5.3. Lourdes, 3 de octubre de 1972

"Al paso de Dios" es una biografía de San Josemaría escrito por François Gondrand

El avión en que viaja el Padre acaba de aterrizar en el aeropuerto de Tarbes y algunos de sus hijos franceses y españoles han acudido para saludarle antes de que continúe viaje a Hendaya, camino de España. Piensa pasar varias semanas en la Península Ibérica y ver a muchas personas. Antes, el 7 de octubre, presidirá en Pamplona una ceremonia durante la cual concederá el título de doctor honoris causa por la Universidad de Navarra a un alemán, Erich Letterer, profesor de Medicina; a un español, historiador del arte, el Marqués de Lozoya; y a un francés, el profesor Ourliac, catedrático de Historia del Derecho y miembro del Instituto de Francia.

Ante la basílica de Lourdes, adonde se ha trasladado enseguida, Mons. Escrivá de Balaguer habla de los "milagros" que ya han empezado a producirse en Torreciudad, al otro lado de los Pirineos, a pesar de que el nuevo santuario y los edificios anejos no están todavía terminados: confesiones, conversiones, decisiones de entregarse más plenamente al Señor... Todos esos milagros de la gracia con los que él soñaba cuando dio vía libre al comienzo de las obras.

Con paso decidido, el Padre se dirige a la gruta. Como siempre que visita Lourdes, se detiene a beber en la fuente milagrosa; luego, se encamina al lugar de las apariciones, donde va a comenzar un acto de culto y, en cuanto divisa la imagen de la Virgen, se arrodilla en el suelo. Tras unos momentos de intensa oración, atraviesa de nuevo la explanada.

Acto seguido, el Padre se despide de sus hijos franceses y sube al automóvil.

Antes de beber el agua milagrosa, ha dicho a los que le rodean que no quería pedirle nada personal a la Virgen, ni siquiera su salud. No les extraña, porque sus hijos conocen bien el motivo de esta visita a Lourdes, donde el 11 de diciembre de 1937 había celebrado misa tras aquel dramático paso de los Pirineos. Es el mismo motivo de sus otras peregrinaciones a este mismo santuario, y al de Sonsoles, en Ávila, y al Pilar de Zaragoza, y a la basílica de Nuestra Señora de la Merced, en Barcelona, y a los Santuarios de Einsiedeln, en Suiza, y de Loreto, en Italia... Y Torreciudad, en 1970, y Fátima, en Portugal, y Guadalupe, en México...

Lo que pide a la Señora en esos famosos lugares de peregrinación es la paz de la Iglesia, la paz del mundo, la perseverancia de sus hijos e hijas, la fecundidad de los apostolados de la Obra...

Ahora más que nunca, su principal preocupación es la situación de la Iglesia. Ello le lleva a intensificar sus ansias de reparación y a reforzar la fe de sus hijos, tanto de los que le visitan en Roma como de los que encuentra en sus desplazamientos. Antes, habitualmente se reunía con grupos no muy numerosos; ahora, se siente urgido a hablar de Dios de manera directa al mayor número posible de personas, para que profundicen en su vida cristiana. Pero, como para él, el apostolado tiene que ser -como había escrito en Camino- fruto de la oración, que se avalora con el sacrificio, repite con frecuencia las palabras de una oración litúrgica que ya utilizaba desde su juventud: "Ure igne Sancti Spiritus..." Señor, abrásanos con el fuego de tu Santo Espíritu, quema nuestras entrañas y nuestros corazones...

Este deseo se nutre en él con la búsqueda de una mayor intimidad con la Sagrada Familia de Nazaret, a la que invoca como la trinidad de la tierra.

Si nosotros queremos tratar al Señor y a nuestra Madre del Cielo, hemos de aprender de José.

Al lado de San José, su alma se encuentra más cerca de María, y también de Jesús, el Dios hecho Hombre, quien, a su vez, le introduce en el misterio de la Santísima Trinidad. Así es como va, según sus propias palabras, de la trinidad de la tierra a la Trinidad del Cielo, siguiendo ese camino de infancia espiritual del que han hablado los grandes místicos. Un camino que, por su difícil facilidad, el alma ha de comenzar y seguir llevada de la mano de Dios, y que requiere la sumisión del entendimiento, más difícil que la sumisión de la voluntad.

