4.8. Roma, 28 de marzo de 1950

"Al paso de Dios" es una biografía de San Josemaría escrito por François Gondrand

Rodeado de sus hijos que están en Roma, siguiendo la costumbre de ocultarse y desaparecer, el Padre celebra el veinticinco aniversario de su ordenación sacerdotal.

Muchos recuerdos vienen a su memoria: los primeros barruntos de la Obra, en 1917 y 1918; el seminario de Logroño y luego el de Zaragoza; la ordenación, los primeros años de ministerio sacerdotal y, finalmente, aquel 2 de octubre de 1928 en Madrid, cuando vio en su plenitud lo que Dios quería que hiciese; los comienzos de la Obra; la búsqueda de las almas, una a una, para transmitirles la llamada divina; la falta de decisión de unos, la respuesta generosa de otros, la fidelidad de los primeros...

Y he aquí que, ahora, la cosecha apunta ya en muchos lugares de dos continentes, mientras prosigue la siembra en otros países. ¿Cómo no dar a Dios gracias encendidas?

Como ocurre en todas las familias -y la Obra es una familia de vínculo sobrenatural- los hijos y las hijas sólo conocen a medias lo que ha costado todo eso. Pero no le gusta referirse a ello:

¡Sacrificio, sacrificio! -Claro que seguir a Jesucristo -lo ha dicho Él- es llevar la Cruz. Pero no me gusta oír hablar tanto de cruces y de sacrificio a las almas que aman al Señor; porque, cuando hay Amor, el sacrificio es gustoso -aunque cueste- y la Cruz es la Santa Cruz. -El alma que sabe amar y entregarse así está llena de alegría y de paz. Y entonces, ¿por qué hablar de sacrificio, como buscando un consuelo, si la Cruz de Cristo, que es tu Vida, te hace feliz?.

Ha terminado por ceder al deseo de sus hijos, especialmente de don Álvaro, que querían grabar una lápida -de acuerdo con las costumbres romanas- de sus bodas sacerdotales, pero con una condición: que se ponga en lo alto de la inscripción un borrico... Este borriquillo de noria o ese burro sarnoso bajo cuya figura se ve cuando se dirige a Dios...

Dos etapas jurídicas importantes

Las gestiones previas a la definitiva aprobación pontificia siguen su curso. La documentación presentada por el Fundador de la Obra es estudiada varias veces por grupos de expertos de la Curia romana: primero por una comisión de consultores y luego por el Congreso plenario. Mons. Escrivá de Balaguer hace hincapié en que el decreto de aprobación definitiva tenga en cuenta las características propias del espíritu y de los apostolados del Opus Dei. Entre otros puntos, insiste en que los no católicos, e incluso los no cristianos, puedan ser admitidos como cooperadores de la Obra -no como miembros- y quedar así unidos a su labor apostólica.

"Monseñor, ¡usted siempre pide cosas nuevas!", le han dicho la primera vez. Porque, ciertamente, la Santa Sede nunca ha admitido que una institución católica incorpore de alguna manera a sus apostolados a personas que no forman parte de la Iglesia. Hasta que, tras una actitud dilatoria, que él considera ya como una aceptación implícita, llega la respuesta positiva.

Otro de los deseos del Fundador es lograr que puedan incorporarse a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz sacerdotes diocesanos formados en los seminarios e incardinados en sus respectivas diócesis.

¿Qué estoy haciendo por mis hermanos sacerdotes?, se pregunta con frecuencia, pues su preocupación por la vida espiritual de los mismos viene de muy lejos. Un sacerdote -recuerda- no se salva ni se condena solo... Desde su época en el Seminario de Zaragoza, conoce la generosidad y el amor de Dios que tienen muchos de sus hermanos en el sacerdocio y desea ardientemente poder ayudarles en una tarea que ellos, con frecuencia, realizan con un heroísmo silencioso.

Le lleva a ello la altísima idea que tiene del sacerdocio ministerial; no en vano, cuando predicaba a sus hermanos sacerdotes en los años cuarenta, solía permanecer de rodillas ante el altar cuando se refería a este tema.

El Fundador está convencido de que la espiritualidad del Opus Dei puede contribuir mucho a que esos sacerdotes se santifiquen en su estado. Pero, ¿cómo incorporarles a la Obra sin alejarles de las diócesis en que trabajan y sin modificar en nada las relaciones y los lazos que les unen a sus obispos respectivos? Las sugerencias que le han hecho algunos expertos en Derecho canónico, así como diversas personalidades de la Curia, no le han parecido satisfactorias. Así, pues, continúa buscando una fórmula, como había hecho hasta el 14 de febrero de 1943, cuando vio cómo tenía que resolver la ordenación de sacerdotes en el Opus Dei.

