4.2. Madrid, mayo de 1939

"Al paso de Dios" es una biografía de San Josemaría escrito por François Gondrand

La Academia DYA, en el 16 de la calle de Ferraz, había quedado destruida en mucha mayor medida de lo que el Padre pensaba. En cuanto había podido, había ido a verlo con sus propios ojos, en compañía de Juan Jiménez Vargas. El Padre, sin más dilaciones, decide buscar enseguida otra casa donde instalar la Residencia, para que pudiera funcionar en octubre. Mientras la encuentran, el Padre, que sigue siendo Rector de Santa Isabel, se instala en la casa rectoral.

El convento de Santa Isabel, convertido en cuartel, ha permanecido ocupado también, durante toda la guerra, por un Comité revolucionario, y la iglesia ha sido incendiada. Sólo son habitables, de momento, las habitaciones del Rector y las de los capellanes, una vez limpiadas, por supuesto...

Con emoción, don Josemaría ha abrazado a su madre y a sus hermanos, tras largos meses de angustiosa separación, sólo mitigada por noticias intermitentes, en medio de tantos peligros. Ahora, se dispone a reanudar enseguida la labor apostólica en Madrid y en otras ciudades españolas.

En el mes de junio, el Padre escribe a uno de los que, antes de la guerra, participaban en las actividades de formación: Pronto tendremos casa..., si empujáis con vuestra oración y vuestro sacrificio y vuestro deseo de coger los libros. Mientras, no me perdáis vuestra bendita fraternidad, vivida cada día más, y manifestadla con vuestra colaboración en el afán común de rehacer nuestro hogar. Que pronto nos veamos reunidos junto al Jesús de nuestro Sagrario.

El Padre reanuda sus viajes

En Valencia, un sacerdote amigo suyo, don Antonio Rodilla, Rector del Colegio Mayor Beato Juan de Ribera, de Burjasot, le invita a dar, a partir del 5 de junio, unos ejercicios espirituales a un grupo de estudiantes universitarios. Don Josemaría llega a la ciudad ese mismo día.

Los ejercitantes quedan impresionados por la manera que tiene el Padre de situarles frente a sus responsabilidades. En la pared de una de las piezas, hay un cartel de grandes dimensiones, colocado allí por las tropas republicanas, que reza así: "Cada caminante siga su camino".

El Padre pide que no lo quiten, porque el lema le ha gustado y, además, le permite aludir a él: Si ves claramente tu camino, síguelo. -¿Cómo no desechas la cobardía que te detiene?.

Tu perfección está en vivir perfectamente en aquel lugar, oficio y grado en que Dios, por medio de la autoridad, te coloque.

¡Hay muchos caminos! (...) Escoge de una vez para siempre: y la confusión se convertirá en seguridad.

Dos jóvenes universitarios que, con este motivo, han conocido al Fundador del Opus Dei, se comprometen enseguida a seguir el camino que el Padre les presenta: Amadeo de Fuenmayor, estudiante de Derecho, y José Manuel Casas Torres, que hace la carrera de Letras.

Restablecer un ambiente de familia

La busca de una casa en Madrid prosigue hasta que, por fin, se encuentra una adecuada en el número 6 de la calle Jenner, cerca de la Castellana. Alquilan tres pisos, dos en la cuarta planta y otro en la segunda.

En agosto, comienzan a instalar en la planta cuarta la mayor parte de la residencia y en la segunda el comedor, la cocina, los servicios y también una habitación para el Padre, otra para su madre y su hermana y una tercera para su hermano Santiago.

¿Cómo lograr que esta primera residencia tenga ese ambiente de hogar que don Josemaría desea?

Más adelante, serán ya las mujeres del Opus Dei las que podrán encargarse de esto, pero, de momento, son todavía muy pocas. El Padre resuelve el problema pidiendo a su madre y a su hermana Carmen que ayuden. Recuerda que ha sido precisamente en el hogar de sus padres donde ha aprendido a cuidar esos detalles materiales que hacen grata y amable una casa.

Da a leer a su madre una vida de San Juan Bosco, pero parecía que doña Dolores no se daba por enterada. Sin embargo, pasado algún tiempo, le dijo:

-¿Qué quieres? ¿Que haga como la madre de don Bosco? ¡Ni hablar!

-¡Pero si lo estás haciendo ya!, le respondió el Padre.

Efectivamente, sin decir nada, se encargaba ya de la administración de la casa, ayudada por su hija Carmen.

Dirigir el trabajo de las empleadas de hogar, velar por el buen orden de una residencia con cuarenta camas, no es tarea pequeña, pero a esa labor se entregan con una generosidad que saben disimular con discreción y buen humor.

