3.5. Madrid, 1934

"Al paso de Dios" es una biografía de San Josemaría escrito por François Gondrand

A partir del mes de diciembre de 1933, la mayor parte de la labor apostólica empieza a desarrollarse en la Academia DYA. Con los escasos ahorros del Padre, los de Isidoro y los de José María, y con la ayuda de algunos conocidos y amigos, han podido pagar el alquiler inicial e instalarse en el piso. Ricardo, el joven arquitecto, por encargo de don Josemaría, ha comprado en el Rastro unos cuantos muebles. A pesar de la pobreza de los medios disponibles se ha procurado decorar dignamente las habitaciones destinadas a visitas, reuniones, conferencias y sala de estudios, así como la habitación del Padre, pero la casa es tan pequeña que, a veces, tiene que confesar en la cocina, convertida también en laboratorio de química.

Por la tarde, la Academia se anima, gracias a los estudiantes que vienen a recibir diversas enseñanzas: matemáticas, física, química -materias comunes en la preparación de algunas escuelas especiales y carreras universitarias-, idiomas, arquitectura y varias especialidades jurídicas.

Los estudiantes procuran hacer aportaciones económicas, pero es preciso, a menudo, pedir un esfuerzo suplementario a aquellos que son capaces de comprender mejor la labor apostólica que allí se realiza. El Padre, por su parte, tiene que pedir ayuda de nuevo a sus amigos: los que ya habían contribuido a los primeros gastos y otros... Él mismo, con autorización del obispo de Madrid, da cursos de formación cristiana, ayudado por otro sacerdote, don Vicente Blanco. Naturalmente, aparte de esos cursos, aquellos que lo desean acuden a don Josemaría para que los oriente en su vida interior.

¡Cuántas gracias obtienen esos estudiantes en sus conversaciones con el Padre, unas veces en distintas habitaciones de la Academia y otras en su cuarto, amueblado tan sólo con una mesa, dos sillas, una cruz de madera y un reclinatorio! ¡Cuántas veces comienzan y recomienzan a profundizar en su vida cristiana aquellos jóvenes de buena voluntad!

Sin hacer concesiones a lo fácil -la Academia no es un lugar de diversión, sino un sitio donde se viene a formarse, a trabajar, a estudiar, a hablar de cosas serias- el Padre procura crear un ambiente no sólo agradable, sino también alegre, pues "un santo triste es un triste santo...".

Los resultados no se hacen esperar demasiado. Poco a poco, la Academia se llena. Las jornadas del Padre son cada vez más intensas. En él, el trabajo constituye cono una segunda naturaleza, adquirida en el hogar paterno, donde nunca ha visto desocupada a su madre. Además, la tarea es inmensa: abrir un nuevo camino divino en la tierra, procurar que la llamada evangélica a la santidad llegue a miles y miles de hombres y mujeres, sean cuales sean las circunstancias en que se encuentren.

Publicación de Consideraciones espirituales

Para ayudar a quienes aconseja y dirige, don Josemaría ha decidido publicar las notas y fichas que ha ido acumulando a lo largo de los años y que, hasta entonces, sólo había mandado reproducir en multicopista.

El 3 de mayo de 1934, el obispo de Cuenca, Mons. La Plana, pariente lejano de los Escrivá, al que había pedido consejo para imprimir el libro de la forma más económica, otorga su imprimatur a "Consideraciones espirituales". Consta de cuatrocientos treinta y ocho puntos de meditación, fruto, cada uno, de su experiencia pastoral y de su vida interior, y destinados a dar a los lectores esa finura de alma y de espíritu que les conducirá a vivir cristianamente en todas las circunstancias, con estos tres síntomas de la chifladura divina de apóstol (...): hambre de tratar al Maestro; preocupación constante por las almas; perseverancia, que nada hace desfallecer.

A los que le siguen, el Padre les explica que su apostolado -silenciosa y operativa misión- no ha de limitarse a un círculo restringido que pronto se convertiría en un ghetto de cristianos "bienpensantes" viviendo su fe al margen de la sociedad. Deben, por el contrario, comunicar el fuego de su alma a muchos otros hombres, esforzarse por ser cada uno de ellos apóstol de apóstoles, irradiando a su alrededor, como la piedra que cae en el agua transmite, en ondas sucesivas, cada vez más amplias, el impacto que produce.

En cuanto a aquellos que se han comprometido a servir a Dios en su Obra, o que dudan al respecto, que no tengan la ingenuidad de juzgarla por la pequeñez de los comienzos...

