3.6. Madrid, septiembre de 1934

"Al paso de Dios" es una biografía de San Josemaría escrito por François Gondrand

Con emoción creciente, escuchan doña Dolores y Carmen lo que Josemaría les explica reposadamente, aunque sin disimular el fuego que le consume.

Les habla con claridad de ese querer divino que se le ha manifestado el 2 de octubre de 1928 y que tiene que llevar a cabo poniendo en ello todo su empeño. Les explica los fines de la Obra, el espíritu que la anima, las inmensas perspectivas apostólicas que abre...

Ellas, de pronto, comprenden el porqué de muchas cosas que, desde 1928, se les escapaban por completo.

Josemaría, entonces, les comunica la razón por la que les ha contado todo eso: se trata de vender las propiedades de Fonz, heredadas a la muerte de su tío paterno. Con lo que se obtuviera, se podrían sufragar los gastos de la Residencia que piensa abrir en octubre...

Es plenamente consciente que lo que acaba de proponer a su madre y a su hermana supone un acto excepcional de desprendimiento, y también de fe. Desde la muerte de su padre, él es el cabeza de familia y apenas tiene recursos para sacarla adelante; su hermano sólo tiene quince años y está estudiando el bachillerato. Lo que les pide es, pues, pura y simplemente, renunciar a su patrimonio...

Ha dudado mucho antes de sugerir a los suyos un sacrificio semejante, pero no ve otro camino para llevar adelante lo que Dios quiere...

No ha subestimado su generosidad. Con su consentimiento, dado en el acto, podrán instalar la residencia y amueblarla.

El proyecto toma cuerpo

Antes de comenzar las vacaciones de verano, había pedido a los estudiantes que frecuentaban la Academia que no se olvidasen, durante esos meses estivales, de rezar por él y para que el apostolado en el que participaban pudiera cumplirse al comienzo del nuevo curso escolar. También les había dado útiles consejos para que durante los meses de descanso que iban a pasar con su familia no sólo no descuidasen la vida interior, sino que progresaran en ella. Finalmente, les había rogado que le escribieran.

Nada más recibir las primeras cartas, en julio, les había respondido enviando a cada uno unas hojas en multicopista en las que daba noticias de todos los demás. Era una manera de mantener la unión entre ellos.

Iban encabezadas, siempre, por unas palabras de su puño y letra: "Por fin... ¡ahí van unas noticias! Se han recibido vuestras cartas y merecéis mi felicitación cordial -a todos- porque veo que no se os olvidan mis consejos: os portáis como debe portarse un cristiano. Hay vida de piedad y de trabajo en vuestros planes de verano: éste es el buen camino. Que perseveréis y que no tengáis pereza a la hora de escribir a esta casa".

Mientras tanto, los primeros miembros de la Obra se ponen a buscar piso -como ya lo habían hecho el verano precedente- y hacen cábalas sobre la futura organización de la residencia y su sostenimiento económico.

Este último aspecto era el más problemático. Isidoro se había trasladado a Madrid para estudiar el asunto con don Josemaría, y habían llegado a la conclusión de que era preciso que tuviera al menos veinte plazas para que no resultase francamente deficitaria.

En agosto, habían encontrado lo que andaban buscando: tres pisos, en la tercera y cuarta planta de un inmueble de la calle de Ferraz 50, muy cerca del Parque del Oeste.

Con ayuda de todos, hacen la mudanza en el mes de septiembre, llevándose los muebles de la calle de Luchana. Ricardo, que acaba de terminar sus estudios de arquitectura, se ocupa de la instalación, bajo la dirección de don Josemaría, y pide al Ayuntamiento la correspondiente licencia para la Academia-Residencia, en calidad de director técnico. Don Josemaría será sólo el director espiritual.

La Academia DYA queda instalada en la cuarta planta y la Residencia propiamente dicha en los dos pisos de la tercera. Pero quedan muchos problemas por resolver, entre otros el sostenimiento económico de la tarea, necesariamente deficitaria al principio, mientras la Residencia no se llene.

Para redondear el dinero que el Padre ha conseguido gracias a la generosidad de su familia, los miembros de la Obra recaban ayudas de sus amigos, explicándoles la labor de formación que se llevará a cabo en aquel centro. Muchos responden con prontitud, a pesar de la inquietud política que reina por entonces. Algunas familias se han ausentado de Madrid, por temor a los disturbios.

