4.7. Roma, 28 de enero de 1949

"Al paso de Dios" es una biografía de San Josemaría escrito por François Gondrand

Pío XII ha alzado la cabeza y, en su mirada penetrante, tras las gafas redondas de metal, el Fundador del Opus Dei percibe su sorpresa.

-Sí, Santidad -le confirma-, los libros y folletos que tenéis a la vista han sido escritos por algunos de mis hijos ...

El Padre, en esta tercera audiencia del Papa, a la que ha ido acompañado por don Álvaro del Portillo, ha querido presentar al Sumo Pontífice un testimonio de lo que pueden suponer las distintas formas de hacer apostolado en la Obra. Se trata, en este caso, de una selección de libros y de artículos científicos publicados por algunos de sus hijos e hijas.

Ni que decir tiene que la Obra no se atribuye los méritos de las actividades profesionales ejercidas por sus miembros, que son de exclusiva responsabilidad suya; pero, en esta ocasión, el Fundador ha querido escoger un ejemplo expresivo para mostrar que el apostolado de sus hijos se realiza con un espíritu plenamente secular, inmerso en todas las realidades humanas, desde las más humildes a las más relevantes.

En efecto; desde los comienzos de la Obra, no ha dejado de procurar que esa llamada específica a la santidad que proclama llegue a personas de todas las clases sociales. Por eso, se siente muy contento porque, desde 1946, han ido surgiendo vocaciones entre mujeres cuya profesión consiste en "servir", en llevar a cabo las tareas domésticas. Son ellas quienes -sin mezclarse para nada en las actividades de los varones- contribuyen a hacer acogedoras y agradables las casas en que viven algunos miembros de la Obra. Para el Padre, es éste un signo de la vitalidad del Opus Dei, así como otros muchos que se ponen de manifiesto en la expansión que se ha producido desde la última aprobación pontificia.

Londres, Dublín, París, México, Estados Unidos...

En los tres años transcurridos desde entonces, la Obra ha ido echando raíces en países muy distintos y los frutos son esperanzadores.

El 17 de diciembre de 1946, el Santísimo ha quedado reservado en el Sagrario del oratorio de la residencia de Coimbra, la primera de Portugal, y el 24 de junio de 1947 sus hijos, en Londres, se han instalado en el primer Centro de la Obra en Inglaterra. En octubre de ese mismo año, con unos quince días de intervalo, el Padre ha dado su bendición a José Ramón Madurga, que partía para Dublín, y a dos jóvenes diplomados que se iban a París: Julián Urbistondo y Álvaro Calleja. A estos últimos les ha entregado un trocito del sudario de Isidoro, cuyo proceso de beatificación está a punto de iniciarse.

El 25 de julio de 1947, un mexicano, Guillermo Porras, ha pedido la admisión en la Obra. Y al regresar a Roma, el Padre ha tenido la dicha de abrazar al primer italiano que, el 9 de noviembre de 1947, había hecho lo mismo: Francesco Angelicchio; pronto, en los primeros meses de 1948, otros le han seguido.

En ese año, aquellos de sus hijos que han comenzado a extender la semilla de la Obra en diversos países continúan dándole buenas noticias. El 9 de enero le anuncian telegráficamente que se ha producido la primera vocación en Irlanda. En abril, don Pedro Casciaro y otros miembros de la Obra han emprendido un largo periplo por los Estados Unidos y por diversos países de Hispanoamérica. El Padre les ha encargado que estudien las particularidades de cada uno y que establezcan contactos preliminares con vistas a un próximo establecimiento de la Obra. En los Estados Unidos, don Pedro ha estado con José María González Barredo, que se encontraba allí desde hacía tiempo realizando trabajos de investigación científica. Juntos, han visitado algunas de las principales ciudades del Canadá y de los Estados Unidos.

En México, adonde había llegado a mediados de mayo, ha permanecido dos meses. A su regreso a España, el Padre ha decidido empezar la labor enseguida en México y en los Estados Unidos.

A finales de 1948, en Molinoviejo, el Padre ha dado su bendición a don Pedro Casciaro, que ha partido para México a comienzos del siguiente año, acompañado por otros tres miembros de la Obra. Don José Luis Múzquiz, por su parte, se ha trasladado a los Estados Unidos en el mes de febrero...