La residencia es una nueva "locura". Una vez más, es preciso pedir dinero a unos y otros. Los esfuerzos se centran sobre todo en el oratorio, instalado en la mejor habitación de la casa. Cada cual hace lo que puede: pintar, tapizar con una arpillera, decorar, clavar...

A comienzos de octubre, para el comienzo del curso escolar, todo está dispuesto, pero las arcas se hallan tan vacías que, cuando llega un nuevo residente, se le pide que pague por adelantado la pensión, sin decirle, por supuesto, que es para comprar la cama en que ha de dormir...

La Sección de mujeres comienza de nuevo

Don Josemaría reanuda también el apostolado entre las mujeres, interrumpido a causa de la guerra. Tiene que partir prácticamente de cero, pues, si bien ha permanecido en contacto con algunas de las jóvenes que dirigía, duda que puedan constituir el primer núcleo de la Sección de mujeres del Opus Dei. Las conversaciones que ha mantenido con las que ha encontrado y unas discretas indicaciones de su madre acaban de convencerle.

Poco después de su regreso a Madrid, luego de haber considerado las cosas a fondo en la oración, les comunica su decisión. No es cuestión de falta de piedad ni de poca profundidad en su vida cristiana, sino de que no han sido capaces de asimilar la secularidad, esencial en el espíritu de la Obra. Tras hacérselo comprender con delicadeza, les asegura que siguen gozando de su cariño, que rezará por ellas y que, si así lo desean, les recomendará a la institución religiosa que escojan libremente.

Enseguida, el Fundador se esfuerza en suscitar otras vocaciones femeninas. Una joven ha respondido ya afirmativamente a la llamada. Es la hermana de Miguel, el estudiante de arquitectura que le había acompañado en el paso de los Pirineos. Cuando este, durante la guerra civil, había estado oculto en Daimiel, donde vivían sus padres, el Padre dirigía las cartas que le escribía a su hermana Dolores (Lola), para que se las hiciera llegar. Miguel, por su parte, le había hablado del ambiente de la Academia DYA, de cómo se vivía allí y, sobre todo, del Padre, de su atractivo, de la espiritualidad que le había enseñado a vivir a él. Poco a poco, Lola empieza a pensar en la posibilidad de hacerse de la Obra, y se lo dice a Miguel, quien, a su vez, se lo comunica a don Josemaría. En mayo de 1937, el Padre dedica a Lola unas líneas en una carta que escribe a Miguel. Enseguida, ella le responde que está dispuesta a seguir el camino del que le habla.

Poco después de su regreso a Madrid, el 19 de abril de 1939, el Padre viaja a Daimiel y Lola le confirma su decisión. Don Josemaría cree que, en efecto, puede tener vocación al Opus Dei y, para facilitar la acción de la gracia en su alma, le pone por escrito útiles consejos que son, en realidad, todo un programa de vida interior adaptado a sus circunstancias: media hora de oración mental (a hora fija de la mañana), empeño por mantener la presencia de Dios a lo largo de la jornada (insistiendo, por ejemplo, en una devoción concreta cada día de la semana), un rato de lectura espiritual, rezo del Santo Rosario, exámenes de conciencia... Nada le dice de la Misa ni de la Confesión que no ha podido tener en aquellos tres años pasados sin sacerdotes ni culto en las iglesias y, encontrándose aún en unas circunstancias en que, recién terminada la guerra, la vida no se había podido normalizar...

Lola empieza a desplazarse a Madrid con frecuencia para completar su formación. En septiembre y en diciembre vuelve a ver al Padre, así como a su madre, doña Dolores, y a su hermana, Carmen, en el piso de la calle Jenner.

La ayuda espiritual a los sacerdotes

Mientras don Josemaría termina su tesis doctoral, que espera defender en diciembre, la residencia de Jenner empieza a animarse: círculos de estudios, meditaciones, retiros, actividades culturales a cargo de los primeros miembros de la Obra...

Respondiendo a las peticiones, cada vez más numerosas, de diversos obispos, el Padre viaja a varias ciudades españolas para dar ejercicios espirituales a grupos de sacerdotes. Los sufrimientos, a menudo heroicos, que han tenido que soportar en la guerra, pueden ser para ellos motivo de un nuevo impulso.

No olvida que tiene que dirigirse a hombres acostumbrados a enseñar y a predicar; por eso, antes de nada, les dice, para ganárselos, que tiene la impresión, al hablarles, de que trata de vender miel al colmenero. No por eso deja de exhortarles, con todas sus fuerzas, a no contentarse con ejercer bien su ministerio; deben aspirar a ser santos, a vivir heroicamente su vida cotidiana, porque la extensión del reino de Dios en el mundo depende de su grado de disponibilidad.