Todos se lanzan a buscar residentes, pero a finales de octubre sólo han conseguido uno fijo. No pueden contar con los estudiantes de la Academia DYA en los años precedentes, pues los de Madrid viven con sus familias y los de provincias han retrasado su regreso, en espera de que la capital recobre la calma. Porque el 3 de octubre de 1934, varios movimientos de extrema izquierda han desencadenado una huelga general para presionar al gobierno de centro-derecha formado tras las últimas elecciones. El 19, el Ejército interviene en Asturias, donde la situación ha degenerado en guerra revolucionaria.

En enero de 1935, el número de residentes es sólo de ocho, pero el Padre confía en que la Residencia acabará por llenarse y se resolverán los problemas económicos. Tanto más en cuanto que cuenta con un nuevo apoyo en el Cielo: San Nicolás de Bari, un santo obispo que había tenido la feliz idea de depositar una suma de dinero en la ventana de una casa donde vivían tres jóvenes que no podían casarse por falta de dote.

Si me sacas de esto, te nombro patrono, le había dicho mentalmente un día, tiempo atrás, mientras se disponía a celebrar la Santa Misa en la iglesia de Santa Isabel. Pero, ya antes de subir al altar, se había arrepentido de su falta de confianza: y si no me sacas, te nombro igual...

La oración y la mortificación siguen siendo, para él, los medios más eficaces de lograr lo que se propone. Por eso, continúa haciendo penitencias extraordinarias, todavía con más intensidad. Ricardo, cuando está en su habitación, tiene que taparse los oídos para no oír el sordo golpeteo procedente del cuarto de baño. Sabe que es, durante un tiempo que se le hace interminable, el ruido que hacen las disciplinas que se aplica el Padre.

Una nueva base de partida para el apostolado

Aunque poco brillante, la situación de la Residencia va mejorando lentamente. Hasta finales de marzo, los esfuerzos se concentran en la instalación del oratorio. Todo el mundo pone manos a la obra, empezando por el Padre.

El 13 de marzo, don Josemaría solicita al obispo autorización para abrirlo. Dice Misa en ese lugar, por primera vez, el 31, cuarto domingo de Cuaresma. Irradiando felicidad, dirige unas palabras a los asistentes antes de la Comunión.

Unos días más tarde, el 2 de abril, escribe al Vicario general de la diócesis: el domingo pasado se celebró la Santa Misa, en el Oratorio de esta Casa, y se quedó Su Divina Majestad Reservado, dejándonos bien cumplidos los deseos de tantos años (desde 1928).

Es el primer sagrario de un Centro del Opus Dei, eslabón inicial de una larga cadena que recubrirá la tierra entera.

El Padre invita a los estudiantes a acercarse confiadamente al Señor, presente en la Eucaristía, a visitarle con frecuencia en ese sagrario, donde Él les espera desde hace veinte siglos. Les enseña también a amar la liturgia, cuyo rigor lleva a Dios (...), acerca a Dios; a penetrar en el sentido profundo de los ritos, a entonar correctamente el canto gregoriano (un sacerdote amigo suyo les enseña).

Desgraciadamente, los residentes no abundan. En abril, todavía son sólo catorce. Con gran dolor de su corazón, ha tenido que decidir, dos meses antes, dejar el cuarto piso y concentrar en el tercero la Academia y la Residencia. Se lo ha comunicado a los miembros de la Obra en el oratorio, para no desanimarlos. En la vida -les dice-, es preciso esquivar las dificultades y, a veces, retroceder para saltar mejor. Es el momento de reforzar la fe, de rezar más, de crecer por dentro, en espera de que los obstáculos se allanen. La gracia del Señor no te ha de faltar: "inter medium montium pertransibunt aquae!" -¡pasarás a través de los montes!-. ¿Qué importa que de momento hayas de recortar tu actividad si luego, como muelle que fue comprimido, llegarás más lejos que nunca soñaste?

Todos intensifican sus esfuerzos para llevar amigos a la Academia. Ese es, ciertamente, el tema de su oración.

No tardan en acudir los estudiantes, ganados por el ambiente de aquel piso modesto, pero agradable. Colaboran en la instalación, transportan muebles, hacen arreglos... y, en consecuencia, se convierte en su casa. Por eso vuelven y llevan a sus amigos.

A todos se les anima a progresar en la vida interior, de la que el apostolado no es más que una consecuencia. El Padre les recomienda vivamente la lectura de una obra de Dom Chautard, El alma de todo apostolado, que desarrolla este tema, y les incita a rezar, a transformar sus horas de estudio en oración y a acercar sus amigos a Dios.

