías y cuando nos reímos, cuando nos vamos haciendo mayores, porque queréis que seamos libres y responsables. Y todo lo hacéis con alegría en el corazón... En mi familia somos 11: mi padre, mi madre, seis hermanos y hermanas, el abuelo y la abuela. Mi padre trabaja todo el día y mi madre no se suele mover de casa. Cuatro de nosotros vamos a la escuela todos los días. El abuelo y la abuela trabajan media jornada. Somos una familia como las demás, excepto tal vez más grande, y con abuelos, que son realmente una gran ayuda para la familia. Al llegar a casa, por ejemplo, lo primero que el abuelo hace es ir a ver a mi hermanita pequeña y estar con ella un ratito. Siempre le canta la misma canción: Kita Kuni no Haru. Ella lo escucha una y otra vez, y ahora ya es capaz de cantarla con él. Nosotros la hemos oído tantas veces que también la cantamos. Todo el mundo canta Kita Kuni no Haru en nuestra familia.

Mi abuelo tiene también un huertecito en el que cultiva frutas y legumbres. Es muy generoso con los vecinos y a veces les da parte de la cosecha. No es raro oír cómo nuestros vecinos le dan las gracias. En casa, compartimos lo que él cultiva. Mi abuela, por su parte, suele llegar a casa muy cansada. Sin embargo, ayuda a mi madre en las faenas domésticas sin una palabra de queja.

Al verles ofrecer sus vidas en el pequeño y "oculto" sacrificio de cada día, me lleno de admiración y respeto. Su ejemplo, más que sus palabras, es un estímulo constante. Éste es, pues, abuelos y abuelas, un tributo de honor para vosotros por vuestro sacrificio silencioso, por todo cuanto habéis soportado por nuestro bien y nuestro bienestar. Muchas gracias. Os. aseguro que vuestro sacrificio no ha sido vano."

Este ingenuo y sencillo relato refleja algo esencial del espíritu del Opus Dei, perfectamente captado por el joven Fukahori: la importancia del trabajo ordinario, del esfuerzo diario con vistas_ a crear un ambiente grato en la vida de familia. Evidentemente, la preocupación por la familia no es algo exclusivo-del Opus Dei, ni siquiera de los cristianos. Lo que sí es característico -del Opus Dei es considerar la vida de familia como un medio de santificación, de crecimiento, espiritual; lo cual quiere decir que los cristianos corrientes no sólo se acercan a Dios cuando hacen un retiro espiritual o rezan en una iglesia, sino también cuando se esfuerzan por crear un auténtico ambiente de familia en su propio hogar. En este aspecto, como en otros muchos, el Opus Dei es, en esencia, un camino de santidad para el hombre de la calle.

Al final de mi estancia en el Japón, acudieron a mi mente unas palabras que San Francisco Xavier escribió en 1549, a poco de llegar al país del Sol Naciente: "Las gentes que hemos encontrado hasta ahora son las mejores de cuantas hemos conocido... Son muy educadas, buenas de ordinario, nada maliciosas; los varones son hombres de honor hasta un extremo que maravilla y aprecian el honor por encima de todo en este mundo".

Teniendo en cuenta estas virtudes, ¿qué podía ofrecer el cristianismo a los japoneses? Varios conversos me hablaron de lo que más apreciaban de su nueva fe y de lo que el pueblo japonés podía ofrecer. Uno me dijo que creía que los japoneses eran ya cristianos de corazón en muchos aspectos y que tal vez por eso pensaban que no necesitaban el cristianismo, pues, al fin y al cabo, muchos cristianos carecían de las virtudes que ellos tenían. Sin embargo, me hizo notar que lo que les faltaba a los japoneses era sentido sobrenatural, capacidad para centrar sus acciones en Dios. Aunque algunos tenían conciencia de la existencia de Dios, para ellos no era, como para los cristianos, padre amoroso de los hombres -sujeto y objeto de amor-, ideas difíciles de entender para los japoneses. "Pueden comprender que sea poderoso, pero no que sea Amor y que uno se pueda unir a Él mediante el amor que pone en todo lo que hace -me dijo-. Algo que el Opus Dei me ha ayudado a comprender y de lo que los japoneses no son conscientes."

Una mujer mencionó la escasa capacidad para hacer frente al sufrimiento. En las religiones orientales, la búsqueda de la paz espiritual, de la quietud, es absoluta. Por eso hay tantas imágenes de Buda en reposo o meditando en pacífica soledad. En este contexto, el sufrimiento humano se presenta como un obstáculo. La mujer a la que me refiero me habló de su padre, que había muerto hacía tres años. Era un hombre bueno, un budista practicante con altos principios morales. No se sentía próximo al cristianismo, pero contrajo un cáncer que le hacía sufrir muchísimo, y no cesaba de preguntarse por qué tenía que padecer tantos dolores. Pensaba que había procurado ser bueno y no comprendía por qué le sucedía eso. "A todos nos pasa lo mismo, cuando sufrimos -me dijo su hija-. Nos preguntamos por qué y buscamos una explicación. No creo que se pueda encontrar fuera del cristianismo."

Con distintos matices, todos aquellos con quienes hablé coincidían en una cosa con Mitsui Takeshi, un ingeniero eléctrico de Mitsubishi, en Tokio, quien me dijo que lo más importante que el Opus Dei tenía que ofrecer a. los japoneses era una comprensión clara de la contemplación en la vida ordinaria. "Generalmente, nosotros, los laicos, no somos capaces de encontrar el camino ideal hacia el cristianismo. Creo que el concepto de contemplación no es fácil de captar para la gente corriente, pero es necesario. En primer lugar es importante tener orden en la vida, hacer un buen uso del tiempo, y luego tener espíritu de contemplación en el trabajo y en la vida de familia. Contemplación significa intimidad con Dios, trato mutuo. Algo difícil, pero atractivo. Sin contemplación, la vida diaria resulta dura, pero con ella todo se suaviza, aunque las cosas se tuerzan."

Así pues, para los japoneses, descubrir el cristianismo a través del Opus Dei significa descubrir, entre otras cosas, el valor sobrenatural de la vida corriente. Lo esencial es el compromiso de ser contemplativo en medio del mundo. Esto, sobre todo, era lo que buscaba Monseñor Escrivá cuando fundó el Opus Dei: abrir un camino -no el único, pero sí un camino- por el que la gente pudiese ser contemplativa en y a través de su vida de trabajo ordinario.

Cuando a algunas personas se les dice que ofrezcan su trabajo a Dios, a veces dicen, despreocupadamente: "De acuerdo. ¿Y qué más?" Pero Monseñor Escrivá insiste: "Ocúpate de tus deberes profesionales por Amor: lleva a cabo todo por Amor, insisto, y comprobarás -precisamente porque amas, aunque saborees la amargura de la incomprensión, de la injusticia, del desagradecimiento y aun del mismo fracaso humano- las maravillas que produce tu trabajo. ¡Frutos sabrosos, semilla de eternidad! "

Esta convicción la comparten todos los miembros del Opus Dei con los que he hablado, en distintos países del mundo. A cada uno de ellos el Opus Dei les inspiraba algo distinto, pero en todos encontré el mismo espíritu; un espíritu difícil de expresar con ideas, pues hay que verlo encarnado en la vida de sus miembros. Por eso, donde mejor se aprecia ese espíritu es en la vida de su fundador.