Se encuentren donde se encuentren y sean cuales sean sus circunstancias, estos primeros miembros de la Obra enviados por el Padre a distintos países suelen proceder de la misma manera a la hora de emprender su "labor apostólica". Porque, en el espíritu del Opus Dei, esa labor es inseparable de su trabajo profesional, de sus tareas ordinarias. Así, procuran suscitar vocaciones entre sus compañeros de trabajo, mediante un apostolado de amistad y confidencia, que el Fundador ha recomendado siempre y que no es otra cosa que la superabundancia, de su vida interior: práctica sacramental, oración, mortificación -en especial la aceptación alegre de los numerosos sacrificios, grandes o pequeños, inherentes a las dificultades de los comienzos-, dominio continuo del carácter y de los sentidos... Tal es el tesoro que se esfuerzan en comunicar a los demás, en especial a aquellos cuyas virtudes humanas -generosidad, lealtad, sinceridad, etc.- pueden predisponerles a entregarse al Señor.

Los sacerdotes de la Obra, siempre muy pocos en relación con los seglares, y por tanto absorbidos por el desempeño de su ministerio, están siempre a disposición de quienes se acercan a ellos y desean avanzar por esa vía de santificación en medio del mundo que el Opus Dei les ofrece, reciban o no la vocación a la Obra.

En cuanto a las circunstancias materiales, suelen ser también muy similares. Nada más llegar a un país, buscan una casa, como el Padre había hecho en Madrid en los años treinta, donde procuran que haya cuanto antes un sagrario contando siempre con la venia del Ordinario del lugar. Allí se instalan algunos miembros de la Obra, para, desde ella, impulsar la labor apostólica y de formación de los nuevos miembros. Pero como la mayor parte de los miembros -especialmente los casados- viven con sus familias, es en ese ambiente familiar y en su entorno profesional donde ejercen su apostolado.

El Padre, mientras tanto, sigue impulsando desde Roma el desarrollo de la Obra. Anima a todos con su oración, con sus cartas, con sus iniciativas. Y, cuando puede, viaja para impulsar la labor apostólica allí donde hace falta.

En octubre de 1948, con ocasión de un viaje a España, se traslada por cuarta vez a Portugal para visitar a sus hijos en Coimbra y en Oporto, donde acaban de abrir la residencia Boavista. Son momentos de alegría para él y para los que vuelve a ver o abrazar por primera vez, a los cuales ha animado siempre a aceptar con buen humor las consecuencias de una pobreza heroica que en Portugal, como en todas partes, ha acompañado los comienzos de la labor apostólica.

Cada vez que ha visto a sus hijos partir hacia un nuevo país, ha sido como volver a sus veintiséis años, cuando, desprovisto de medios, tenía que abrir todos los caminos divinos de la tierra.

A los dos que se preparaban para reunirse en París con Fernando Maycas, les había hecho esta reflexión en voz alta: Siempre hemos empezado con medios desproporcionados.

La vocación a la santidad dentro del matrimonio

Su estancia en España le había permitido, también, realizar algo que llevaba en el corazón desde el principio y que iba a marcar un nuevo hito en el desarrollo de la Obra.

Lo que había visto el 2 de octubre de 1928 incluía, entre aquellos que habrían de responder a la llamada divina a la santificación en medio del mundo, una mayoría de personas casadas que servirían a la Iglesia y a las almas en todas las situaciones humanas imaginables, santificando su vida de familia y haciendo de sus casas unos hogares luminosos y alegres.

Su vocación era idéntica a la de los demás miembros célibes de la Obra, aunque las circunstancias en las cuales vivieran fuesen muy diferentes, porque el Opus Dei no tenía más que un solo puchero, del cual cada uno tomaría lo que necesitase para cubrir sus necesidades, con arreglo a su disponibilidad.

Entre el 25 y el 30 de septiembre de 1948, el Padre, en Molinoviejo, había dirigido un curso de retiro a quince hombres que estaban dispuestos a ser de la Obra, entre ellos Tomás Alvira y otros que había conocido antes o durante la guerra.