Algunos encuentran así su vocación a la Obra: otros aprenden a aprovecharse de esta espiritualidad, tan rica en contenido, con arreglo a su generosidad. Porque el apostolado del Opus Dei es amplísimo. ¡Nos interesan todas las almas! repetirá el Fundador con frecuencia. Y también: No hay alma que no interese a Cristo. Cada una de ellas le ha costado el precio de su Sangre.

En su predicación y en la dirección espiritual se muestra exigente y preciso, sin andarse por las ramas. Sus palabras, llenas de fuerza, se dirigen a todos: a los que tienen vocación matrimonial (en aquella época, tal expresión resulta sorprendente) y a aquellos otros a quienes el Señor les pide algo más. A los primeros les aconseja que se pongan bajo la protección del arcángel Rafael, para que les conduzca a un matrimonio con una mujer buena, y guapa y rica -dice sonriendo-, como la Biblia afirma que lo hizo con el joven Tobías. También algunos de ellos podrán recibir algún día la vocación a la Obra, cuando llegue el momento de poder admitirlos. Porque, teniendo siempre ante sus ojos lo que ha visto el 2 de octubre de 1928, don Josemaría ha comenzado a redactar, en mayo, un escrito en el que explica cuáles serán las líneas generales de la labor apostólica de estos hombres y mujeres casados, llevando en todo la misma vida que los demás ciudadanos, porque eso son, e iluminando con la luz de Cristo la vida profesional, familiar y social; todas las actividades humanas, en suma; todos los ambientes, todos los ámbitos en que los hombres actúan y se reúnen.

La formación de los primeros

Por el momento, sin embargo, concentra su labor, sobre todo, en los que son susceptibles de responder a la llamada al celibato apostólico, pues tales vocaciones son indispensables para que el Opus Dei pueda recibir su primer impulso, ya que su disponibilidad será plena, poniendo al servicio de la Obra toda su vida, todo su tiempo.

Pero, ¿qué hacen estos primeros miembros del Opus Dei?, se preguntan algunos. ¿A qué se dedican?

En realidad, no hacen nada especial, al menos en apariencia. Nada, que les distinga de sus compañeros de estudio o de sus colegas. Porque precisamente eso es lo propio de su vocación: ser ciudadanos iguales que los demás, que llevan el espíritu cristiano a su ambiente, sin espectáculo, sin declaraciones solemnes y sin ocultar, por otra parte, que la fuente de su alegría y de su dicha está en haber encontrado a Dios y haberle entregado todo. Luego, partiendo de esa base, santificar sus ocupaciones ordinarias, procurar hacer partícipes a sus amigos, a sus familias y a las personas que Dios coloca en su camino, de esas riquezas divinas. Así, con el trato constante, en las conversaciones con los amigos, éstos descubren la gran aventura espiritual del Cristianismo y entran por caminos de oración y de amor.

Sed hombres y mujeres del mundo, pero no seáis hombres o mujeres mundanos. Permaneced muy unidos al Señor por la oración (...), llevad un manto invisible que cubra todos y cada uno de vuestros sentidos y potencias: orar, orar y orar; expiar, expiar y expiar.

No hay otro secreto. Lo que pasa es que algo tan sencillo como esto es ese punto de apoyo que reclamaba Arquímedes para mover el mundo...

Pero cualquier cristiano puede hacer eso, dirán algunos. Desde luego. ¡Pero hay que hacerlo! Hay que buscar la santidad de veras, con heroísmo, sin contentarse con medias tintas: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto..." (Mat V, 48). Don Josemaría proclama, porque está convencido de ello, que esta llamada de Cristo va dirigida a todos y no sólo a aquellos que han recibido una vocación de alejamiento del mundo: Cualquier trabajo digno y noble en lo humano, puede convertirse en un quehacer divino (...). Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas raras.

Entre los que rodean al Padre, algunos deciden responder generosamente a esta llamada, que no implica, en absoluto, renunciar a la propia vocación profesional. Al contrario, encuentran en el Opus Dei estímulo para desarrollarla y perseverar en esa tarea, gracias a esa espiritualidad propia que les transmite el Fundador. Por eso, el compromiso que les pide es serio. Hay que madurarlo... Y también por eso, las vocaciones llegan lentamente, una a una.