Con todo, le acucia la urgencia de solucionar este asunto. Siente como si Dios le pidiese hacer algo, y pronto... Por eso, en 1949, después de haberlo madurado en la oración y a pesar del desgarramiento interior que supone para él, había llegado a la conclusión de que sería preciso hacer una nueva fundación orientada específicamente a ayudar a los sacerdotes. Aunque eso significaba, tal vez, tener que abandonar el Opus Dei, la Santa Sede, hecha la correspondiente consulta, le había autorizado a llevar a cabo una nueva fundación.

Inmediatamente, había informado de su decisión a los miembros del Consejo General de la Obra, los cuales, aunque conmovidos y abrumados ante tal determinación, habían decidido respetar la voluntad del Padre.

Mientras se preparaba para dar ese paso, no sin seguir dando vueltas a otras posibles soluciones, había descubierto, de repente, la manera de asociar a los sacerdotes diocesanos a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, sin necesidad de fundar nada nuevo.

La solución, que durante tanto tiempo había buscado y nadie le había sugerido, era muy simple. En efecto: si la vocación al Opus Dei consistía en buscar la santificación a través de las ocupaciones ordinarias -el trabajo familiar y los deberes familiares, en el caso de la mayoría de los fieles- estaba claro que los sacerdotes podían hacer lo mismo, esforzándose, en su caso, en cumplir su ministerio con la mayor perfección posible; la Obra sólo aportaría la ayuda espiritual necesaria para que lo lograsen.

De esta forma, podrían asociarse a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz sacerdotes diocesanos incardinados en sus respectivas diócesis, y continuar dependiendo en todo de su Ordinario. Esos sacerdotes no tendrían "superiores" en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz; su único superior sería el obispo de la diócesis a la que perteneciesen. La Obra se limitaría a proporcionarles ayuda espiritual, con objeto de que pudieran santificarse en su ministerio sacerdotal, el cual llevarían a cabo en dependencia exclusiva de su obispo. Lo único que haría la Obra, con su espíritu de lucha ascética y de estímulo de vida interior, sería reforzar los lazos entre los sacerdotes y la jerarquía. Además, la fraternidad que encontrarían y vivirían en la Obra evitaría el riesgo de que se sintieran solos en un momento u otro de su vida. Finalmente, en virtud de esta nueva llamada, procurarían hacer más fecundo su ministerio y su vida sacerdotal. Lo lograrían gracias a la espiritualidad del Opus Dei, que consiste, para todos, en realizar el trabajo ordinario con la mayor perfección posible, humana y sobrenatural.

El Padre sabe que esta solución -no en vano la había buscado tanto-, tan sencilla en apariencia, tendrá consecuencias muy beneficiosas para los sacerdotes que respondan a esa llamada y para muchos otros que se verán influidos por su palabra y su ejemplo. Y también para los fieles que estén en relación con ellos. Sin duda, la recristianización de la sociedad, tan necesaria, se verá reforzada y acelerada.

Al comprender que así no tendrá que abandonar el Opus Dei, el Padre se ha sentido enormemente aliviado. El Señor, sin duda, le había hecho creer que le pedía ese desgarrador sacrificio, a la manera como había pedido a Abraham que sacrificase a su hijo, para probar su obediencia...

Ludens in orbe terrarum... (Prov. VIII, 30). El Señor había estado jugando con él como juega con los hijos de los hombres a lo largo y a lo ancho de la tierra... Como un padre juega con sus hijos: El niño tiene unos tarugos de madera, de formas y colores diversos... Y su padre le va diciendo: pon éste aquí, y ese otro ahí, y aquel rojo más allá... Y al final, ¡un castillo!

Una aprobación decisiva

El año 1950 trae otra gran alegría al Fundador del Opus Dei. Como culminación de todas las gestiones realizadas y después de que ciento diez prelados de diecisiete nacionalidades -entre ellos doce cardenales, un patriarca y veintiséis arzobispos- enviaran a la Santa Sede cartas de recomendación, el Papa firma el decreto de aprobación definitiva y solemne del Opus Dei el 16 de junio, fiesta del Sagrado Corazón.

El documento, más largo de lo habitual, evoca la rápida extensión de la Obra, que, como en la parábola evangélica, "se ha multiplicado de tal forma que el pequeño grano de mostaza se ha transformado de manera admirable en un árbol frondoso".

El decreto recoge también los aspectos específicos del espíritu del Opus Dei: la secularidad -que lo distingue de los institutos religiosos-, las virtudes cristianas y humanas que sus miembros se comprometen a practicar, la libertad que éstos tienen en el terreno profesional y político, la filiación divina, que es el fundamento de su vida espiritual...

Tres días después de la publicación del decreto, Radio Vaticana difunde un amplio comentario sobre el mismo en cada una de sus treinta emisiones en distintos idiomas. El Padre escucha en silencio una de ellas, con la cabeza baja, como si no fuera con él...