Es cristo que pasa

Los temas de su predicación más reciente reflejan claramente los puntos clave de su vida interior: la Iglesia, su fin sobrenatural, la necesidad de que sus hijos sean fieles, el abandono en manos de Dios.

Algunas de las homilías que ha ido pronunciando en distintas fiestas litúrgicas se han ido editando en diversos idiomas durante los últimos años, y para el primer trimestre de 1973 está prevista la aparición, en un solo volumen, de dieciocho de ellas, con el título de Es Cristo que pasa.

En efecto: Mons. Escrivá de Balaguer se esfuerza constantemente por acercar al Señor a las plazas y a las calles de todos los pueblos y ciudades del mundo, consciente de que, en esta época que nos ha tocado vivir, los hombres que deambulan por ellas sienten un gran vacío espiritual y, a veces, se obstinan en no encararse con Cristo y encontrar así la respuesta definitiva a las preguntas que se hacen.

La experiencia de nuestra debilidad y de nuestros fallos, la desedificación que puede producir el espectáculo doloroso de la pequeñez e incluso de la mezquindad de algunos que se llaman cristianos, el aparente fracaso o la desorientación de algunas empresas apostólicas, todo eso -el comprobar la realidad del pecado y de las limitaciones humanas- puede sin embargo constituir una prueba para nuestra fe y hacer que se insinúen la tentación y la duda: ¿dónde están la fuerza y el poder de Dios? (...) Pero el Espíritu Santo continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo para que sea -siempre y en todo- signo levantado entre las naciones, que anuncia a la humanidad la benevolencia y el amor de Dios (...) No se ha hecho más corta la mano de Dios (Is., LIX, 1): no es menos poderoso Dios hoy que en otras épocas, ni menos verdadero su amor por los hombres. Nuestra fe nos enseña que la creación entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena.

Un acto de confianza

Aunque no deja de sufrir por el mal que causan a las almas las desviaciones doctrinales que se producen en tantos sitios, el Fundador del Opus Dei encuentra en su fe fuerza para renovar su optimismo operante. Las grandes crisis de la historia le han parecido siempre como otras tantas llamadas que Dios dirige a los hombres, para que se enfrenten a la verdad; y como ocasiones, que se nos ofrecen a los cristianos, para anunciar con nuestras obras y con nuestras palabras, ayudados por la gracia, el Espíritu al que pertenecemos. Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo...

Dos años después de haber pronunciado estas palabras -el 30 de mayo de 1971, domingo de Pentecostés-, Mons. Escrivá de Balaguer ha consagrado la Obra al Espíritu Santo en el oratorio del Consejo General, donde unas vidrieras situadas detrás del Sagrario representan la venida del Paráclito sobre el colegio apostólico: Dios Espíritu Santo (...) que has dado siempre a la Iglesia tu paz, tu gozo y tu consuelo, en medio de tantas contradicciones, confirmando nuestra fe, sosteniendo nuestra esperanza, encendiendo nuestro amor: concédenos tu don septiforme, para que en nuestra vida entera, en nuestras obras, en nuestro pensamiento, en nuestra palabra, halle también sus complacencias Nuestro Padre que está en los Cielos, Dios eterno, Uno y Trino.

Te rogarnos que asistas siempre a tu Iglesia, y en particular al Romano Pontífice, para que nos guíe con su palabra y con su ejemplo, y para que alcance la vida eterna junto con el rebaño que le ha sido confiado; que nunca falten los buenos pastores y que, sirviéndote todos los fieles con santidad de vida y entereza en la fe, lleguemos a la gloria del Cielo.