Otras dos vocaciones

Con todo, la oración, la penitencia y el apostolado del Padre van dando sus frutos. En enero de 1935, un alumno de la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos de Madrid presenta al Padre uno de sus compañeros de estudios, Álvaro del Portillo. Previamente, le había invitado a visitar a los pobres en su compañía y a dar clases de catecismo a los niños.

La entrevista de Álvaro con el Padre es bastante breve. Resulta que una de sus tías había conocido a don Josemaría en el Patronato de Enfermos y el Fundador de la Obra le había preguntado si no habría en su familia o en la de sus amigas, jóvenes capaces de interesarse por el ideal que quería promover en todas las capas sociales. Ella, entonces, le había hablado de ese sobrino suyo, al que quería mucho. A partir de ese momento, el Padre había empezado a pedir por él, sin conocerlo.

A Álvaro le sorprende el interés y el cariño, desbordante de simpatía, con que le trata aquel sacerdote. Sin embargo, no vuelven a verse hasta varios meses más tarde, ya que, aunque concierta con él una nueva cita, un obstáculo de última hora le impide acudir.

El 6 de julio, antes de irse de vacaciones, Álvaro del Portillo decide despedirse de don Josemaría, cuya personalidad tanto le había impresionado, a pesar de la brevedad de la primera entrevista.

Esta vez, la conversación se alarga. El Padre le habla de la santificación en medio del mundo, de la dimensión sobrenatural del trabajo, medio incomparable de acercarse a Dios y de acercar a los demás.

Al día siguiente, Álvaro asiste a un retiro espiritual al que le ha invitado el Padre. Es una experiencia nueva para él, porque nunca había participado en tal género de actividades. El vigor con que predica don Josemaría le causa un gran impacto. Sin esperar siquiera una indicación del Padre, un miembro de la Obra le toma aparte y le sugiere, sin andarse con rodeos, que se entregue de por vida al servicio de Dios en el Opus Dei.

La sorpresa de Álvaro es grande, pues no esperaba que le hiciesen una proposición semejante, en un momento de su vida en el que se le abría un porvenir que ya tenía trazado. Sin embargo, decide responder positivamente, sin dilaciones, a lo que se le presenta como una llamada divina semejante a la que Cristo dirigió a los pescadores que reparaban sus redes a la orilla del mar de Galilea. Y se lo comunica enseguida al Padre.

Tres domingos más tarde, el 28 de julio, también tras un retiro espiritual, llega otra vocación. Se trata de un muchacho de rostro abierto, alumno de la Escuela de Minas: José María Hernández de Garnica. Un buen día había aparecido por la Academia DYA, elegantemente vestido. El Padre le había acogido cordialmente y, sin más explicaciones, le puso a trabajar... José María se encontró en mangas de camisa, con un martillo en la mano, colgando el dosel sobre el altar del oratorio... Nunca olvidaría aquel primer encuentro con el Fundador del Opus Dei, en el que le había enseñado -primero, sin palabras- lo que iba a hacer allí, la formación que podía recibir, la solicitud por el cuidado de la casa...

Fidelidad a la misión recibida

El Padre no se cansa de hacer apostolado. Cuando concluye su labor pastoral en Santa Isabel, visita y conversa con personas de todas clases. Con muchas otras, mantiene una correspondencia constante. Y cuando vuelve a la Residencia de Ferraz, pasa horas recibiendo, uno a uno, a los estudiantes que orienta en su vida espiritual.

Tal régimen de vida termina por agotarle y el vicario general de la diócesis tiene que ponerse serio para que descanse un poco.

No se arrepiente de nada. Sabe que ha hecho bien al subordinarlo todo al cumplimiento del querer divino: hacer el Opus Dei. Aunque, para ello, tenga que defraudar a algunos. Porque su intensa labor apostólica ha terminado por llamar la atención y le han propuesto cargos importantes, que no ha aceptado. Por ejemplo, el de director de la Casa Central de los Consiliarios de Acción Católica, que su joven presidente, Ángel Herrera Oria, le había ofrecido.

Don Josemaría, que se había alegrado mucho del impulso que el Papa Pío XI había dado al apostolado de los laicos, no había tenido más remedio que decir que no, aunque agradeciendo cordialmente a Ángel Herrera el haber pensado en él. Lo que le había propuesto tenía, en efecto, un gran alcance apostólico, ya que los sacerdotes que tendría a su cargo serían los futuros capellanes de los diferentes "movimientos", la élite del clero español, pero, si él aceptaba, comprometería el desarrollo de la Obra de Dios. Tenía, sí, que servir a la Iglesia, pero como Ella quiere ser servida.