Al recibir la noticia, había rezado un Te Deum con algunos de sus hijos. Luego, había pedido a todos los que estaban lejos de él, en diversos países, que se unieran a sus acciones de gracias y respondieran a la misericordia divina con un deseo renovado de santidad y de apostolado.

En Villa Tévere y por todo el mundo

Por todas partes empiezan a recogerse los primeros frutos de la siembra. El mismo día en que la aprobación definitiva de la Obra se ha hecho pública -16 de junio- don Adolfo Rodríguez Vidal celebra Misa por vez primera en el oratorio del primer Centro del Opus Dei en Santiago de Chile.

Un día antes, el 15, un norteamericano, Richard Rieman, ha pedido la admisión en la Obra. Acaba de terminar sus estudios en la Universidad y durante la guerra ha prestado sus servicios en la Marina. Unos días más tarde, el Padre le escribe una carta de su puño y letra, hablándole de la bendita responsabilidad que implica su vocación, y que le incumbe particularmente a él, primer miembro de la Obra en los Estados Unidos.

Durante el verano, se amplían los cursos de formación. Los hay en España -concretamente en Molinoviejo-, en Coimbra -Portugal-, cerca de Toormakeady -al oeste de Irlanda-, y también en Castelgandolfo, en Italia.

En este país, la labor del Opus Dei empieza ya a madurar, al igual que ha ocurrido en España desde hace algunos años. Los jóvenes que se reúnen en Castelgandolfo provienen de Roma, de Milán, de Palermo y de otras ciudades italianas. Uno de ellos escribe a otro, que está lejos: "Casi todas las tardes viene el Padre, y la familia se completa. Se queda con nosotros un largo rato y la jornada se hace entonces más intensa, porque el Padre nos comunica su alegría sobrenatural, nos estimula con su ejemplo y nos hace sentirnos más cerca de los demás miembros de la Obra".

El Fundador aprovecha esos ratos para comunicarles su preocupación por verlos volar cuanto antes con sus propias alas. Los edificios de Villa Tévere, que han permitido iniciar la labor apostólica en Italia, no deberán servir, en el futuro, más que para sede de la dirección central de la Obra, y, provisionalmente, durante algunos años, como sede del Colegio Romano de la Santa Cruz. Así pues, sus hijos italianos tendrán que buscar cuanto antes una casa, porque, si no -les dice-, tendréis que refugiaros bajo los puentes del Tíber...

Las obras de la Sede Central prosiguen, en efecto, tan deprisa como se puede. A mediados de septiembre, las mujeres de la Sección femenina pueden ya instalarse en un edificio independiente, que les servirá de base para sus apostolados propios. Además, desde allí podrán, con las separaciones requeridas, encargarse de algunas tareas domésticas -cocina, decoración, limpieza, etc.- en los edificios ocupados por el Padre y por los miembros varones, como ya lo vienen haciendo en los Centros de la Obra en España y en otros países.

Bajo el manto de Nuestra Señora

El 1.° de noviembre de 1950 se produce la primera vocación a la Obra en Argentina. En ese mismo día, el Padre ha recibido un gozo indescriptible: el Papa Pío XII proclama, en la plaza de San Pedro, el dogma de la Asunción a los cielos de María Santísima. Día de gozo para los católicos del mundo entero, que se complacen al ver definido solemnemente un privilegio de la Virgen. Día de intensa acción de gracias para Josemaría Escrivá de Balaguer, que siempre lo ha puesto todo bajo la protección de Nuestra Señora: su vocación sacerdotal y esta Obra de Dios, tanto antes de que le fuera claramente revelada como después, a medida que ha ido creciendo paso a paso. Ella le ha correspondido con creces, de tal forma que muchas etapas decisivas en la historia de la Obra se han cubierto en fiestas de la Virgen.

Hace ya mucho tiempo, durante una acción de gracias tras celebrar la Santa Misa en la iglesia de Santa Isabel, en Madrid, había escrito unas palabras que ahora ayudan a miles y miles de cristianos a contemplar mejor el misterio de la Asunción, lo mismo que los demás misterios del Santo Rosario:

... María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Ángeles se alegran! Así canta la Iglesia (..). Jesús quiere tener a su madre, en cuerpo y alma, en la gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora (..). La Trinidad Beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Ángeles: ¿Quién es Esta ?

La voz del Sumo Pontífice se hace más fuerte en el momento en que pronuncia la fórmula solemne por la que define la verdad de fe: "Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y con la Nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de divina revelación que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial".

Frente a una imagen de madera policromada que preside la sala de estar donde se encuentra, el Fundador del Opus Dei ha oído estas palabras arrodillado...