Importunar día y noche al Señor en la oración para forzarle a intervenir, reparar todo el mal que él constata mediante una penitencia más intensa, es lo único que el Padre puede hacer. Todo le impulsa a acrecentar la formación personal de sus hijos y a estimularlos a ampliar más y más el radio de su apostolado personal. Y, siempre que puede, a tomar parte en ese empeño, dirigiéndose personalmente a todos aquellos que quieran escucharle...

Dos meses de catequesis

Su visita a España, debida en principio a los actos que van a tener lugar el 7 de octubre en la Universidad de Navarra, le permitirá también recordar a muchos las verdades fundamentales de la fe, porque, para él, todos los apostolados del Opus Dei se reducen a uno solo: dar doctrina, luz.

Tras abandonar Pamplona, el 10 de octubre, el Padre recorre España y Portugal, reuniéndose, en dos meses, con unas ciento cincuenta mil personas de toda clase, edad y condición: Bilbao, Madrid, Oporto, Lisboa, Jerez, Valencia, Barcelona... Los lugares son muy diversos: aquí, un gimnasio convertida en salón de actos, allí un anfiteatro, allá una sala de proyección... Y en Jerez, un antiguo lagar cubierto ahora con una gran lona...

En todas partes, los miembros de la Obra, sus familias, los cooperadores, los amigos, acogen al Padre con el mismo cariño y escuchan, con alegría, cómo les confirma en la fe y les exhorta a tender cada día, con renovado empeño, hacia esa santidad a la que todo cristiano está llamado en razón de su bautismo.

En cuanto llega a un sitio, los asistentes quieren mostrarle su cariño y agradecimiento estallando en aplausos, pero él les detiene con expresivo gesto:

-Habéis aplaudido, y a mi no me va; porque la gente que nos viera creería que esto es una muchedumbre, y en realidad somos una familia, una familia muy unida.

Abordando inmediatamente el tema que le interesa, comenta algún pasaje del Evangelio o un aspecto de la vida cristiana, siempre muy brevemente; luego, pide a los asistentes que le pregunten lo que quieran.

El ambiente se caldea. Cada cual le plantea lo que más le preocupa y el Padre se emociona, pues de esas preguntas tan espontáneas deduce que quienes están presentes desean vivir su vida cristiana con mayor exigencia. Los más jóvenes le preguntan qué pueden hacer para perseverar en la vida interior, cómo ofrecer mejor a Dios sus horas de estudio, cómo hacer que sus amigos vivan con más autenticidad su cristianismo, cómo santificar el amor humano... Los casados, la manera de santificar la vida conyugal, educar mejor a sus hijos, hacer compatibles las obligaciones profesionales con el apostolado y los deberes familiares...

Es patente que la labor apostólica del Opus Dei ha impregnado todas las capas de la sociedad y gentes de todas las edades. El Padre comprueba que los que le rodean -muchos de los cuales no pertenecen a la Obra- procuran vivir su fe sin complejos y, al mismo tiempo, sin ostentación ni agresividad, con una voluntad resuelta de mejorar y de hacer partícipes a los demás de las riquezas sobrenaturales adquiridas.

En sus respuestas, trata de reforzar esas buenas disposiciones con un don de lenguas que le pone a la altura de su interlocutor, utilizando palabras adecuadas y frases que conmueven. Todos y cada uno de los presentes se sienten implicados, no sólo quien ha hecho la pregunta, aunque éste haya sido respondido con mayor profundidad y precisión de lo que esperaba, sobre todo si no conocía al Padre.

Al final, los asistentes salen confirmados en su fe, dispuestos a profundizar en ella y a no contentarse con "la fe del carbonero"; resueltos, también, a frecuentar los sacramentos y a recibirlos con más fervor, a participar con mayor intensidad en el Santo Sacrificio de la Misa, el centro y la raíz de la vida interior, de donde se sacan fuerzas para ejercer ese "sacerdocio real" que es propio de todos los fieles, según la expresión de San Pedro.

Para que se comprenda mejor su mensaje, el Padre recurre con frecuencia a imágenes y anécdotas de la vida real.