El Fundador les había comentado unas cuartillas que había comenzado a escribir en 1935 y que, por entonces, estaba completando. El documento era una instrucción, un programa en torno a la inmensa tarea apostólica que iría penetrando todas las capas de la sociedad a lo largo de los siglos; apostolados cada vez más amplios que, hacía ya tiempo, cerca de allí, en Segovia, el Padre había puesto bajo el patronato del Arcángel San Gabriel: Yo veo esta gran selección actuante: hombres y mujeres de empresa y obreros, mentes claras de la universidad, inteligencias cumbres de la investigación, mineros y campesinos... todos, cada uno sabiéndose escogido por Dios para lograr su santidad personal en medio del mundo, precisamente en el lugar que en el mundo ocupa, con una piedad sólida e ilustrada, de cara al cumplimiento gustoso -aunque cueste- del deber de cada momento.

La llamada a la que respondían algunos de los que le escuchaban había ido madurando en su alma desde hacía meses o desde hacía años. Otros habían conservado en su memoria el recuerdo de lo que el Padre les había dicho hacía ya mucho tiempo: que tenían vocación matrimonial: ¿Te ríes porque te digo que tienes "vocación matrimonial"? Pues la tienes: así, vocación.

Esta afirmación, que el Padre había recogido en Camino, era chocante entonces y había sido uno de los motivos de la incomprensión que la Obra había encontrado en ciertos medios eclesiásticos. Sin embargo, enseguida, en 1950, la Santa Sede daría la razón a Mons. Escrivá, admitiendo que personas casadas pudiesen formar parte del Opus Dei en respuesta a una llamada específica a la santidad dentro de su estado.

La batalla de la formación

Hacía falta, pues, empezar enseguida a dar un denominador común, el de la doctrina cristiana y el espíritu de la Obra, a todos estos hombres y mujeres, célibes o casados, que tan diferentes eran por su origen, su raza, su profesión, su formación y su lugar en la sociedad. La misma diversidad y espontaneidad de los apostolados lo exigía, si se querían garantizar la unidad y la eficacia apostólica del Opus Dei a lo largo de los siglos. Dicho de otra manera: convenía librar -en palabras del Fundador- "la gran batalla de la formación" de los miembros de la Obra.

Esta formación la recibirían habitualmente "en el tajo", allí donde hubiera miembros del Opus Dei, y les acompañaría siempre, de alguna manera, al sitio donde su vida profesional o familiar les llevara. Los miembros que permanecían célibes, sin embargo, podrían recibirla de forma intensiva, en períodos más prolongados, dada su mayor disponibilidad.

El Padre tenía en mente el que algunos de éstos pasasen un período largo en la capital de la Cristiandad, con objeto de adquirir un espíritu universal, católico, y empaparse al mismo tiempo del espíritu de la Obra, viviendo cerca del Fundador. En consecuencia, se hacía necesario disponer de una casa lo suficientemente amplia.

Por aquel entonces, Mons. Escrivá estaba preparando la Sede Central del Opus Dei en Roma, pues la Obra iba teniendo cada día una extensión más universal. Y la solución provisional para aquel Centro de formación, que en 1948 se veía necesario, la encontró ahí: una parte de la Sede Central se destinaría a ese Centro de carácter internacional -el Colegio Romano de la Santa Cruz-, hasta que encontrara su sede definitiva.

Tras varios meses de búsqueda, se había localizado, en febrero de 1947, una villa romana situada en el barrio del Parioli, al norte de Villa Borghese. La casa, que había sido residencia del embajador de Hungría ante el Vaticano, era bastante amplia, sobre todo teniendo en cuenta el jardín que la rodeaba, donde se podrían construir nuevos edificios. Desgraciadamente, todavía estaba habitada por un antiguo funcionario de la embajada y su familia, quienes la ocupaban sin derecho alguno, ya que las relaciones entre Hungría y la Santa Sede habían quedado rotas con la llegada al poder de los comunistas. Tal era la causa de que el propietario pidiese un precio razonable, aunque resultase elevadísimo para las posibilidades con que contaba don Josemaría. Además, había que pagar en francos suizos...

Don Álvaro se lo comentó al Padre, que, con buen humor, respondió: No nos importa nada, porque nosotros no tenemos ni liras, ni francos, y al Señor le es igual una moneda que otra.

Lo más importante era tener la seguridad de poder desalojar a los ocupantes de la Villa. Los abogados decían que se conseguiría, pero que sería preciso tener calma...

Este dictamen, unido a las palabras de aliento de Mons. Montini, habían terminado por decidir al Padre.

-No dejen de comprarla -había dicho el sustituto de la Secretaría de Estado-. Está muy bien y las condiciones financieras son favorables. El Santo Padre conoce la casa, porque, cuando era Secretario de Estado, estuvo allí; se alegrará al saber que la han adquirido ustedes...