Por otra parte, recordando las conclusiones a las que había llegado en 1929, había descartado ciertas proposiciones de fusión de la Obra con otras asociaciones, pues aunque coincidieran en la cumbre -en el amor a Cristo-, en lo concerniente a la práctica apostólica, las distintas espiritualidades son como la mezcla de varios líquidos buenos de suyo, que acaso dé otro líquido agradable, pero también puede resultar un veneno.

Pese a las incomprensiones y a las críticas, no se aparta de la línea que se ha trazado. Y las vocaciones van viniendo al Opus Dei, tal como es, gracias a los que tanto han rezado y ofrecido sus sufrimientos por esa intención, durante años y años.

Se lo agradece a San José, a quien había confiado sus preocupaciones cuando estaba instalando el oratorio de la Residencia de Ferraz, y también a Santa María, que tantas gracias ha obtenido para él. Por entonces, en agradecimiento y como manifestación de su devoción mariana, decide unir en uno solo y sólo en la firma, Josemaría, sus dos nombres de pila, el de la Virgen Inmaculada y el del Santo Patriarca, cabeza de la Sagrada Familia de Nazaret.

Sobre un pequeño bureau de la habitación que usa el Padre en la Residencia, hay una pequeña talla de madera que representa a la Virgen con el Niño Jesús en los brazos. Siempre que entra o sale de la casa se acerca a esa imagen y le besa los pies. El Opus Dei, que empieza a germinar, ha nacido y se ha desarrollado bajo el manto de Nuestra Señora.

Toda la gloria para Dios

Cuando, entre el 15 y el 21 de septiembre, don Josemaría se recoge en la Residencia de los Padres Redentoristas de Madrid para uno de esos retiros espirituales que hace solo todos los años, puede ya dar gracias a Dios por los muchos beneficios que le ha otorgado.

Pasa esos días rezando, sin la ayuda de ninguna predicación, renunciando amablemente a los ratos de charla que los religiosos le proponen para hacerle más soportable la soledad.

Son días de profundización espiritual, de purificación...

¡Dios mío!, que odie el pecado, y me una a Ti, abrazándome a la Santa Cruz, para cumplir a mi vez tu Voluntad amabilísima..., desnudo de todo afecto terreno, sin más miras que tu gloria..., generosamente, no reservándome nada, ofreciéndome contigo en perfecto holocausto.

***

Tiene muy vivo el recuerdo de lo que el Señor le hizo ver unos meses antes, el 22 de junio, estando recogido en oración, en aquella misma iglesia de los Padres Redentoristas. Había sido una prueba extraña y dolorosa, en la que el Señor le había hecho experimentar viva y claramente que la Obra era Suya.

Mientras estaba dando vueltas al futuro desarrollo de la Obra, un pensamiento le vino a la cabeza: ¿No serían puramente humanas -deseo de brillar, de ejercer una influencia personal sobre las almas- las razones que le impulsaban a obrar? ¿No estaría engañando a quienes con tanta confianza se acercaban a él?

¿Estaba obrando verdaderamente por puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloria?

Había sido un pensamiento rápido, pero había durado lo suficiente como para poner en tela de juicio todo aquello en lo que, con tanta energía, había trabajado durante años. Sin embargo, tenía conciencia de haberlo hecho sólo por Dios. Pensar que hubiese podido obrar por otro motivo le resultaba insoportable...

Así, pues, como para arrancar al Señor una respuesta, fueran cuales fuesen las consecuencias, exclamó inmediatamente con todas sus fuerzas: ¡Si la Obra no es para servir a la Iglesia, Señor, destrúyela!

Nada más formular esta petición, dispuesto ya a renunciar, con la muerte en el alma, le invaden una paz y un gozo inmensos, cuya fuerza es por sí misma una respuesta.

Ha aprendido a reconocer, en este género de fenómenos, una señal inequívoca de la presencia y el querer divinos.

La prueba ha sido, tal vez., la más dura de las que ha conocido desde el nacimiento de la Obra. Porque, ¿qué son los obstáculos exteriores, la fatiga, el sacrificio, en comparación de esta prueba angustiosa?

En cualquier caso, el Señor ha permitido esta tentación para su mayor bien. Humildemente, filialmente, le da las gracias más fervientes por haber purificado su intención.

Esta nueva gracia fue como una incitación a tomar de nuevo el arado en sus manos, con más fuerza, para seguir abriendo el surco apenas iniciado.