-Nosotros tenemos (...) la oración, que es un hilo directo con Dios nuestro Señor, un trato personal, sin anonimato. Cuando hablan del "teléfono rojo" que hay entre los rusos y los americanos, me divierto mucho, porque vosotros y yo tenemos uno de platino. Si no estamos cerca del Sagrario para hablar con Jesucristo nuestro Señor, que se encuentra allí realmente presente, basta que nos metamos dentro de nosotros mismos, y mejor sobre nosotros mismos: Josemaría se pone encima de sí mismo para pisarse, porque sabe que no es nada, que no vale nada, que no tiene nada. Pero dentro del corazón, si no lo echo por el pecado mortal, sé que habita el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo. Somos tabernáculos de la Trinidad Beatísima, podemos ponernos inmediatamente en contacto con el Señor, sin que los demás lo noten, y decirle cosas de amor, actos de desagravio, peticiones de ayuda, porque somos flacos. Yo lo soy más que ningún otro; por eso me apoyo continuamente en vosotros.

Cuando voy a hacer mis ratos de oración, suelo decir al Señor: "ne respicias peccata mea!"; pero mira las virtudes de todos mis hijos, mira esos miles de almas entregadas a Ti, que hay en todo el mundo...

Un tesoro para compartir

Todos se dan cuenta de lo que hace el Padre cuando habla en esas reuniones de familia, y por eso, a veces, el silencio se adensa: levantar un poquito el velo que oculta su vida interior y manifestar, con sencillez, algunos de los "trucos" que utiliza para mantener la unión con Dios. Todo, con objeto de animar a los oyentes a seguirle por ese camino.

A veces, da a su interlocutor un consejo preciso. Si alguien le pregunta, por ejemplo, cómo hacer para mantener durante todo el día un diálogo contemplativo con Dios, el Padre le invita a recogerse interiormente, unos instantes, sin que nadie lo note, cuando está trabajando, cuando camina por la calle, cuando está reunido en el hogar con su mujer y sus hijos. Más aún: le aconseja que busque la intimidad con el Espíritu Santo en la humildad. Eso te llevará -le dice- a colocarte encima de ti mismo, pisoteándote con el deseo; porque tú y yo, ¿qué somos, hijo mío, sino barro de botijo? No valemos nada, ni podemos nada, ni somos nada. Y en cambio, somos trono de Dios, de la Trinidad entera.

A otro padre de familia que le ha preguntado cómo puede aumentar su fe en la Eucaristía, después de responderle detenidamente, termina diciéndole:

-La segunda Persona de la Santísima Trinidad, que asumió carne mortal -igual a la nuestra en todo, menos en el pecado-, con un corazón que latía abundantemente, ha querido quedarse como alimento nuestro (...) Se ha quedado inerme, escondido en las especies sacramentales, sin defensa. Pero espera el amor tuyo y el mío. ¿No te mueve esto a quererle de verdad? ¿No te mueve a irte con el deseo a todos los sagrarios de la tierra, y decirle: Señor, aquí estoy, te amo? ¡Dile esas cosas con tu corazón de hombre fuerte, duro! No busques las palabras, como no las escoges cuando hablas con tu mujer, con tus hijos, o con las personas que quieres, ni cuando haces un rato de oración todos los días. Piensa que quizá nunca como ahora han maltratado a Jesús en el Santísimo Sacramento del altar. Y deja que tu oración marche...

Oración, vida interior. Ser tanto más contemplativo en cuanto que, por la situación en el mundo, se es más activo. Y así, transformar la propia vida, hacer endecasílabos de la prosa de cada día.

En Barcelona, el Padre exhorta a un cirujano a mantenerse constantemente en presencia de Dios durante su trabajo, desde el momento que se pone los guantes de goma hasta que se los quita. Y para que se dé cuenta de hasta qué punto puede elevar su trabajo a un plano sobrenatural, compara su labor, tan en contacto con el dolor humano, a la del sacerdote.