Y es que, antes de la guerra, el entonces Cardenal Pacelli se había entrevistado allí con el Regente Horthy, de Hungría.

En Villa Tévere

Como los ocupantes de la Villa se demoraban en desalojarla, el Fundador decidió abandonar el apartamento de la plaza Città Leonina y establecerse provisionalmente, con algunos de sus hijos, en la casita del portero, situada en la esquina de las calles Bruno Buozzi y Villa Sacchetti.

Aquello era de lo más inhóspito. El Padre había tenido que dormir varías noches en el santo suelo, sobre una tabla, utilizando un libro como almohada. El intenso frío le había ocasionado una parálisis facial que le dificultaba todo el movimiento de la parte izquierda de la cara. Con todo, aquella portería había permitido acoger, además de los que vivían en el piso de Città Leonina, los primeros miembros italianos de la Obra. Éstos habían empezado a llevar allí a sus amigos, y don Álvaro del Portillo les predicaba y atendía espiritualmente.

El Padre, sin embargo, pensaba ya en los que vendrían a Roma para formarse y regresar luego a su país de origen. El 29 de junio de 1948, había firmado un documento por el que erigía un centro internacional destinado a impartir esa formación, el cual en espera de una sede definitiva, se instalaría en Villa Tévere y llevaría el nombre de Colegio Romano de la Santa Cruz.

"Colegio", había explicado, porque es una reunión de corazones que forman -consummati in unum- un solo corazón, que vibra con el mismo amor ; "Romano", porque nosotros, por nuestra alma, por nuestro espíritu, somos muy romanos. Porque en Roma reside el Santo Padre, el Vice-Cristo, el dulce Cristo que pasa por la tierra. De la "Santa Cruz", porque el Señor quiso coronar la Obra con la Cruz, como se rematan los edificios, un 14 de febrero... Y porque la Cruz de Cristo está inscrita en la vida del Opus Dei desde su mismo origen, como lo está en la vida de cada uno de sus hijos. Y también porque la Cruz es el trono de la realeza del Señor, y hemos de ponerla bien alto, en la cima de todas las actividades humanas.

El 5 de febrero de 1949, los ocupantes húngaros desalojan por fin la villa. El Padre y los demás se instalan allí. Ya pueden comenzar las obras de reforma, que serán largas sin duda, dada la amplitud del proyecto y el esfuerzo que será preciso hacer para reunir los fondos necesarios.

A partir del 11 de febrero, durante una estancia del Padre en España y Portugal que durará dos meses y medio, el Fundador pide a sus hijos e hijas que recen intensamente por el éxito de esta nueva iniciativa, tan desproporcionada a los medios con que se cuenta, pero indispensable para garantizar el futuro de la Obra, su unidad y la permanencia de su espíritu en todos los países.

Como es tradicional en los centros del Opus Dei, se da prioridad a los oratorios y luego a los edificios, totalmente independientes, destinados a las mujeres que habrán de encargarse de la Administración de la sede.

La labor apostólica en Italia

Por entonces, la Obra empieza a extenderse por Italia. En 1948, el Fundador había realizado un viaje a Milán y otro al Sur, pasando por Nápoles y llegando hasta Catania, en Sicilia.

En los primeros meses de 1949, sus hijos recorren las principales ciudades de Italia, con objeto de establecer los primeros contactos y poner los fundamentos de una labor apostólica estable: Bari, Génova, Turín, Milán, Bolonia, Pisa, Padua, Nápoles, Palermo, Catania... El terreno, preparado por la oración y el sacrificio, parece apto y empiezan a surgir algunas vocaciones.

A mediados de agosto, unos treinta jóvenes que han pedido recientemente la admisión en la Obra se reúnen, para recibir una formación intensiva durante unas semanas, en una villa situada en Castelgandolfo, dominando el lago Albano, muy cerca de donde veranea el Papa. La finca, muy abandonada, pertenece a la Santa Sede y Pío XII pronto la cederá en usufructo a la Obra.

El Padre les habla de oración, de trabajo, de humildad, de perseverancia, de la necesidad de imitar a Cristo, "obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz". Ello supone para todos un nuevo impulso que les ayudará a progresar en su vida interior y les animará a reanudar, con renovado vigor, su trabajo profesional y su labor apostólica.