En la tierra, todo lo grande ha comenzado siendo pequeño. -Lo que nace grande, es monstruoso y muere.

A esos primeros miembros de la Obra les repite, para que se empapen de la idea, que no han venido para realizar una empresa humana, sino una gran empresa sobrenatural, que comenzó cumpliéndose en ella, a la letra, cuanto se necesita para que se la pueda llamar, sin jactancia, la Obra de Dios.

Consigna esta idea en un documento que les dirige, a ellos y a todos los que vendrán después al Opus Dei, hasta el fin de los siglos, pues quiere que estén convencidos de que han recibido una vocación específica. Han de ser como una inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad.

En contra de lo que algunos podrían pensar, dado lo turbulento de la época, la Obra de Dios no la ha imaginado un hombre para resolver la situación lamentable de la Iglesia en España desde 1931. Hace muchos años que el Señor la inspiraba a un instrumento inepto y sordo, que la vio por vez primera el día de los Santos Ángeles Custodios, dos de octubre de mil novecientos veintiocho.

(...) No somos una organización circunstancial (...) Ni venimos a llenar una necesidad particular de un país o de un tiempo determinados, porque quiere Jesús su Obra, desde el primer momento, con entraña universal, católica.

Por eso, el nacimiento y el desarrollo del Opus Dei no deben nada a los medios humanos, sino que lo deben todo a la oración y a la penitencia.

No tienen que encogerse, pues, pensando que son pobres instrumentos, porque Dios ya lo sabe y les comunicará las gracias necesarias para que la Obra se haga, siempre que sean dóciles a su divina Voluntad. ¡Que se crezcan ante los obstáculos!

Los escritos del Fundador llevan la impronta de este fuerte sello sobrenatural, incluso cuando se dirigen a un público mucho más amplio que el constituido por los miembros de la Obra, como es el caso de "Consideraciones espirituales".

El Rosario, arma eficaz

Pronto aparecerá otro libro. Un día, durante la acción de gracias de la Misa, sentado al lado de la epístola, frente a la reja de la clausura de la iglesia de Santa Isabel, don Josemaría redacta, de un tirón, una serie de breves comentarios a cada uno de los quince misterios del Rosario.

Las frases le han salido a borbotones, como queriendo confiar a muchas almas un secreto que puede muy bien ser el comienzo de ese camino por donde Cristo quiere que anden: para ser grande, hacerse pequeño y, a tal efecto, creer como creen los niños, amar cono aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños. Precisamente el principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima. No hay que inhibirse, pues, temiendo caer en la rutina, en la repetición constante de las mismas palabras. ¿Acaso no se dicen siempre lo mismo los que se aman?

Para evitar que quienes recen el Rosario emitan sonidos corno un animal, estando el pensamiento muy lejos de Dios, les aconseja contemplar lentamente cada uno de los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, introducirse como un personaje más en las escenas evangélicas evocadas en ellos, vivir la vida de Jesús, María y José.

Rezado así, el Rosario se convierte en arma poderosa para vencer en la lucha interior y avanzar por el camino de la vida contemplativa.

¡Jesús, almas!

En diciembre de 1934, don Josemaría sustituye al rector del Patronato de Santa Isabel. En el mes de febrero de ese año, se había instalado ya, con su familia, en la casa reservada al capellán.

Como rector, debe supervisar la administración del Patronato, que afecta tanto al monasterio de las Agustinas Recoletas como al contiguo colegio de la Asunción.

Sus jornadas están muy apretadas: Misa en Santa Isabel, confesiones, visitas a los hospitales, más confesiones en el asilo de Porta Coeli, más visitas en Madrid y, por la tarde, la atención a los estudiantes en la Academia DYA.

La iglesia de Santa Isabel le permite también proseguir la formación de quienes podrían llegar a convertirse en las primeras de la Sección de mujeres del Opus Dei. Trabajo difícil, que realiza sobre todo mediante la dirección espiritual en el confesionario y meditaciones u homilías a pequeños grupos, en la iglesia o en alguna capilla.

Poco a poco, va abriendo el horizonte de esas jóvenes mostrándoles el camino de la santificación en el mundo, por medio de su trabajo, con la espiritualidad plenamente laical, secular, propia de la Obra. Les ayuda a ampliar el círculo de sus relaciones animándolas a que inviten a sus amigas a participar de la formación que reciben.

Tiene que insistir, con fuerza, en que pueden ser santas, santas de altar (...) Yo no me conformo con otra cosa.

Los obstáculos son serios, como sucede también con la Sección de varones, aunque surgen problemas diferentes. Invoca con frecuencia a la Santísima Virgen, pidiéndole que impulse el desarrollo de la Sección de mujeres de la Obra y sea Ella la Fundadora.