El sacerdote es jefe. Tiene que ir el primero, como Jesús. Este jefe siempre es victorioso, pero tiene que ponerlo todo: cuanto exijan las almas (su conversión), toda la salud, todo su dinero, todo su tiempo... ¿Un cura de carrera? No. Un apóstol... Jesús es mi hermano. Tenemos que hacer lo mismo. Sufrir lo mismo. Tenemos que parecernos: los mismos intereses, el mismo Padre... ser iguales. Él es el hermano mayor. La misma Madre, el mismo negocio, la misma hacienda, la misma vida, el mismo fin, el mismo premio... Identificados los dos en todo... ¿Un sacerdote sin santidad heroica? El bicho más raro, más desproporcionado, el más dañino, el más perjudicial...

Predicación exigente, pero eminentemente positiva, que reconforta a los oyentes y les incita a rezar más y a hacer apostolado.

Don Josemaría acepta predicar siempre que se lo piden los obispos de las diversas diócesis. Fiel a lo que ha resuelto, sólo pone una condición: no aceptar retribución alguna y pagarse hasta el viaje.

Centrarlo todo en Cristo

Los temas de su predicación a los estudiantes que viven en Jenner y a otros jóvenes, no difieren mucho de los que predica a los sacerdotes. A los seglares, el Padre les pide que, sin perder en absoluto su mentalidad secular, tengan alma sacerdotal, abierta a las necesidades más hondas de los que les rodean, a los cuales deben acercar a Cristo.

El Fundador del Opus Dei anima a quienes le escuchan a proseguir sus estudios, interrumpidos por la guerra, recordándoles que deben santificarse en su trabajo y asumir sus responsabilidades sociales.

Tras la guerra, muchos estudiantes experimentan ansias de acción, teñida, casi siempre, de las ideas dominantes. Como reacción ante la pasada persecución religiosa, la ideología política que prevalece entonces adopta un catolicismo oficial, proclive a las grandes manifestaciones públicas de fe, a las inauguraciones solemnes de iglesias y centros religiosos, a los discursos inflamados, a veces revanchistas...

Don Josemaría pone en guardia, a quienes quieren escucharle, frente a una concepción demasiado humana de la acción, que puede ser, sí, noble y patriótica. Pero no olvidéis -les dice- que existe una realidad más alta: el reino de Cristo, que no tiene fin. Y para que Cristo reine en el mundo, primero ha de reinar en tu corazón. ¿Reina de verdad? ¿Es tu corazón para Jesucristo?

Así les habla un último domingo de octubre, fiesta de Cristo Rey.

Como en los tiempos turbulentos de la República, algunos se alejan, más atraídos por una formación directamente orientada a la política. Otros, por el contrario, se sienten conmovidos al oírle hablar de una forma que hace resonar en ellos las palabras del Señor en el Evangelio, las cuales constituyen también una llamada a la acción, pero de otra manera.

Varias decenas de nuevos miembros llegan así a lo largo del curso universitario 1939-40 y del siguiente. El Padre les previene contra posibles interpretaciones erróneas de su apostolado, asegurándoles lo mismo que ya había escrito en 1932:

No vamos al apostolado a recibir aplausos, sino a dar la cara por la Iglesia, cuando ser católico es difícil; y a pasar ocultos, cuando llamarse católicos es una moda. Y añade: Habéis de vivir, habéis de hacer vuestra tarea, con la rectitud y con la nobleza de quienes, en su actuación, hacen valer su ciudadanía y su preparación profesional, no su catolicismo (...); con la alegría sobrenatural y el optimismo humano de quienes están profundamente convencidos de que el cristianismo no es una religión negativa y arrinconada, sino una afirmación gozosa en todos los ambientes del mundo.

En las ciudades de España

El mundo, mientras tanto, vive una de las etapas más dramáticas de su historia. El 3 de septiembre de 1939, Francia e Inglaterra entran en guerra contra la Alemania de Hitler. Todo hace pensar que esta conflagración afectará a más países que la precedente y que los medios de destrucción serán mucho mayores. Numerosos observadores opinan que la guerra de España ha sido como el banco de pruebas.

En el vestíbulo de la residencia de Jenner, el Padre ha hecho colocar un mapamundi para recordar las dimensiones universales de los apostolados del Opus Dei, cuya expansión va a verse obstaculizada, una vez más, por el curso de la historia. A veces, el Fundador hace girar con la mano un globo terráqueo que hay en su despacho para contemplar esos continentes donde, en cuanto sea posible, habrá que llevar la semilla divina de la Obra. Y como no será posible, de momento, ir a París, habrá que comenzar la expansión sólo dentro de la geografía española.