El cirujano asiente con una sonrisa y agradece al Padre su consejo, que viene a unirse a los que ha dado a una enfermera, a un empresario, a una empleada de hogar... Porque todo trabajo útil para la sociedad es noble y santificable por naturaleza. Tal es la causa de que las enseñanzas del Padre lleguen a todo el mundo, desde la sirvienta orgullosa de su trabajo, del cual hace una verdadera profesión, hasta el catedrático de Universidad que debe ver en el esmero con que prepara sus clases el mejor medio de acercarse a Dios y acercar a los alumnos, tan sensibles a la seriedad y prestigio de quienes les enseñan.

De esta forma prosigue, con el enlazar de estos temas de siempre, una correría apostólica que lleva al Fundador del Opus Dei de ciudad en ciudad, no sólo en esta España que en los comienzos de su labor apostólica ya había recorrido de punta a punta, sino también en Portugal.

Porque los tiempos han cambiado, pero las necesidades de las almas siguen siendo las mismas, y Monseñor Escrivá de Balaguer parece infatigable. Apenas concluida una reunión, ya piensa en la siguiente... Y es que quiere aprovechar al máximo las semanas que va a pasar fuera de Roma.

Lealtad a la Iglesia

El Padre pide vehementemente a sus oyentes que, en esta época en que la desobediencia es moneda corriente, sean fieles a la Iglesia, al Papa, a su propia vocación:

-Es tiempo de deslealtad, de traición, de herejía. Y las herejías salen de las bocas que deberían decir la verdad; gentes que habían de dar testimonio de la fe y dan testimonio de la duda; personas que deberían ser la fortaleza para los demás y son la debilidad; almas que, según el Evangelio, tendrían que ser la sal de la tierra, y son la corrupción del mundo.

La actitud de ciertos sacerdotes le hace sufrir mucho, aunque -precisa- no conoce a ningún sacerdote que sea malo. Lo que pasa es que algunos están un tanto confusos, como "enfermos": Hay sacerdotes que, en lugar de hablar de Dios, que es de lo único que tienen obligación de tratar, hablan de política, de sociología, de antropología. Como no saben una palabra, se equivocan; y, además, el Señor no está contento. Nuestro ministerio es predicar la doctrina de Jesucristo, administrar los sacramentos y enseñar el modo de buscar a Cristo, de encontrar a Cristo, de alcanzar a Cristo, de amar a Cristo, de seguir a Cristo. Lo demás no es cosa de nuestra incumbencia.

En Bilbao, pide a un grupo de hijos suyos sacerdotes que traten con el máximo respeto a Jesús Sacramentado y celebren con unción la Santa Misa, comunicando a los fieles, con su actitud, sus propios sentimientos:

-¡Por el amor de Dios! Sed sacerdotes, buscad el trato directo con Cristo. ¿No veis que algunos se ponen en mangas de camisa, de cualquier forma? Vosotros revestios con todos los ornamentos, bien limpios, y celebrad el Santo Sacrificio sin prisas, que ahora tienen prisa para todo. No la tienen para comer, ni para divertirse, ni para sus amoríos: sólo para las cosas de Dios... Luego haremos una espléndida labor, si hemos sabido no tener prisa, porque verdaderamente, "in persona Christi", realizamos una honda tarea sacerdotal.

A estos mismos sacerdotes, les repite lo que ya ha expresado en múltiples ocasiones y repetirá luego ante hombres y mujeres de todas las edades:

-Hermanos, si nosotros no nos empeñamos en estar unidos en la oración y en el cariño, en la caridad de Cristo, todo esto se precipitará. Amemos al Papa actual y también al que va a venir...

Alude a las referencias que hace Pablo VI sobre quienes destruyen la Iglesia desde dentro, pero expresa también sus razones para tener esperanza:

-Lo que está sucediendo ahora en la Iglesia y en el mundo no lo entendemos mucho, pero será un bien para la humanidad. Además, me gusta pensar que así como detrás de la noche oscura viene el día claro, seguramente estamos ya muy cerca de la alborada...

Y revelando una invocación que suele hacer cuando piensa en la situación de la Iglesia, añade: ¡Madre mía, Madre nuestra, dígnate acortar el tiempo de la prueba!