Visitando el Hospital General, había conocido, en 1931, un escultor llamado Jenaro Lázaro, que le había escogido como director espiritual. Conocedor de su talento artístico y de su piedad, le pide que haga una imagen de la Virgen que pueda pasar de casa en casa, como es costumbre, por entonces, entre las familias cristianas. Así podrá recibir las preces filiales de aquellas jóvenes, en favor del desarrollo futuro de la Obra.

En los momentos de dificultad, se dirige siempre a la Madre de Dios para que le saque de apuros. Recorre las calles de la capital (las del Madrid moderno, cuyos altos edificios se alinean a lo largo de la Gran Vía; las del Madrid antiguo, con sus farolas de gas colgadas de las esquinas; las del Madrid elegante en torno a la Castellana, con sus amplias plazas y calles bien trazadas; las del Madrid popular de los barrios periféricos y los sórdidos suburbios) envuelto en su manteo, rezando con devoción el Rosario -aquellos Rosarios completos-, punteado, en los momentos más difíciles, con gritos silenciosos que brotan del corazón, súplicas dirigidas a María como último recurso: ¡Madre! ¡Madre mía! ¡No me abandones! ¡Madre! ¡Madre!

No olvida, tampoco, una de sus preocupaciones de siempre: el apostolado entre los intelectuales. A quienes le rodean, les dice que no en vano utilizó Jesús el símil del pescado y de la pesca, porque a los hombres -como a los peces- hay que cogerlos por la cabeza. -¡Qué hondura evangélica tiene el apostolado de la inteligencia!

En el mes de mayo, para corresponder a una petición expresa que le han hecho, ha dirigido, en una iglesia de Madrid, un curso de retiro espiritual para universitarios y personalidades católicas. El tema principal de su predicación no había sido distinto del que repite a los estudiantes de la Academia DYA: la necesidad de adquirir una buena formación intelectual, ya que el prestigio profesional tiene que ser su anzuelo de pescador de hombres; y, al mismo tiempo, la necesidad de intensificar su vida cristiana, para contribuir así a la extensión del Reino de Cristo: Hoy, con la extensión y la intensidad de la ciencia moderna, es preciso que los apologistas se dividan el trabajo para defender en todos los terrenos científicamente a la Iglesia. -Tú... no te puedes desentender de esa obligación.

Ante una nueva etapa...

Mes tras mes, la Obra se desarrolla: ¿lo hace al ritmo querido por Dios? Los que le rodean piensan que sí. Por eso, se quedan asombrados cuando un día, poco después de la instalación de la Academia DYA, les habla de la posibilidad de cambiarse de piso a comienzos del curso siguiente, con objeto de poder llevar a cabo una labor de formación más completa y profunda.

Uno de los sacerdotes que le ayudan muestra su inquietud. No tienen dinero. ¿No se ha avanzado bastante abriendo la Academia? ¿No sería más prudente contar tan sólo, como antes, con el piso de la madre de don Josemaría? Instalar ahora una nueva Academia sería "como lanzarse desde un quinto piso con un paraguas como paracaídas"...

***

Pequeño amor es el tuyo si no sientes el celo por la salvación de todas las almas. -Pobre amor es el tuyo si no tienes ansias de pegar tu locura a otros apóstoles.

El Padre ha empezado a hablar a sus hijos de su nuevo proyecto. Se trata de abrir una pequeña residencia de estudiantes, trasladando allí la Academia DYA. No existen en Madrid más que dos centros de ese tipo, por lo que se haría un buen servicio a algunos estudiantes provenientes de provincias, proporcionándoles a ellos, así como a sus amigos, la oportunidad de mejorar su vida cristiana gracias al ambiente y a los medios de formación de la Academia.

Don Josemaría piensa que el disponer de una base más estable entraña también otra ventaja: la posibilidad de tener un oratorio donde el Señor esté presente, con lo que quienes vivan allí o visiten la residencia podrán acudir a Él y confiarle sus preocupaciones y sus deseos de lucha... Hacerle compañía, en una palabra, como Lázaro, Marta y María en su casa de Betania.

El Fundador no ignora las dificultades de la empresa. Tampoco le ha sorprendido la reacción de los "prudentes", pero su lógica es otra: la de la "locura", a la cual Dios le empuja, pidiéndole realizar su Obra en la tierra. No en vano medita con frecuencia estas palabras de San Pablo: "La caridad de Cristo nos urge..." (II Cor. 5, 14).