Los viajes se suceden a ritmo acelerado. Tanto, que el Padre cae agotado. En Valencia, después de predicar unos ejercicios en septiembre de 1939, se ve obligado a interrumpir la Misa que ha comenzado a celebrar en la Catedral, atacado por un súbito acceso de fiebre. Tienen que ayudarle a ganar la sacristía, de donde le conducen a un piso de la calle de Samaniego, que sus hijos acaban de instalar. El mobiliario es de lo más rudimentario. Como no tienen mantas, cubren al Padre -recostado sobre un somier- con unas cortinas, en espera de que la crisis pase.

Otros muchos viajes de "exploración" se suceden, en trenes destartalados y fríos o por carreteras en pésimo estado: Zaragoza, Valladolid, Barcelona, Salamanca...

Los viajes en automóvil resultan más animados. El Padre suele entonar canciones populares, cuyas letras de amor, que aplica al amor divino, le acercan a Dios.

Al llegar al punto de destino, el Padre y quienes le acompañan se instalan en algún hotel modesto y se lanzan a buscar amigos o conocidos.

El Padre recibe sin cesar a todos, unas veces en el mismo hotel, otras en un rincón tranquilo de algún café o de un parque público. Incansablemente, habla, a quienes son capaces de comprenderlo, del ideal de santidad en medio de las ocupaciones ordinarias que constituye la razón de ser de su vida desde el 2 de octubre de 1928.

Van surgiendo vocaciones en distintas ciudades, fruto de la oración, de la mortificación y del celo apostólico del Padre y de sus hijos. Desprovistos de todo, experimentan sentimientos parecidos a los de los apóstoles cuando el Señor los envió sin "bolsa ni alforjas" (Lc. X, 4), llevando como único viático su fe en la eficacia de la palabra del Maestro: "No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" (loh. XV, 16).

En marzo de 1940, los miembros de la Sección de varones del Opus Dei son ya unos cuarenta. Se hace necesario prever para ellos un período de formación intensa. Así pues, vienen a Madrid, procedentes de distintos lugares de España, y se reúnen en torno al Fundador. Son unas jornadas inolvidables, impregnadas de alegría y buen humor.

El 19 de marzo, festividad de San José, celebran el santo del Padre. El Vicario general de la diócesis, don Casimiro Morcillo, le visita para transmitirle el saludo afectuoso del obispo, Mons. Eijo y Garay.

Por todos los rincones del mundo

El Padre les habla de fidelidad, de la necesidad de perseverar, pase lo que pase. Para remachar el clavo, evoca el heroísmo de los cuarenta mártires de la ciudad armenia de Sebaste, que, en el siglo IV, fueron arrojados a un estanque helado por negarse a sacrificar a los ídolos. "Cuarenta hemos entrado en este combate y cuarenta coronas, Señor, te pedimos: haz que no falte ni siquiera una de este número". Pero, en plena noche, uno de ellos, vencido por el frío, pide que lo saquen. Entonces, uno de los guardianes, conmovido por el temple de aquellos hombres, al ver bajar cuarenta Ángeles con cuarenta coronas, se declara cristiano y se arroja al estanque para reemplazar al que ha desertado...

Vuestra eficacia, hijos míos, será consecuencia de vuestra santidad personal, que cuajará en obras responsables, que no se esconden en el anonimato. Cristo Jesús, Buen Sembrador, nos aprieta -como el trigo- en su mano llagada, nos inunda con su Sangre, nos purifica, nos limpia, ¡nos emborracha! Y luego, generosamente, nos echa por el mundo uno a uno, como deben ir mis hijos del Opus Dei, esparcidos: que el trigo no se siembra a sacos, sino grano a grano.

Un libro de gran formato y tapas blancas ha aparecido el año antes. Contiene los puntos de meditación de Consideraciones Espirituales, ligeramente modificados, y enriquecidos con 566 puntos más que hacen un total de 999 (en simbólico homenaje a la Santísima Trinidad). El título, Camino, recuerda a Cristo, que se llamó a Si mismo Camino, Verdad y Vida...

En ese libro, ha escrito: No tengas espíritu pueblerino. -Agranda tu corazón, hasta que sea universal, "católico".

Cuanto más cerca está de Dios el apóstol, se siente más universal: se agranda el corazón para que quepan todos y todo en los deseos de poner el universo a los pies de Jesús.

Y también: Ser católico es amar a la Patria, sin ceder a nadie mejora en ese amor. Y, a la vez, tener por míos los afanes nobles de todos los países. ¡Cuántas glorias de Francia son glorias mías! Y, lo mismo, muchos motivos de orgullo de alemanes, de italianos, de ingleses..., de americanos y asiáticos y africanos son también mi orgullo. -¡Católico!: corazón grande, espíritu abierto.

Los pensamientos se vuelven hacia el mapamundi del vestíbulo de la Residencia de Jenner.

¿Cuándo se hará realidad ese sueño divino?