Siempre que pronuncia estas palabras, su alma se llena de paz, como si le proporcionasen la certeza de que, como dijo Jesús a Pedro, "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mat. XVI, 18).

El apostolado de la confesión

Una de las cosas que más hacen sufrir al Padre desde hace algunos años es que no faltan en la Iglesia quienes tratan de poner entre paréntesis el Sacramento de la Penitencia.

Un Dios que nos saca de la nada, que crea, es algo imponente. Y un Dios que se deja coser con hierros al madero de la cruz, por redimirnos, es todo amor. Pero un Dios que perdona es padre y madre cien veces, mil veces, infinitas veces.

Para las personas bien constituidas psicológicamente, la confesión

-además de un don de Dios, porque es un Sacramento instituido por Jesucristo- es también un motivo de felicidad, de paz, de consuelo.

El Padre pide insistentemente a todos que animen a sus amigos a confesarse con frecuencia. Algunos dicen que han perdido la fe, pero, ¿no será que tienen en el alma como una costra grasienta que les impide percibir las insinuaciones del Espíritu Santo?... En el Sacramento de la Penitencia recibirán un buen baño que los limpiará y les dará la fuerza necesaria para volver a vivir cristianamente.

A los jóvenes, los "contestatarios", los de la generación de la protesta, les incita a rebelarse contra todo lo que envilece al hombre y le coloca al nivel de las bestias. Les invita a luchar día a día, con la ayuda de la gracia, para vencer en esas pequeñas cosas que templan la voluntad, como los deportistas que se entrenan con constancia para mejorar sus propias marcas. Los Juegos Olímpicos celebrados recientemente en Munich le suministran comparaciones que dan en el blanco. Cuando explica que la vida espiritual es lucha y, como el deporte, exige esfuerzo y entrenamiento para vencer los obstáculos, o cuando imita los gestos del atleta que se dispone a saltar, las miradas atentas de los reunidos le revelan que le han entendido perfectamente.

El Padre suele prolongar su diálogo con los asistentes a esas tertulias de familia -como él las llama- durante tres cuartos de hora, más a veces. Antes de despedirse, extendiendo las manos, pide a todos que recen por él:

-Rezad por mí, que lo necesito mucho..., que recéis por mi, como una limosna que me hacéis.

Así el Señor le hará conformarse con lo que quiere ser: un servidor bueno y fiel, un buen canal de la gracia de Dios.

¿Setenta años? ¡No! Siete...

Cuando regresa a Roma, no acusa fatiga, a pesar del mucho trabajo que ha realizado, y se ha quedado con el gozo de haber podido insuflar un poco más de vigor y de optimismo a miles y miles de hombres y mujeres.

Ha podido comprobar también cómo se han ido extendiendo los apostolados de la Obra. Cerrando los ojos, vuelve a contemplar tantos rostros nuevos que han venido a unirse a los que ya le eran familiares; rostros que, para él, son como otras tantas intenciones por las que ofrecer cada día la tarea en apariencia monótona que es la suya, allí, en aquella casa que es como el corazón de la gran familia del Opus Dei.

Desde que el 9 de enero de 1972 ha cumplido los setenta años, se niega cada vez más a considerarse viejo. Gasta bromas con sus años, diciendo que el cero está de más y que le basta con el siete. En la historia de la Iglesia hay muchas almas santas que han sabido, siendo ya viejos, hacerse niños, por caminos muy diversos. ¿No os parece lógico que os diga que no quiero cumplir más que siete años? Tengo la esperanza de que el Señor me irá concediendo, por dentro, lo que le he pedido...

Cuando tenga que hacer alusión a su edad -comenta- dirá que sólo tiene siete años. Y así lo hace, provocando el regocijo de quienes le oyen.

La muerte de un hijo mayor

Algún tiempo después de su regreso a Roma, el corazón del Padre sufrirá un nuevo golpe. Hacía meses que aguardaba la noticia de la muerte de don José María Hernández de Garnica, uno de los primeros miembros de la Obra, que había abierto camino en Irlanda, en Inglaterra y en Francia, y luego en Alemania y en Austria.