El 28 de octubre, en Roma, se dirige de nuevo a algunos miembros italianos de la Obra, exhortándoles a ser sembradores de paz y de alegría, "quasi fluvium pacis" (Is. LXVI, 12): como un gran río de paz en una sociedad encenagada por el pecado. El Señor os quiere presentes -les dice- por todos los caminos de la tierra..., echando la semilla de la comprensión, de la disculpa, del perdón, de la convivencia, de la caridad, de la paz: "in hoc pulcherrimo caritatis bello". Esta "lucha pacífica" deberán librarla sus hijos en todos los países del mundo... sin descanso, en medio de las incomprensiones y de las críticas inevitables -pues siempre han estado presentes en el camino de los cristianos coherentes con su fe-, pero también con mucha alegría.

Roturando el terreno

El Padre sigue paso a paso el desarrollo de la Obra en otros países. En las cartas que escribe a sus hijos repartidos por casi todo el mundo, les aconseja roturar el terreno, prepararlo para la siembra con su oración y su sacrificio y con el empeño que ponen para suscitar la llamada divina en las almas.

Aquí y allá van surgiendo las primeras vocaciones, pronto seguidas por otras.

En la primavera, un irlandés y un portugués piden ser admitidos en la Obra. En el mes de agosto, una joven francesa, Catherine Bardinet, conoce el Opus Dei gracias a una amiga española a 1a que ha invitado a pasar una temporada en su casa de Burdeos. Comienza a traducir Camino al francés y, el 15 de agosto, decide jugárselo todo por Dios y pide ser admitida en la Obra. Es la primera vocación en Francia.

Ni que decir tiene que la Obra encuentra también obstáculos en algunos países. Pero, como le gusta decir al Fundador, ¿qué sería de un cuadro si todo fuera luz y no tuviera sombras? ¡No habría cuadro!. Así pues, aconseja a sus hijos e hijas que se atengan a la regla de conducta que él siempre ha adoptado: rezar, callar, trabajar, sonreír.

Al Padre le gusta contribuir a roturar el terreno con la oración, mientras recorre los países y regiones donde sus hijos ya trabajan o irán pronto a sembrar el espíritu del Opus Dei. Así, el 22 de noviembre de 1949, junto con don Álvaro y otro miembro de la Obra, visita Génova, Como y Milán. En esta última ciudad, unos pocos hijos suyos esperan, en una pensión, encontrar un lugar en el que instalarse. El Padre les aconseja que invoquen con frecuencia a la Madonnina que corona la catedral de Milán; les habla también de vida interior, de esa santidad que deben buscar incansablemente en su vida ordinaria, como, por ejemplo, en las difíciles circunstancias que atraviesan. El resto vendrá por añadidura, si son fieles, gracias a su empeño.

Desde Milán, sigue viaje por Turín y el norte de Italia, hasta Bolzano, en el Alto Adigio. Luego, el 29 de noviembre, cruza la frontera de Austria.

Antes de partir de Milán, ha escrito a sus hijos de Portugal: Encomendad de firme las cosas para que el Señor no mire nuestras miserias, sino nuestra fe, y podamos pronto emprender definitivamente la labor en el centro de Europa.

Pasan por Innsbrück, llegan hasta Münich -capital de Baviera-, en el sur de Alemania, vuelven a pasar por Innsbrück y regresan a Italia por la región de Venecia.

Durante la última etapa del viaje, el Padre no ha hecho más que rezar: ha invocado a la Virgen en todas las iglesias, de muros blancos y dorados, y ha recitado infinidad de rosarios en el coche. Hemos llenado de avemarías y canciones los caminos del centro de Europa, comentará al regreso.

Le parece estar viviendo una novela, una maravillosa novela de amor y de aventuras.

Pensando en las maravillas que el Señor le ha descubierto, en aquellas que ya se han convertido en realidad y en las que se convertirán pronto, tiene la sensación, a veces, de que todo lo que está sucediendo supera su capacidad de imaginación y terminará por hacerle estallar el corazón y la cabeza.

Antes, más, mejor: Prima, più, meglio! Estas tres palabras serán en adelante uno de los lemas que utilizará para pedirle a Dios, en un diálogo lleno de confianza, que acelere el desarrollo de la Obra. Con ellas trata de expresar que, con la fidelidad de todos, se harían más cosas, antes y mejor de lo que con visión humana se podría pensar.

Un corazón que late en Roma

El día de Navidad de 1949, el Papa Pío XII inaugura el año jubilar golpeando por tres veces, con un martillo de plata, la Puerta Santa, situada a la derecha del peristilo de la basílica de San Pedro. Millares de peregrinos han llegado a Roma para asistir al acto.

El 1.° de enero de 1950, Mons. Escrivá de Balaguer, acompañado por don Álvaro del Portillo y otros dos de sus hijos, se dirige a San Pedro para ganar las indulgencias del Año Santo, siguiendo la antigua tradición cristiana. Para el Opus Dei, va a ser un año de mayor esfuerzo y, si Dios quiere, de gracia. El Fundador tiene que hacer, además, dos importantes peticiones: que prosiga la expansión de la Obra en muchos países y que llegue pronto la aprobación definitiva de la Santa Sede, aunque sabe que esto será sólo un paso para llegar a la configuración jurídica propia del Opus Dei.

En Villa Tévere, mientras tanto, las obras avanzan. La estructura fundamental del edificio que da a la calle de Villa Sacchetti está concluida. En cuanto a la Villa central, se estudian las obras necesarias para añadir dos plantas.

Poco a poco, se ha ido instalando la parte habitable de la portería, que se llena de personas que la visitan para recibir dirección espiritual, estudiar, rezar o hablar con algún amigo. En Castelgandolfo, por otra parte, se organizan cursos de retiro y convivencias.

Los miembros de la Obra que visitan Roma van a ver al Padre. Ver a sus hijos, le causa una gran alegría. Padece muchas molestias por la grave diabetes que le aqueja, pero él ofrece por quienes le visitan, por todos sus hijos dispersos por el mundo y por los apostolados que tan generosamente hacen, su fatiga, la sed debida a la enfermedad y el hambre que el régimen a que está sometido le causa. Y también, desde luego, las largas horas de trabajo que constituyen el núcleo fundamental de sus jornadas.

Sigue en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora. -Ese trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras que te dispone a recibir la gracia de la otra labor -grande, ancha y honda- con que sueñas: poner a Cristo en la cumbre y en la entraña de todas las actividades de los hombres.

Durante largos meses, el Padre no sale de Roma, excepto para hacer breves visitas a sus hijos en Castelgandolfo, especialmente en verano y por las tardes.

Desde finales de 1949, viene trabajando, con ayuda de don Álvaro del Portillo, en la preparación de la definitiva aprobación pontificia, que vendrá a completar y perfilar el "decreto de alabanza" de 1947. La documentación que hay que presentar en la Santa Sede es importante y llega a ocupar tres mesas de su despacho. Con frecuencia, velan hasta muy tarde.

El Padre no se olvida, por eso, de seguir de cerca los progresos de los apostolados de la Obra en el mundo.

El 4 de marzo, un pequeño grupo de mujeres del Opus Dei viajarán hacia México. Otras preparan la marcha a los Estados Unidos y tratan de resolver los problemas administrativos previos.

El 12 de marzo, dos profesores universitarios, Francisco Ponz Piedrafita e Ismael Sánchez Bella, llegan a Buenos Aires con don Ricardo Fernández Vallespín, ordenado ya sacerdote. Van a dar una serie de conferencias sobre sus respectivas especialidades: fisiología animal, historia del derecho y arquitectura moderna. La acogida es tan cordial que, tras escribir a Roma para consultar, el Padre decide que se queden allí.

A don Adolfo Rodríguez Vidal, que poco antes ha llegado a Chile, el Padre le escribe en los siguientes términos el 13 de marzo de 1950: Hace un momento ha llegado a mis manos tu primera carta escrita desde Santiago de Chile. No imaginas con qué cariño y con qué ilusión la he leído. ¡Dios te bendiga, hijo! Dios te bendiga y te haga el corazón cada día más grande, y la cabeza cada día más clara, para que sepas amar y comprender a ese país magnífico, donde el Señor te ha puesto para que trabajes en su viña del Opus Dei (...) Hijo mío: que estés contento: que hagas alguna visita, de mi parte, a nuestra Madre del Cielo; en ese Santuario del Carmen: que estés seguro de que todo irá adelante, aunque en alguna ocasión puedan surgir dificultades (...) La bendición y un cariñoso abrazo de tu Padre.