Un cáncer de bulbo raquídeo le había provocado una parálisis progresiva que, en los últimos meses, se había agravado. Durante su estancia en España, no había cesado de pensar en él, pidiendo al Señor un milagro. Cuando el Fundador le había visitado, en un Centro del Opus Dei en Barcelona, había tenido que hacer un esfuerzo para no romper a llorar en su presencia.

Don José María había muerto ofreciendo sus sufrimientos por la Iglesia y por la Obra, con una gran paz, confirmando así lo que le gustaba repetir al Padre: que el Opus Dei es el mejor sitio para vivir y el mejor sitio para morir.

Don José María era uno de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei ordenados en 1944. Punto de arranque de una línea ininterrumpida que aumenta de año en año...

Nuevas ordenaciones

En el verano de 1973, cincuenta y un miembros de la Obra, todos ellos, como sus predecesores, con un título civil superior y con varios años de ejercicio profesional, son ordenados sacerdotes. Pensando en ellos y en quienes les han precedido y les seguirán, el Padre predica, el viernes de Pasión, sobre el tema del sacerdocio.

Quiere que los sacerdotes sean sacerdotes cien por cien. Algunos autores dicen que hay que buscar la identidad del sacerdote, pero para el Fundador del Opus Dei la identidad del sacerdote es la de Cristo.

Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya "alter Christus", sino "Ipse Christus": otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental. Es "el sacerdocio ministerial".

¿Qué le pide al sacerdote? Que aprenda a no estorbar la presencia de Cristo en él.

***

El 25 de junio de 1973, poco después de que el Papa anunciara el próximo "Año Santo", el Padre evoca ante Pablo VI esas futuras ordenaciones. La audiencia dura casi hora y cuarto. Mons. Escrivá no ignora que el Santo Padre sufre mucho con las tensiones surgidas en la Iglesia. Por eso, como un buen hijo, procura llevarle el consuelo de algunas buenas noticias: anécdotas que ilustran el desarrollo de los apostolados de la Obra y el bien que se hace a muchas almas en aquellos países donde trabajan sus hijos y sus hijas. Porque, desde hace años, no ha cesado de recibir noticias sumamente alentadoras de los cinco continentes. Entre ellas, las de aquellos países donde acaba de establecerse el Opus Dei: de Nigeria, donde la guerra de Biafra acaba de terminar; de Bélgica, de Puerto Rico...

A pesar de la fecundidad de esos apostolados, Mons. Escrivá de Balaguer no olvida que debe procurar a toda costa que sus hijos sean fieles a la doctrina cristiana y al magisterio de la Iglesia.

Tiempo de prueba -les escribe el 28 de marzo de 1973, aniversario de su propia ordenación sacerdotal- son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna. Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora.

Pero el Padre no se deja ganar por el desaliento. Basta, simplemente, con no dejarse llevar por las modas pasajeras y las corrientes de pensamiento... Vivamos de cara a la eternidad (...) Los días aquí son pocos y urge trabajar en la tarea de la salvación sin perder un momento, ahogando el mal en abundancia de bienes.

En su tarea de gobierno, tiene la obligación de actuar de manera que sus hijos no se vean afectados por esa desorientación que se apodera de muchos fieles.

Pero no se limita a tomar medidas en ese sentido. Como la confusión aumenta, arde en deseos de reanudar en otros países la catequesis iniciada años antes, aunque la haya continuado, de hecho, con nutridos grupos de estudiantes de diversas nacionalidades durante la Semana Santa y a lo largo de todo el año, recibiendo a muchísimas personas de todas las razas. Por eso, respondiendo a las insistentes peticiones de sus hijos de América, el 22 de mayo de 1974, unos días después de haber entregado, en Pamplona, el título de doctor honoris causa por la Universidad de Navarra a Mons. Hengsbach, Obispo de Essen, y al Dr. Lejeune, profesor de genética fundamental en la Facultad de Medicina de París, Mons. Escrivá de Balaguer emprende vuelo rumbo a Sudamérica.